Ielena Kostyutxenko, periodista rusa en el exilio: "Pensé que ser lesbiana era algo horrible, así se vive en mi país"

La reportera ha arriesgado su vida por dar voz a las personas silenciadas en Rusia, como la comunidad LGBTIQ+, de la cual ella forma parte. En su libro 'El meu país estimat' recoge testimonios y crónicas publicadas en Nóvaya Gazeta, diario cerrado por su crítica a PutinEEUU se cita con Rusia y Ucrania el próximo lunes en Arabia Saudí para continuar las negociaciones Ielena Kostyutxenko (Iaroslavl, 1987) fue detenida y agredida en varias ocasiones en Rusia debido a su orientación sexual, su activismo en defensa de los derechos LGTBIQ+ y su labor como periodista durante 17 años en Nóvaya Gazeta, el último diario independiente del país, que cerró por su crítica al presidente Vladímir Putin. También fue amenazada y, ya en el exilio, probablemente envenenada por el mismo Kremlin. Esta periodista rusa, actualmente vive en Boston. Recuerda con dureza el 24 de febrero de 2022, el día de la invasión rusa de Ucrania. Al enterarse, viajó al país en una misión del periódico, pero tuvo que abandonarlo rápidamente. El jefe de redacción y la editora del diario la alertaron de que los soldados rusos conocían su paradero y tenían órdenes de matarla. Además, le ordenaron no regresar a Rusia, por lo que decidió quedarse en el extranjero para terminar su libro, que se acaba de editar en catalán con el título El meu país estimat [Mi país querido] en la editorial La Segona Perifèria. Se mudó a un apartamento en Berlín, donde escribió gran parte de su obra. Durante un viaje a Múnich para solicitar el visado que le permitiría regresar a Ucrania para intentar volver a cubrir la guerra, comenzó a sentirse mal. Los médicos le diagnosticaron un posible envenenamiento, que ella atribuye sin duda al Kremlin. ¿Cómo describiría su querido país, Rusia? Es muy doloroso para mí describirlo de la manera en que lo haré. Mi país, mi querido país, está enfermo de fascismo. Mi abuelo luchó contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, y esperaba que nunca volviera a nuestra tierra, pero ahora está arraigado en nuestro suelo. Mi país ha iniciado una guerra contra Ucrania, una guerra injusta e injustificada. Mi país juega con el miedo y silencia a su gente. Mi país obliga a los periodistas a exiliarse. Mi país tiene 1.200 presos políticos, y solo conocemos a los que están registrados; probablemente haya muchos más. En mi país, no puedo estar tranquila siendo mujer, y mucho menos siendo lesbiana. El nivel de represión en mi país solo se puede comparar con la época de la Unión Soviética. Es mujer, es lesbiana y fue periodista en uno de los diarios más críticos con el Gobierno de Putin. Soy todo lo que el Kremlin odia. Ser mujer significa ser vulnerable, y ser una mujer lesbiana significa serlo el doble. En Rusia, nuestros políticos afirman que están regresando a los “valores tradicionales”, esos valores se están manifestando en la creciente pérdida de derechos de las mujeres, como el derecho al aborto. El Estado reclama derechos sobre el cuerpo de las mujeres. Quieren que seamos órganos reproductivos, encargados de generar nuevos ciudadanos para este régimen. Algunos diputados han propuesto pagar dinero a las chicas que tengan un hijo antes de graduarse del colegio. También hay represión específica contra la comunidad LGTBIQ+. Tenemos que vivir en secreto. En mi primera marcha del Orgullo en Moscú terminé en el hospital tras ser agredida por manifestantes contrarios ¿No podía decir abiertamente que era lesbiana? No, pero a mi círculo se lo dije. La primera persona a la que se lo dije fue mi mejor amigo, Tolia. Curiosamente, fue una experiencia divertida. En ese momento, yo estaba en el hospital por una inflamación, nada grave. Lo llamé y le pedí que viniera porque tenía algo importante que decirle. Él asumió que estaba relacionado con mi ingreso en el hospital, quizás una enfermedad grave como el cáncer. Así que corrió hasta mi habitación, muy preocupado, y me preguntó: “Ielena, ¿qué está pasando?”. Le dije que no podía hablar allí, que saliéramos al jardín. Cuando nos sentamos, estaba muy ansioso: “Dímelo ya, lo que sea, estaré siempre contigo, no te preocupes”. Finalmente, tomé aire y le dije: “Tolia, soy lesbiana”. Su respuesta fue inmediata: “¿Y qué?”. Yo insistí: “Soy lesbiana... es horrible”. Para mí ser lesbiana era algo grave, así se vive en mi país. Y él, aliviado, me contestó: “No es horrible, pensé que estabas muriendo. Solo eres lesbiana” Al principio, veía a los activistas LGTBIQ+ en Rusia como personas extrañas y algo desquiciadas. Pensaba que nuestros derechos eran algo fácil de reivindicar, que solo tenía que salir a la calle, sonreír y que la gente me entendería. Pero pronto entendí que no era así. ¿Todos sus amigos y su familia reaccionaron como él?

