La liberación de la máscara
El arte fue otro de los permisos penitenciarios de Wojnarowicz. A los veinticuatro años, concibió una serie de fotografías donde posaba con una máscara de Rimbaud —una fotocopia ampliada con dos agujeros en los ojos— en distintos lugares de Nueva York durante la década de los setenta. La ciudad atravesaba uno de sus momentos más... Leer más La entrada La liberación de la máscara aparece primero en Zenda.

Para David Wojnarowicz, el amor fue un permiso penitenciario con el que escapaba de una soledad asediada por fantasmas. O quizá, cuando amaba, retornaba a las esquinas traumáticas de su vida, pero sin odiarse. Es difícil trazar aquí el camino, si fue de ida o de vuelta: ¿el amor es una evasión o una reconciliación con uno mismo? Posiblemente ambas cosas no estén necesariamente separadas. Algo similar ocurre con las máscaras. En cualquier caso, escribió: Mientras lo amaba (…) Vi cómo me liberaba de los silencios de la vida interior.
Con su máscara de Rimbaud quiso renombrar su pasado. Ser otro, para ser uno mismo: ese es el secreto paradójico del arte, pero también del amor.
Wojnarowicz posa, desconocemos su cara, si sonríe o no, si sus ojeras pueden hablarnos de su agotamiento y sus ojos de su tristeza. No hay clima emocional. La máscara levanta una barrera para que nadie se escandalice de nuestro rostro, donde pueden acumularse los miedos. Wojnarowicz se encuentra junto a la salida del metro de Times Square. Es una fotografía que tiene ruido y silencio: a un lado, alguien cruza la calle sobre un asfalto descuidado, aparecen coches y el horizonte empañado; al otro, el anuncio de McDonald sobre la salida del metro y Rimbaud, posando con un chaleco y pantalones vaqueros, una camiseta de manga corta y una pulsera.
Olivia Laing, en su libro sobre la soledad y el arte titulada La ciudad solitaria. Aventuras en el arte de estar solo, dedica varias páginas a este artista y menciona la palabra alemana Maskenfreiheit, que define la libertad que proporcionan las máscaras. Somos libres cuando el pasado abandona su silencio. Wojnarowicz está enmascarado por Rimbaud, quizá así ha logrado ser él mismo.
No todos los amores liberan: Rimbaud poetizó el sufrimiento de su relación tumultuosa con Verlaine, que terminó cuando fue disparado por su amante. Para ser homosexual, había que llevar máscara. La máscara es un juego de distancias: nos aleja del mismo modo que nos aproxima.
Todos somos Wojnarowicz. Todos nos enmascaramos cuando conocemos a alguien, cuando viajamos, cuando asistimos a una entrevista de trabajo, cuando nos maquillamos, nos cortamos el pelo o nos retocamos con cirugía estética. Estas máscaras no son Rimbaud, no hablan de nosotros y lejos de ser una liberación, más bien pueden ser diversos intentos de escapismo. Hay malas máscaras, como hay malos amores. La diferencia la marca la posibilidad del retorno a uno mismo, siendo otro, liberado.
Miro a Wojnarowicz siendo Rimbaud y admiro la estrategia para reconciliarse consigo mismo y con ese pasado que aprieta e interroga: ¿podré ser feliz algún día a pesar de…? Si lo fue o no, no me parece relevante, prefiero detenerme en su serie de fotografías Arthur Rimbaud en Nueva York y su lucha por reconquistar lo que fue, con todo el sufrimiento acumulado. Amar lo que fue, a pesar de lo que fue. En Rimbaud encontró a un igual, alguien con quien podía identificarse. Esa máscara fue una forma de no estar solo. Su soledad superó el silencio. La palabra “máscara” y “persona” provienen de la misma etimología.
El amor nos hace ser otros, y solo así logramos ser nosotros mismos, como si antes hubiésemos vividos sin unidad, enemistados con nuestro pasado y nuestro cuerpo. Las máscaras también funcionan así: en la fantasía de ser otros nos reconciliamos con alguien que anhelamos ser. Pero no siempre enmascarados somos mejores. A menudo, sencillamente, dejamos de ser. Wojnarowicz se fotografió en ese terreno movedizo, donde la cara de Rimbaud fue el pretexto para volver a la soledad del sufrimiento que nos esculpe y nos escupe, pero que solo se aprecia en ese juego de distancias que proporciona el arte. La reconciliación con uno mismo requiere cierta lejanía, con la promesa de retorno. Wojnarowicz tuvo que ser Rimbaud, para quizá, después, volver a ser Wojnarowicz.
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