El arzobispo gorila y el Papa peronista

Desde que murió el Papa Francisco he leído artículos críticos con su figura que lo tachan de ‘peronista’, como si el adjetivo sirviera para explicar algo que tiene significados diametralmente opuestos dependiendo de quién lo diga y desde dóndeAnálisis - El entierro del papa Francisco: ¿un funeral o una cumbre de la hipocresía? Por Natalia Chientarolli Desde que murió el Papa Francisco he leído artículos críticos con su figura que lo tachan de ‘peronista’. Críticas que vienen tanto de la izquierda como de la derecha. El ‘Papa peronista’, dicen como si el adjetivo sirviera para explicar algo que tiene significados diametralmente opuestos dependiendo de quién lo diga y desde dónde.  El ‘Papa peronista’, dicen y resulta menos una definición de ‘peronismo’ que una caricatura de su propio prejuicio sobre un movimiento de masas latinoamericano al que perciben como extraño por no cumplir la tradición local de lo que se espera de las masas… Desde Europa se suele creer que se puede entender lo político de aquel continente ignorando las particularidades de la historia del continente mismo. Sin embargo, a mí que no me gustan los Papas porque no me gustan los poderosos ni los representantes de las instituciones de poder, digo ahora que Francisco no me ha caído bien nunca, tampoco ahora que ha fallecido, pero veo en todo esto algo interesante, y es que él, como tantos otros, ha sido forjado por los conflictos de su contexto latinoamericano, por las cicatrices de la Historia en aquel lugar del planeta, por la evolución en el espacio-tiempo de un país -el suyo y que también es mío- y del lugar que ocupa este en el mundo. Paso a explicarme. Los Jesuitas en el fin del mundo El Papa Francisco era Jesuita, una orden que si bien hoy tiene un inmenso poder llegó a ser considerada una herejía por el propio poder eclesiástico y fue prohibida por la monarquía Hispánica. Una orden con una profunda vinculación con la historia de América del sur en general y con la de Argentina en particular, desde la conquista de aquellos territorios por el Imperio Español hasta la victoria criolla en la guerra de la  independencia.  Basta con citar que una de las provincias de Argentina se llama Misiones ni más ni menos que por las misiones jesuitas.  Basta con citar que la herejía jesuita en el nuevo mundo pasaba por proteger a los indígenas, y a la vez que los evangelizaba arrebatándoles sus creencias, diseminaba sus tradiciones forjando ese sincretismo que aún hoy perdura en las zonas rurales del país.  Basta con citar que es probable que hayan sido los jesuitas, en sus idas y venidas por el territorio desde los tiempos de la colonia, los que popularizaron esa bebida del pueblo guaraní que llamamos mate y que hoy es tan característica de la Argentina.  Mate que, por cierto, tomaba el llamado ‘Papa peronista’. El radicalismo de la burguesía El propio Bergoglio contó que su familia -inmigrantes italianos- fueron del radicalismo de los 90. Se refiere a la irrupción en la política argentina de finales del siglo XIX de la Unión Cívica Radical, formación política que, tras varios levantamientos armados, logró que la nueva burguesía criolla accediera al poder, patrimonio exclusivo de las élites hasta entonces. Partido que aún existe, la UCR, cuyo gran caudillo, Hipólito Yrigoyen, fue un líder carismático al que Perón admiró y por el que votó cuando dichas revoluciones radicales de la burguesía lograron que el partido único de las élites porteñas aceptara unas elecciones con voto universal y secreto —aunque solo masculino— y que fueron los primeros comicios democráticos del país. Y aunque luego la UCR se convirtió en el gran rival electoral del peronismo, el propio Perón siempre reconoció que Yrigioyen fue para él un modelo a seguir y que su figura contribuyó a la construcción de ese gran líder popular que sería luego el propio Perón.  Perón y Bergoglio comparten tradición política.  La herencia socialista Bergoglio admitió que en su casa se leía el periódico ‘La Vanguardia’ del partido socialista argentino. Y ya siendo Papa, Francisco alabó a la pionera del feminismo criollo, la socialista Alicia Moreau de Justo, cuya lucha por el sufragio femenino a principios del siglo XX fue continuada por otra de sus admiradoras: aquella joven actriz que llegaría a ser ni más ni menos que Evita Perón, la mujer que lograría que el gobierno democrático de su marido, Juan Domingo Perón, aprobara por mayoría en el Congreso la ley por la que luchó la socialista Alicia Moreau y que las mujeres argentinas pudiesen votar, participar en política y acceder a puestos de poder institucional. Una parte importante de los logros del primer peronismo fueron herencia del socialismo y el primer gobierno de Perón tuvo entre sus ministros a más de un socialista. Por cierto, el cura confesor de Evita, e

