«El Señor elige siempre al Papa que se necesita»
El lunes por la tarde, mientras España asiste con sorpresa y cierta resignación al gran apagón , el enésimo fin del mundo de los últimos años después de la pandemia del coronavirus y el temporal 'Filomena', en el Seminario Conciliar de San Ildefonso , a espaldas de la catedral primada de Toledo, reina el silencio. La calma. Rodrigo, Antonio y José Armando reciben a ABC en el imponente patio, convocados para hablar del sucesor de San Pedro y cuyo cónclave arranca el 7 de mayo. «Da igual que sea africano, asiático o europeo, lo importante es que se haga la voluntad de Dios», considera José Armando Bopelebó Buepoyó, nacido hace 21 años en Guinea Ecuatorial, antigua colonia española, y que ha sido «enviado por mi obispo» a Toledo para completar sus estudios eclesiásticos. «Esto no es como la política, donde un partido destruye lo que ha hecho el anterior. La labor del próximo Papa tiene que ser continuista para llevar el Evangelio a todo el mundo y para que la gente se encuentre con Cristo», afirma el talaverano Rodrigo Arnanz Guio, también de 21 años. «Pienso que cada Papa ha sido un regalo para la Iglesia. Muchos de los del siglo XX han sido santos. El Señor elige en cada momento al Papa que se necesita. Estoy convencido de que el Espíritu Santo va a inspirar a los cardenales. Cuando murió Juan Pablo II nos preguntábamos: ¿y ahora qué? Y vino Benedicto XVI, que fue otro gran Papa, y luego Francisco, que ha sido el Papa de la esperanza. Confío en que el Señor va a hablar y actuar», reflexiona Antonio Corral Pérez, natural de Torrijos, desde la experiencia que le dan sus 54 años. Hace sólo unos meses, en noviembre de 2024, los tres viajaron a Roma en un viaje de la provincia eclesiástica de Toledo. «Era una audiencia privada y fue un encuentro gozoso, alegre, con un trato muy cercano, muy amable. Pudimos estrechar la mano del Santo Padre uno a uno. Yo le dije que era de Torrijos y le hablé de Teresa Enríquez, que es venerable y está en proceso de beatificación. Sonrió, pero no me contestó nada», recuerda Antonio, el segundo alumno más mayor del seminario. Por su parte, Rodrigo destaca de Francisco que «ha llevado el Evangelio a los más marginados de la sociedad; su misión era que todos los sacerdotes fueran pastores con olor a oveja , que estuvieran con la gente y que conocieran sus necesidades». A ambos la muerte del Papa les pilló de vacaciones tras la Semana Santa. En cambio, José Armando se enteró porque escuchó tañer las campanas de la catedral «durante cinco, diez minutos y no era una hora en punto». En la actualidad son 79 los alumnos del seminario de Toledo. Además de España, proceden de otros cinco países: Burundi, Congo, Guinea Ecuatorial, El Salvador y Nicaragua. Álvaro García Paniagua, el rector, explica que «siempre acogemos a ocho o diez de países pobres, que vienen becados y luego vuelven a su diócesis». O como asegura Antonio: «El Señor tiene para cada uno una historia de vocación diferente». La suya es curiosa. Ingeniero de caminos, está convencido de que «en mi vida la Providencia ha estado actuando». «Sentí la inquietud con 24-25 años en Fátima (Portugal). Me asusté mucho, no se lo confesé a nadie, pero ese deseo de ser sacerdote seguía ahí. Entonces mi madre cayó enferma: sufrió un ictus cerebral y se le quedó medio cuerpo paralizado. Pensé que el Señor no quería que lo fuera porque tenía que cuidar de mi madre. Fueron pasando los años y en una peregrinación a Lourdes (Francia) tuve el mismo deseo. Incluso vine a Toledo hablar con el rector, pero no dí el paso. Al final, mi madre falleció en enero de 2024 y al día siguiente del entierro ya estaba preguntando para ver cuándo empezaba a hacer el discernimiento. Lo que me da tranquilidad es que, aunque exista ese deseo, luego la Iglesia es la que confirma que hay una vocación», explica en unos minutos un relato que abarca las tres últimas décadas. Rodrigo procede de «una familia cristiana» y en el día a día de su adolescencia «Dios tenía poca relevancia». Sin embargo, «a los 15-16 años me acerqué al grupo de jóvenes de mi parroquia y poco a poco, en peregrinaciones o voluntariados, me fui encontrando con el amor de Dios. Un día tomando algo con un amigo, que era la última persona de la que lo esperaría, me reveló que iba a entrar en el seminario. Fue un momento impactante en el que me sentí comprendido». Todo cuadró, y Rodrigo concibió « la importancia de ser sacerdote, de entregar mi vida para salvar las almas y para que la gente pueda conocer a Cristo». Preguntado sobre por qué quiere ser cura, José Armando se encoge de hombros: «Me gustaría que Dios pudiera responder». Y echa la vista atrás, a cuando era un niño «y me encantaban las cosas de la Iglesia y la catequesis; eso sí, detestaba a los monaguillos. No quería ser sacerdote, pero el Señor tenía otros pensamientos. Vivíamos en Malabo, la capital de Guinea Ecuatorial, mi padre enfermó y tuvimos que vender nuestra casa para pagar el tratamiento. Nos fuimos al pueblo, que es donde obtuve la
