Cartagena de Indias resistió con uñas, dientes y cañones: la batalla imposible que ganó España con solamente seis barcos

Ridículo histórico - El plan británico de tomar Cartagena antes de la temporada de lluvias fracasó al encontrar una resistencia feroz en los accesos marítimos, donde las defensas españolas convirtieron Bocachica en un cuello de botellaEl general que intentó reemplazar el himno español y montó un concurso para conseguirlo No hay muchas batallas en la historia que hayan comenzado con la prepotencia grabada en una moneda. La de Cartagena de Indias, en el marco de la Guerra del Asiento, sí. Antes siquiera de lanzar el primer cañonazo, en Londres ya circulaban medallas celebrando la supuesta conquista. En ellas, un almirante español aparece de rodillas, entregando su espada. Con todas sus extremidades. Pero no fue así. Cartagena se preparó para resistir con Blas de Lezo al frente Porque si algo dejó claro aquella primavera de 1741 es que las guerras no se ganan en los talleres de grabado. Y Blas de Lezo, el verdadero protagonista, tenía menos extremidades de las que le pintaron. Edward Vernon había saboreado el éxito en Portobelo, un puerto que se rindió en dos horas y que disparó su prestigio hasta las nubes. Confiado, organizó un ataque a mayor escala. Su destino: Cartagena, una plaza que consideraba la joya del Caribe español. El almirante Blas de Lezo, en el Museo Naval de Madrid Allí desembarcó con una fuerza que rozaba lo descomunal: más de 200 barcos, cerca de 27.000 hombres y unos 2.000 cañones. Parte del contingente lo formaban tropas coloniales procedentes de Norteamérica, como el regimiento de Virginia, dirigido por Lawrence Washington.  Frente a esa imponente armada, Cartagena solo disponía de seis buques de guerra, desgastados y con escasos recursos para una defensa prolongada. La entrada por Bocachica no fue el atajo que Vernon esperaba El plan era simple: tomar la ciudad antes de que llegaran las lluvias y, después, avanzar hasta el Perú. El problema fue que se topó con una defensa compacta y determinada a resistir más allá de lo razonable. Los accesos marítimos a Cartagena se limitaban a Bocagrande y Bocachica. Esta última, la más vulnerable, estaba protegida por los fuertes de San Luis y San José. Vernon decidió entrar por ahí, pero el avance fue frenado brutalmente. El Shrewsbury, que iba en cabeza, fue alcanzado por los cañones españoles y quedó bloqueando la entrada. Los británicos desembarcaron en Tierra Bamba, arrasaron sus defensas, pero el verdadero golpe les esperaba al acercarse al corazón de la ciudad. Edward Vernon fue demasiado optimista y soberbio Dentro de Cartagena, la relación entre el virrey Sebastián de Eslava y el comandante Blas de Lezo era cualquier cosa menos armoniosa. Se toleraban porque no tenían alternativa. Aunque cada uno tenía su propio carácter, ambos coincidían en una cosa: no iban a rendirse. Para sellar la bahía, Lezo hundió sus propios bar

Abr 13, 2025 - 15:43
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Cartagena de Indias resistió con uñas, dientes y cañones: la batalla imposible que ganó España con solamente seis barcos

Cartagena de Indias resistió con uñas, dientes y cañones: la batalla imposible que ganó España con solamente seis barcos

Ridículo histórico - El plan británico de tomar Cartagena antes de la temporada de lluvias fracasó al encontrar una resistencia feroz en los accesos marítimos, donde las defensas españolas convirtieron Bocachica en un cuello de botella

El general que intentó reemplazar el himno español y montó un concurso para conseguirlo

No hay muchas batallas en la historia que hayan comenzado con la prepotencia grabada en una moneda. La de Cartagena de Indias, en el marco de la Guerra del Asiento, sí.

Antes siquiera de lanzar el primer cañonazo, en Londres ya circulaban medallas celebrando la supuesta conquista. En ellas, un almirante español aparece de rodillas, entregando su espada. Con todas sus extremidades. Pero no fue así.

Cartagena se preparó para resistir con Blas de Lezo al frente

Porque si algo dejó claro aquella primavera de 1741 es que las guerras no se ganan en los talleres de grabado. Y Blas de Lezo, el verdadero protagonista, tenía menos extremidades de las que le pintaron.

Edward Vernon había saboreado el éxito en Portobelo, un puerto que se rindió en dos horas y que disparó su prestigio hasta las nubes. Confiado, organizó un ataque a mayor escala. Su destino: Cartagena, una plaza que consideraba la joya del Caribe español.

