Los secretos del Palacio Real de El Pardo: de pabellón de caza medieval a residencia de Franco
A mediados del siglo XIV. Alfonso XI de Castilla, gran aficionado a la caza mayor, mandó construir aquí una casa fortificada para aprovechar la abundante fauna de la zona. Ese fue el origen de este edificio gestionado por Patrimonio NacionalEl palacio que inspiró el Concierto de Aranjuez, la obra musical española más interpretada en el mundo Entre los pinares del norte de Madrid, oculto tras el Monte de El Pardo, se levanta uno de los palacios más discretos y menos conocidos de España. El Palacio Real de El Pardo ha sido testigo de siglos de historia: de reyes cazadores, nobles caídos en desgracia, incendios devastadores y del régimen dictatorial que marcó el siglo XX. Pese a su importancia, sigue siendo un lugar envuelto en una cierta bruma de desconocimiento para la mayoría del público. Orígenes: de coto real a palacio El origen del palacio se remonta a mediados del siglo XIV. Alfonso XI de Castilla, gran aficionado a la caza mayor, mandó construir aquí una casa fortificada para aprovechar la abundante fauna de la zona, entonces poblada de ciervos, jabalíes, lobos y osos. El monte, hoy protegido, se conservó como coto de caza reservado a la realeza durante siglos, gracias precisamente a su uso limitado. La construcción inicial era sencilla, más pensada para la función que para el ornamento. Sin embargo, la importancia simbólica del coto creció, y con ella, la necesidad de dotarlo de un edificio más acorde al rango real. Felipe II: la gran transformación Fue Felipe II quien, en el siglo XVI, impulsó la transformación radical de El Pardo. Encargó al arquitecto Francisco de Mora el diseño de un palacio acorde al estilo renacentista imperante: sobrio, funcional, de líneas depuradas. El edificio, de planta cuadrada organizada en torno a un gran patio, se convirtió en un lugar de descanso temporal para la familia real. El monarca, obsesionado con el orden y el control, encontró en la tranquilidad de El Pardo un refugio ideal frente a las intrigas cortesanas. Al mismo tiempo, el palacio servía para mantener viva la tradición cinegética de la monarquía hispánica, vista como una expresión del dominio sobre la naturaleza y el territorio. Entre la discreción y el destierro A lo largo de los siglos XVII y XVIII, El Pardo mantuvo su uso como residencia estacional, especialmente durante los meses fríos. Los reyes aprovechaban su clima más templado y su cercanía a Madrid, sin exponerse a la dureza de los inviernos en la capital. De forma menos oficial, el palacio también fue empleado en ocasiones como destino para nobles y altos funcionarios que habían caído en desgracia política. La relativa lejanía del recinto, unida a su vigilancia estricta, lo convertía en un lugar idóneo para un destierro elegante, pero efectivo. Un incendio en 1604 destruyó buena parte del edificio. La posterior reconstrucción respetó la traza de Francisco de Mora, pero incorporó elementos decorativos ya propios del barroco, tendencia que comenzaba a dominar el arte europeo. Carlos III y la época dorada de El Pardo Con Carlos III, El Pardo vivió una etapa de esplendor. El monarca ilustrado emprendió una profunda renovación del palacio, tanto a nivel estructural como artístico. Se encargaron nuevas decoraciones interiores a pintores como Francisco Bayeu, Mariano Salvador Maella y otros artistas de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Además, se añadieron nuevas dependencias para alojar mejor a la corte durante sus estancias. Los frescos, las lámparas de cristal, los tapices reales —muchos de ellos tejidos en la Real Fábrica de Tapices de Madrid— dieron al conjunto una riqueza ornamental que, en parte, aún puede apreciarse hoy. El Palacio bajo el franquismo Tras la Guerra Civil, Francisco Franco eligió el Palacio Real de El Pardo como su residencia oficial y centro de operaciones. Desde 1940 hasta su muerte en 1975, el edificio acogió tanto su vida privada como buena parte de las reuniones políticas más importantes del régimen. El dictador mandó realizar algunas adaptaciones interiores para dotarlo de mayor funcionalidad, pero conservó la estructura básica del palacio, en un intento deliberado de proyectar una imagen de continuidad histórica con la monarquía anterior. El uso de El Pardo como residencia oficial fue una decisión estratégica: en medio de un país destruido y aislado internacionalmente, el simbolismo de vivir en un antiguo palacio real reforzaba el relato de orden, tradición y legitimidad que el régimen trataba de construir. De la dictadura a la diplomacia Tras la muerte de Franco y la instauración de la democracia, el Palacio Real de El Pardo fue rehabilitado para usos protocolarios. Actualmente depende de Patrimonio Nacional y sirve como residencia de honor para jefes de Estado extranjeros en visita oficial a España. Entre otros, figuras como Mijaíl Gorbach

A mediados del siglo XIV. Alfonso XI de Castilla, gran aficionado a la caza mayor, mandó construir aquí una casa fortificada para aprovechar la abundante fauna de la zona. Ese fue el origen de este edificio gestionado por Patrimonio Nacional
El palacio que inspiró el Concierto de Aranjuez, la obra musical española más interpretada en el mundo
Entre los pinares del norte de Madrid, oculto tras el Monte de El Pardo, se levanta uno de los palacios más discretos y menos conocidos de España. El Palacio Real de El Pardo ha sido testigo de siglos de historia: de reyes cazadores, nobles caídos en desgracia, incendios devastadores y del régimen dictatorial que marcó el siglo XX. Pese a su importancia, sigue siendo un lugar envuelto en una cierta bruma de desconocimiento para la mayoría del público.
