Aprendió a programar clandestinamente desde la cárcel con PCs viejos. Se convirtió en desarrollador y ahora ayuda a los demás
Rick Wolter pasó casi 18 años en prisión por un homicidio cometido durante una pelea cuando era adolescente en una fiesta para defender a un amigo. Esto podría haber supuesto el final de su historia, pero se acabó convirtiendo en una sorprendente transformación personal y profesional con la que ayuda a cientos de personas. Wolter pudo contar su historia a través del podcast de 'Corecursive', donde explica que durante su encarcelamiento en Florida, descubrió un artículo en The Economist sobre la alta demanda de ingenieros de software. "Después de leerlo, sentía que todo lo que cogía tenía algo sobre programación", recuerda. Esa chispa de interés se transformó en obsesión al comprender que la tecnología podría ofrecerle un futuro muy distinto. De recluso a programador, pero el camino no fue fácil Según cuenta, en las prisiones de Florida no existían programas formativos en tecnología: "Esto no es California, esto es Florida, ellos quieren que estés en los campos de repollo", explica con ironía. Sin embargo, Rick no se dio por vencido. Junto a su amigo Mohammad, que gestionaba una residencia con ordenadores antiguos destinados a un programa de tratamiento de drogas, organizó un plan para instalar a escondidas Python en aquellos equipos. "Conseguimos que nos colaran Python en una memoria USB y lo instalamos en los ordenadores", relata. Los equipos eran modelos antiguos de Dell, similares a los que se encontraban en las aulas de los años 90, pero suficientes para aprender los fundamentos de la programación. En Genbeta Los desarrolladores están quemadísimos, pero la mayoría se divierte programando en fines de semana Con material didáctico enviado por su hermano y tutoriales de MIT OpenCourseWare guardados en memorias USB, Rick comenzó a sumergirse en un mundo completamente nuevo. "Era como un cavernícola intentando entender lo que estos magos estaban hablando", describe, refiriéndose a su proceso de aprendizaje. Su entusiasmo se acabó contagiando en las celdas. Pronto empezó a enseñar programación a otros reclusos, incluyendo a su amigo Ryan, quien eventualmente se convirtió en instructor principal del improvisado curso. Lo que comenzó como un pequeño proyecto personal se transformó en una clase clandestina hasta que las autoridades penitenciarias la descubrieron. "Cuando empezamos a enseñar la clase, se volvió demasiado notorio y eso provocó su caída. Si simplemente me hubiera sentado en una esquina y hecho lo mío, probablemente ni siquiera me habrían descubierto", explica. Los guardias, que no comprendían lo que hacían, asociaron la programación con el hackeo: "Literalmente, solo estábamos intentando mejorar nuestras habilidades para cuando saliéramos". Tras salir de la cárcel, Rick se enfrentó a un mundo tecnológico que había evolucionado muchísimo durante su ausencia. Los smartphones le parecieron asombrosos: "Recuerdo sentirme muy empoderado, pensando que podía encauzar mi vida desde cualquier habitación siempre que tuviera acceso a internet". Combinó trabajos físicos con estudios en un colegio comunitario local, aprovechando becas Pell Grant para financiar su educación y reducir su carga laboral. Esto le permitió dedicar más tiempo a programar, aunque el camino no fue fácil: "No sabía lo que era un email, no sabía nada. Era un chaval cuando entré". Su estrategia para convertirse en desarrollador se basó en tres pilares fundamentales: encontrar tiempo para estudiar, adquirir habilidades sólidas y crear una red de contactos profesionales. "Asistía a todas las reuniones de programadores de Orlando, dondequiera que hubiera programadores, aparecía y escuchaba", recuerda. En Genbeta De 0 a desarrollador en un año: cómo lograrlo según esta experiencia real Después de casi tres años de esfuerzo constante, Rick consiguió su primer trabajo como desarrollador. Su transparencia sobre su pasado y el apoyo de personas que creyeron en él fueron cruciales para su contratación. Actualmente lidera Underdog Devs, una organización sin ánimo de lucro que ayuda a personas con antecedentes penales y de entornos socioeconómicos desfavorecidos a convertirse en desarrolladores de software. La iniciativa incluye programas de mentoría y apoyo financiero a través de Project Underdog, permitiendo que personas con talento pero sin recursos puedan dedicar tiempo completo al aprendizaje. "Cuando naces en un entorno socioeconómico bajo, estadísticamente vas a morir en esos espacios, es difícil salir", reflexiona Rick. "La programación nivela el campo de juego. Si tienes la habilidad, puedes hacerlo, pero también necesitas tiempo". Wolter aprovechó el tiempo en prisión para moldear su futuro, y sus hazañas demuestran que las segundas oportunidades no solamente pueden cambiar una vida, sino la de muchas más. Imagen de portada | Sigmund En Genbeta | Después de 15

Rick Wolter pasó casi 18 años en prisión por un homicidio cometido durante una pelea cuando era adolescente en una fiesta para defender a un amigo. Esto podría haber supuesto el final de su historia, pero se acabó convirtiendo en una sorprendente transformación personal y profesional con la que ayuda a cientos de personas.
