Aclamamos a Cristo como Señor con nuestras palmas, redimidos por su entrega como Siervo

Comenzamos la Semana Mayor, la Semana Santa. Hoy es Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Es el día de la aclamación de Cristo como Rey y Señor que triunfa y es el anuncio de la Pasión que sufre como siervo doliente. Hoy le aclamamos con nuestras palmas y ramos de olivo como Rey que entra en Jerusalén, el domingo próximo le aclamaremos como Señor, exaltado por el Padre al resucitarlo de entre los muertos. La Semana Santa se sitúa entre la aclamación de hoy «Hosanna al Hijo de David, bendito el que vine en nombre del Señor, el Rey de Israel. Hosanna en el cielo» y la aclamación del Domingo de Resurrección: «verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya. A Él la gloria y el poder por toda la eternidad, aleluya, aleluya». En medio de los dos domingos tenemos los días santos proclamando, en cada celebración, el evangelio de la Pasión, desde la unción de María para la sepultura del Lunes Santo, hasta la historia impresionante de la Pasión, según san Lucas y, según san Juan, el Viernes Santo. El Sábado Santo su santo entierro y estancia en el sepulcro para proclamar la salvación a los justos del Antiguo Testamento. La noche del Sábado la pasaremos en vela junto con la Virgen, su Madre, esperando su Resurrección. Ya el Domingo exultaremos de gozo. Es imposible para los cristianos prescindir de las celebraciones litúrgicas. Entramos en la Semana Santa, entramos también en nuestra salvación. En los Santos Oficios se hacen presente los misterios de Cristo para que nos alcancen, para que nos toquen. En las procesiones imitamos el camino de la cruz. Los ramos, que llevamos en la procesión y que pondremos en nuestros balcones y ventanas son el paralelo de las imágenes del Niño Jesús y de los belenes que poníamos en Navidad. Entonces confesábamos que Cristo bajó del cielo y se hizo hombre en el seno purísimo de la Virgen María por nosotros y por nuestra salvación. Ahora, los ramos, son signos de la victoria conseguida por Cristo que por nuestra causa (= en favor nuestro) fue crucificado y resucitó al tercer día. La ventanas de nuestras casas se convierten en una protestación de fe en nuestra redención. Somos cristianos, Cristo nos ha redimido por su Misterio Pascual, con Él caminamos, peregrinos en la esperanza, hasta que lleguemos al Padre. La Iglesia es peregrina en esencia. Siempre caminando hacia la casa del Padre. Signo de su naturaleza son las procesiones y las estaciones de penitencia hacia la iglesia catedral o hacia otras iglesias. Marchando por las calles de este mundo, convirtiéndolas en una vía sacra. Identificándonos con nuestro Señor que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal para llevarnos consigo hasta el seno mismo de la Trinidad. La estación de penitencia es la manifestación concreta de que estos días santos son días de cambio y renovación, de volver a la casa del Padre. Y esto no nace sólo de nuestra voluntad, sino desde la escucha de la Palabra de Dios, de dejarnos transformar por Cristo, de abandonar los caminos tortuosos y equivocados para retomar el itinerario del regreso y del abrazo, que es la verdadera 'carrera oficial'. Es entrar en la dinámica de Dios que quiere hacer de nuestra historia una historia de salvación. Cristo se hace el encontradizo en nuestras calles y plazas. Se encuentra con nuestros gozos y esperanzas, nuestras tristezas y angustias y las hace suyas y la diviniza. Nos muestra lo que ha hecho y quiere hacer hoy por nuestra salvación y la de todos los hombres. En la liturgia se hace presente el Misterio Pascual. Este mismo Misterio lo contemplamos esculpidos paso a paso en la Biblia de los Pobres que ponemos en nuestras calles para que a todos alcance el mensaje, para que todos puedan ver y contemplar la Palabra. Es evangelizar por la vista. No dejemos de explicar a quienes nos pregunten y no entiendan lo que ven, sobre todo a los niños. Así también evangelizaremos por el oído. Evangelizar es la razón última que alienta nuestro caminar mostrando la imagen de Cristo a todos. La estación de penitencia se convierte en una profunda y madura experiencia de fe.

