El Pirri en Querido Pirulí y la jerga cheli
Descubrí la faceta de crítico de cine del Pirri mediante el magacín Querido Pirulí, presentado por Fernando García Tola en 1988 en formato radiofónico, con un decorado que simulaba el interior de un estudio de radio —idea que han adoptado hoy día diversos podcasts—, en el que se alternaban entrevistas, actuaciones musicales y conversaciones profundas... Leer más La entrada El Pirri en Querido Pirulí y la jerga cheli aparece primero en Zenda.

Hace poco volví a ver Colegas (1982), de Eloy de la Iglesia, ya que me mudé hace unos meses al barrio madrileño en el que se grabó. Lolita y Antonio, los hijos de Lola Flores, y el icónico José Luis Manzano, que actúa como novio de Lolita, buscan dinero para pagar el aborto de esta, que a ninguna costa quiere confesar a sus padres la verdad. Acuden a la ayuda de Pirri, hermano de Manzano —todos mantienen sus nombres o apodos reales—, y a sus amigos, y Pirri les comenta que son «unos pringaíllos», ya que él, a pesar de ser el hermano pequeño, aquí aparece representado como el gamberro «de verdad», ese niño dicharachero ya curtido por la calle y las desgracias, como en todas las películas que grabó de la mano de este director. En Navajeros (1980), de hecho, ya veíamos a ese Pirri bastante pequeño dejando para la posteridad la emblemática frase: «Venga, a ver si te buscas una musiquilla guapa, ¿no, colega?», de la que hicieron un estribillo Jarfaiter y El Coleta en una de sus colaboraciones más populares y con vocación estética de recuperar lo quinqui.
Descubrí la faceta de crítico de cine del Pirri mediante el magacín Querido Pirulí, presentado por Fernando García Tola en 1988 en formato radiofónico, con un decorado que simulaba el interior de un estudio de radio —idea que han adoptado hoy día diversos podcasts—, en el que se alternaban entrevistas, actuaciones musicales y conversaciones profundas de distinta índole. No encontré esa faceta suya buscándole directamente, sino mediante una entrevista de las entonces jovencísimas poetas Almudena Guzmán y Luisa Castro, invitadas por haber sido accésit y premio Hiperión ese año, respectivamente. «¿Se puede ser poeta sin locura?», preguntaba García Tola. «Estamos como cabras», respondía Almudena Guzmán. «Yo creo que se debe tener la cabeza en su sitio, y tres y cuatro y cinco cabezas a la vez, y a lo mejor eso es una forma de locura, pero es una locura especial», añadía Luisa Castro.
Al otro lado de la mesa, el Pirri esperaba su espacio correspondiente dedicado a la reseña de la película que había visto en el cine esa semana. «Buenas noches, profesor Pirri». Esa semana había visto Tres hombres y un bebé (1987). «Muy puro, me lo pasé muy bien. Me partí el pecho». En alrededor de un minuto rebosante de carisma natural, el actor aprovechaba para comentar sus impresiones, sin necesidad de pedantería, y destacaba otras cuestiones sobre quién había dirigido la película, actores que participaban, una puntuación del 1 al 10 y si había gente o no en la sala. «Yo me senté al lado de dos puretas, no veas como cotilleaban», comentó en alguna ocasión. De hecho, García Tola le presentó en su primera aparición con uno de sus textos literarios de creación propia, que funcionaban a modo de hilo conductor del programa: «Pirri no es un intelectual ni un especialista. Ni siquiera ha sido invitado a dirigir un curso en la Menéndez. Pero en ese estudio tiene una silla y un micrófono y un vaso de agua y algo que decir y alguien que le escucha».
Se dice que fue Francisco Umbral quien denominó «cheli» a la jerga nacida entre los jóvenes de la periferia marginal del Madrid de esa época, que nos ha regalado expresiones como «irse de parranda», «dar un chungo» o «hacer el paripé». De hecho, escritores como Camilo José Cela y Sánchez Ferlosio añadieron vocablos propios de este en La Colmena y El Jarama. Según Margarita de Hoyos (1981), «el origen procede del habla de los gitanos y a veces se nutre de voces extranjeras deformadas; así del inglés money (dinero) se forjó monis y de una mujer hermosa se dice sexi (del inglés sexy); otras veces son galicismos ya existentes en nuestra lengua desde el siglo XVIII: maneras (modales), chocante (que llama la atención), etc.». Umbral publicó su Diccionario cheli en 1983, libro que Lázaro Carreter le animó a escribir: «Ha descrito, sí, el significado de esas palabras acuñadas, para su pobre y encendido empleo, por los jóvenes náufragos del desarrollo: una jerga escasa de piezas y compleja de juego».
En esta obra, Umbral afirma acertadamente: «Parece que toda lengua exige un gran libro para perpetrarse, como pasa con el castellano y el Quijote, según el tópico. ¿Cuál es la obra maestra del cheli? El cheli mismo». El Pirri hablaba cheli y también era el cheli mismo personificado; no necesitaba un bagaje exquisito ni un respaldo de lo intelectual, pues con su gracia natural ya era suficiente. Esa gracia con la que llamaba a su novia «la niña de la trenza», detalle que ella desveló cuando tristemente Pirri murió ese mismo año debido a una supuesta sobredosis y se le dedicó un programa especial en Querido Pirulí. En sus reseñas de películas, hablando sobre el amor, García Tola le preguntó si tenía miedo. «Yo es que nunca he sentido miedo por nada», contestó. «¿Y tienes miedo a que ella te vea y no encuentre el suficiente amor en los ojos?». En ese programa dedicado a su muerte se trató su figura con cariño y respeto, a diferencia de otras entrevistas abordadas desde la condescendencia, tan típicas hacia esas figuras llamadas «delincuentes juveniles» cuyos papeles en el cine, al final, consistían en una interpretación de su vida misma.
Lo que enamoraba de Pirri era su manera de ser natural, intuitivo, ese magnetismo que tantas figuras públicas desean. Sería un error caer en el mitificar su figura a través de las incógnitas sobre su muerte o las drogas, que marcaron entonces a toda una generación. Merece la pena detenerse, además, en los looks (o “modelitos”) que nos regaló a lo largo de esos programas; con su característico diente ya arreglado y ropa que hoy podríamos catalogar «de pijo», sigue siendo igual de quinqui, de cheli, porque el habla y la pose están por encima de todas esas cosas. «La palabra siempre es una creación de multitudes», decía Valle-Inclán. Pirri y otras figuras crearon esa multitud con la que todavía hoy tantos se sienten identificados mediante ese resurgimiento de lo quinqui, tal vez incluso de manera superficial, esteta y vacía. Lo que nos queda, sin embargo, es lo más valioso y perdurable, la palabra, que en este caso es reflejo del casticismo de toda una época y ciudad, que nos ha dejado reminiscencias con tanta personalidad como chorbo, madero, movida y fardar.
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