Mitras y cascos, qué menú tan indigesto

Daremos por bueno que Francisco era un tipo humildísimo, un alma cándida y bondadoso hasta decir basta. Pero la Santa Madre Iglesia Católica es como es, y ni por un momento puede dejar de demostrar su enorme poderío Ataca José K. su bocadillo de mortadela. En pan de molde y sin corteza, que la dentadura está como está a sus años y los implantes –un lujo– están fuera de su alcance. En la televisión que heredó de un vecino, ahora propietario de una pantallona fina como una loncha de jamón, no paran de hablar del Papa. Del muerto y de las quinielas sobre el vivo que nos llegará en unos días. Sí, se dice nuestro hombre, daremos por bueno que Francisco era un tipo humildísimo, un alma cándida y bondadoso hasta decir basta. Pero la Santa Madre Iglesia Católica es como es, y ni por un momento puede dejar de demostrar su enorme poderío, su capacidad intrínseca de espectáculo, su enfermiza necesidad de mostrar a todo el mundo que ellos son ricos, riquísimos, y grandiosamente poderosos. ¡Qué despliegues de obscena ostentación, qué cantidades de ricas sedas y báculos dorados! ¡Qué opulentos escenarios! ¡Cuánto oropel, cuánta vanidad, cuánta vanagloria, cuánta soberbia! Buena ocasión, se dice José K. para recordar que tenemos en la historia un amplio muestrario de Papas. Echa mano para la ocasión de Eamon Duffy, profesor emérito de Historia de la Cristiandad de la Universidad de Cambridge: “El papado del Renacimiento invoca imágenes de un espectáculo de Hollywood, todo decadencia y arrastre. Los contemporáneos veían la Roma del Renacimiento como (…) una ciudad de putas con cuenta de gastos y de chanchullos políticos, donde todo y todos tenían un precio, donde no se podía confiar en nada ni en nadie”. Ah, qué tiempos aquellos en los que Alejandro VI tuvo cuatro hijos reconocidos, César Borgia, Lucrecia Borgia, Jofré Borgia y Juan de Borja y Cattanei, antes de convertirse en Papa. ¿Nos hemos ido muy lejos? ¿Qué tal Pío XII y los nazis? Y todos tenemos en la retina al papa Wojtila, para qué vamos a repetir sus muchas hazañas siempre en favor de la derecha más reaccionaria del planeta. Le pasa al lenguaraz José K. que cuando entra en modo comecuras no conoce límites. Y suelta, por ejemplo, que aprovechando tanto fervor religioso con el fallecimiento de Francisco, cuando apenas acabábamos de pasear cristos sangrantes y vírgenes dolorosas por las calles de nuestras piadosas ciudades, a punto de marcar la x en la casilla pertinente de la declaración de Hacienda, podíamos exigir a la Iglesia católica, con Papa o sin Papa, que antes de que se ejecute la vergüenza de Cuelgamuros, pida perdón a todos los españoles, al menos a los familiares de los republicanos fusilados y allí enterrados, por su apoyo incondicional al régimen del Generalísimo Francisco Franco Bahamonde, a cuyas órdenes se asesinó vilmente a miles y miles de ciudadanos. Nuestra bendición a la Santa Cruzada, proclamaban entonces desde los púlpitos curas, obispos, arzobispos y cardenales, que el mismo Pío XII que no sabía dónde mirar mientras Hitler quemaba vivos a cientos de miles de judíos, refrendó la ignominia del franquismo con la firma del Concordato de 1953.  Pero volvamos al presente, se dice nuestro héroe, aterrorizado porque los más finos analistas opinan que tras un Papa que había pertenecido “a esa generación criminal de la extrema izquierda montonera peronista”, según el afamado corneta del Apocalipsis Federico Jiménez Losantos, el Vaticano, o sea, los cardenales, o por mejor decir, el Espíritu Santo, la conocida paloma –qué democrática es esta Iglesia– van a elegir entre todos a un Papa acorde con estos nuevos tiempos que vivimos donde la ultraderecha campa a sus anchas a lo largo y ancho del orbe, encabezados por la peinadísima melena naranja de ese genio que todos sabemos. Qué será, será, será lo que deba ser. En realidad, se dice José K., limpiándose los restos del bocata, tanto da quién dé las bendiciones urbi et orbi en la siempre abarrotada plaza vaticana, porque ya ven lo que pudo hacer Francisco ante tanta barbarie. Palabras, palabras, palabras. Bonitas, incluso muy acertadas, pero sólo palabras. Porque al final de esta historia, no nos engañemos, no hablamos de religión: hablamos de ideología.  Y duda José K., al hilo de la actualidad que nos sepulta, si ponerse la birreta, la mitra o el solideo, u optar por el casco y el traje de camuflaje. Curas por un lado, militares por otro, ¡qué rico emparedado!, y allá a su frente, la espada flamígera del gánster llamado Donald Trump, escoltado por sus 40 ladrones y sus 10, 20, 30 o 40 imitadores en Europa o América Latina, se llamen Bukele, Le Pen, Abascal o Díaz Ayuso. Soporta el mundo la indignidad de tener que aguantar a un tipo bárbaro que basado en la fuerza, nunca en el raciocinio, quiere imponer al resto de países sus condiciones, políticas y comerciales. Primero, la estaca y la amenaza salvaje. Y luego, todo lo demás, que han de saber

