La ciencia descarta una verdad asumida durante años: Filipo II, padre de Alejandro Magno, no descansa en la Tumba de Perséfone

El esqueleto principal pertenecía a un varón de entre 25 y 35 años, probablemente un miembro cercano a la familia real macedoniaAmores, alianzas y traiciones en el lecho de Cleopatra que marcaron el destino de Roma y Egipto El ladrón que saqueó la Tumba de Perséfone tuvo tan poca puntería que dejó intacto el verdadero tesoro: los huesos. Mientras se llevaba abalorios y rompía piedras, allí mismo quedaban las pistas que siglos después devolverían a la luz un pedazo olvidado de la realeza macedonia. No fueron cofres rebosantes de oro ni armas relucientes los que resolvieron el enigma. Fueron restos humanos desordenados, mezclados con polvo y olvido, los que llamaron la atención de los investigadores modernos. Los restos apuntan a un personaje muy cercano al trono pero no a Filipo II En un laboratorio equipado con tecnología de última generación, un equipo internacional de científicos analizó más de cuarenta muestras de huesos y dientes, divididos en dos grupos: los que estaban “en el suelo”, conservando una posición anatómica bastante decente, y los que aparecieron “en el relleno”, revueltos entre capas posteriores de tierra. Fue este análisis el que permitió aclarar, al fin, qué clase de personaje había ocupado la enigmática Tumba I del Gran Túmulo de Vergina. El hombre enterrado medía aproximadamente 1,67 metros y tenía entre 25 y 35 años cuando murió. Su muerte se sitúa entre el 388 y el 356 a.C., una horquilla que descarta a Filipo II de Macedonia, muerto en 336 a.C. Lo más probable es que se tratase de un miembro importante de la familia real macedonia, quizá Amintas III, Alejandro II o Pérdicas III. En cualquier caso, los restos no corresponden al célebre padre de Alejandro Magno, sino a alguien igualmente cerca del núcleo del poder. Las características físicas del varón y la datación de su muerte descartan que se trate del padre de Alejandro Magno Junto al varón se hallaron restos de una mujer joven, de entre 18 y 25 años. Los investigadores no encontraron objetos lujosos que aclarasen su identidad, pero sí algunas cuentas doradas y fragmentos de mármol que podrían estar relacionados con su entierro. Los análisis de isótopos de estroncio indicaron que, mientras él pasó parte de su infancia lejos de Vergina, probablemente en el noroeste de Grecia o en el Peloponeso, ella había vivido siempre entre Vergina y Pella. Aunque los protagonistas principales murieron en época clásica, la tumba no cerró sus puertas ahí. Mucho tiempo después, durante la época romana, entre el 150 a.C. y el 130 d.C., el lugar se reutilizó para enterrar fetos, recién nacidos y animales como cabras y perros. Estos hallazgos, lejos de ensuciar la investigación, añadieron nuevas capas de información sobre la vida y la muerte en el antiguo mundo macedonio. Curiosamente, antes de que los huesos volvieran a tener su minuto de gloria, la tumba ya había sufrido su particular descalabro en el 274/3 a.C., cuando mercenarios galos, muy dados a las barbaridades, profanaron los enterramientos. Según relatan las fuentes antiguas, los invasores esparcieron los restos humanos como acto de desprecio. Sin embargo, el esqueleto principal se encontraba esqueletizado mucho antes de aquel atropello. La búsqueda de la antigua capital de Macedonia fue una carrera de varias generaciones La historia que llevó a este descubrimiento empieza mucho después, en el siglo XIX. En 1855, el arqueólogo Léon Heuzey propuso que la antigua capital de Macedonia, Egas, debía estar enterrada cerca de Vergina. Más tarde, en 1937, el griego Konstantin Rhomaios continuó su trabajo, logrando hallazgos importantes hasta que la Segunda Guerra Mundial interrumpió las excavaciones. Años después, Manolis Andronikos, discípulo de Rhomaios, tomó el relevo y apostó todo por el enorme montículo conocido como el Gran Túmulo.

Abr 28, 2025 - 10:31
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La ciencia descarta una verdad asumida durante años: Filipo II, padre de Alejandro Magno, no descansa en la Tumba de Perséfone

La ciencia descarta una verdad asumida durante años: Filipo II, padre de Alejandro Magno, no descansa en la Tumba de Perséfone

El esqueleto principal pertenecía a un varón de entre 25 y 35 años, probablemente un miembro cercano a la familia real macedonia

Amores, alianzas y traiciones en el lecho de Cleopatra que marcaron el destino de Roma y Egipto

El ladrón que saqueó la Tumba de Perséfone tuvo tan poca puntería que dejó intacto el verdadero tesoro: los huesos. Mientras se llevaba abalorios y rompía piedras, allí mismo quedaban las pistas que siglos después devolverían a la luz un pedazo olvidado de la realeza macedonia. No fueron cofres rebosantes de oro ni armas relucientes los que resolvieron el enigma. Fueron restos humanos desordenados, mezclados con polvo y olvido, los que llamaron la atención de los investigadores modernos.

