El legado de una Iglesia cercana

Siento una profunda tristeza por la muerte del papa Francisco. Es un sentimiento que comparten cientos de millones de personas en todo el mundo y que trasciende al catolicismo: Francisco era un líder espiritual cuyo mensaje, aunque firmemente asentado sobre los cimientos de la Iglesia católica apostólica romana, llegaba a todas las personas de buena voluntad.Tuve el privilegio de tener un trato frecuente cuando era arzobispo de Buenos Aires. Conversábamos con frecuencia en su austera oficina frente a Plaza de Mayo. Atesoro esas charlas como una de las bendiciones que me dio la vida. Por eso fue tan grande mi emoción al enterarme de que el padre Jorge Bergoglio había sido elegido papa el 13 de marzo de 2013. Luego lo visité en algunas oportunidades en Santa Marta y mantuve con él un rico intercambio epistolar. Se conjugaban en Francisco, sin contradicción, el hombre de una acendrada espiritualidad y de una religiosidad sin máculas con el líder que comprendía los complejos vericuetos del poder. Si su mirada estaba en el cielo, sus pies sabían transitar los caminos de la política. De ahí que fuera una voz de consulta para dirigentes de muy diversas extracciones. Impulsado desde muy joven por las cuestiones filosóficas y teológicas, que dominaba con soltura, no dejó nunca de ser un porteño cabal, amante del fútbol y del tango. Sus convicciones religiosas no lo encerraron jamás en un dogmatismo que le impidiera disfrutar de la compañía y la conversación de personas formadas en otras tradiciones. Sentía una enorme admiración por el agnóstico Jorge Luis Borges, a quien llevó a dar algunas conferencias cuando dictaba un curso de literatura en su juventud. Ese mismo espíritu lo hizo impulsar el encuentro entre las grandes religiones monoteístas.Su preocupación por los temas terrenales lo hizo acercarse en algún momento de su vida al peronismo, pero esa lejana simpatía de un joven que había crecido en un hogar radical, de modo alguno influyó en su magisterio como pastor. En lugar de destacar que el Papa era argentino, muchos insistían en denostarlo como el “Papa peronista”. El resto del mundo, ajeno a esas minucias provincianas, vio en él a un líder religioso que sin negar los dogmas de la Iglesia abordaba los conflictos de las personas con enorme humanidad, buscando antes la comprensión que el castigo o la discriminación. Su prédica en temas de políticas públicas, y en especial de cuestiones económicas, se mantuvo estrictamente dentro de los cánones de la doctrina social de la Iglesia, que nace de la Encíclica Rerum Novarum, de fines del siglo XIX, adaptada, por cierto, a los tiempos que corren. La estigmatización que recibió de algunos fanáticos como “comunista” es tan absurda que solo los caracteriza a ellos. Por el contrario, promovió la iniciativa individual, pero entendió que ella por sí sola no alcanzaba para terminar con las grandes injusticias e inequidades que se viven en el mundo. Alentaba una economía capitalista con rostro humano, que no se desentendiera de los pobres ni de los que sufren.En el mismo sentido, fue consistente en su prédica por la necesidad de respetar el ambiente, en especial en su encíclica Laudato Si, con su vigoroso llamado a no dañar la casa común que es el planeta Tierra, hoy desafiada por doctrinas que niegan la contaminación ambiental y el cambio climático.Despertó críticas, también, entre los sectores más conservadores de la Iglesia, que no advierten la necesidad de una reforma dentro de la tradición y que, con su cerrazón y su clericalismo, solo debilitan al catolicismo. Es de esperar que el nuevo Papa continúe por ese sendero para que el mensaje de la Iglesia, en momentos de tanta incertidumbre, llegue con fuerza a todos los rincones del mundo.Adiós, querido Francisco. Ya lo estamos extrañando, pero su legado está cada día más vivo. Que Dios lo tenga en su Santa Gloria.Exdiputado nacional, presidente Asociación Civil Justa Causa

Abr 21, 2025 - 20:57
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El legado de una Iglesia cercana

Siento una profunda tristeza por la muerte del papa Francisco. Es un sentimiento que comparten cientos de millones de personas en todo el mundo y que trasciende al catolicismo: Francisco era un líder espiritual cuyo mensaje, aunque firmemente asentado sobre los cimientos de la Iglesia católica apostólica romana, llegaba a todas las personas de buena voluntad.