Abr 13, 2025 - 02:17
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Aclamamos a Cristo como Señor con nuestras palmas, redimidos por su entrega como Siervo
Comenzamos la Semana Mayor, la Semana Santa. Hoy es Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Es el día de la aclamación de Cristo como Rey y Señor que triunfa y es el anuncio de la Pasión que sufre como siervo doliente. Hoy le aclamamos con nuestras palmas y ramos de olivo como Rey que entra en Jerusalén, el domingo próximo le aclamaremos como Señor, exaltado por el Padre al resucitarlo de entre los muertos. La Semana Santa se sitúa entre la aclamación de hoy «Hosanna al Hijo de David, bendito el que vine en nombre del Señor, el Rey de Israel. Hosanna en el cielo» y la aclamación del Domingo de Resurrección: «verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya. A Él la gloria y el poder por toda la eternidad, aleluya, aleluya». En medio de los dos domingos tenemos los días santos proclamando, en cada celebración, el evangelio de la Pasión, desde la unción de María para la sepultura del Lunes Santo, hasta la historia impresionante de la Pasión, según san Lucas y, según san Juan, el Viernes Santo. El Sábado Santo su santo entierro y estancia en el sepulcro para proclamar la salvación a los justos del Antiguo Testamento. La noche del Sábado la pasaremos en vela junto con la Virgen, su Madre, esperando su Resurrección. Ya el Domingo exultaremos de gozo. Es imposible para los cristianos prescindir de las celebraciones litúrgicas. Entramos en la Semana Santa, entramos también en nuestra salvación. En los Santos Oficios se hacen presente los misterios de Cristo para que nos alcancen, para que nos toquen. En las procesiones imitamos el camino de la cruz. Los ramos, que llevamos en la procesión y que pondremos en nuestros balcones y ventanas son el paralelo de las imágenes del Niño Jesús y de los belenes que poníamos en Navidad. Entonces confesábamos que Cristo bajó del cielo y se hizo hombre en el seno purísimo de la Virgen María por nosotros y por nuestra salvación. Ahora, los ramos, son signos de la victoria conseguida por Cristo que por nuestra causa (= en favor nuestro) fue crucificado y resucitó al tercer día. La ventanas de nuestras casas se convierten en una protestación de fe en nuestra redención. Somos cristianos, Cristo nos ha redimido por su Misterio Pascual, con Él caminamos, peregrinos en la esperanza, hasta que lleguemos al Padre. La Iglesia es peregrina en esencia. Siempre caminando hacia la casa del Padre. Signo de su naturaleza son las procesiones y las estaciones de penitencia hacia la iglesia catedral o hacia otras iglesias. Marchando por las calles de este mundo, convirtiéndolas en una vía sacra. Identificándonos con nuestro Señor que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal para llevarnos consigo hasta el seno mismo de la Trinidad. La estación de penitencia es la manifestación concreta de que estos días santos son días de cambio y renovación, de volver a la casa del Padre. Y esto no nace sólo de nuestra voluntad, sino desde la escucha de la Palabra de Dios, de dejarnos transformar por Cristo, de abandonar los caminos tortuosos y equivocados para retomar el itinerario del regreso y del abrazo, que es la verdadera 'carrera oficial'. Es entrar en la dinámica de Dios que quiere hacer de nuestra historia una historia de salvación. Cristo se hace el encontradizo en nuestras calles y plazas. Se encuentra con nuestros gozos y esperanzas, nuestras tristezas y angustias y las hace suyas y la diviniza. Nos muestra lo que ha hecho y quiere hacer hoy por nuestra salvación y la de todos los hombres. En la liturgia se hace presente el Misterio Pascual. Este mismo Misterio lo contemplamos esculpidos paso a paso en la Biblia de los Pobres que ponemos en nuestras calles para que a todos alcance el mensaje, para que todos puedan ver y contemplar la Palabra. Es evangelizar por la vista. No dejemos de explicar a quienes nos pregunten y no entiendan lo que ven, sobre todo a los niños. Así también evangelizaremos por el oído. Evangelizar es la razón última que alienta nuestro caminar mostrando la imagen de Cristo a todos. La estación de penitencia se convierte en una profunda y madura experiencia de fe.