¿Dónde van a morir los aranceles?

Los aranceles de Trump solo son una tirada en la partida por mantener la atención. Él no hace otra cosa que jugar mejor que el resto con las cartas de la comunicación en el siglo XXI. Cuando de tanto quitarlos y ponerlos los aranceles acaben tan manoseados que nadie les preste ya ninguna atención -como ha ocurrido con México y Canadá- se olvidará de ellos y se moverá hacia otro territorio En estos días, el mundo está dividido entre quienes piensan que Donald Trump es un chiflado insensato que nos lleva de cabeza a la primera guerra económica mundial convencido de que los aranceles son una buena idea y quienes piensan que el presidente de EE.UU. solo es un gran negociador que amenaza con el armageddon arancelario nada más que para conseguir, desde una posición de fuerza, mejores acuerdos comerciales para su país.  Pero podríamos considerar una tercera idea al hilo, no solo de los acontecimientos, sino de las cosas que dice el propio Trump, que a menudo es un libro abierto sobre sí mismo. Pocas horas antes de pausar la mayoría de los aranceles que impuso la semana pasada, decía Trump que los países le estaban “besando el culo” por llegar a un acuerdo que superara la situación. Hay que agradecerle el comentario por lo que desvela de su verdadero modus operandi. Revela la única motivación que ha demostrado nunca el presidente del gobierno de EEUU y una que no dista mucho de la que podemos observar en algunas personas a nuestro alrededor: él lo que quiere es sentir que todo el mundo le besa todo el rato el culo. Que el mundo entero está pendiente de sus actos y dispuesto a modificar su vida para adaptarse a sus decisiones. Que es, literalmente, el amo del mundo. ¿Cómo es posible que todo un presidente de EEUU se mueva con semejante combustible? Ocurre que la dinámica de las pantallas, de las redes y de la actualidad en reproducción constante ofrecen una ventaja competitiva muy importante a los perfiles que se alimentan de la atención y la admiración de los demás. Esas personas, que la psicología llama narcisistas, necesitan llamar la atención porque su autoestima es como los reptiles: no puede producir su propio calor y necesita estar todo el rato al sol que le dan los que le rodean. Estas personas, que están permanentemente conectadas porque obtienen una recompensa en la reacción de las redes sociales a sus acciones, no tienen ningún problema en que se hable mal de ellos, mientras se hable. Tampoco sufren con los efectos colaterales de la atención desmesurada, como puede ser no estar nunca solo o no poder ir tranquilamente por la calle sin que te reconozcan. Y trabajan mucho más en su imagen que el resto de los mortales, además de tener un concepto mucho más claro de cómo se refleja esa imagen en los demás. Todas estas son habilidades que se vuelven virtudes en una era en la que obtener la atención constante de la población es la manera de llegar con ventaja a la urna. Así es como nos hemos encontrado con que algunos de los personajes más inseguros, menos confiables y más vacíos de nuestra sociedad están llegando cada vez más alto en muchas esferas. La deriva errática de Trump en estas últimas semanas responde exactamente a esto. Su única intención es llamar y mantener la atención del mayor número de gente, el mayor tiempo posible. Por eso ya se ha convertido en un modus operandi lo de anunciar unos aranceles y luego pausarlos, y luego reducirlos, y luego retirarlos, y luego volverlos a imponer. Es lo que hizo primero con China, luego con México y Canadá y ahora con el resto del mundo. Por eso anunció que iba a construir un resort en Gaza –vídeo incluido–, por eso ha dicho que se va a anexionar Groenlandia, por eso sus edificios aparentan estar cubiertos de oro, por eso envía a gente inocente a las cárceles de Bukele -foto incluida-, por eso los cálculos para imponer los aranceles los hicieron con una IA y por eso blande una tabla con un montón de datos en la rueda de prensa.  Si ha pausado ahora los aranceles, no es porque no quiera ponerlos, sino porque esto le va a regalar otra semana con todo el foco mediático del planeta sobre su cara. Todo lo que hace, todas y cada una de sus acciones, no conducen a ninguna visión política ni de transformación del país. Solo conducen a alimentar su propia necesidad de atención permanente. Su objetivo no es imponer aranceles, ni dejar de imponerlos. Solo que hoy se hable de él y, mañana, ya veremos. Ahora bien, si el primer - y único- impulso de quienes creemos que el gobierno de los países debe ser una fuerza para el bien es llevarnos las manos a la frente y desmayarnos como una jovencita decimonónica ante esta realidad, mal vamos.  Haríamos mucho mejor en comprender lo siguiente: Los aranceles de Trump solo son una tirada en la partida por mantener el protagonismo. Él no hace otra cosa que jugar mejor que el resto con las cartas de la

Abr 10, 2025 - 05:54
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¿Dónde van a morir los aranceles?

¿Dónde van a morir los aranceles?

Los aranceles de Trump solo son una tirada en la partida por mantener la atención. Él no hace otra cosa que jugar mejor que el resto con las cartas de la comunicación en el siglo XXI. Cuando de tanto quitarlos y ponerlos los aranceles acaben tan manoseados que nadie les preste ya ninguna atención -como ha ocurrido con México y Canadá- se olvidará de ellos y se moverá hacia otro territorio

En estos días, el mundo está dividido entre quienes piensan que Donald Trump es un chiflado insensato que nos lleva de cabeza a la primera guerra económica mundial convencido de que los aranceles son una buena idea y quienes piensan que el presidente de EE.UU. solo es un gran negociador que amenaza con el armageddon arancelario nada más que para conseguir, desde una posición de fuerza, mejores acuerdos comerciales para su país. 

