Un panorama volátil y falsamente repetido
Todos los augurios sobre los resultados electorales y sus consecuencias son provisionales; tal vez, más que nunca
Las imágenes que se repiten son engañosas. Escenas de violencia ante (y en) el Congreso; minicorrida cambiaria; avances y microrretrocesos en la lucha contra la inflación y el valor del dólar; Cristina Kirchner en el centro del ring; Mauricio Macri conduciendo a su partido, y un Javier Milei invencible e infalible. Pero puede ser una reproducción imperfecta de algo que fue y ya no es igual.
La imperiosa necesidad de alcanzar alguna estabilidad y poder hacer proyecciones sólidas a mediano y largo plazo sigue siendo una utopía en la Argentina.
La incertidumbre no solo se sostiene sino que se profundizó en las últimas semanas, más allá de algunos ansiolíticos recibidos por el Gobierno, como la aprobación del DNU sobre un nuevo e inminente acuerdo con el FMI, y que no haya vuelto a haber violencia en la protesta del miércoles pasado. El mundo, además, ayuda muy poco en todo lo que le importa y le impacta a la Argentina.
El tiempo transcurre inexorable y deja huellas, aunque aquellas escenas que simulan inmutabilidad todavía surtan algún efecto en buena parte de los espectadores, sobre todo los que prestan atención circunstancial a los devenires políticos y económicos o tienen una mirada parcial, sin registrar la totalidad del complejo panorama.
La reinstalación de Cristina Kirchner en la última semana puede ser uno de esos ejemplos de espejismo. Fue tan funcional a ella como a Milei. Una vez más. Pero ninguno de los dos está igual.
De distinta magnitud, ambos sufren algún tipo de desgaste, aunque en el cotejo el deterioro de la expresidenta adquiere dimensiones siderales. Cada vez es más un ancla que un faro. Una referencia que se difumina, aunque siga siendo demasiado visible y difícil de remover de la centralidad de su espacio.
El retiro de la visa por parte de los Estados Unidos le permitió a la expresidenta volver a su papel preferido de dirigente “popular” perseguida por los poderosos. Lo mismo que el rechazo del último recurso judicial que la pone ante la Corte para que termine de decidir sobre su libertad personal y su posible despedida de competencias electorales. Una combinación de eventos que vino a reponer la pelea estelar que se empeñan en mantener Cristina y Javier.
Sin embargo, no fue algo que alguno de los dos haya precipitado. Son ya demasiadas las cosas que escapan a la indomable voluntad de la expresidenta y son crecientes las variables que no controla o los proyectos cuya concreción se le complica al decisionismo presidencial de Milei.
Un exfuncionario del departamento de Estado que tuvo un rol relevante con Joe Biden le dijo el viernes a la tarde a un dirigente del panperonismo con el que comparte amistad que nada tuvo que ver la coyuntura argentina y el vínculo que mantiene Milei con Donald Trump en la decisión de revocar la visa de Cristina y Máximo Kirchner.
No cuenta para ellos que a Milei le siga gustando la polarización con una dirigente cada vez más desgastada, cuestionada dentro y fuera de su fuerza política, y cuya supervivencia tiene el valor para sus rivales externos de obturar la emergencia de nuevos actores para reconstruir el mapa político y de obligar a sus rivales internos a defenderla, aunque muchos desearían entregarla. Además, su permanencia es la excusa que encuentran muchos mileístas vergonzantes que fingen de opositores para no cuestionar acciones del Gobierno y del propio Presidente en temas que son (o fueron) banderas de su acción política.
De todas maneras, celebrar el protagonismo recuperado de Cristina Kirchner no deja de ser una actitud riesgosa, dado que la sola proyección de su sombra aleja a inversores que buscan climas más seguros. Problemas sistémicos.
La realidad indica que las dinámicas del nuevo tiempo de Estados Unidos propiciaron una decisión que el anterior gobierno demócrata había congelado en 2023 para no precipitar un cataclismo en la política argentina durante el año electoral y mientras Sergio Massa discutía una negociación con el FMI, con el apoyo de varios funcionarios de EE.UU.
El departamento de Estado trumpista, dicen, aprovechó el caso, sin que hubiera habido algún cambio en la situación penal de Cristina Kirchner, para demostrar que los Estados Unidos no le revocaba la visa por casos de corrupción solo a expresidentes de la derecha latinoamericana, como hizo en 2022 con el paraguayo Horacio Cartés. En Washington todo (o casi todo) funciona siempre en clave norteamericana.
La lectura conspiranoide y el sentido de la oportunidad política no iban a privar a Cristina de culpar a Milei de la decisión de la administración trumpista tanto como de victimizarse. Una cosa lleva a la otra. Más cuando ella tiene por delante tres estaciones pendientes y complicadas de superar.
Por un lado, está el proyecto de ley de ficha limpia, que el Senado sigue demorando. Por otra parte, aparece el conflicto intramuros del kirchnerismo en su bastión de la provincia de Buenos Aires, que solo tendrá una solución de ocasión para estas elecciones, pero dejará heridas insalvables. Su relación con Axel Kicillof, quien fuera su hijo político, está rota sin posibilidades de volver a los tiempos de confianza materno-filial, dicen tanto en el Instituto Patria como en La Plata.
Por último, asoma la decisión de la Corte por la causa Vialidad. Aunque la costumbre indica que el máximo tribunal evita fallos de impacto político en años electorales, ya son demasiados los usos y hábitos que han cambiado radicalmente en estos últimos tiempos como para no dar nada por hecho.
Todo eso que tiene reminiscencias de antaño no es más que otra remake fallida. Un poco de tragedia y bastante de farsa o de tragicomedia. Algo similar le pasa a Milei.
