Calidad institucional: pocos votos, mucha prosperidad
Lamentable paradoja: la calidad institucional del país es clave para la prosperidad que anhelamos, pero por ahora no está en el podio de los asuntos que traen votos. Quizás porque se la supone una abstracción. Seguramente a raíz de que carecemos de una cultura institucional. También se podría sostener que la tentación populista es fortísima. Podría ser que nos domine la idea esa de que “es la economía, estúpido”. Por lo que fuera, lo cierto es que la maltrecha y empobrecedora economía argentina –decadente desde los años 50, por no decir los 30– ha sido maltratada cruelmente por la política.En los últimos 95 años sufrimos uno de los más devastadores atentados a la institucionalidad que fueron los golpes de Estado. Soportamos 6, pero se deben adicionar también 5 ‘subgolpes’, los que se dieron dentro del propio golpismo a la sazón imperante. Sólo el presidente Frondizi contabiliza en sus 4 años de gobierno 19 planteos palaciegos, lo cual incrementa la cuenta de conmociones políticas que alteraron la ley y el orden. En 1930 la Corte Suprema, a las 24 horas de la irrupción en la Casa Rosada de Félix Uriburu al frente de los cadetes del Colegio Militar –más un desfile que un movimiento militar–, convalidó por Acordada el asalto institucional. No puede existir más inseguridad jurídica, inestabilidad política, zigzagueos del rumbo del país que un cuadro como el sucintamente expuesto.Decía Gregorio Marañón que en la vida política mandan los resultados. Consecuencia de esta labilidad institucional, la sexta economía del orbe, el país más alfabetizado del hemisferio sur del mundo en los años 20, casi la única sociedad meridional con una clase media surgente, se transformó paulatinamente en una comarca pobre, plagada de marginalidad e ignorancia. Mendicante cíclicamente de créditos porque con lo propio no le alcanza, aunque la riqueza argentina contraste con este escenario recurrentemente sombrío. Hace medio siglo, el 60% de la población era o se percibía clase media. Hoy sólo el 28%.La institucionalidad igualmente se corroe con la sistemática corrupción en el marco de una matriz de impunidad que impresiona por el modo descarado con la que se practica. La Constitución en su artículo 36 condena la corrupción en la administración de las arcas públicas, pero esa letra de la ley suprema es como muchas otras, letra muerta. Recuerda a los Adelantados que al recibir las reales cédulas decían sin subterfugios “acato, pero no cumplo” (¿será que algunos defectos son congénitos…?). El descreimiento sobre la efectividad de las leyes es irrefutablemente otro impacto contra la institucionalidad. No sólo esa añeja y funesta expresión “hecha la ley, hecha la trampa”, sino algo más grave: a la ley ni siquiera hay que gambetearla porque lisa y llanamente se la ignora.Las falacias y las ficciones se deben incorporar a las lesiones a la institucionalidad. Nos engañan con un “Estado presente” que se encuentra ausente en todas las periferias de nuestras grandes ciudades y que desaparece los fines de semana hasta en materia de higiene urbana, y ni hablar de la Justicia para casos urgentes, por ejemplo de violencia intramuros. Las autoridades fingen algo peor que demencia: nos hacen creer que se ocupan del bien público, pero en rigor están absorbidas por la incesante búsqueda de más poder y más intereses personales. Más poder no para obrar ensanchando las potencialidades del país, proyectándolo. Es inadmisiblemente las ansias de acumularlo por el poder mismo. Este cuadro llegó al punto de hartazgo que encumbró a nuestro presidente en 2023. La mayoría queremos su éxito. El triunfo de la gestión del Presidente será memorable porque significará un cambio de época. De la declinación al resurgimiento, así de histórico. La victoria de la actual administración será alcanzada si va más allá de la economía. Si es cultural. No abrigo dudas de que la buena economía necesita de buena política, en un solo e indisociable haz. La calidad institucional, la solidez de su funcionamiento es el mejor y mayor crédito. Genera confianza, un factor invisible, pero esencial para la articulación de los factores de la economía. La confianza no se encuentra en venta. No se compra, se construye con paciencia y empeño. Cuando el presidente de la República se dedica al cambio cultural está cimentando la estabilización económica, punto de partida para el crecimiento. Ojalá la calidad institucional esté en el punto primero de la agenda pública. No se la ve, pero es fundamental. Inclusive llegará el día, esperamos que más temprano que tarde, que también aportará votos junto con la prosperidad.Docente, abogado, diputado nacional hasta 2023

Lamentable paradoja: la calidad institucional del país es clave para la prosperidad que anhelamos, pero por ahora no está en el podio de los asuntos que traen votos. Quizás porque se la supone una abstracción. Seguramente a raíz de que carecemos de una cultura institucional. También se podría sostener que la tentación populista es fortísima. Podría ser que nos domine la idea esa de que “es la economía, estúpido”. Por lo que fuera, lo cierto es que la maltrecha y empobrecedora economía argentina –decadente desde los años 50, por no decir los 30– ha sido maltratada cruelmente por la política.
