Lo primero, vislumbrar la salida. Y luego, estacazo
¿Feijóo quiere Europa o desea boicotearla como la extrema derecha, su potencial aliado? ¿Aranceles, sí o no? Pero, sobre todo, ¿qué piensa hacer sobre ese cordón sanitario del que antes hablábamos? “Creonte parloteaba con ese tono del que tantos hombres poderosos eran partidarios. Les encantaba oírse a sí mismos y también a aquellos a quienes consideraban sus iguales. Ideas llanas, pensamientos sencillos, órdenes simples. ‘Que no te unas a aquellos que me desobedezcan’, impone el rey, y el líder del coro se afana por darle la razón: ‘No hay nadie tan estúpido que desee morir’”. La tentación del perdón, de Donna Leon, cita de Antígona, de Sófocles. Todo lo domina Trump. El gas naranja –tóxico, espeso, inmenso en su despliegue– no deja respirar, su fuego abrasador impide pensar y, por tanto, actuar. Nada escapa a su virulencia, ni la política, ni la economía, ni los derechos civiles. Es imposible esbozar cualquier somero análisis de la realidad que nos atenaza sin tener en cuenta al loco de la Casa Blanca. “Trump pone el mundo patas arriba”, decía aquí mismo Andrés Gil. Y así es. Todo gira alrededor de los caprichos del nuevo amo del universo, vidas, dineros y hasta enormes territorios, que hoy son soberanos y mañana pueden ser comprados por el lunático del Despacho Oval. Póngame cuarto y mitad de Groenlandia, medio de Panamá y Gaza, enterita, me la envuelve, tira a los palestinos a las calderas del infierno y me construye allí mismo unos cuantos casinos con cúpulas de oro y piscinas en forma de corazón. ¿Atila, Nerón? Meras referencias poéticas. El mundo es hoy mucho más grande y muchísimo más peligroso. Lo peor, decían en una serie de televisión, es tener miedo al miedo. Por eso está bien que Macron, tan suyo para sus cosas, haya llamado a rebato a los dirigentes europeos, las próximas víctimas del salvaje neoyorkino. Ojalá todos ellos marquen unas líneas rojas bien definidas, Ucrania como primer eslabón de una cadena que debería continuar, y señalen el camino para hacer frente al huracán enfebrecido del contubernio neocapitalista feroz con la bárbara ultraderecha. Habrá que estar atentos, entre otras cosas, a lo que dice Giorgia Meloni, tan amiguita de los poderosos gamberros. Porque a la fiera se le enseñan los dientes o te come. Con patatas y, en su caso, seguro, con un tarro de ketchup. 450 millones de bípedos habitamos en los confines de la Unión Europea, de Portugal a Finlandia o Rumanía. En un alarde de optimismo, sumemos los casi 70 millones del Reino Unido: 520 millones. En Estados Unidos viven 335 millones de ciudadanos. A puñetazos, les ganamos. Eso, para empezar. Porque Europa es mucha Europa. Desunida, deslavazada, uno tira para acá y el otro para allá, pero quizá, sólo quizá, la amenaza de la fiera sirva para que muchos, si no todos, busquen un paraguas común para taparse ante el chaparrón que nos llega. Cierto, ¿qué podemos esperar, verbigracia, de Víktor Orban y otros ejemplares semejantes, que no le echamos del club cuando podíamos haberlo hecho, usted es un zángano que no cumple nuestras normas y ahora les tenemos como caballo de Troya? Pero aun así somos muchos los que estamos dispuestos a no dejarnos avasallar por este ciego loco que ha entrado en el metro con una pistola que dispara a todos los azimuts. Hablamos de Ucrania y hay genios que nos advierten del peligroso expansionismo de Vladimir Putin. Claro que es verdad, y que el dirigente ruso, su ficha policial es tan abultada como la de Jack el Destripador, es un mafioso irredento. Pero no erremos el tiro, por favor. Hoy por hoy, el