A la luz de Francisco

Fue un funeral en segunda convocatoria, como las reuniones formales, de la que esta crónica quiere levantar acta consignando el afecto y el reconocimiento al legado del Papa Francisco, enterrado en Roma el sábado anterior. El gran apagón del lunes aconsejó mover la fecha prevista y se aplazó veinticuatro horas , lo que seguramente hizo disminuir la afluencia de fieles; aun así, la Catedral registró una muy buena entrada con autoridades civiles, militares y académicas en primera fila. El trascoro se había ornado con guirnaldas y ramos con los colores papales y una lámina del retrato de Francisco que le pintó Raúl Berzosa se había colocado en el lado de la epístola del presbiterio. Era la luz del Papa la que iluminaba los corazones de los presentes, agradecidos por su pontificado, como era la luz del cirio pascual la que iluminaba la ceremonia: un cirio superlativo de 90 centímetros de altura y un diámetro de 23 centímetros que no pesará menos de 80 libras de cera virgen, según cálculos propios. Concelebraba con don José Ángel (siete cirios en el presbiterio como es debido) el auxiliar Ramón Valdivia, el deán, vicarios y canónigos y más de cincuenta presbíteros. Las lecturas escogidas repitieron las de la misa exequial en la basílica de San Pedro de cuatro días antes con el salmo 23 ('El Señor es mi pastor, nada me falta') salmodiado por el sacerdote Alfonso Peña Blanco, que animaba los cantos de la asamblea. Aunque en realidad, el pueblo cantó poco. Sólo en la comunión, cuando se entonó 'Cerca de ti, Señor' se animó. Es el riesgo de las misas cantadas: que los fieles acaban desentendidos del rezo cantado de partes fundamentales como el 'sanctus' o el 'agnusdéi'. Anotemos que se cantó la de réquiem de Hassler. No se desentienden, sin embargo, de lo más importante, porque la del martes en la Catedral fue, como antiguamente, misa de comunión general. Evidentemente, todo el que estaba allí sabía a lo que iba. Hasta antes de tiempo, porque la asamblea se puso en pie para la incensación sobre el cuerpo místico de Cristo a la vez que lo hacían los presbíteros concelebrantes. Todos de pie y casi nadie arrodillado en la consagración, sin embargo. Es lo que tiene apretar el espacio y poner las filas de sillas tan juntas que hay que ser contorsionista de circo para poder hincarse de hinojos. En la homilía, el arzobispo hilvanó con inteligencia las encíclicas del difunto Pontífice y la exhortación programática 'Evangelii Gaudium' hasta rematar haciendo votos por que «con la alegría del Evangelio, trabajemos por la fraternidad de los hombres y el cuidado de la casa común». Monseñor Saiz recordó «el aliento y el apoyo» transmitidos a la diócesis que pastorea así como «el afecto y la cercanía de padre y pastor» con que recibió el 8 de febrero en Santa Marta al comité organizador del Congreso de Piedad Popular en una de las últimas audiencias privadas concedidas. «Supo leer los signos de los tiempos», «mensajero incansable de la paz», «hombre de reconciliación», explorador constante de «caminos de diálogo» fueron algunas de las expresiones con que el prelado significó al Papa fallecido, de quien destacó la alegría como «pulso vital de su ministerio», transparentado en «su cercanía, en su palabra cálida, en su abrazo a los niños, a los enfermos, a los migrantes». Repitió por dos veces una idea como leit motiv, la de que todo su ministerio petrino supo mantener «el rumbo fijo de la Iglesia hacia lo esencial: la misericordia de Dios hecha carne que es el corazón del Evangelio». Sin embargo, no hizo demasiado caso de la recomendación de Francisco para que las homilías duren en torno a ocho minutos y la suya se fue de largo a los doce. Antes de la bendición final, el arzobispo hispalense se salió del guión para recordar que Francisco « tenía bien ubicada a Sevilla, de la que conocía muchas cosas y a la que quería », recordando las veces que acompañó a la familia diocesana a Roma, como hizo con los seminaristas el año pasado, donde se mostró «lleno de ternura y de esperanza». Acabó pidiendo que «sigamos el ejemplo, el legado en todos los sentidos» de Francisco y «recemos por el nuevo Papa que vendrá, para que los cardenales sean dóciles a la acción del Espíritu y elijan al Pontífice que la Iglesia necesita». Uno de los diáconos despidió a la asamblea a pesar del fallo del micrófono.