Mar 24, 2025 - 07:13
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Ielena Kostyutxenko, periodista rusa en el exilio: "Pensé que ser lesbiana era algo horrible, así se vive en mi país"

Ielena Kostyutxenko, periodista rusa en el exilio: "Pensé que ser lesbiana era algo horrible, así se vive en mi país"

La reportera ha arriesgado su vida por dar voz a las personas silenciadas en Rusia, como la comunidad LGBTIQ+, de la cual ella forma parte. En su libro 'El meu país estimat' recoge testimonios y crónicas publicadas en Nóvaya Gazeta, diario cerrado por su crítica a Putin

EEUU se cita con Rusia y Ucrania el próximo lunes en Arabia Saudí para continuar las negociaciones

Ielena Kostyutxenko (Iaroslavl, 1987) fue detenida y agredida en varias ocasiones en Rusia debido a su orientación sexual, su activismo en defensa de los derechos LGTBIQ+ y su labor como periodista durante 17 años en Nóvaya Gazeta, el último diario independiente del país, que cerró por su crítica al presidente Vladímir Putin. También fue amenazada y, ya en el exilio, probablemente envenenada por el mismo Kremlin. Esta periodista rusa, actualmente vive en Boston.

Recuerda con dureza el 24 de febrero de 2022, el día de la invasión rusa de Ucrania. Al enterarse, viajó al país en una misión del periódico, pero tuvo que abandonarlo rápidamente.

El jefe de redacción y la editora del diario la alertaron de que los soldados rusos conocían su paradero y tenían órdenes de matarla. Además, le ordenaron no regresar a Rusia, por lo que decidió quedarse en el extranjero para terminar su libro, que se acaba de editar en catalán con el título El meu país estimat [Mi país querido] en la editorial La Segona Perifèria.

Se mudó a un apartamento en Berlín, donde escribió gran parte de su obra. Durante un viaje a Múnich para solicitar el visado que le permitiría regresar a Ucrania para intentar volver a cubrir la guerra, comenzó a sentirse mal. Los médicos le diagnosticaron un posible envenenamiento, que ella atribuye sin duda al Kremlin.

¿Cómo describiría su querido país, Rusia?

Es muy doloroso para mí describirlo de la manera en que lo haré. Mi país, mi querido país, está enfermo de fascismo. Mi abuelo luchó contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, y esperaba que nunca volviera a nuestra tierra, pero ahora está arraigado en nuestro suelo. Mi país ha iniciado una guerra contra Ucrania, una guerra injusta e injustificada. Mi país juega con el miedo y silencia a su gente. Mi país obliga a los periodistas a exiliarse.

Mi país tiene 1.200 presos políticos, y solo conocemos a los que están registrados; probablemente haya muchos más. En mi país, no puedo estar tranquila siendo mujer, y mucho menos siendo lesbiana. El nivel de represión en mi país solo se puede comparar con la época de la Unión Soviética.

Es mujer, es lesbiana y fue periodista en uno de los diarios más críticos con el Gobierno de Putin.

Soy todo lo que el Kremlin odia. Ser mujer significa ser vulnerable, y ser una mujer lesbiana significa serlo el doble. En Rusia, nuestros políticos afirman que están regresando a los “valores tradicionales”, esos valores se están manifestando en la creciente pérdida de derechos de las mujeres, como el derecho al aborto.

El Estado reclama derechos sobre el cuerpo de las mujeres. Quieren que seamos órganos reproductivos, encargados de generar nuevos ciudadanos para este régimen. Algunos diputados han propuesto pagar dinero a las chicas que tengan un hijo antes de graduarse del colegio. También hay represión específica contra la comunidad LGTBIQ+. Tenemos que vivir en secreto.

