¿Por qué el Vaticano sigue usando humo para anunciar al nuevo Papa?
Cuando los cardenales se reúnan el 7 de mayo de 2025 para elegir al sucesor del papa Francisco, millones observarán si el humo es negro (sin Papa) o blanco (Habemus Papam). Pero hacer que una nube de humo blanco o negro salga por una chimenea y se entienda en todo el mundo no es tan […]

Cuando los cardenales se reúnan el 7 de mayo de 2025 para elegir al sucesor del papa Francisco, millones observarán si el humo es negro (sin Papa) o blanco (Habemus Papam). Pero hacer que una nube de humo blanco o negro salga por una chimenea y se entienda en todo el mundo no es tan simple como parece. No hay notificaciones, ni tuits, ni comunicados con gráficos elegantes: solo humo. Y ese humo, que parece tan artesanal y poético, es en realidad un espectáculo de precisión química, ingeniería antigua y mucho, mucho simbolismo.
¿Por qué el humo del cónclave sigue siendo tan importante?
Durante siglos, la Iglesia ha usado el humo como una forma de comunicación entre lo humano y lo divino. Lo vemos en el incienso, en los rituales de sacrificio bíblico y ahora en el Habemus Papam. La elección de un nuevo Papa no es solo una decisión política o religiosa: es un evento profundamente simbólico y espiritual. Y el humo blanco que surge de la Capilla Sixtina es, para millones, el momento en el que el misterio se vuelve certeza. Y aunque estamos en plena era digital, el Vaticano se aferra al ritual del humo porque representa continuidad, tradición y misterio. Para muchos, es parte del encanto: ver ese humo subir sobre la Plaza de San Pedro es presenciar historia en tiempo real, sin spoilers ni efectos especiales.
Detrás del humo: más ciencia que milagro
En cada cónclave, dos estufas temporales se instalan en la Capilla Sixtina: una quema las papeletas de los votos, la otra genera el humo que sale por la chimenea. Este sistema está conectado a una tubería metálica que asciende cuidadosamente por el tejado de la capilla, evitando dañar los frescos de Miguel Ángel, y terminando en la famosa chimenea que todos observamos con ansiedad.
Los químicos son los verdaderos protagonistas de este show sagrado.
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Para el humo negro, se utiliza una mezcla de perclorato potásico, antraceno y azufre.
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Para el blanco, se queman clorato potásico, lactosa y colofonia de pino.
Estas mezclas están preempacadas en cartuchos que se encienden electrónicamente, para asegurar que no haya confusión. Nada de improvisar con paja húmeda como en el pasado. Hoy, cada color tiene su receta exacta y su prueba técnica, porque si algo sale mal, el mundo entero lo ve en vivo.
La instalación de la chimenea es una obra de arte en sí misma
La Capilla Sixtina no fue diseñada para tener humo saliendo del techo. Por eso, técnicos y bomberos vaticanos montan cuidadosamente andamios, refuerzan cada junta de la tubería y sellan todo para que funcione a la perfección. Incluso se hacen ensayos con humo días antes del cónclave para asegurarse de que todo fluya… literalmente. Este nivel de cuidado no es exageración: un error técnico en el humo sería un escándalo global, interpretado como signo divino o incluso manipulación.
Entonces, ¿por qué no cambian el sistema?
Muchas veces se ha sugerido modernizar el proceso: luces LED en la chimenea, alertas digitales, transmisión directa de los votos. Pero el Vaticano ha dicho que no. Para ellos, este momento no se trata solo de informar, sino de conmover. El humo es parte de una experiencia que conecta a creyentes de todo el mundo con un acto milenario de fe. En un mundo donde todo es inmediato, la Iglesia decide pausar, mantener el rito y dejar que el mundo mire al cielo en espera de una señal.
Aunque suene exagerado, el Vaticano prefiere arriesgarse a que no funcione el cartucho antes que enviar un WhatsApp colectivo. Lo hacen porque el rito es parte del mensaje, porque lo simbólico importa tanto como lo técnico, y porque en una institución con más de dos mil años de historia, innovar no siempre es lo ideal. Así que cuando veas salir ese humo blanco, recuerda: detrás de esa señal hay siglos de historia, toneladas de simbolismo, y una precisión química que ni Breaking Bad.