No les llames libertarios, son liberticidas
Hacen lo contrario de lo que predican. Dicen estar contra el control gubernamental, pero quieren sustituirlo por gobiernos autoritarios. Dicen defender el libre mercado, pero inician guerras arancelarias. Dicen garantizar la libertad de expresión, pero persiguen el pensamiento. No llamemos “libertarios” a lo que son ultracapitalistas, neorreaccionarios o fascistas del mercado. Lo pensé leyendo este magnífico artículo de Toño Fraguas sobre los ideólogos de la extrema derecha. No dejemos que, además del pan, nos roben las palabras. Es históricamente erróneo, ideológicamente falso y una aberración política y semántica. Libertarios son los anarquistas, los verdaderos defensores de la libertad, no la ultraderecha que la destruye, que quiere acabar con la democracia y someter, no emancipar, a la clase trabajadora. No existen los libertarios de derechas. Es un oxímoron. Como anarcocapitalismo. La anarquía busca la liberación de las cadenas: los anarcocapitalistas solo quieren sustituir las cadenas del Estado por las del Dinero. No hay nada menos anarquista que un conservador, un nacionalista, un capitalista, un individualista. Menos aún si le añades el prefijo “ultra”. No se puede defender al patrón, al capital, a la empresa, al mercado y la propiedad privada y defender la anarquía que busca precisamente abolirlos. No se puede explotar al trabajador, imponerle una moral, dirigir su consumo, controlar su pensamiento, reprimir su rabia… en nombre de la libertad. No puede haber un capitalismo anarquista porque el anarquismo busca la abolición del capitalismo. Anarcocapitalismo es tan absurdo como decir capitalismo verde o feminismo neoliberal. Es una apropiación cultural, un robo a la izquierda, como reconocen ellos mismos. El primero en escribirlo fue Dean Rusell en 1955 cuando explicó que los progresistas de Estados Unidos les habían quitado el término “liberal” a los liberales del mercado por lo que ellos habían tenido que usurparle al anarquismo el término “libertario”. El padre del mal llamado anarcocapitalismo, Murray Rothbard, experto en robos léxicos, presumía cómo le habían “quitado” una palabra al “enemigo”. Aparte de que es una traducción directa del inglés que no se corresponde con la profunda huella del anarquismo en España, no le demos al “enemigo” el gusto de dejar que nos arrebaten las palabras y las ideas para despojarlas de su sentido y de su historia. En su origen está su pecado: cogen lo ajeno para vaciarlo de contenido. Cogen los términos para desvirtuarlos. Los que se dicen libertadores de la libertad, son sus homicidas. Hacen lo contrario de lo que predican. Dicen estar contra el control gubernamental, pero quieren sustituirlo por gobiernos autoritarios controlados por los más ricos. Dicen defender el libre mercado, pero inician guerras arancelarias con el resto del mundo. Dicen garantizar la libertad de expresión, pero persiguen la diversidad, censuran a la disidencia, reprimen las protestas y se compran redes para manipular los algoritmos y convertirse en policía del pensamiento. Musk compró Twitter para tener un órgano de propaganda y Trump se ha creado Truth (Verdad) para contar mentiras y difundir bulos. Nada más llegar a la Casa Blanca ha purgado de documentos públicos palabras que pueden considerarse controvertidas como “diversidad”, “género”, “mujer” o “cambio climático”. Sí, mujer es una palabra controvertida para quien fue condenado por violar a una y por extorsionar a otra. En su búsqueda de documentos a borrar, se han topado con las fotografías del Enola Gay, el avión que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, porque “gay” es uno de los términos que les causan pavor. A la agencia de noticias Associated Press la ha apartado de sus viajes presidenciales y sus ruedas de prensa porque se han negado a llamar Golfo de América al Golfo de México. Orwell se revuelve en su tumba. Nunca pensó que el Gran Hermano sería una cosa tan inquietantemente estúpida. La libertad era esto: las viejas purgas. La vuelta al Macartismo. Ha pedido que se persiga el “sesgo anticristiano” en los documentos públicos. Ha proscrito a las personas trans del deporte y del ejército. Ha eliminado los fondos para la transición de género en menores de 19. Un juez ha tenido que parar la aplicación de una orden de Washington que significaba el traslado de una mujer trans a una cárcel de hombres. El Estado de Texas sigue sus pasos y promueve la creación del delito de “fraude de género”. Ha empezado la caza de brujas: retira los fondos para el aborto, ha deportado a un líder de las protestas de la Universidad de Columbia contra el genocidio en Gaza. En Argentina, la policía del gobierno de Milei se ha liado a porrazos, bolazos y bombas de humo contra los pensionistas empobrecidos por su motorsierra de tarado. La libertad, al carajo. Dicen que traen la riqueza, pero por ahora solo han traído pobreza y el anuncio de una recesión.

Hacen lo contrario de lo que predican. Dicen estar contra el control gubernamental, pero quieren sustituirlo por gobiernos autoritarios. Dicen defender el libre mercado, pero inician guerras arancelarias. Dicen garantizar la libertad de expresión, pero persiguen el pensamiento.