En mi primera marcha del Orgullo en Moscú terminé en el hospital tras ser agredida por manifestantes contrarios

¿No podía decir abiertamente que era lesbiana?

No, pero a mi círculo se lo dije. La primera persona a la que se lo dije fue mi mejor amigo, Tolia. Curiosamente, fue una experiencia divertida. En ese momento, yo estaba en el hospital por una inflamación, nada grave. Lo llamé y le pedí que viniera porque tenía algo importante que decirle.

Él asumió que estaba relacionado con mi ingreso en el hospital, quizás una enfermedad grave como el cáncer. Así que corrió hasta mi habitación, muy preocupado, y me preguntó: “Ielena, ¿qué está pasando?”. Le dije que no podía hablar allí, que saliéramos al jardín.

Cuando nos sentamos, estaba muy ansioso: “Dímelo ya, lo que sea, estaré siempre contigo, no te preocupes”. Finalmente, tomé aire y le dije: “Tolia, soy lesbiana”. Su respuesta fue inmediata: “¿Y qué?”.

Yo insistí: “Soy lesbiana... es horrible”. Para mí ser lesbiana era algo grave, así se vive en mi país. Y él, aliviado, me contestó: “No es horrible, pensé que estabas muriendo. Solo eres lesbiana”

Al principio, veía a los activistas LGTBIQ+ en Rusia como personas extrañas y algo desquiciadas. Pensaba que nuestros derechos eran algo fácil de reivindicar, que solo tenía que salir a la calle, sonreír y que la gente me entendería. Pero pronto entendí que no era así.

¿Todos sus amigos y su familia reaccionaron como él?

Sí, ni mis amigos ni mi familia me rechazaron; siguen apoyándome en todo. Incluso el jefe de redacción de Novaya Gazeta estuvo a mi lado. Recuerdo que cuando fui por primera vez a una marcha del Orgullo en Moscú, a mi pareja de entonces la arrestó la policía y yo terminé nuevamente en el hospital tras ser agredida por manifestantes contrarios, y él vino a verme.

¿Cómo eran esas marchas del Orgullo?

Siempre nos golpeaban los manifestantes contrarios, muchas veces hasta el punto de acabar en el hospital. La policía esperaba a que terminaran de apalizar a los activistas para después arrestarnos a nosotros, las víctimas.

Ielena Kostyutxenko, en el debate del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) sobre las realidades silenciadas en la Rusia de Putin

En el libro explica que, inicialmente, tenía una visión negativa de los activistas LGTBIQ+ rusos, pero al unirse a las marchas del Orgullo en Moscú cambió. ¿A qué se debió esa primera impresión negativa de los activistas?

Era joven e ingenua. Cuando empecé a cuestionarme mis derechos como lesbiana, busqué en Google cómo podría casarme y tener hijos siendo quien soy. Descubrí que, en otros países, esos derechos no se otorgaban, sino que la comunidad LGTBIQ+ los había conquistado a base de protestas.

Al principio, veía a los activistas LGTBIQ+ en Rusia como personas extrañas y algo desquiciadas. Los veía en pequeños grupos, mal vestidos, siendo golpeados y maldecidos en las protestas.

Pensaba que los derechos LGTBIQ+ eran algo fácil de reivindicar, que solo tenía que salir a la calle, vestirme bien, sonreír y que la gente me entendería. Pero pronto entendí que no era así. Al involucrarme en el activismo, comprendí que esos activistas no eran raros, simplemente estaban agotados de luchar y de arriesgarse por su vida.

¿Existen espacios seguros dentro de Rusia para el colectivo, o la clandestinidad es la única opción?

Ahora mismo, la clandestinidad es la única opción. Estoy colaborando con un grupo de lesbianas, que incluye a 400 mujeres de toda Rusia. Algunas están en Ucrania y otras en Bielorrusia, pero muchas siguen en Rusia. Viven vidas muy secretas y están muy bien organizadas.

La homofobia en Rusia es una política estatal.

Supongo que en general toda la comunidad LGTBIQ+ está muy organizada en el país.

Sí, pero las metas han cambiado. Antes de la invasión a gran escala, el objetivo de la comunidad era llegar a la sociedad en general, a la mayoría, para pedir sus derechos y explicar por qué los necesitaban. Sin embargo, debido al alto nivel de represión actual, el objetivo ha cambiado.