Abr 27, 2025 - 05:39
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El arzobispo gorila y el Papa peronista

El arzobispo gorila y el Papa peronista

Desde que murió el Papa Francisco he leído artículos críticos con su figura que lo tachan de ‘peronista’, como si el adjetivo sirviera para explicar algo que tiene significados diametralmente opuestos dependiendo de quién lo diga y desde dónde

Análisis - El entierro del papa Francisco: ¿un funeral o una cumbre de la hipocresía? Por Natalia Chientarolli

Desde que murió el Papa Francisco he leído artículos críticos con su figura que lo tachan de ‘peronista’. Críticas que vienen tanto de la izquierda como de la derecha. El ‘Papa peronista’, dicen como si el adjetivo sirviera para explicar algo que tiene significados diametralmente opuestos dependiendo de quién lo diga y desde dónde. 

El ‘Papa peronista’, dicen y resulta menos una definición de ‘peronismo’ que una caricatura de su propio prejuicio sobre un movimiento de masas latinoamericano al que perciben como extraño por no cumplir la tradición local de lo que se espera de las masas… Desde Europa se suele creer que se puede entender lo político de aquel continente ignorando las particularidades de la historia del continente mismo.

Sin embargo, a mí que no me gustan los Papas porque no me gustan los poderosos ni los representantes de las instituciones de poder, digo ahora que Francisco no me ha caído bien nunca, tampoco ahora que ha fallecido, pero veo en todo esto algo interesante, y es que él, como tantos otros, ha sido forjado por los conflictos de su contexto latinoamericano, por las cicatrices de la Historia en aquel lugar del planeta, por la evolución en el espacio-tiempo de un país -el suyo y que también es mío- y del lugar que ocupa este en el mundo.

Paso a explicarme.

Los Jesuitas en el fin del mundo

El Papa Francisco era Jesuita, una orden que si bien hoy tiene un inmenso poder llegó a ser considerada una herejía por el propio poder eclesiástico y fue prohibida por la monarquía Hispánica. Una orden con una profunda vinculación con la historia de América del sur en general y con la de Argentina en particular, desde la conquista de aquellos territorios por el Imperio Español hasta la victoria criolla en la guerra de la  independencia. 

Basta con citar que una de las provincias de Argentina se llama Misiones ni más ni menos que por las misiones jesuitas. 

Basta con citar que la herejía jesuita en el nuevo mundo pasaba por proteger a los indígenas, y a la vez que los evangelizaba arrebatándoles sus creencias, diseminaba sus tradiciones forjando ese sincretismo que aún hoy perdura en las zonas rurales del país. 

Basta con citar que es probable que hayan sido los jesuitas, en sus idas y venidas por el territorio desde los tiempos de la colonia, los que popularizaron esa bebida del pueblo guaraní que llamamos mate y que hoy es tan característica de la Argentina. 

Mate que, por cierto, tomaba el llamado ‘Papa peronista’.

El radicalismo de la burguesía

El propio Bergoglio contó que su familia -inmigrantes italianos- fueron del radicalismo de los 90. Se refiere a la irrupción en la política argentina de finales del siglo XIX de la Unión Cívica Radical, formación política que, tras varios levantamientos armados, logró que la nueva burguesía criolla accediera al poder, patrimonio exclusivo de las élites hasta entonces. Partido que aún existe, la UCR, cuyo gran caudillo, Hipólito Yrigoyen, fue un líder carismático al que Perón admiró y por el que votó cuando dichas revoluciones radicales de la burguesía lograron que el partido único de las élites porteñas aceptara unas elecciones con voto universal y secreto —aunque solo masculino— y que fueron los primeros comicios democráticos del país.