Orígenes: de coto real a palacio
El origen del palacio se remonta a mediados del siglo XIV. Alfonso XI de Castilla, gran aficionado a la caza mayor, mandó construir aquí una casa fortificada para aprovechar la abundante fauna de la zona, entonces poblada de ciervos, jabalíes, lobos y osos. El monte, hoy protegido, se conservó como coto de caza reservado a la realeza durante siglos, gracias precisamente a su uso limitado. La construcción inicial era sencilla, más pensada para la función que para el ornamento. Sin embargo, la importancia simbólica del coto creció, y con ella, la necesidad de dotarlo de un edificio más acorde al rango real.
Felipe II: la gran transformación
Fue Felipe II quien, en el siglo XVI, impulsó la transformación radical de El Pardo. Encargó al arquitecto Francisco de Mora el diseño de un palacio acorde al estilo renacentista imperante: sobrio, funcional, de líneas depuradas. El edificio, de planta cuadrada organizada en torno a un gran patio, se convirtió en un lugar de descanso temporal para la familia real.
El monarca, obsesionado con el orden y el control, encontró en la tranquilidad de El Pardo un refugio ideal frente a las intrigas cortesanas. Al mismo tiempo, el palacio servía para mantener viva la tradición cinegética de la monarquía hispánica, vista como una expresión del dominio sobre la naturaleza y el territorio.
Entre la discreción y el destierro
A lo largo de los siglos XVII y XVIII, El Pardo mantuvo su uso como residencia estacional, especialmente durante los meses fríos. Los reyes aprovechaban su clima más templado y su cercanía a Madrid, sin exponerse a la dureza de los inviernos en la capital. De forma menos oficial, el palacio también fue empleado en ocasiones como destino para nobles y altos funcionarios que habían caído en desgracia política.
La relativa lejanía del recinto, unida a su vigilancia estricta, lo convertía en un lugar idóneo para un destierro elegante, pero efectivo. Un incendio en 1604 destruyó buena parte del edificio. La posterior reconstrucción respetó la traza de Francisco de Mora, pero incorporó elementos decorativos ya propios del barroco, tendencia que comenzaba a dominar el arte europeo.
Carlos III y la época dorada de El Pardo
Con Carlos III, El Pardo vivió una etapa de esplendor. El monarca ilustrado emprendió una profunda renovación del palacio, tanto a nivel estructural como artístico. Se encargaron nuevas decoraciones interiores a pintores como Francisco Bayeu, Mariano Salvador Maella y otros artistas de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Además, se añadieron nuevas dependencias para alojar mejor a la corte durante sus estancias. Los frescos, las lámparas de cristal, los tapices reales —muchos de ellos tejidos en la Real Fábrica de Tapices de Madrid— dieron al conjunto una riqueza ornamental que, en parte, aún puede apreciarse hoy.
El Palacio bajo el franquismo
Tras la Guerra Civil, Francisco Franco eligió el Palacio Real de El Pardo como su residencia oficial y centro de operaciones. Desde 1940 hasta su muerte en 1975, el edificio acogió tanto su vida privada como buena parte de las reuniones políticas más importantes del régimen.
El dictador mandó realizar algunas adaptaciones interiores para dotarlo de mayor funcionalidad, pero conservó la estructura básica del palacio, en un intento deliberado de proyectar una imagen de continuidad histórica con la monarquía anterior. El uso de El Pardo como residencia oficial fue una decisión estratégica: en medio de un país destruido y aislado internacionalmente, el simbolismo de vivir en un antiguo palacio real reforzaba el relato de orden, tradición y legitimidad que el régimen trataba de construir.
De la dictadura a la diplomacia
Tras la muerte de Franco y la instauración de la democracia, el Palacio Real de El Pardo fue rehabilitado para usos protocolarios. Actualmente depende de Patrimonio Nacional y sirve como residencia de honor para jefes de Estado extranjeros en visita oficial a España.
Entre otros, figuras como Mijaíl Gorbachov, Nelson Mandela, Vaclav Havel o, más recientemente, Barack Obama, han pasado alguna noche en sus estancias. El protocolo diplomático valora especialmente la discreción y el aislamiento que ofrece el enclave. Además, en determinados periodos del año, el palacio abre sus puertas al público mediante visitas guiadas, permitiendo a los ciudadanos descubrir sus salones, su mobiliario histórico y su notable colección artística.
El Monte de El Pardo: un tesoro ecológico
El entorno natural del palacio es otro de sus grandes atractivos. El Monte de El Pardo constituye uno de los mayores espacios verdes de la Comunidad de Madrid y uno de los bosques mediterráneos mejor conservados de Europa. Gracias a siglos de protección regia —y más tarde estatal—, su biodiversidad ha llegado casi intacta hasta hoy. Ciervos, jabalíes, zorros y una rica variedad de aves rapaces sobrevuelan este espacio único a tan solo unos kilómetros del centro de Madrid. La zona está parcialmente abierta al público, aunque grandes extensiones siguen siendo de acceso restringido para preservar su ecosistema.
Un lugar que guarda siglos de historia
Quizá porque nunca fue escenario de grandes fastos o batallas épicas, el Palacio Real de El Pardo permanece ajeno al turismo masivo que recorre otros iconos madrileños. Sin embargo, su historia discreta —y su importancia simbólica— lo convierten en una pieza clave para entender la evolución del poder en España: desde los reyes medievales hasta el franquismo, pasando por los experimentos ilustrados de Carlos III. Un edificio silencioso que, en sus muros, aún guarda las huellas de quienes modelaron, para bien o para mal, el destino del país.