Francisco García Pavón. Cuentos II.
Alianza editorial, 1981. 352 páginas. Dividido en dos partes, los liberales y los nacionales, nos retrata la España justo antes y después de la guerra civil, que coincide también con el paso a la edad adulta del protagonista y se articula alrededor del funeral de doña Nati. Los cuentos nos van mostrando diferentes momentos del pueblo, con una galería de personajes que, leídos ahora, están más vivos que nunca. Le comentaba a una amiga que leer este libro te hace comprender la historia reciente de España mucho más que cien tratados sesudos. Si además le sumamos el enfoque cotidiano, a pie de calle, que tanto me gusta, el conjunto es un libro excepcional, de los mejores que he leído este año. Cuando, casi comenzando la lectura, me topé con el cuento de los dos amigos (en un viaje de tren, con mi hijo dormido en mi regazo, pasando las páginas con una sola mano), me atravesó de tal manera que pensé que solo por ese cuento ya merecía la pena haber empezado el libro. La suerte es que hay más, muchos más, cuentos de la misma calidad literaria y hondura sentimental (que no sentimentaloide). Todavía mantengo en la portada la... The post Francisco García Pavón. Cuentos II. first appeared on Cuchitril Literario.
Alianza editorial, 1981. 352 páginas.
Dividido en dos partes, los liberales y los nacionales, nos retrata la España justo antes y después de la guerra civil, que coincide también con el paso a la edad adulta del protagonista y se articula alrededor del funeral de doña Nati. Los cuentos nos van mostrando diferentes momentos del pueblo, con una galería de personajes que, leídos ahora, están más vivos que nunca.
Le comentaba a una amiga que leer este libro te hace comprender la historia reciente de España mucho más que cien tratados sesudos. Si además le sumamos el enfoque cotidiano, a pie de calle, que tanto me gusta, el conjunto es un libro excepcional, de los mejores que he leído este año.
Cuando, casi comenzando la lectura, me topé con el cuento de los dos amigos (en un viaje de tren, con mi hijo dormido en mi regazo, pasando las páginas con una sola mano), me atravesó de tal manera que pensé que solo por ese cuento ya merecía la pena haber empezado el libro. La suerte es que hay más, muchos más, cuentos de la misma calidad literaria y hondura sentimental (que no sentimentaloide).
Todavía mantengo en la portada la etiqueta de 1€, que es lo que me costó de segunda mano. Una demostración más de que no es lo mismo valor que precio.
Excelente.
—¿En qué piensa usted, Natividad?
Hizo un gesto profundo, preocupado y detuvo el carrillo; sin duda temía que con el traqueteo sobre los adoquines no se la oyera bien. Estábamos ya junto a «Villa Pepita», que era el prostíbulo más elegante de la población.
—Pensaba —rompió al fin— que personas como nosotros, como don Jacinto, como Meliano… como Salmerón, no podremos gobernar por mucho tiempo. Somos demasiado tiernos, crédulos y entusiastas… Infantiles. Ser liberal es estar demasiado de acuerdo con lo espontáneo, con la naturaleza, con los impulsos del corazón. Somos sensitivos y románticos. Y el Estado es una cosa artificial o al menos dura, que requiere maniobrismo, frialdad, cálculo, cinismo, crueldad sin medida a veces. Harían falta republicanos con barboquejo y no los hay. Somos unos ilusos. Y los reaccionarios, no, porque se basan en la concretísima razón de su dinero, de su bienestar y del palo duro a quien se mueva. Ahí no hay engaño. Nosotros defendemos ideales, fórmulas de ensueño, como si todos fuésemos buenos. Ellos, como si todos fuésemos malos. Somos unos ilusos. Ya lo verás. Si a don Jacinto lo nombraran alcalde… empezaría con ensueños líricos de amor al prójimo, de bondad natural, de instrucción y cultura y un día se encontraría con los pies bien aferrados por gentes más prácticas que saben dónde van. «Por los buenos administradores… de su casa», que dijo el poeta. Somos políticos de tertulia, de casino, pero a la hora de la verdad vendrán los extremosos de uno y otro lado, los que creen que todo está bien y los que creen que todo hay que hacerlo de nuevo, y nos aherrojarán para qué sé yo cuántos años, como siempre. Los liberales no somos un producto político sino cordial, lírico. Lo he visto bien claro ante el infantilismo de don Jacinto y de Meliano. Me he acordado de aquellos liberales de antaño… Nuestro reino no es de este mundo.
Se abrió una ventana de «Villa Pepita» y dos furcias desgreñadas, sonriendo, empezaron a colocar unas colgaduras con la bandera tricolor.
—¡Uf! —refunfuñó doña Nati, y arreó el macho de mal talante.
En el campo no parecía el día de la República. Estaba como siempre. Un poco más solitario. Tan sugestionados estábamos por el acontecimiento, al menos yo, que pensé que hasta la naturaleza se hubiese renovado de manera notable. O que los labriegos habrían adoptado especiales fórmulas de manifestación. Sí, recuerdo a la perfección que hacía un calor prematuro.
—Cánovas era un liberal —musitó mamá al cabo de un rato. Sin duda, queriendo significar que no todos los liberales habían de ser como don Jacinto o Meliano… o nosotros.
Doña Nati la miró con severidad.
—Cánovas era un astuto que daba una a Dios y otra al diablo.
Mamá no se atrevió a replicar.
En toda la llanura se veía un solo carro. Un solo viandante. La República estaba en el pueblo.
Al cabo de un gran trecho nos encontramos un ciclista que traía un gran ramo de romero atado al manillar.
Doña Nati desfrunció el gesto, hizo un esfuerzo por animarse y rompió a cantar con aquella voz que tenía:
Vengo del monte corriendo
de por romero y tomillo
que es un aroma campestre
que me recuerda un cariño.
—Venga, niños, a cantar:
Vengo del monte corriendo…
Y todos cantamos con las voces quebradizas de la primera mañana.
—Me gusta ese cantar por lo del «cariño» —comentó doña Nati—. Es más bonito decir un cariño que un amor o una pasión y demás borriquerías… Tener un cariño. Eso está bien.
Hacia la mitad del camino del Atajadero, donde íbamos, la muchacha y nosotros los niños estábamos cansados del traqueteo del carrillo y decidimos hacer andando el trecho que faltaba… No era prudente dar los pasos muy largos, sino dejaríamos el carrillo muy atrás.
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