Y aunque luego la UCR se convirtió en el gran rival electoral del peronismo, el propio Perón siempre reconoció que Yrigioyen fue para él un modelo a seguir y que su figura contribuyó a la construcción de ese gran líder popular que sería luego el propio Perón. 

Perón y Bergoglio comparten tradición política. 

La herencia socialista

Bergoglio admitió que en su casa se leía el periódico ‘La Vanguardia’ del partido socialista argentino. Y ya siendo Papa, Francisco alabó a la pionera del feminismo criollo, la socialista Alicia Moreau de Justo, cuya lucha por el sufragio femenino a principios del siglo XX fue continuada por otra de sus admiradoras: aquella joven actriz que llegaría a ser ni más ni menos que Evita Perón, la mujer que lograría que el gobierno democrático de su marido, Juan Domingo Perón, aprobara por mayoría en el Congreso la ley por la que luchó la socialista Alicia Moreau y que las mujeres argentinas pudiesen votar, participar en política y acceder a puestos de poder institucional.

Una parte importante de los logros del primer peronismo fueron herencia del socialismo y el primer gobierno de Perón tuvo entre sus ministros a más de un socialista.

Por cierto, el cura confesor de Evita, el padre Benítez, era, como el Papa Francisco, jesuita. Y, años después, el jesuita padre Bergoglio, antes de ser el Papa Francisco, fue el confesor de una de las hermanas de Evita.

La irrupción del peronismo 

La irrupción del peronismo en la escena política argentina no dejó indiferente a nadie. Un general que se hace famoso entre las clases populares por sus políticas sociales desarrolladas desde su puesto como ministro de Trabajo y Previsión de un gobierno militar que destituyó a un gobierno conservador y corrupto, pero que, a su vez, fue arrestado por ese mismo golpe militar por haber beneficiado a los trabajadores y perjudicado a las élites con sus políticas laborales… La historia es tan particular que sólo podía dar paso a un movimiento particular.

El niño Bergoglio cumplió diez años cuando las clases populares argentinas -los descamisados- salieron a manifestarse en masa hasta rodear la Casa Rosada y abarrotar la Plaza de Mayo, exigiendo que el gobierno de facto liberara al depuesto ministro de Trabajo, Juan Domingo Perón, y convocara elecciones libres. Elecciones que ganó el liberado Perón por mayoría iniciando el mito peronista.  Algo que fue lo más parecido a una revolución en aquellas tierras después de aquella otra Revolución de mayo de principios del siglo XIX con la que se inicia la independencia y la formación del país y cuyo gran prócer, el héroe de la patria Don José de San Martín, había nacido, también, en una misión jesuita en las colonias del nuevo mundo del Imperio español. 

El catolicismo de Perón y el socialismo del Papa

Bergoglio vivió su infancia en el primer peronismo y la creación de aquel gran Estado de Bienestar de Perón basado en la justicia social que predicaba la encíclica ‘Rerum novarum’ del Papa León XIII de 1891. Aquella que defendía los derechos de los trabajadores y la creación de sindicatos y que fue el eje vertebrador del ‘justicialismo’ fundacional del peronismo. Aquella fue la primera encíclica papal sobre el creciente problema de las diferencias sociales y las injusticias creadas por la revolución industrial y daría comienzo a la doctrina social de la iglesia que, mucho más adelante y tras el concilio Vaticano II, daría, a su vez, origen a la Teología de la Liberación y al movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo que, por si fuera poco, alimentaría la creación de una parte del peronismo de izquierdas y la tendencia revolucionaria del peronismo. 

Curiosamente, el Papa León XIII pertenecía a la Orden Tercera de San Francisco y había estudiado con los jesuitas. Como para no influir décadas después no sólo en Juan Domingo Perón, sino, también, en aquel que casi un siglo más tarde sería el primer Papa jesuita y argentino y que elegiría por nombre papal ni más ni menos que el de Francisco.