Alertas político-económicas
Al Presidente el alivio de la última semana no lo volvió a dejar en el estadío luminoso e inmaculado que transmitía en el comienzo del año. El paso por Davos y el escándalo del criptogate lo pusieron en un camino embarrado del que no logra salir y lo dejó demasiado salpicado. Pero las complicaciones no solo son políticas y de imagen.
La economía y las finanzas no le dan respiro, más allá del respingo inflacionario de febrero (todo indica será un paréntesis en la senda descendente) y de la minicorrida cambiaria que en una semana le costó perder algo de mil millones de reservas que siguen siendo negativas.
El acuerdo con el FMI que se da por hecho provocó más temblores que satisfacciones por el avance de las negociaciones. El apuro, una vez más, del ministro de Economía por dar todo por cerrado antes de tiempo y sus complicaciones verbales en público (un viejo problema que arrastra de antaño) respecto de la política cambiaria que derivaría del acuerdo, precipitaron movidas defensivas de los mismos a los que él les había aconsejado liquidar dólares y cubrir sus activos con inversiones financieras en dólares.
No es la primera vez que Luis Caputo anticipa cosas que la realidad se empeña en demorar (o desmentir). Cada viaje emprendido el año pasado a Washington fue precedido por versiones desde su entorno que anunciaban un desembolso del FMI por US$ 15.000 millones. Más o menos lo que lograría solo 16 meses después. Para peor, el tío Caputo se convirtió en un pugilista digital, lo que le valió al Gobierno más enemistados de los que necesita y podría tener. La capacidad del mileísta para maltratar hasta los que están dispuestos a ayudar parece insuperable.
Tal vez, su mayor acierto haya sido poner de viceministro suyo a José Luis Daza, que, al fin, desembarcó en Buenos Aires (sin dejar su domicilio en Nueva York) para concretar apoyos imprescindibles con explicaciones técnicas, buenos modales y respeto por sus interlocutores (toda una rareza en esta gestión). Lo explicitó el diputado de la Coalición Cívica Juan Manuel López al justificar su voto a favor del DNU sobre el aún desconocido acuerdo con el FMI.
No obstante, la vía libre parlamentaria no despejó todas las dudas. No solo en el plano cambiario, donde dos días después seguían los sobresaltos. La economía real empieza a dar señales de inquietud para muchos economistas e inversores, la mayoría de los cuales prefiere advertirlo con reserva de su nombre por temor a represalias.
Para muestra, vale contar la aclaración hecha días pasados por un importante hombre de negocios, cuyos vínculos trascienden las fronteras argentinas, invitado a un programa de televisión para opinar sobre el devenir económico.
“Te advierto que lo que voy a decir se parece poco a lo que pienso de verdad. No voy a poner en riesgo los intereses de mi empresa y de mis clientes por decirlo. Ya tuve algunas advertencias feas y lo mismo o peor le ha pasado a algunos colegas”, expresó ante la sorpresa de los dos periodistas que lo escuchaban, menos sorprendidos por la sinceridad brutal que por algo que se rumorea desde hace ya un buen tiempo. La libertad de expresión no es un asunto que le preocupa solo a los periodistas.
Ya son varios los asuntos en los que el semáforo se pone amarillo a corto y mediano plazo, como advierten muchos economistas y empresarios. Entre ellos, además de la modificación de la política cambiaria a que obligaría el FMI y que tendría algún impacto sobre el apreciado peso argentino y, en consecuencia, sobre los precios se suman otras con consecuencias en la vida cotidiana y en las cuentas públicas.
El poder adquisitivo empieza a ser una variable que cada vez pesa más para muchos argentinos, a pesar del sostenido descenso de la inflación. “Los precios no suben, pero a mi la plata no me alcanza”, dicen muchos participantes de grupos focales, lo que llevó a un agudo consultor a decir que “puede que la inflación baje, pero empieza a haber ‘sensación’ de inflación”.
Otro ítem que provoca cada vez más inquietud es el empleo: destrucción de puestos de trabajo y no creación de nuevos asoman como tendencia. Apertura de las importaciones y aumento de costos locales llevan a que cada vez más argentinos hagan compras en el exterior o estén impedidos de exportar. Partes de un mismo asunto. Variables que ponen en alerta al comercio y a la producción argentina y, en consecuencia, abren interrogantes también sobre la recaudación fiscal.
Un caso notable es el de la industria pesquera que por una combinación de factores está llevando a que los explotadores de algunas especies, como el langostino, están casi decididos a no iniciar la temporada para no trabajar a pérdida, con el consecuente impacto no solo para las empresas del sector, sino también para los trabajadores y el fisco. No son los únicos. Podría abrirse una etapa de mayor conflictividad social e impacto en economías locales.
A este escenario puntual se agregan contingencias climáticas y baja de precios internacionales que afectan al sector agropecuario. Menos complicado para las empresas del sector energético, pero como una amenaza de merma de ingresos fiscales, asoma la caída del precio internacional del petróleo, que acotaría en parte el gran aporte esperado del boom de Vaca Muerta.
El mundo transita por una de las etapas de mayor transformación e inestabilidad de las últimas tres décadas. La Argentina no está inmunizada y se encuentra muy expuesta. Si el año electoral es, de por sí, un fuerte proveedor de incertidumbre, el proceso de cambios que atraviesan la política y la economía argentina prometen muchas sorpresas.
Los escenarios falsamente repetidos pueden conducir a error. Todos los augurios sobre los resultados electorales y sus consecuencias son provisionales. Tal vez, más que nunca.