Abr 27, 2025 - 05:39
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Mitras y cascos, qué menú tan indigesto

Mitras y cascos, qué menú tan indigesto

Daremos por bueno que Francisco era un tipo humildísimo, un alma cándida y bondadoso hasta decir basta. Pero la Santa Madre Iglesia Católica es como es, y ni por un momento puede dejar de demostrar su enorme poderío

Ataca José K. su bocadillo de mortadela. En pan de molde y sin corteza, que la dentadura está como está a sus años y los implantes –un lujo– están fuera de su alcance. En la televisión que heredó de un vecino, ahora propietario de una pantallona fina como una loncha de jamón, no paran de hablar del Papa. Del muerto y de las quinielas sobre el vivo que nos llegará en unos días. Sí, se dice nuestro hombre, daremos por bueno que Francisco era un tipo humildísimo, un alma cándida y bondadoso hasta decir basta. Pero la Santa Madre Iglesia Católica es como es, y ni por un momento puede dejar de demostrar su enorme poderío, su capacidad intrínseca de espectáculo, su enfermiza necesidad de mostrar a todo el mundo que ellos son ricos, riquísimos, y grandiosamente poderosos. ¡Qué despliegues de obscena ostentación, qué cantidades de ricas sedas y báculos dorados! ¡Qué opulentos escenarios! ¡Cuánto oropel, cuánta vanidad, cuánta vanagloria, cuánta soberbia!

Buena ocasión, se dice José K. para recordar que tenemos en la historia un amplio muestrario de Papas. Echa mano para la ocasión de Eamon Duffy, profesor emérito de Historia de la Cristiandad de la Universidad de Cambridge: “El papado del Renacimiento invoca imágenes de un espectáculo de Hollywood, todo decadencia y arrastre. Los contemporáneos veían la Roma del Renacimiento como (…) una ciudad de putas con cuenta de gastos y de chanchullos políticos, donde todo y todos tenían un precio, donde no se podía confiar en nada ni en nadie”. Ah, qué tiempos aquellos en los que Alejandro VI tuvo cuatro hijos reconocidos, César Borgia, Lucrecia Borgia, Jofré Borgia y Juan de Borja y Cattanei, antes de convertirse en Papa. ¿Nos hemos ido muy lejos? ¿Qué tal Pío XII y los nazis? Y todos tenemos en la retina al papa Wojtila, para qué vamos a repetir sus muchas hazañas siempre en favor de la derecha más reaccionaria del planeta.

Le pasa al lenguaraz José K. que cuando entra en modo comecuras no conoce límites. Y suelta, por ejemplo, que aprovechando tanto fervor religioso con el fallecimiento de Francisco, cuando apenas acabábamos de pasear cristos sangrantes y vírgenes dolorosas por las calles de nuestras piadosas ciudades, a punto de marcar la x en la casilla pertinente de la declaración de Hacienda, podíamos exigir a la Iglesia católica, con Papa o sin Papa, que antes de que se ejecute la vergüenza de Cuelgamuros, pida perdón a todos los españoles, al menos a los familiares de los republicanos fusilados y allí enterrados, por su apoyo incondicional al régimen del Generalísimo Francisco Franco Bahamonde, a cuyas órdenes se asesinó vilmente a miles y miles de ciudadanos. Nuestra bendición a la Santa Cruzada, proclamaban entonces desde los púlpitos curas, obispos, arzobispos y cardenales, que el mismo Pío XII que no sabía dónde mirar mientras Hitler quemaba vivos a cientos de miles de judíos, refrendó la ignominia del franquismo con la firma del Concordato de 1953. 