Hoy en día, la prioridad es la supervivencia. El principal enfoque de los activistas LGTBIQ+ en este momento es el apoyo mutuo dentro de la comunidad. Cuando se reúnen, apagan los móviles por seguridad, para que el Kremlin no los rastree. Estas personas son verdaderos superhéroes. Son incluso más admirables que Batman. Están haciendo todo esto en una Rusia extremadamente homofóbica.

¿La homofobia en el país está normalizada?

Ahora mismo es una política estatal, ya que existen leyes contra las personas LGTBQ+. Hay una ley llamada “propaganda anti-LGTBQ+”, que básicamente prohíbe cualquier información neutral o positiva sobre el movimiento LGTBQ+. También establece que somos socialmente desiguales a las demás personas. Y el «movimiento LGBTQ+ internacional» fue designado como grupo extremista. 

Existen casos de chicas en el país procesadas por llevar pendientes con el símbolo del arcoíris o amenazadas por llevar el cabello corto. Y claramente también asesinatos por el simple hecho de formar parte del colectivo.

En cuanto a la reacción de la sociedad civil ante la homofobia, depende de cada caso concreto. Hay situaciones en las que las personas participan en acciones violentas contra el colectivo LGTBQ+, pero también hay casos en los que intentan proteger y salvar a la comunidad. Es una decisión moral de cada individuo, y no se puede generalizar.

al abrir los mensajes del móvil, leía cosas como: "Te vamos a quemar viva", "Te vamos a cortar la cabeza", "Te violaré hasta que mueras"

¿La población rusa es consciente de la represión que se vive en el país?

La mayoría de los medios independientes están bloqueados en Rusia, de hecho, casi todos. Por eso, es muy difícil estar bien informado. Es cierto que existen aún páginas web y canales de Telegram. Las personas que logran utilizar la encriptación y desbloquear estos recursos, las que hacen ese gran esfuerzo, sí están al tanto de la represión. Pero no es fácil hacer el esfuerzo, por lo que muchas personas, básicamente, no son conscientes de lo que está sucediendo.

¿Cómo era su día a día siendo periodista en uno de estos medios independientes de Rusia, el Nóvaya Gazeta?

Novaya Gazeta fue mi segunda familia, mi familia elegida. Me encantaba el periodismo como proceso. Disfrutaba mucho viajando y conociendo gente nueva. Pero veía día a día como compañeros míos periodistas eran asesinados y sabía que me estaba jugando la vida dedicándome a esto.

¿Recibía muchas amenazas?

Como no solo trabajaba en Novaya Gazeta, sino que también era activista LGTBIQ+, recibí numerosas amenazas de desconocidos en mis redes sociales. Al abrir los mensajes de Instagram, leía cosas como: “Te vamos a quemar viva”, “Te vamos a cortar la cabeza”, “Te violaré hasta que mueras”. Y nunca sabes si esas personas te escriben por ser periodista, por ser lesbiana, por ser activista LGTBIQ+ o por ser mujer. No lo sé.

No solía tomarme esas amenazas demasiado en serio, pero si sentía que algo no estaba bien, lo reportaba a mi editor. Entonces, aplicábamos algunos protocolos de seguridad. En una ocasión, incluso tuve que abandonar el país debido a la amenaza de ser arrestada por traición al estado. Fui a Barcelona durante tres semanas, y luego pude regresar a Rusia esa vez. Al final, me acostumbré a vivir con la incertidumbre y las amenazas, que se convirtieron en una constante que me obligaba a irme del país para poder seguir con vida, pero actualmente ya no puedo volver.

¿Cómo lleva vivir en el exilio y estar lejos de su país?

Intento no pensar en ello. Está claro que no debo regresar por un tiempo, pero espero que la situación cambie y pueda volver, porque extraño mucho Rusia, a mi madre, a mi hermana, a mi gente, mi idioma y mi trabajo.

En este momento, para poder encontrar algo de paz, necesito saber quién fue el responsable de envenenarme. Actualmente, hay una investigación en curso por parte de la policía y la fiscalía alemana, así como otra llevada a cabo por los periodistas de The Insider y Bellingcat, dos medios de comunicación independientes que han investigado con éxito los envenenamientos previos de Navalny, Karamurza y Bykov.

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