La furia ciega del antiperonismo

Si bien el propio Bergoglio contó en una entrevista que recordaba la etapa más autoritaria del segundo gobierno democrático de Perón, reconoció que lo que más le impactó fue conocer el odio furibundo hacia los pobres que se identificaban con el peronismo de aquellos sectores que se autodefinían como antiperonistas. Coalición que, entonces, aunaba a derechas e izquierdas. 

‘Los gorilas’, tal como eran llamados los antiperonistas por Perón, no dudaron en celebrar que los aviones de la Marina argentina arrojaran sus bombas en la plaza de Mayo y mataran a civiles desarmados, desde mujeres y hombres que iban a sus trabajos hasta niños que se dirigían al colegio, todo con tal de derrocar al presidente electo y acabar de una vez por todas con Perón en su despacho de la Casa Rosada. 

Y que esos aviones tuvieran el símbolo de ‘Viva Cristo Rey’ pintado en la cola porque la jerarquía eclesiástica apoyaba a los golpistas creó una brecha entre las élites y las bases católicas criollas. El clero apoyaba el golpe de Estado tras enfrentarse a Perón por el sufragio femenino, la ley del divorcio y otras políticas de su segundo gobierno que lo enfrentaron directamente con la Santa Iglesia. Pero mientras el poder institucional de la Santa Iglesia aplaudía la masacre perpetrada por los militares ‘gorilas’, los sacerdotes que trabajaban en los barrios pobres y obreros se sentían cada vez más cercanos a ese identitarismo ahora prohibido: la herejía del peronismo. 

La izquierda católica 

A pesar de haber sido excomulgado, Perón siempre se identificó con la línea social de la Iglesia y su gobierno había premiado a Monseñor De Carlo, Obispo de la Diócesis de la ciudad de Resistencia, en la provincia del Chaco, por su labor social con los más necesitados. En aquella ocasión, Perón dijo: «Dicen que De Carlo es peronista. ¡Mentira! Perón es Decarlista». Anécdota que recordará Bergoglio al ser preguntado sobre si él, el Papa Francisco, era o no era peronista. Por cierto, De Carlo había estudiado, también, con los jesuitas. 

Ya en la década del 50 del siglo pasado, cuando la jerarquía de la Iglesia Católica Argentina apoyó la furia y el odio antiperonistas, un sector importante de los movimientos católicos se empezó a alejar de la élite eclesiástica formando algo así como el ala izquierda del catolicismo criollo. Estos sacerdotes dejaron de ver a Perón como un hereje y empezaron a empatizar con los suyos. Después de todo los suyos eran los pobres, esos pobres que, se suponía, debían ser aliviados por esa iglesia que aplaudía que se los bombardeara desde el aire por seguir al único presidente que les había dado derechos.  

Pero entonces llegó la revolución Cubana y esa brecha se haría aún más grande. 

Y no sólo en el catolicismo criollo sino, también, en el peronismo.  

Cuba y la lucha armada

La revolución cubana impactó en todo el continente. 

Tras la Teología de la Liberación surgió el movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. Aunque las izquierdas ortodoxas lo vieran como un mero General populista y lo tacharan de ‘reformista’, aquel sector de la nueva izquierda surgida de los grupos católicos de base empatizó con aquel General en el exilio pero, sobre todo, con su movimiento prohibido y perseguido en tierras gauchas.

Surgió la Teología del Pueblo, variante argentina de la Teología de la Liberación que cambiaba al obrero como sujeto a liberar por el de ‘pueblo’ y su liberación, concepto que se manejaba desde los sectores antiimperialistas y los movimientos anticolonialistas y que encajaba con la retórica de la izquierda católica y su mística de ‘el pueblo de Dios’, sobretodo en aquel mundo polarizado en dos bloques de la Guerra Fría. Por un lado, encajaba con sus críticas al liberalismo del bloque occidental ante la comprobación empírica de la injusticia social que provocaba el capitalismo de occidente en América Latina y, por otro, porque el bloque soviético promovía el ateísmo que iba en contra de su fe católica. Además, en muchos países del Tercer Mundo como Argentina se percibía al comunismo como otra forma de imperialismo porque una revolución marxista implicaba pasar de ser una colonia del capitalismo occidental a ser una colonia de la Unión Soviética. De ahí que la Tercera Posición encajara bien tanto en el nacionalismo de izquierdas como en la izquierda del catolicismo local. 