En los últimos 95 años sufrimos uno de los más devastadores atentados a la institucionalidad que fueron los golpes de Estado. Soportamos 6, pero se deben adicionar también 5 ‘subgolpes’, los que se dieron dentro del propio golpismo a la sazón imperante. Sólo el presidente Frondizi contabiliza en sus 4 años de gobierno 19 planteos palaciegos, lo cual incrementa la cuenta de conmociones políticas que alteraron la ley y el orden. En 1930 la Corte Suprema, a las 24 horas de la irrupción en la Casa Rosada de Félix Uriburu al frente de los cadetes del Colegio Militar –más un desfile que un movimiento militar–, convalidó por Acordada el asalto institucional. No puede existir más inseguridad jurídica, inestabilidad política, zigzagueos del rumbo del país que un cuadro como el sucintamente expuesto.
Decía Gregorio Marañón que en la vida política mandan los resultados. Consecuencia de esta labilidad institucional, la sexta economía del orbe, el país más alfabetizado del hemisferio sur del mundo en los años 20, casi la única sociedad meridional con una clase media surgente, se transformó paulatinamente en una comarca pobre, plagada de marginalidad e ignorancia. Mendicante cíclicamente de créditos porque con lo propio no le alcanza, aunque la riqueza argentina contraste con este escenario recurrentemente sombrío. Hace medio siglo, el 60% de la población era o se percibía clase media. Hoy sólo el 28%.
La institucionalidad igualmente se corroe con la sistemática corrupción en el marco de una matriz de impunidad que impresiona por el modo descarado con la que se practica. La Constitución en su artículo 36 condena la corrupción en la administración de las arcas públicas, pero esa letra de la ley suprema es como muchas otras, letra muerta. Recuerda a los Adelantados que al recibir las reales cédulas decían sin subterfugios “acato, pero no cumplo” (¿será que algunos defectos son congénitos…?). El descreimiento sobre la efectividad de las leyes es irrefutablemente otro impacto contra la institucionalidad. No sólo esa añeja y funesta expresión “hecha la ley, hecha la trampa”, sino algo más grave: a la ley ni siquiera hay que gambetearla porque lisa y llanamente se la ignora.
Las falacias y las ficciones se deben incorporar a las lesiones a la institucionalidad. Nos engañan con un “Estado presente” que se encuentra ausente en todas las periferias de nuestras grandes ciudades y que desaparece los fines de semana hasta en materia de higiene urbana, y ni hablar de la Justicia para casos urgentes, por ejemplo de violencia intramuros. Las autoridades fingen algo peor que demencia: nos hacen creer que se ocupan del bien público, pero en rigor están absorbidas por la incesante búsqueda de más poder y más intereses personales. Más poder no para obrar ensanchando las potencialidades del país, proyectándolo. Es inadmisiblemente las ansias de acumularlo por el poder mismo.
Este cuadro llegó al punto de hartazgo que encumbró a nuestro presidente en 2023. La mayoría queremos su éxito. El triunfo de la gestión del Presidente será memorable porque significará un cambio de época. De la declinación al resurgimiento, así de histórico. La victoria de la actual administración será alcanzada si va más allá de la economía. Si es cultural. No abrigo dudas de que la buena economía necesita de buena política, en un solo e indisociable haz.
La calidad institucional, la solidez de su funcionamiento es el mejor y mayor crédito. Genera confianza, un factor invisible, pero esencial para la articulación de los factores de la economía. La confianza no se encuentra en venta. No se compra, se construye con paciencia y empeño. Cuando el presidente de la República se dedica al cambio cultural está cimentando la estabilización económica, punto de partida para el crecimiento. Ojalá la calidad institucional esté en el punto primero de la agenda pública. No se la ve, pero es fundamental. Inclusive llegará el día, esperamos que más temprano que tarde, que también aportará votos junto con la prosperidad.
Docente, abogado, diputado nacional hasta 2023