Pero volvamos al presente, se dice nuestro héroe, aterrorizado porque los más finos analistas opinan que tras un Papa que había pertenecido “a esa generación criminal de la extrema izquierda montonera peronista”, según el afamado corneta del Apocalipsis Federico Jiménez Losantos, el Vaticano, o sea, los cardenales, o por mejor decir, el Espíritu Santo, la conocida paloma –qué democrática es esta Iglesia– van a elegir entre todos a un Papa acorde con estos nuevos tiempos que vivimos donde la ultraderecha campa a sus anchas a lo largo y ancho del orbe, encabezados por la peinadísima melena naranja de ese genio que todos sabemos. Qué será, será, será lo que deba ser. En realidad, se dice José K., limpiándose los restos del bocata, tanto da quién dé las bendiciones urbi et orbi en la siempre abarrotada plaza vaticana, porque ya ven lo que pudo hacer Francisco ante tanta barbarie. Palabras, palabras, palabras. Bonitas, incluso muy acertadas, pero sólo palabras. Porque al final de esta historia, no nos engañemos, no hablamos de religión: hablamos de ideología. 

Y duda José K., al hilo de la actualidad que nos sepulta, si ponerse la birreta, la mitra o el solideo, u optar por el casco y el traje de camuflaje. Curas por un lado, militares por otro, ¡qué rico emparedado!, y allá a su frente, la espada flamígera del gánster llamado Donald Trump, escoltado por sus 40 ladrones y sus 10, 20, 30 o 40 imitadores en Europa o América Latina, se llamen Bukele, Le Pen, Abascal o Díaz Ayuso. Soporta el mundo la indignidad de tener que aguantar a un tipo bárbaro que basado en la fuerza, nunca en el raciocinio, quiere imponer al resto de países sus condiciones, políticas y comerciales. Primero, la estaca y la amenaza salvaje. Y luego, todo lo demás, que han de saber que mismamente usted, José K. y sus vecinos, familiares y amigos, estamos obligados a besarle el culo. Así, como lo oyen, gruñe nuestro hombre, ya con la vena del cuello a punto de estallar.

Alfred Hitchcock inventó el macguffin, definido como un “motivo argumental que hace avanzar la trama, aunque no tenga gran relevancia en sí mismo”. O sea, la brutal subida de los aranceles hace avanzar la trama, no despreciemos sus efectos perversos, pero lo importante para los dirigentes de la ola reaccionaria es acabar con las ideas progresistas e instalar una ideología retrógrada. Lo que persiguen Trump y sus secuaces es enterrar cualquier rastro de socialdemocracia, no digamos de socialismo, para imponer un ultracapitalismo feroz y salvaje, sálvese quien pueda, que en la barbarie siempre sobreviviremos los ricos y poderosos. Los aranceles, por ejemplo, es posible que se queden en un 10%, o vaya usted a saber en cuánto, pero mientras discutimos sobre porcentajes, José K. es de letras y enseguida se olvidó de cómo se resolvía una derivada, la camarilla de Washington arrasa con universidades, disidentes y extranjeros. Ideología reaccionaria y sí, en muchas ocasiones, fascismo puro. Hay quien lo llama populismo. Se quedan muy cortos, que llamar agresor al asesino que despedaza a sus víctimas es poquedad, pero sobre todo cobardía. 