Pero podríamos considerar una tercera idea al hilo, no solo de los acontecimientos, sino de las cosas que dice el propio Trump, que a menudo es un libro abierto sobre sí mismo. Pocas horas antes de pausar la mayoría de los aranceles que impuso la semana pasada, decía Trump que los países le estaban “besando el culo” por llegar a un acuerdo que superara la situación.

Hay que agradecerle el comentario por lo que desvela de su verdadero modus operandi. Revela la única motivación que ha demostrado nunca el presidente del gobierno de EEUU y una que no dista mucho de la que podemos observar en algunas personas a nuestro alrededor: él lo que quiere es sentir que todo el mundo le besa todo el rato el culo. Que el mundo entero está pendiente de sus actos y dispuesto a modificar su vida para adaptarse a sus decisiones. Que es, literalmente, el amo del mundo.

¿Cómo es posible que todo un presidente de EEUU se mueva con semejante combustible? Ocurre que la dinámica de las pantallas, de las redes y de la actualidad en reproducción constante ofrecen una ventaja competitiva muy importante a los perfiles que se alimentan de la atención y la admiración de los demás. Esas personas, que la psicología llama narcisistas, necesitan llamar la atención porque su autoestima es como los reptiles: no puede producir su propio calor y necesita estar todo el rato al sol que le dan los que le rodean.

Estas personas, que están permanentemente conectadas porque obtienen una recompensa en la reacción de las redes sociales a sus acciones, no tienen ningún problema en que se hable mal de ellos, mientras se hable. Tampoco sufren con los efectos colaterales de la atención desmesurada, como puede ser no estar nunca solo o no poder ir tranquilamente por la calle sin que te reconozcan. Y trabajan mucho más en su imagen que el resto de los mortales, además de tener un concepto mucho más claro de cómo se refleja esa imagen en los demás.

Todas estas son habilidades que se vuelven virtudes en una era en la que obtener la atención constante de la población es la manera de llegar con ventaja a la urna. Así es como nos hemos encontrado con que algunos de los personajes más inseguros, menos confiables y más vacíos de nuestra sociedad están llegando cada vez más alto en muchas esferas.

La deriva errática de Trump en estas últimas semanas responde exactamente a esto. Su única intención es llamar y mantener la atención del mayor número de gente, el mayor tiempo posible. Por eso ya se ha convertido en un modus operandi lo de anunciar unos aranceles y luego pausarlos, y luego reducirlos, y luego retirarlos, y luego volverlos a imponer. Es lo que hizo primero con China, luego con México y Canadá y ahora con el resto del mundo. Por eso anunció que iba a construir un resort en Gaza –vídeo incluido–, por eso ha dicho que se va a anexionar Groenlandia, por eso sus edificios aparentan estar cubiertos de oro, por eso envía a gente inocente a las cárceles de Bukele -foto incluida-, por eso los cálculos para imponer los aranceles los hicieron con una IA y por eso blande una tabla con un montón de datos en la rueda de prensa.

 Si ha pausado ahora los aranceles, no es porque no quiera ponerlos, sino porque esto le va a regalar otra semana con todo el foco mediático del planeta sobre su cara.

Todo lo que hace, todas y cada una de sus acciones, no conducen a ninguna visión política ni de transformación del país. Solo conducen a alimentar su propia necesidad de atención permanente. Su objetivo no es imponer aranceles, ni dejar de imponerlos. Solo que hoy se hable de él y, mañana, ya veremos.

Ahora bien, si el primer - y único- impulso de quienes creemos que el gobierno de los países debe ser una fuerza para el bien es llevarnos las manos a la frente y desmayarnos como una jovencita decimonónica ante esta realidad, mal vamos. 

Haríamos mucho mejor en comprender lo siguiente: Los aranceles de Trump solo son una tirada en la partida por mantener el protagonismo. Él no hace otra cosa que jugar mejor que el resto con las cartas de la comunicación en el siglo XXI. Cuando de tanto quitarlos y ponerlos los aranceles acaben tan manoseados que nadie les preste ya ninguna atención -como ha ocurrido con México y Canadá- se olvidará de ellos y se moverá hacia otro territorio.

Y entonces pueden ocurrir dos cosas: o nos tiramos toda la legislatura buscando la bolita cada vez que reorganice los vasitos en la mesa, o le pillamos el truco e ignoramos todas sus bravuconadas. Prestamos atención a otra agenda y pasamos decididamente de sus movimientos.

Claro que es muy difícil, porque cuando se juntan narcisismo y poder, pueden causar mucho daño a mucha gente. Y cuando piensas que alguien -quizás tú mismo- está en peligro por las acciones de una persona, exige mucha disciplina no ponerle el foco y pensar en ello. 

Pero hay que hacerlo de todas maneras, estratégicamente, porque igual que estos personajes viven de que les demos nuestra atención, cuando se la quitamos, cuando entendemos que solo son un espectáculo y que se alimentan de todos nuestros miedos, mueren.

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