Wolter pudo contar su historia a través del podcast de 'Corecursive', donde explica que durante su encarcelamiento en Florida, descubrió un artículo en The Economist sobre la alta demanda de ingenieros de software. "Después de leerlo, sentía que todo lo que cogía tenía algo sobre programación", recuerda. Esa chispa de interés se transformó en obsesión al comprender que la tecnología podría ofrecerle un futuro muy distinto.
De recluso a programador, pero el camino no fue fácil
Según cuenta, en las prisiones de Florida no existían programas formativos en tecnología: "Esto no es California, esto es Florida, ellos quieren que estés en los campos de repollo", explica con ironía. Sin embargo, Rick no se dio por vencido. Junto a su amigo Mohammad, que gestionaba una residencia con ordenadores antiguos destinados a un programa de tratamiento de drogas, organizó un plan para instalar a escondidas Python en aquellos equipos.
"Conseguimos que nos colaran Python en una memoria USB y lo instalamos en los ordenadores", relata. Los equipos eran modelos antiguos de Dell, similares a los que se encontraban en las aulas de los años 90, pero suficientes para aprender los fundamentos de la programación.
Con material didáctico enviado por su hermano y tutoriales de MIT OpenCourseWare guardados en memorias USB, Rick comenzó a sumergirse en un mundo completamente nuevo. "Era como un cavernícola intentando entender lo que estos magos estaban hablando", describe, refiriéndose a su proceso de aprendizaje.
Su entusiasmo se acabó contagiando en las celdas. Pronto empezó a enseñar programación a otros reclusos, incluyendo a su amigo Ryan, quien eventualmente se convirtió en instructor principal del improvisado curso. Lo que comenzó como un pequeño proyecto personal se transformó en una clase clandestina hasta que las autoridades penitenciarias la descubrieron.
"Cuando empezamos a enseñar la clase, se volvió demasiado notorio y eso provocó su caída. Si simplemente me hubiera sentado en una esquina y hecho lo mío, probablemente ni siquiera me habrían descubierto", explica. Los guardias, que no comprendían lo que hacían, asociaron la programación con el hackeo: "Literalmente, solo estábamos intentando mejorar nuestras habilidades para cuando saliéramos".
Tras salir de la cárcel, Rick se enfrentó a un mundo tecnológico que había evolucionado muchísimo durante su ausencia. Los smartphones le parecieron asombrosos: "Recuerdo sentirme muy empoderado, pensando que podía encauzar mi vida desde cualquier habitación siempre que tuviera acceso a internet".
Combinó trabajos físicos con estudios en un colegio comunitario local, aprovechando becas Pell Grant para financiar su educación y reducir su carga laboral. Esto le permitió dedicar más tiempo a programar, aunque el camino no fue fácil: "No sabía lo que era un email, no sabía nada. Era un chaval cuando entré".
Su estrategia para convertirse en desarrollador se basó en tres pilares fundamentales: encontrar tiempo para estudiar, adquirir habilidades sólidas y crear una red de contactos profesionales. "Asistía a todas las reuniones de programadores de Orlando, dondequiera que hubiera programadores, aparecía y escuchaba", recuerda.
Después de casi tres años de esfuerzo constante, Rick consiguió su primer trabajo como desarrollador. Su transparencia sobre su pasado y el apoyo de personas que creyeron en él fueron cruciales para su contratación.
Actualmente lidera Underdog Devs, una organización sin ánimo de lucro que ayuda a personas con antecedentes penales y de entornos socioeconómicos desfavorecidos a convertirse en desarrolladores de software. La iniciativa incluye programas de mentoría y apoyo financiero a través de Project Underdog, permitiendo que personas con talento pero sin recursos puedan dedicar tiempo completo al aprendizaje.
"Cuando naces en un entorno socioeconómico bajo, estadísticamente vas a morir en esos espacios, es difícil salir", reflexiona Rick. "La programación nivela el campo de juego. Si tienes la habilidad, puedes hacerlo, pero también necesitas tiempo".
Wolter aprovechó el tiempo en prisión para moldear su futuro, y sus hazañas demuestran que las segundas oportunidades no solamente pueden cambiar una vida, sino la de muchas más.
Imagen de portada | Sigmund
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La noticia
Aprendió a programar clandestinamente desde la cárcel con PCs viejos. Se convirtió en desarrollador y ahora ayuda a los demás
fue publicada originalmente en
Genbeta
por
Antonio Vallejo
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