El lunes por la tarde, mientras España asiste con sorpresa y cierta resignación al gran apagón , el enésimo fin del mundo de los últimos años después de la pandemia del coronavirus y el temporal 'Filomena', en el Seminario Conciliar de San Ildefonso , a espaldas de la catedral primada de Toledo, reina el silencio. La calma. Rodrigo, Antonio y José Armando reciben a ABC en el imponente patio, convocados para hablar del sucesor de San Pedro y cuyo cónclave arranca el 7 de mayo. «Da igual que sea africano, asiático o europeo, lo importante es que se haga la voluntad de Dios», considera José Armando Bopelebó Buepoyó, nacido hace 21 años en Guinea Ecuatorial, antigua colonia española, y que ha sido «enviado por mi obispo» a Toledo para completar sus estudios eclesiásticos. «Esto no es como la política, donde un partido destruye lo que ha hecho el anterior. La labor del próximo Papa tiene que ser continuista para llevar el Evangelio a todo el mundo y para que la gente se encuentre con Cristo», afirma el talaverano Rodrigo Arnanz Guio, también de 21 años. «Pienso que cada Papa ha sido un regalo para la Iglesia. Muchos de los del siglo XX han sido santos. El Señor elige en cada momento al Papa que se necesita. Estoy convencido de que el Espíritu Santo va a inspirar a los cardenales. Cuando murió Juan Pablo II nos preguntábamos: ¿y ahora qué? Y vino Benedicto XVI, que fue otro gran Papa, y luego Francisco, que ha sido el Papa de la esperanza. Confío en que el Señor va a hablar y actuar», reflexiona Antonio Corral Pérez, natural de Torrijos, desde la experiencia que le dan sus 54 años. Hace sólo unos meses, en noviembre de 2024, los tres viajaron a Roma en un viaje de la provincia eclesiástica de Toledo. «Era una audiencia privada y fue un encuentro gozoso, alegre, con un trato muy cercano, muy amable. Pudimos estrechar la mano del Santo Padre uno a uno. Yo le dije que era de Torrijos y le hablé de Teresa Enríquez, que es venerable y está en proceso de beatificación. Sonrió, pero no me contestó nada», recuerda Antonio, el segundo alumno más mayor del seminario. Por su parte, Rodrigo destaca de Francisco que «ha llevado el Evangelio a los más marginados de la sociedad; su misión era que todos los sacerdotes fueran pastores con olor a oveja , que estuvieran con la gente y que conocieran sus necesidades». A ambos la muerte del Papa les pilló de vacaciones tras la Semana Santa. En cambio, José Armando se enteró porque escuchó tañer las campanas de la catedral «durante cinco, diez minutos y no era una hora en punto». En la actualidad son 79 los alumnos del seminario de Toledo. Además de España, proceden de otros cinco países: Burundi, Congo, Guinea Ecuatorial, El Salvador y Nicaragua. Álvaro García Paniagua, el rector, explica que «siempre acogemos a ocho o diez de países pobres, que vienen becados y luego vuelven a su diócesis». O como asegura Antonio: «El Señor tiene para cada uno una historia de vocación diferente». La suya es curiosa. Ingeniero de caminos, está convencido de que «en mi vida la Providencia ha estado actuando». «Sentí la inquietud con 24-25 años en Fátima (Portugal). Me asusté mucho, no se lo confesé a nadie, pero ese deseo de ser sacerdote seguía ahí. Entonces mi madre cayó enferma: sufrió un ictus cerebral y se le quedó medio cuerpo paralizado. Pensé que el Señor no quería que lo fuera porque tenía que cuidar de mi madre. Fueron pasando los años y en una peregrinación a Lourdes (Francia) tuve el mismo deseo. Incluso vine a Toledo hablar con el rector, pero no dí el paso. Al final, mi madre falleció en enero de 2024 y al día siguiente del entierro ya estaba preguntando para ver cuándo empezaba a hacer el discernimiento. Lo que me da tranquilidad es que, aunque exista ese deseo, luego la Iglesia es la que confirma que hay una vocación», explica en unos minutos un relato que abarca las tres últimas décadas. Rodrigo procede de «una familia cristiana» y en el día a día de su adolescencia «Dios tenía poca relevancia». Sin embargo, «a los 15-16 años me acerqué al grupo de jóvenes de mi parroquia y poco a poco, en peregrinaciones o voluntariados, me fui encontrando con el amor de Dios. Un día tomando algo con un amigo, que era la última persona de la que lo esperaría, me reveló que iba a entrar en el seminario. Fue un momento impactante en el que me sentí comprendido». Todo cuadró, y Rodrigo concibió « la importancia de ser sacerdote, de entregar mi vida para salvar las almas y para que la gente pueda conocer a Cristo». Preguntado sobre por qué quiere ser cura, José Armando se encoge de hombros: «Me gustaría que Dios pudiera responder». Y echa la vista atrás, a cuando era un niño «y me encantaban las cosas de la Iglesia y la catequesis; eso sí, detestaba a los monaguillos. No quería ser sacerdote, pero el Señor tenía otros pensamientos. Vivíamos en Malabo, la capital de Guinea Ecuatorial, mi padre enfermó y tuvimos que vender nuestra casa para pagar el tratamiento. Nos fuimos al pueblo, que es donde obtuve la vocación. Allí no había monaguillos y así empecé».
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