May 3, 2025 - 06:43
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A la luz de Francisco
Fue un funeral en segunda convocatoria, como las reuniones formales, de la que esta crónica quiere levantar acta consignando el afecto y el reconocimiento al legado del Papa Francisco, enterrado en Roma el sábado anterior. El gran apagón del lunes aconsejó mover la fecha prevista y se aplazó veinticuatro horas , lo que seguramente hizo disminuir la afluencia de fieles; aun así, la Catedral registró una muy buena entrada con autoridades civiles, militares y académicas en primera fila. El trascoro se había ornado con guirnaldas y ramos con los colores papales y una lámina del retrato de Francisco que le pintó Raúl Berzosa se había colocado en el lado de la epístola del presbiterio. Era la luz del Papa la que iluminaba los corazones de los presentes, agradecidos por su pontificado, como era la luz del cirio pascual la que iluminaba la ceremonia: un cirio superlativo de 90 centímetros de altura y un diámetro de 23 centímetros que no pesará menos de 80 libras de cera virgen, según cálculos propios. Concelebraba con don José Ángel (siete cirios en el presbiterio como es debido) el auxiliar Ramón Valdivia, el deán, vicarios y canónigos y más de cincuenta presbíteros. Las lecturas escogidas repitieron las de la misa exequial en la basílica de San Pedro de cuatro días antes con el salmo 23 ('El Señor es mi pastor, nada me falta') salmodiado por el sacerdote Alfonso Peña Blanco, que animaba los cantos de la asamblea. Aunque en realidad, el pueblo cantó poco. Sólo en la comunión, cuando se entonó 'Cerca de ti, Señor' se animó. Es el riesgo de las misas cantadas: que los fieles acaban desentendidos del rezo cantado de partes fundamentales como el 'sanctus' o el 'agnusdéi'. Anotemos que se cantó la de réquiem de Hassler. No se desentienden, sin embargo, de lo más importante, porque la del martes en la Catedral fue, como antiguamente, misa de comunión general. Evidentemente, todo el que estaba allí sabía a lo que iba. Hasta antes de tiempo, porque la asamblea se puso en pie para la incensación sobre el cuerpo místico de Cristo a la vez que lo hacían los presbíteros concelebrantes. Todos de pie y casi nadie arrodillado en la consagración, sin embargo. Es lo que tiene apretar el espacio y poner las filas de sillas tan juntas que hay que ser contorsionista de circo para poder hincarse de hinojos. En la homilía, el arzobispo hilvanó con inteligencia las encíclicas del difunto Pontífice y la exhortación programática 'Evangelii Gaudium' hasta rematar haciendo votos por que «con la alegría del Evangelio, trabajemos por la fraternidad de los hombres y el cuidado de la casa común». Monseñor Saiz recordó «el aliento y el apoyo» transmitidos a la diócesis que pastorea así como «el afecto y la cercanía de padre y pastor» con que recibió el 8 de febrero en Santa Marta al comité organizador del Congreso de Piedad Popular en una de las últimas audiencias privadas concedidas. «Supo leer los signos de los tiempos», «mensajero incansable de la paz», «hombre de reconciliación», explorador constante de «caminos de diálogo» fueron algunas de las expresiones con que el prelado significó al Papa fallecido, de quien destacó la alegría como «pulso vital de su ministerio», transparentado en «su cercanía, en su palabra cálida, en su abrazo a los niños, a los enfermos, a los migrantes». Repitió por dos veces una idea como leit motiv, la de que todo su ministerio petrino supo mantener «el rumbo fijo de la Iglesia hacia lo esencial: la misericordia de Dios hecha carne que es el corazón del Evangelio». Sin embargo, no hizo demasiado caso de la recomendación de Francisco para que las homilías duren en torno a ocho minutos y la suya se fue de largo a los doce. Antes de la bendición final, el arzobispo hispalense se salió del guión para recordar que Francisco « tenía bien ubicada a Sevilla, de la que conocía muchas cosas y a la que quería », recordando las veces que acompañó a la familia diocesana a Roma, como hizo con los seminaristas el año pasado, donde se mostró «lleno de ternura y de esperanza». Acabó pidiendo que «sigamos el ejemplo, el legado en todos los sentidos» de Francisco y «recemos por el nuevo Papa que vendrá, para que los cardenales sean dóciles a la acción del Espíritu y elijan al Pontífice que la Iglesia necesita». Uno de los diáconos despidió a la asamblea a pesar del fallo del micrófono.