Tuve el privilegio de tener un trato frecuente cuando era arzobispo de Buenos Aires. Conversábamos con frecuencia en su austera oficina frente a Plaza de Mayo. Atesoro esas charlas como una de las bendiciones que me dio la vida. Por eso fue tan grande mi emoción al enterarme de que el padre Jorge Bergoglio había sido elegido papa el 13 de marzo de 2013. Luego lo visité en algunas oportunidades en Santa Marta y mantuve con él un rico intercambio epistolar.

Se conjugaban en Francisco, sin contradicción, el hombre de una acendrada espiritualidad y de una religiosidad sin máculas con el líder que comprendía los complejos vericuetos del poder. Si su mirada estaba en el cielo, sus pies sabían transitar los caminos de la política. De ahí que fuera una voz de consulta para dirigentes de muy diversas extracciones. Impulsado desde muy joven por las cuestiones filosóficas y teológicas, que dominaba con soltura, no dejó nunca de ser un porteño cabal, amante del fútbol y del tango.

Sus convicciones religiosas no lo encerraron jamás en un dogmatismo que le impidiera disfrutar de la compañía y la conversación de personas formadas en otras tradiciones. Sentía una enorme admiración por el agnóstico Jorge Luis Borges, a quien llevó a dar algunas conferencias cuando dictaba un curso de literatura en su juventud. Ese mismo espíritu lo hizo impulsar el encuentro entre las grandes religiones monoteístas.

Su preocupación por los temas terrenales lo hizo acercarse en algún momento de su vida al peronismo, pero esa lejana simpatía de un joven que había crecido en un hogar radical, de modo alguno influyó en su magisterio como pastor. En lugar de destacar que el Papa era argentino, muchos insistían en denostarlo como el “Papa peronista”. El resto del mundo, ajeno a esas minucias provincianas, vio en él a un líder religioso que sin negar los dogmas de la Iglesia abordaba los conflictos de las personas con enorme humanidad, buscando antes la comprensión que el castigo o la discriminación.

Su prédica en temas de políticas públicas, y en especial de cuestiones económicas, se mantuvo estrictamente dentro de los cánones de la doctrina social de la Iglesia, que nace de la Encíclica Rerum Novarum, de fines del siglo XIX, adaptada, por cierto, a los tiempos que corren. La estigmatización que recibió de algunos fanáticos como “comunista” es tan absurda que solo los caracteriza a ellos. Por el contrario, promovió la iniciativa individual, pero entendió que ella por sí sola no alcanzaba para terminar con las grandes injusticias e inequidades que se viven en el mundo. Alentaba una economía capitalista con rostro humano, que no se desentendiera de los pobres ni de los que sufren.

En el mismo sentido, fue consistente en su prédica por la necesidad de respetar el ambiente, en especial en su encíclica Laudato Si, con su vigoroso llamado a no dañar la casa común que es el planeta Tierra, hoy desafiada por doctrinas que niegan la contaminación ambiental y el cambio climático.

Despertó críticas, también, entre los sectores más conservadores de la Iglesia, que no advierten la necesidad de una reforma dentro de la tradición y que, con su cerrazón y su clericalismo, solo debilitan al catolicismo. Es de esperar que el nuevo Papa continúe por ese sendero para que el mensaje de la Iglesia, en momentos de tanta incertidumbre, llegue con fuerza a todos los rincones del mundo.

Adiós, querido Francisco. Ya lo estamos extrañando, pero su legado está cada día más vivo. Que Dios lo tenga en su Santa Gloria.

Exdiputado nacional, presidente Asociación Civil Justa Causa