Cuando la entrada de los rusos en Olenivka era ya inminente, Yevhen Mezhevoy introdujo un teléfono móvil en un calcetín y le dijo a su hijo mayor que no se separase del aparato. Como esperaba, al igual que el resto de los hombres de la localidad, fue detenido, interrogado, torturado y encarcelado . En cuanto volvió a poner un pie en la calle contactó con sus hijos, que habían sido deportados a Rusia , junto con otros cuarenta niños de la misma localidad. Gracias a eso pudo seguirles la pista y, once meses después, recuperarlos. Pero se trata de una excepción. Docenas de miles de menores han sido «evacuados» de los territorios ocupados y diseminados a lo largo y ancho...
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