Un reto compartido

Cuando un conservador de museos prepara su oposición, la ilusión está puesta en el trabajo que piensa que va a realizar con los objetos. Estudia para devolverlos al contexto en el que fueron creados, desvelando un tiempo distinto del actual. Prepara con esmero tema a tema y sabe que, cada uno de ellos, será la primera herramienta con la que poder enfrentarse al desafío de la investigación del patrimonio cultural. Sin embargo, lo cierto es que, en la mayoría de las ocasiones, no ocurre así, siendo la gestión museística lo que ocupa, casi por completo, su quehacer diario. Son excepcionales los casos como el que ahora nos ocupa. Nos referimos a la singular preparación de la nueva exposición del Museo Naval: 'Annus Mirabilis. Salvador de Bahía, 1625: El crédito de España'. Se cumplen 400 años de un acontecimiento impactante en la historia de España, pero que es casi desconocido para la sociedad en general. Esta exposición es el resultado de varios años de intensa labor investigadora en cooperación museo y universidad. Por un lado, es en la universidad donde se forman los investigadores. El museo, por el contrario, no forma investigadores, sino que es donde se custodian las tan diversas colecciones que conforman lo que llamamos patrimonio cultural. En él, no solo se trabaja para su conservación, también para su enriquecimiento y amplia difusión, como garantiza la Constitución Española en su artículo 44, donde se designa a los poderes públicos la tarea de promover y tutelar el acceso a la cultura, a la que todos tenemos derecho. Cualquiera de estas funciones clásicas del museo no podría llevarse a cabo sin un profundo conocimiento de ese patrimonio, así como de la propia ciencia museológica. Aquí es donde entra en juego la segunda parte de este artículo constitucional: los poderes públicos, a su vez, deberán promover la investigación científico-técnica en beneficio del interés general. A esto hacían referencia las inspiradoras palabras del conservador de museos Ricardo Olmos, a su vez, investigador del CSIC, en el discurso que dio en el Museo Arqueológico Nacional a los nuevos conservadores que nos incorporábamos en 2001: «La investigación os dará autoridad y os abrirá perspectivas. Os enseñará a dudar y a descubrir en las salas y almacenes de vuestros museos rostros inesperados de la historia. Os permitirá también comunicar mejor y saber qué objetos, qué obras serían necesarias para que su adquisición enriqueciera el patrimonio público y el discurso de vuestros museos…». Las recuerdo bien porque, a lo largo de estos años, me he tenido que enfrentar al complicado reto de hacer honor a estas palabras. Pues bien, fruto de la colaboración universidad-museo es la mencionada exposición del Museo Naval, que abrirá sus puertas en abril y que ofrece una nueva visión de aquel acontecimiento que supuso la recuperación de Salvador de Bahía, de manos de los holandeses, en aquel 'annus mirabilis' de 1625. Gracias a los recursos que se otorgan a un proyecto de investigación, se ha conseguido esa singular preparación de la que hablábamos: el estudio pormenorizado e interdisciplinar de un cuadro muy especial, hasta ahora, prácticamente desconocido. Se trata de un óleo del siglo XVII, propiedad del actual marqués de Valdueza, Alonso Álvarez de Toledo, donde se describe toda la jornada con una minuciosidad extraordinaria. Una imagen novedosa, que ha resultado ser una pieza clave como fuente historiográfica de la recuperación de la ciudad de Salvador de Bahía. Contrasta con la que se conocía hasta ahora gracias al cuadro de Fray Juan Bautista Maíno, 'La recuperación de Bahía de Todos los Santos', hoy en el Museo Nacional del Prado y que formó parte del fastuoso Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. Esta última responde a un relato concreto, de propaganda política, en la que el rey, pero sobre todo su ministro, el conde duque de Olivares, se pretende que sean los verdaderos protagonistas de lo sucedido en Bahía. El contraste con el cuadro estudiado, 'Sitio y empresa de la ciudad de Bahía de Todos los Santos por don Fadrique de Toledo Osorio', es evidente, siendo esta una imagen que describe todo el acontecimiento y que, por el contrario, se ciñe a otro relato acorde a la trascendencia que tuvo el capitán general de la expedición. No es casual que, en el caso de la cultura escrita, exista también un contraste notorio entre las páginas que redactó el cronista oficial, Tomás Tamayo de Vargas, fiel al conde duque, y otras crónicas de los que sí estuvieron en Bahía durante su recuperación, como es el caso del soldado particular Juan de Valencia y Guzmán, abiertamente afín al relato castellano de don Fadrique. 'Sitio y empresa de la ciudad de Bahía' actúa como un retrato, tanto de los hechos como de la propia ciudad de Salvador de Bahía. Trasmite un mensaje certero y eficaz, enfatizando la importancia que tuvo don Fadrique y que había sido puesta en entredicho por el conde duque, siendo pues una imagen al servicio de su propia defe

Mar 21, 2025 - 21:17
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Un reto compartido