No llamemos “libertarios” a lo que son ultracapitalistas, neorreaccionarios o fascistas del mercado. Lo pensé leyendo este magnífico artículo de Toño Fraguas sobre los ideólogos de la extrema derecha. No dejemos que, además del pan, nos roben las palabras. Es históricamente erróneo, ideológicamente falso y una aberración política y semántica. Libertarios son los anarquistas, los verdaderos defensores de la libertad, no la ultraderecha que la destruye, que quiere acabar con la democracia y someter, no emancipar, a la clase trabajadora. No existen los libertarios de derechas. Es un oxímoron. Como anarcocapitalismo. La anarquía busca la liberación de las cadenas: los anarcocapitalistas solo quieren sustituir las cadenas del Estado por las del Dinero.
No hay nada menos anarquista que un conservador, un nacionalista, un capitalista, un individualista. Menos aún si le añades el prefijo “ultra”. No se puede defender al patrón, al capital, a la empresa, al mercado y la propiedad privada y defender la anarquía que busca precisamente abolirlos. No se puede explotar al trabajador, imponerle una moral, dirigir su consumo, controlar su pensamiento, reprimir su rabia… en nombre de la libertad. No puede haber un capitalismo anarquista porque el anarquismo busca la abolición del capitalismo. Anarcocapitalismo es tan absurdo como decir capitalismo verde o feminismo neoliberal.
Es una apropiación cultural, un robo a la izquierda, como reconocen ellos mismos. El primero en escribirlo fue Dean Rusell en 1955 cuando explicó que los progresistas de Estados Unidos les habían quitado el término “liberal” a los liberales del mercado por lo que ellos habían tenido que usurparle al anarquismo el término “libertario”. El padre del mal llamado anarcocapitalismo, Murray Rothbard, experto en robos léxicos, presumía cómo le habían “quitado” una palabra al “enemigo”. Aparte de que es una traducción directa del inglés que no se corresponde con la profunda huella del anarquismo en España, no le demos al “enemigo” el gusto de dejar que nos arrebaten las palabras y las ideas para despojarlas de su sentido y de su historia.
En su origen está su pecado: cogen lo ajeno para vaciarlo de contenido. Cogen los términos para desvirtuarlos. Los que se dicen libertadores de la libertad, son sus homicidas. Hacen lo contrario de lo que predican. Dicen estar contra el control gubernamental, pero quieren sustituirlo por gobiernos autoritarios controlados por los más ricos. Dicen defender el libre mercado, pero inician guerras arancelarias con el resto del mundo. Dicen garantizar la libertad de expresión, pero persiguen la diversidad, censuran a la disidencia, reprimen las protestas y se compran redes para manipular los algoritmos y convertirse en policía del pensamiento. Musk compró Twitter para tener un órgano de propaganda y Trump se ha creado Truth (Verdad) para contar mentiras y difundir bulos.
Nada más llegar a la Casa Blanca ha purgado de documentos públicos palabras que pueden considerarse controvertidas como “diversidad”, “género”, “mujer” o “cambio climático”. Sí, mujer es una palabra controvertida para quien fue condenado por violar a una y por extorsionar a otra. En su búsqueda de documentos a borrar, se han topado con las fotografías del Enola Gay, el avión que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, porque “gay” es uno de los términos que les causan pavor. A la agencia de noticias Associated Press la ha apartado de sus viajes presidenciales y sus ruedas de prensa porque se han negado a llamar Golfo de América al Golfo de México. Orwell se revuelve en su tumba. Nunca pensó que el Gran Hermano sería una cosa tan inquietantemente estúpida.
La libertad era esto: las viejas purgas. La vuelta al Macartismo. Ha pedido que se persiga el “sesgo anticristiano” en los documentos públicos. Ha proscrito a las personas trans del deporte y del ejército. Ha eliminado los fondos para la transición de género en menores de 19. Un juez ha tenido que parar la aplicación de una orden de Washington que significaba el traslado de una mujer trans a una cárcel de hombres. El Estado de Texas sigue sus pasos y promueve la creación del delito de “fraude de género”. Ha empezado la caza de brujas: retira los fondos para el aborto, ha deportado a un líder de las protestas de la Universidad de Columbia contra el genocidio en Gaza. En Argentina, la policía del gobierno de Milei se ha liado a porrazos, bolazos y bombas de humo contra los pensionistas empobrecidos por su motorsierra de tarado. La libertad, al carajo. Dicen que traen la riqueza, pero por ahora solo han traído pobreza y el anuncio de una recesión.
Si crean riqueza es a costa de vidas. Como Ayuso, que tuvo la mayor incidencia de coronavirus de la pandemia porque se saltó las restricciones. Presumió de salvar la economía y a las personas. No le fue mucho mejor en lo primero pero sí mucho peor en lo segundo. Ahora ha sacado un vídeo para intentar rebatir al documental que muestra cómo su protocolo de la vergüenza dejó morir sin asistencia médica a 7921 ancianos en las residencias. También intenta desmentir la cifra. Dice que son 4100. Como si le parecieran pocos. A los familiares de las víctimas no ha querido recibirlos ni les deja hablar en la radiotelevisión pública madrileña, mientras su jefe de Gabinete los insulta cuando salen en otras cadenas de tele. Su libertad es esto: usar lo público para hacer campañas de manipulación, extorsión y bulos. No les llamemos libertarios, no les concedamos ese triunfo. Libertarios son los anarquistas. Estos son liberticidas.