El almirante Blas de Lezo, en el Museo Naval de Madrid

Allí desembarcó con una fuerza que rozaba lo descomunal: más de 200 barcos, cerca de 27.000 hombres y unos 2.000 cañones. Parte del contingente lo formaban tropas coloniales procedentes de Norteamérica, como el regimiento de Virginia, dirigido por Lawrence Washington

Frente a esa imponente armada, Cartagena solo disponía de seis buques de guerra, desgastados y con escasos recursos para una defensa prolongada.

La entrada por Bocachica no fue el atajo que Vernon esperaba

El plan era simple: tomar la ciudad antes de que llegaran las lluvias y, después, avanzar hasta el Perú. El problema fue que se topó con una defensa compacta y determinada a resistir más allá de lo razonable.

Los accesos marítimos a Cartagena se limitaban a Bocagrande y Bocachica. Esta última, la más vulnerable, estaba protegida por los fuertes de San Luis y San José. Vernon decidió entrar por ahí, pero el avance fue frenado brutalmente.

El Shrewsbury, que iba en cabeza, fue alcanzado por los cañones españoles y quedó bloqueando la entrada. Los británicos desembarcaron en Tierra Bamba, arrasaron sus defensas, pero el verdadero golpe les esperaba al acercarse al corazón de la ciudad.

Edward Vernon fue demasiado optimista y soberbio

Dentro de Cartagena, la relación entre el virrey Sebastián de Eslava y el comandante Blas de Lezo era cualquier cosa menos armoniosa. Se toleraban porque no tenían alternativa. Aunque cada uno tenía su propio carácter, ambos coincidían en una cosa: no iban a rendirse.

Para sellar la bahía, Lezo hundió sus propios barcos. Eran pocos y inútiles en mar abierto. Así que pensó en crear una barrera física para que los británicos no pudieran cruzar. Uno de los navíos, el Galicia, fue capturado. El resto se convirtió en escombros útiles.

Junto al ejército regular español, participaron milicias criollas, indígenas y afrodescendientes, algunos de ellos esclavos a los que se ofreció la libertad a cambio de combatir. Su contribución fue esencial en las defensas de la ciudad.

El castillo de San Felipe y una carta de victoria que llegó demasiado pronto

Con las defensas exteriores comprometidas y el castillo de Santa Cruz en manos enemigas, los británicos comenzaron el asedio. Se sentían tan seguros de la victoria que Vernon envió una carta al rey Jorge II anunciando el triunfo. Cuando esta llegó a Londres, se celebró con fuegos y aplausos.

Lo que no sabían era que todavía quedaba en pie el castillo de San Felipe, la última línea de defensa, y que no sería fácil de derribar. Sin duda habían vendido la piel del oso antes de cazarla.

La madrugada del 20 de abril, Vernon lanzó un ataque frontal. Tres columnas de soldados marcharon hacia el castillo, convencidos de que se enfrentaban a una guarnición en ruinas. Fue una trampa.

Las monedas representaban una victoria que no sucedió y un Blas de Lezo que tampoco era

Según los desertores que habían facilitado la falsa información, “no hay ni la mitad de dificultad, como os parece, como para que de 600 hombres, 400 no sean equipados con armas de fuego”.

Aquello les costó caro: fueron con un fusil por cada cinco hombres y sin explosivos. Cuando llegaron, las escalas no alcanzaban las murallas por culpa de un foso que no habían previsto. Lo que ocurrió a continuación fue un desastre.

El propio Charles Knowles, uno de los oficiales de la Marina británica más reconocidos, dejó constancia del resultado: “Entre la mañana del jueves y la noche del viernes las fuerzas británicas habían menguado de 6.645 a 3.200, y 1.200 de aquellos americanos no estaban aptos para el servicio”.

Vernon huyó con las manos vacías y Blas de Lezo ganó sin aplausos de prácticamente nadie

Los intentos de asalto se sucedieron entre brotes de fiebre amarilla y vómito negro. Cuando Vernon quiso insistir, estalló un motín. Murieron cincuenta soldados ejecutados por desobediencia. Lo único que quedaba era aceptar lo evidente.

Los británicos no pudieron tomar Cartagena de Indias, aunque ya lo celebraban en su país

El 8 de mayo, los barcos ingleses comenzaron a retirarse. Vernon regresó a Inglaterra derrotado, perseguido por el fracaso. En cambio, Blas de Lezo, el cojo, tuerto y manco, no pudo disfrutar de su victoria. Murió meses después, probablemente a causa de una infección derivada de sus heridas.

Su gesta no fue reconocida en su tiempo, y en la Península apenas recibió atención. Irónicamente, lo único que sobrevivió de aquellas medallas británicas es la imagen falsa de una rendición que nunca ocurrió.

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