Y así como muchos militantes de esta Teología del Pueblo acabaron militando en la izquierda peronista, Bergoglio, que no era peronista, acabó metido en la Teología del Pueblo. 

Guardia de Hierro

Tras el triunfo de la dictadura ‘gorila’ que derrocó a Perón en 1955 empezó la proscripción del peronismo y el encarcelamiento, tortura y fusilamiento de sus militantes, así como la destrucción de sus símbolos y el desmantelamiento del Estado de Bienestar peronista y la pérdida de los derechos sociales y laborales. 

La Resistencia peronista clandestina fue incrementando sus cuadros durante las casi dos décadas que duró la proscripción gracias a jóvenes que no tenían edad para recordar los gobiernos peronistas, pero que vivían a diario el odio furibundo del antiperonismo. Grupos de la Resistencia ya fogueados en la lucha callejera contra la represión, empezaron a viajar a la Cuba revolucionaria para ser adiestrados en la lucha armada en una escuela de guerrilleros montada por el propio Che Guevara. 

Pero unos jóvenes de aquella Resistencia peronista viajaron a Madrid y se entrevistaron con Perón. Aquí, estos jóvenes se ofrecieron como soldados al viejo líder exiliado para luchar contra los regímenes militares que lo mantenían en el exilio. Querían entrenarse con los guerrilleros vietnamitas, pero Perón los convenció de que no, que lo mejor no era la lucha armada y los instó a formar un grupo de jóvenes peronistas que permitiera formar cuadros políticos en la clandestinidad. Así nació la Guardia de Hierro que, años después, cuando la clandestina juventud peronista se juntó para decidir cómo continuar la lucha contra la dictadura ‘gorila’ de entonces, se opuso a la vía armada, lo que le valió ser tachados de derechistas por la juventud peronista afín a la guerrilla de Montoneros. 

Cátedras nacionales

Por entonces el hermano Bergoglio, ya mandamás de la orden de la Compañía de Jesús, recibió la orden de sus superiores allende los mares de traspasar la dirección de la universidad jesuita argentina de El Salvador a personal laico vinculado a la misma. Y el hermano Bergoglio lo hizo dejando al frente a gente de su confianza que militaban secretamente en Guardia de Hierro, algo que él ignoraba por completo pero que le valdrá luego el ser vinculado a esta agrupación peronista. 

Eso y que el que sería luego el Papa Francisco era seguidor de una gran filósofa argentina cuyo pensamiento influiría en lo que se dio en llamar la ‘izquierda nacional’: Amelia Podetti, militante, también, de Guardia de Hierro. Amelia Podetti fue, además, una de las responsables de lo que se llamó las ‘las cátedras nacionales’ de la Universidad de Buenos Aires. Un intento de los intelectuales de entonces de fundar una línea de estudio y pensamiento propios, independiente de la tradición europea de la academia y que tuviera presente el contexto particular latinoamericano. 

Pero entonces vino el horror y él, cómo muchos, se vio atrapado en la paradoja a la que suelen empujarnos los regímenes sanguinarios. Hablamos de la dictadura de Videla, Agosti y Massera. El período más sangriento de la historia argentina contemporánea. 

Formas de sobrevivir al horror

Hace ahora quince años que el entonces Arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, fue interrogado durante cuatro horas por la justicia argentina para aclarar el caso de los jesuitas secuestrados en el marco de la causa que investigaba los crímenes cometidos por la Marina y ocurridos durante la dictadura militar entre 1976 y 1978. Bergoglio declaró que, una vez supo de la desaparición de sus dos compañeros, había solicitado audiencia con el entonces jefe de la marina, el dictador Almirante Emilio Massera, para interceder por los dos jesuitas desaparecidos. Tras meses de secuestro y torturas, los dos jesuitas fueron, finalmente, liberados. 

Posteriormente Massera fue nombrado ‘profesor honoris causa’ de la Universidad jesuita de El Salvador, en manos entonces de aquellos miembros de Guardia de Hierro, lo que levantó suspicacias sobre si dicho galardón no habría sido una forma de agradecerle al dictador, la liberación de los jesuitas. 

