Aquel día del Cervantes
La llamada confirmando el premio debió de producirse antes de las cuatro de la tarde, porque a esa hora quien escribe estas líneas estaba dando la noticia en el boletín informativo horario. A partir de ahí se produjo un goteo constante de periodistas en el domicilio del escritor, en la calle Dos de Mayo. Todos... Leer más La entrada Aquel día del Cervantes aparece primero en Zenda.

Cuando a Miguel Delibes le concedieron el premio Cervantes en 1993, casualmente yo estaba en su casa tomando café. A Miguel le habían advertido desde el Ministerio que estuviera localizable y a nosotros en Radio Nacional de España nos habían advertido de que nuestro escritor tenía muchas papeletas; por tanto deberíamos estar preparados con una unidad móvil a la puerta de su casa, listos para contarlo todo.
Desde ese momento, en el salón de la casa se montó una rueda de prensa absolutamente informal, mientras Elisa Delibes, hija de Miguel, traía café, refrescos o copazos a los colegas del escritor premiado, es decir, a los periodistas, pues Miguel siempre ha dicho (los tiempos de los verbos son los que salen instintivamente y démoslos por válidos) que su escuela para el manejo del buen castellano, la tuvo en un libro, en el Garrigues de la carrera de Comercio (el Manual de Derecho Mercantil de Joaquín Garrigues), y en los periódicos. Pocos autores le han influido, aunque ha sido amigo de muchos, Camilo José Cela y Julián Marías, éste último paisano y amigo. Le satisfacía más hablar con los campesinos que leer a Virgilio.

Josep Pla y Miguel Delibes
Cuando llegaron los compañeros de la televisión (tarde, como es costumbre), el redactor que estaba al frente le pidió al escritor premiado que, para darle autenticidad a la imagen, repitiera el momento de la bajada por la escalera de caracol (que une su piso con el de Elisa) recibiendo abrazos y parabienes de familiares y amigos; es decir, los mismos abrazos de media hora antes, que no pasaron a la historia de Televisión Española. Con la intervención de algunos de los nietos del escritor se hizo la representación y los de la cla teatral metimos las manos, y todo quedó muy aparente.
Fue admirable el comportamiento de Delibes, dando respuesta a todos los periodistas. Utilizaba frases ajustadas, casi sin nerviosismo, llenas de una sensatez envidiable, pues la fiesta informativa que habíamos montado era incontrolable. La unidad móvil de Radio Nacional de España, que empezaba en el micrófono que personalmente portaba en mis manos, emitía en directo no sólo para la programación nacional, sino que, por la línea de ordenes de los auriculares, me desconectaban de Nacional para pasarme a Radio Exterior de España o a los boletines horarios, y todos querían palabras en directo de Delibes. Visto desde fuera, cualquiera pensaría que me había entrado una extraña enfermedad que me obligaba a decir lo que ya sabíamos, pero de cinco o seis maneras diferentes. Y Miguel, al que no hacía falta advertirle, sabía que las cosas tenían que ser así, porque estábamos difundiendo la noticia al mundo entero, a medida que nos lo iban pidiendo los correspondientes realizadores. Ante semejante maniobra, el escritor nos dijo: “Nos estamos partiendo en muchos cachos, José Delfín”. “Eso parece; pero no te preocupes, porque cada trozo va al sitio correcto”. Y el escritor galardonado, impasible. O casi. No cometió ningún error, ni una duda; todas las respuestas fueron correctas y con sustancia.
Recuerdo que cuando estábamos dispuestos a entrar en directo en uno de los boletines horarios, Miguel se tuvo que ausentar y me dejó solo con mi minuto radiofónico. La causa de la ausencia estaba motivada por una llamada personal del rey don Juan Carlos, con el que había estado en varias cazatas, que deseaba felicitarle personalmente. Afortunadamente lo supe a tiempo y pude contarlo en aquel minuto.
Informativamente hablando, aquel día fue de una intensidad desbocada; y para el propio escritor una alegría enorme, perfectamente descriptible, compartida con sus colegas de la Prensa: redactores de periódicos locales, corresponsales de periódicos y revistas con sus fotógrafos, redactores de agencias de noticias, locutores de radio y televisión y sus técnicos, cámaras de vaya usted a saber, colaboradores hasta de hojas parroquiales, y alevines asombrados, pues todo el mundo tuvo la puerta franca aquel venturoso día para nuestro amigo Miguel Delibes, al que le breamos de lo lindo. La culpa la tuvo él, por ser tan buen novelista, tan buen vallisoletano y tan tolerante en uno de sus días más felices, que hoy, con el ánimo contrito, recuerdo.
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