Cuando un conservador de museos prepara su oposición, la ilusión está puesta en el trabajo que piensa que va a realizar con los objetos. Estudia para devolverlos al contexto en el que fueron creados, desvelando un tiempo distinto del actual. Prepara con esmero tema a tema y sabe que, cada uno de ellos, será la primera herramienta con la que poder enfrentarse al desafío de la investigación del patrimonio cultural. Sin embargo, lo cierto es que, en la mayoría de las ocasiones, no ocurre así, siendo la gestión museística lo que ocupa, casi por completo, su quehacer diario. Son excepcionales los casos como el que ahora nos ocupa. Nos referimos a la singular preparación de la nueva exposición del Museo Naval: 'Annus Mirabilis. Salvador de Bahía, 1625: El crédito de España'. Se cumplen 400 años de un acontecimiento impactante en la historia de España, pero que es casi desconocido para la sociedad en general. Esta exposición es el resultado de varios años de intensa labor investigadora en cooperación museo y universidad. Por un lado, es en la universidad donde se forman los investigadores. El museo, por el contrario, no forma investigadores, sino que es donde se custodian las tan diversas colecciones que conforman lo que llamamos patrimonio cultural. En él, no solo se trabaja para su conservación, también para su enriquecimiento y amplia difusión, como garantiza la Constitución Española en su artículo 44, donde se designa a los poderes públicos la tarea de promover y tutelar el acceso a la cultura, a la que todos tenemos derecho. Cualquiera de estas funciones clásicas del museo no podría llevarse a cabo sin un profundo conocimiento de ese patrimonio, así como de la propia ciencia museológica. Aquí es donde entra en juego la segunda parte de este artículo constitucional: los poderes públicos, a su vez, deberán promover la investigación científico-técnica en beneficio del interés general. A esto hacían referencia las inspiradoras palabras del conservador de museos Ricardo Olmos, a su vez, investigador del CSIC, en el discurso que dio en el Museo Arqueológico Nacional a los nuevos conservadores que nos incorporábamos en 2001: «La investigación os dará autoridad y os abrirá perspectivas. Os enseñará a dudar y a descubrir en las salas y almacenes de vuestros museos rostros inesperados de la historia. Os permitirá también comunicar mejor y saber qué objetos, qué obras serían necesarias para que su adquisición enriqueciera el patrimonio público y el discurso de vuestros museos…». Las recuerdo bien porque, a lo largo de estos años, me he tenido que enfrentar al complicado reto de hacer honor a estas palabras. Pues bien, fruto de la colaboración universidad-museo es la mencionada exposición del Museo Naval, que abrirá sus puertas en abril y que ofrece una nueva visión de aquel acontecimiento que supuso la recuperación de Salvador de Bahía, de manos de los holandeses, en aquel 'annus mirabilis' de 1625. Gracias a los recursos que se otorgan a un proyecto de investigación, se ha conseguido esa singular preparación de la que hablábamos: el estudio pormenorizado e interdisciplinar de un cuadro muy especial, hasta ahora, prácticamente desconocido. Se trata de un óleo del siglo XVII, propiedad del actual marqués de Valdueza, Alonso Álvarez de Toledo, donde se describe toda la jornada con una minuciosidad extraordinaria. Una imagen novedosa, que ha resultado ser una pieza clave como fuente historiográfica de la recuperación de la ciudad de Salvador de Bahía. Contrasta con la que se conocía hasta ahora gracias al cuadro de Fray Juan Bautista Maíno, 'La recuperación de Bahía de Todos los Santos', hoy en el Museo Nacional del Prado y que formó parte del fastuoso Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. Esta última responde a un relato concreto, de propaganda política, en la que el rey, pero sobre todo su ministro, el conde duque de Olivares, se pretende que sean los verdaderos protagonistas de lo sucedido en Bahía. El contraste con el cuadro estudiado, 'Sitio y empresa de la ciudad de Bahía de Todos los Santos por don Fadrique de Toledo Osorio', es evidente, siendo esta una imagen que describe todo el acontecimiento y que, por el contrario, se ciñe a otro relato acorde a la trascendencia que tuvo el capitán general de la expedición. No es casual que, en el caso de la cultura escrita, exista también un contraste notorio entre las páginas que redactó el cronista oficial, Tomás Tamayo de Vargas, fiel al conde duque, y otras crónicas de los que sí estuvieron en Bahía durante su recuperación, como es el caso del soldado particular Juan de Valencia y Guzmán, abiertamente afín al relato castellano de don Fadrique. 'Sitio y empresa de la ciudad de Bahía' actúa como un retrato, tanto de los hechos como de la propia ciudad de Salvador de Bahía. Trasmite un mensaje certero y eficaz, enfatizando la importancia que tuvo don Fadrique y que había sido puesta en entredicho por el conde duque, siendo pues una imagen al servicio de su propia defensa, circulando exclusivamente en el ámbito privado de la nobleza. El catedrático de Historia Moderna de la Universidad Carlos III de Madrid David García Hernán ha sido el director científico que, en el marco del proyecto Amermad-Cm-América en Madrid, ha reunido a diferentes profesionales del ámbito de las ciencias humanas en un trabajo verdaderamente interdisciplinar. Profesores de su equipo, como son Álvaro Bueno y Mónica Yanguas; otros profesionales de Historia de América, como José Manuel Santos o la investigadora especializada en urbanismo americano Irene Vicente; el profesor de Historia del Arte Carlos C. Brunetto y el técnico de Archivos Miguel G. Vozmediano conformaron el equipo. El Museo Naval se unió también a este ambicioso proyecto, en el que he tenido el gusto de participar. Ha sido, por tanto, un gran reto profesional para todos los que hemos intervenido en esta empresa, que ha puesto de manifiesto la importancia del museo en el ámbito científico como piedra de toque que, a la postre, sirve de catalizador de los resultados y conclusiones de cualquier trabajo investigador. No obstante, la colaboración entre universidad y museo no debe interpretarse solo como una necesidad –a la vista está–, sino que es una relación natural. A pesar de que el museo sigue sin ser reconocido en España como centro investigador, la realidad es que éste no debe ser un mero gestor administrativo o un simple agente de transferencia de resultados. Esta exposición es una prueba más de la importante aportación de los conservadores de museos a la hora de entablar un diálogo eficaz entre el patrimonio cultural a su cargo y la sociedad.