El curioso truco del mánager de Elvis para lucrarse también con los que no lo soportaban

Con el beneficio en la mira - La obsesión de Tom Parker por mantener el control de la imagen de la leyenda del rock afectó tanto a su carrera como a su vida personal, asegurando que cada escándalo o cambio vital reforzara el negocioLos cuatro malentendidos sobre Elvis Presley que aún se cuestionan No hace falta tener un producto estrella cuando lo que vendes es la reacción. El negocio está en provocar algo, cualquier cosa, incluso rabia. Si alguien grita con entusiasmo o gruñe con desprecio, da igual: ambos están pagando. El marketing más brillante no se basa en lo que gusta, sino en lo que mueve dinero. Y no hay mejor clientela que aquella que odia con pasión. Al final, la provocación bien gestionada es una fuente de ingresos tan válida como el aplauso. Porque un buen hombre de negocios siempre sabe cómo obtener beneficios. No hace falta gustar a todos para hacer negocio En los años 50, mientras buena parte de Estados Unidos discutía si los meneos de cadera de un joven cantante eran arte o amenaza para la moral, Tom Parker ya había encontrado la forma de convertir ese ruido en billetes. Antes de que Elvis Presley se transformara en icono, su representante ya lo había transformado en un producto con ochenta líneas de merchandising. Una de las más rentables, sin duda, fue una que iba en contra de los intereses del cantante: las chapas con la frase Odio a Elvis. El cantante Elvis Presley La idea no era fruto de una estrategia a largo plazo ni de un estudio de mercado elaborado. Era puro instinto. Parker, al que se le conocía como Coronel, se ponía un delantal de vendedor ambulante y, entre abanicos y pulseras, ofrecía chapas tanto para admiradores como para detractores. Tal y como relata Alanna Nash en su biografía The Colonel (The True Story of Colonel Tom Parker and Elvis Presley), el representante tenía chapas de Amo a Elvis y Odio a Elvis para “quienes reaccionaban con fuerza de una u otra forma”. Este planteamiento, que podría parecer contradictorio, se sostenía sobre un principio sencillo: toda reacción vale dinero. Al ver a alguien fruncir el ceño al oír Heartbreak Hotel, Parker no veía un enemigo. Veía a un cliente potencial. “¿No le gusta? Perfecto, también tenemos algo para usted”. Ese planteamiento poco ortodoxo le permitió aprovechar un espectro amplísimo de compradores, desde los que colgaban el retrato de Elvis en su habitación hasta los que juraban no querer verlo ni en pintura. Control absoluto sobre la marca Elvis El merchandising era una parte central del imperio que Parker construyó alrededor de su representado. En 1956, el acuerdo con el distribuidor Hank Saperstein generó más de 22 millones de dólares en productos licenciados. De ese total, el 25 % terminaba en el bolsillo del Coronel, que manejaba cada detalle con una visión empresarial implacable. Tom Parker supo hacer negocio de todo Lo c

Abr 27, 2025 - 14:00
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El curioso truco del mánager de Elvis para lucrarse también con los que no lo soportaban

El curioso truco del mánager de Elvis para lucrarse también con los que no lo soportaban

Con el beneficio en la mira - La obsesión de Tom Parker por mantener el control de la imagen de la leyenda del rock afectó tanto a su carrera como a su vida personal, asegurando que cada escándalo o cambio vital reforzara el negocio

Los cuatro malentendidos sobre Elvis Presley que aún se cuestionan

No hace falta tener un producto estrella cuando lo que vendes es la reacción. El negocio está en provocar algo, cualquier cosa, incluso rabia. Si alguien grita con entusiasmo o gruñe con desprecio, da igual: ambos están pagando. El marketing más brillante no se basa en lo que gusta, sino en lo que mueve dinero.

Y no hay mejor clientela que aquella que odia con pasión. Al final, la provocación bien gestionada es una fuente de ingresos tan válida como el aplauso. Porque un buen hombre de negocios siempre sabe cómo obtener beneficios.

No hace falta gustar a todos para hacer negocio

En los años 50, mientras buena parte de Estados Unidos discutía si los meneos de cadera de un joven cantante eran arte o amenaza para la moral, Tom Parker ya había encontrado la forma de convertir ese ruido en billetes.

Antes de que Elvis Presley se transformara en icono, su representante ya lo había transformado en un producto con ochenta líneas de merchandising. Una de las más rentables, sin duda, fue una que iba en contra de los intereses del cantante: las chapas con la frase Odio a Elvis.

El cantante Elvis Presley

La idea no era fruto de una estrategia a largo plazo ni de un estudio de mercado elaborado. Era puro instinto. Parker, al que se le conocía como Coronel, se ponía un delantal de vendedor ambulante y, entre abanicos y pulseras, ofrecía chapas tanto para admiradores como para detractores.

Tal y como relata Alanna Nash en su biografía The Colonel (The True Story of Colonel Tom Parker and Elvis Presley), el representante tenía chapas de Amo a Elvis y Odio a Elvis para “quienes reaccionaban con fuerza de una u otra forma”.

Este planteamiento, que podría parecer contradictorio, se sostenía sobre un principio sencillo: toda reacción vale dinero. Al ver a alguien fruncir el ceño al oír Heartbreak Hotel, Parker no veía un enemigo. Veía a un cliente potencial. “¿No le gusta? Perfecto, también tenemos algo para usted”. Ese planteamiento poco ortodoxo le permitió aprovechar un espectro amplísimo de compradores, desde los que colgaban el retrato de Elvis en su habitación hasta los que juraban no querer verlo ni en pintura.

Control absoluto sobre la marca Elvis

El merchandising era una parte central del imperio que Parker construyó alrededor de su representado. En 1956, el acuerdo con el distribuidor Hank Saperstein generó más de 22 millones de dólares en productos licenciados. De ese total, el 25 % terminaba en el bolsillo del Coronel, que manejaba cada detalle con una visión empresarial implacable.

Tom Parker supo hacer negocio de todo

Lo curioso es que su forma de gestionar no se limitaba al negocio. También influía en decisiones personales de Presley, como su incorporación al ejército en 1958 o su boda con Priscilla Beaulieu en 1967. Y aunque después del retorno a los escenarios en 1968 se distanció del día a día del cantante, nunca dejó de controlar su imagen.

Esa obsesión por la marca se tradujo incluso en reacciones frente a escándalos mediáticos. Cuando un conocido se indignó por un artículo que insinuaba que Elvis era homosexual, Parker solo respondió con una frase, recogida también en la obra de Nash: “Bueno, ¿han escrito bien su nombre?”.

El odio a Elvis también movía dinero

Hoy en día, aún es posible encontrar ejemplares originales de esas chapas. Circulan por páginas de coleccionismo como pequeñas reliquias de una época en la que el odio también se vendía. Y se vendía bien. Porque lo que Tom Parker entendió antes que nadie fue que cualquier reacción extrema, ya fuera de amor o de rechazo, podía transformarse en un producto más. Esa visión, tan pragmática como efectiva, fue la que convirtió a su representado en una marca que generaba ingresos incluso desde la antipatía.

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