Los restos apuntan a un personaje muy cercano al trono pero no a Filipo II

En un laboratorio equipado con tecnología de última generación, un equipo internacional de científicos analizó más de cuarenta muestras de huesos y dientes, divididos en dos grupos: los que estaban “en el suelo”, conservando una posición anatómica bastante decente, y los que aparecieron “en el relleno”, revueltos entre capas posteriores de tierra. Fue este análisis el que permitió aclarar, al fin, qué clase de personaje había ocupado la enigmática Tumba I del Gran Túmulo de Vergina.

El hombre enterrado medía aproximadamente 1,67 metros y tenía entre 25 y 35 años cuando murió. Su muerte se sitúa entre el 388 y el 356 a.C., una horquilla que descarta a Filipo II de Macedonia, muerto en 336 a.C. Lo más probable es que se tratase de un miembro importante de la familia real macedonia, quizá Amintas III, Alejandro II o Pérdicas III. En cualquier caso, los restos no corresponden al célebre padre de Alejandro Magno, sino a alguien igualmente cerca del núcleo del poder.

Las características físicas del varón y la datación de su muerte descartan que se trate del padre de Alejandro Magno

Junto al varón se hallaron restos de una mujer joven, de entre 18 y 25 años. Los investigadores no encontraron objetos lujosos que aclarasen su identidad, pero sí algunas cuentas doradas y fragmentos de mármol que podrían estar relacionados con su entierro. Los análisis de isótopos de estroncio indicaron que, mientras él pasó parte de su infancia lejos de Vergina, probablemente en el noroeste de Grecia o en el Peloponeso, ella había vivido siempre entre Vergina y Pella.

Aunque los protagonistas principales murieron en época clásica, la tumba no cerró sus puertas ahí. Mucho tiempo después, durante la época romana, entre el 150 a.C. y el 130 d.C., el lugar se reutilizó para enterrar fetos, recién nacidos y animales como cabras y perros. Estos hallazgos, lejos de ensuciar la investigación, añadieron nuevas capas de información sobre la vida y la muerte en el antiguo mundo macedonio.

Curiosamente, antes de que los huesos volvieran a tener su minuto de gloria, la tumba ya había sufrido su particular descalabro en el 274/3 a.C., cuando mercenarios galos, muy dados a las barbaridades, profanaron los enterramientos. Según relatan las fuentes antiguas, los invasores esparcieron los restos humanos como acto de desprecio. Sin embargo, el esqueleto principal se encontraba esqueletizado mucho antes de aquel atropello.

La búsqueda de la antigua capital de Macedonia fue una carrera de varias generaciones

La historia que llevó a este descubrimiento empieza mucho después, en el siglo XIX. En 1855, el arqueólogo Léon Heuzey propuso que la antigua capital de Macedonia, Egas, debía estar enterrada cerca de Vergina. Más tarde, en 1937, el griego Konstantin Rhomaios continuó su trabajo, logrando hallazgos importantes hasta que la Segunda Guerra Mundial interrumpió las excavaciones. Años después, Manolis Andronikos, discípulo de Rhomaios, tomó el relevo y apostó todo por el enorme montículo conocido como el Gran Túmulo.

El hallazgo del Gran Túmulo fue fruto de un esfuerzo conjunto de varios arqueólogos y épocas

En 1977, Andronikos y su equipo desenterraron dos tumbas en su interior. Una de ellas, pese a haber sido saqueada, guardaba aún restos valiosos y, sobre todo, frescos excepcionales, como el del Rapto de Perséfone, que algunos atribuyen a Nikomachos de Tebas. Aunque los huesos no brillaban tanto como el oro, fueron ellos los que, con la ayuda de las nuevas técnicas de análisis, contaron la verdadera historia.

A diferencia de lo que algunos soñaban, los huesos de la Tumba de Perséfone no pertenecían a Filipo II. Pero eso no ha restado importancia al hallazgo, ni mucho menos. Cada fragmento recuperado en el polvo de Vergina ha añadido una pieza nueva a ese inmenso puzle que es la historia de Macedonia.

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