Esa brutalidad, esa sinrazón basada en la fuerza bruta ha llevado al mundo entero a un rearme desorbitado, una vuelta a la agresión pura y dura como argumento negociador y, por consiguiente, a la exigencia al defendido de que se provea de escudos protectores contra esa amenaza real contra nuestra civilización. Reacciona Europa frente al hostigamiento con una exacerbación de ánimo guerrero. Y España, por manos de Sánchez, decide gastarse lo que no tenemos en meternos en esa batalla imposible. Resulta asombroso, dice un José K. francamente enfadado, que abriendo un armario y hurgando entre sus entrepaños, se encuentren 10.000 millones que antes nunca brotaban cuando los dependientes mueren sin ayuda, las listas de espera en sanidad se alargan dramáticamente y todavía hay más de dos millones de familias que pasan dificultades inhumanas. 

Está bien, o eso debemos creer, dice nuestro hombre de muy mala gana, que nos unamos a nuestros socios europeos y que elevemos los gastos de Defensa, si así se acuerda. Pero Sánchez está obligado a explicarnos muy bien por qué esa cantidad, por qué esa prisa para alcanzar el 2% del PIB y por qué se ha decidido tal cambio de aguja sin contar con los socios de gobierno. ¿Queremos ser los líderes de la izquierda en el continente y por tanto tenemos que llegar a la cumbre de la OTAN de junio demostrando que los rojos también tenemos alma guerrera, presenten armas que nos está pasando revista el loco de Washington? Ya sabemos que el PP está atrapado en su tela de araña, y que nunca repetirá aquella patochada de Manuel Fraga de ponerse de perfil -propuso la abstención- en un tema como el referéndum de la OTAN, sólo por desgastar a Felipe González. La bronca de toda la derecha mundial fue histórica, como bien recuerdan los coetáneos de José K. ¿Caerá Feijóo, tan poquita cosa como es, tan encelado como está con el odio que rezuma contra Sánchez en la evidente trampa para osos?

Pero aunque La Moncloa cuente con esos puntos de ventaja, no es de recibo que semejante terremoto intente colarlo de matute con la única penalización de una bronca siempre atemperada con Sumar y el resto de socios, y un paseíllo por el Congreso para cubrir el expediente. Más que irritado, José K. se encocora y grita que las cosas no se hacen así, que la soledad nunca es buena y que los señores votantes, no sabe nuestro hombre si también la clase política, necesita explicaciones coherentes y saber que está apoyando la línea justa. No quiere nuestro hombre, nunca lo ha querido, entrar en la broma del “señor de la guerra” de Podemos, hinquemos el diente donde olemos chicha dañada para rascar algunos votos, pero haga Sánchez el favor, dice, de entender que el límite a hacer lo que nos da la gana sin contar con nadie tiene las patas muy cortas. 

Y no quiere José K. gastar demasiado tiempo en esa indignidad de las balas israelís. No se trata de si Sumar o IU han dicho no sé qué. Es que a un régimen genocida que está masacrando a mujeres y niños en Gaza no se le da ni agua. Y aquí no se debe escudar el Gobierno en Marlaska, en la Guardia Civil o no se sabe en qué enredo burocrático. Nunca, jamás, debió hacerse esa operación y no basta, José K. ya se ha quedado ronco, con un uy, qué cosa, nos hemos equivocado. Alguien tiene que cantar la gallina y ponerse colorado en público, además de explicarnos con detalle, ya puestos en materia, todos los contratos con Israel. No estaría mal que lo hiciera el propio Sánchez, que para eso, recuerda nuestro pepito grillo, es el atamán en jefe. Y ahora, además, comandante al mando de las tropas. 

Quería echarse nuestro hombre una siestecilla reparadora, agotado ante tanto sindiós, cuando el Catavenenos llamó quedamente a la puerta de su tabuco para pasarle un papelillo. “No te dejo las cosas de la fiel infantería sobre el Papa, que ya las sabes”, le dice, pero te dejo con Jesús Cacho, de Vox Pópuli, para que veas que el mundo de la fachosfera sigue como siempre: costroso. “La Moncloa es la Sierra Morena donde hoy se cobija una banda de malhechores dispuesta a mentir al pueblo, desacreditar a los jueces, perseguir a los medios y robar a los ciudadanos”. Ítem más, Eduardo Inda, el mandamás de OKdiario que también publica en La Razón: “Cada mañana, nada más levantarme, me hago la misma pregunta: ¿por qué son tan puteros los sanchistas? (…) ¿No pueden follar sin tirar de cartera?”.

Y a José K., exhausto, le venció el sueño. 

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