Lejos de querer juzgar este hecho, cabe mencionar que en aquel régimen de terror donde la izquierda -y sobretodo la izquierda peronista- eran el blanco del terrorismo de Estado, y donde los sectores de la iglesia que se identificaban con los pobres eran, también, secuestrados, torturados y asesinados, algunos -no sólo sacerdotes- intentaron negociar con la dictadura para salvar la vida de compañeros, algo que luego fue señalado como colaboracionismo sin serlo o siendo, incluso, todo lo contrario.

Pero el señalamiento vino con posterioridad y fue, en realidad, porque Bergoglio se posicionó como gran opositor al kirchnerismo y fue desde este espacio que se recordó todo esto como forma de desactivar al futuro Papa como opositor al gobierno. 

La grieta K

Fue durante el primer gobierno de Nestor Kirchner, ya bien entrada la democracia, en el que Bergoglio chocó con el nuevo gobierno peronista. El entonces Arzobispo de Buenos Aires se convirtió en un duro opositor y pasó a ser considerado ‘gorila’ -antiperonista- por el oficialismo. Fue aquí que la prensa kirchnerista lo acusó de ser miembro de la Guardia de Hierro y de haber sido responsable del secuestro de sus compañeros jesuitas en tiempos de la dictadura, no siendo ciertas ninguna de las dos cosas. Algo que luego, ya siendo Papa, el mismo periodista que lo publicó en su día terminó desmintiendo.

Pero además de señalar la corrupción, el entonces Arzobispo Bergoglio se opuso a proyectos de leyes progresistas de los gobiernos Kircneristas y fue un ferreo opositor a la ley del aborto. Esperar lo contrario hubiera sido pedirle demasiado a un representante de la iglesia católica por más jesuita que fuera. 

Pero al tiempo fue nombrado Papa y la entonces presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, política hábil como pocas, supo que no era bueno tener de enemigo al primer Papa argentino, que además era jesuita y que se estaba haciendo popular entre los pobres con un discurso crítico al neoliberalismo que lo situaba a la izquierda de la ortodoxia católica, aunque eso no lo convierta en proabortista. 

Fue así que vino la reconciliación entre el kirchnerismo y el exarzobispo y este dejó de ser considerado ‘gorila’ para pasar a ser el primer Papa peronista.

Y lo fue para los peronistas y lo fue para los antiperonistas, que no tardaron en aplicarle aquello de ‘peronista’ pero en sentido crítico. 

Y lo fue para la izquierda y lo fue para la derecha que con este adjetivo intentaban acusarlo de oportunista y demagogo pero por razones opuestas. Después de todo, si el tópico asocia la contradicción con el peronismo, no hay nada más peronista que el antiperonismo.

El propio Bergoglio, ya como Papa Francisco, se cansó de decir que él no era ni fue peronista, pero que no entendía por qué se lo decían como crítica: «¿Y qué tendría de malo si fuera peronista?», preguntaba.

Y yo me pregunto lo mismo. 

¿A qué le llaman peronismo?

Nunca me cayó bien Bergoglio, ni cuando fue Arzobispo de Buenos Aires ni cuando fue el Papa Francisco. No me caía bien porque no me caen bien los representantes de un poder fáctico reaccionario y conservador como es la Iglesia Católica, la mayor religión del planeta, o de cualquier otra institución religiosa. 

Pero ahora que ha fallecido y ya sabemos que no queda bien criticar a los muertos, si tengo que buscar algo por lo que el difunto me podría llegar a caer bien, confieso que es aquello que, desde derecha e izquierda, han señalado como insulto. Resumiendo: me cae mal lo que tenía de Papa, pero me podría caer bien lo que supuestamente tuvo de peronista. 

Porque lo que unos y otros tachan como contradicción, yo lo veo como la lógica de un espacio-tiempo particular: la violencia política del siglo XX en ese país llamado Argentina, durante la Guerra Fría y en el extremo sur de América latina. 

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Darío Adanti acaba de publicar 'El peronismo explicado a los españoles' (Athenaica ediciones).

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