enemigo a batir, el objetivo principal de nuestros afanes no debe ser el sátrapa del Kremlin, que también, sino el presidente de los Estados Unidos, esa potencia gigantesca que un día fue nuestra aliada, y que durante décadas y décadas recibía en su seno, tan contenta, a emigrantes de todo el mundo. Italianos, irlandeses, alemanes, polacos, chinos, puertorriqueños, indios. Como lo demuestran el propio Trump, familia alemana, o el orate Musk, surafricana, Bezos, danesa, por no hablar de Mark Zuckerberg, con antepasados procedentes de Alemania, Austria y Polonia. Y ya me contarán de dónde creen que procede Sundar Prichai, el mandamás de Google. Pero en 2025 ese amigo ya no es tal y sí, echemos un ojo a Putin y lo que quiera hacer con Ucrania, pero evitemos que Trump meta sus sucias manos en aquel desastre, frontera con estados europeos, tan sólo ojos para esas tierras raras que despiertan las ansias de la cuadrilla de depredadores supermillonarios que le rodean. Es difícil, la verdad, entender qué está pasando en Estados Unidos. Nos supera una realidad tragicómica que se mueve en un mundo distópico donde nuestra mísera conciencia no alcanza. Estupefactos, estamos estupefactos. Y nos cuesta arrancar. Es el fondo, pero son las formas. El espectáculo de Elon Musk en el Despacho Oval, mientras su niño jugueteaba con su gorra -recordemos que el magn

¿Feijóo quiere Europa o desea boicotearla como la extrema derecha, su potencial aliado? ¿Aranceles, sí o no? Pero, sobre todo, ¿qué piensa hacer sobre ese cordón sanitario del que antes hablábamos?
“Creonte parloteaba con ese tono del que tantos hombres poderosos eran partidarios. Les encantaba oírse a sí mismos y también a aquellos a quienes consideraban sus iguales. Ideas llanas, pensamientos sencillos, órdenes simples. ‘Que no te unas a aquellos que me desobedezcan’, impone el rey, y el líder del coro se afana por darle la razón: ‘No hay nadie tan estúpido que desee morir’”. La tentación del perdón, de Donna Leon, cita de Antígona, de Sófocles.
Todo lo domina Trump. El gas naranja –tóxico, espeso, inmenso en su despliegue– no deja respirar, su fuego abrasador impide pensar y, por tanto, actuar. Nada escapa a su virulencia, ni la política, ni la economía, ni los derechos civiles. Es imposible esbozar cualquier somero análisis de la realidad que nos atenaza sin tener en cuenta al loco de la Casa Blanca. “Trump pone el mundo patas arriba”, decía aquí mismo Andrés Gil. Y así es. Todo gira alrededor de los caprichos del nuevo amo del universo, vidas, dineros y hasta enormes territorios, que hoy son soberanos y mañana pueden ser comprados por el lunático del Despacho Oval. Póngame cuarto y mitad de Groenlandia, medio de Panamá y Gaza, enterita, me la envuelve, tira a los palestinos a las calderas del infierno y me construye allí mismo unos cuantos casinos con cúpulas de oro y piscinas en forma de corazón. ¿Atila, Nerón? Meras referencias poéticas. El mundo es hoy mucho más grande y muchísimo más peligroso.
Lo peor, decían en una serie de televisión, es tener miedo al miedo. Por eso está bien que Macron, tan suyo para sus cosas, haya llamado a rebato a los dirigentes europeos, las próximas víctimas del salvaje neoyorkino. Ojalá todos ellos marquen unas líneas rojas bien definidas, Ucrania como primer eslabón de una cadena que debería continuar, y señalen el camino para hacer frente al huracán enfebrecido del contubernio neocapitalista feroz con la bárbara ultraderecha. Habrá que estar atentos, entre otras cosas, a lo que dice Giorgia Meloni, tan amiguita de los poderosos gamberros. Porque a la fiera se le enseñan los dientes o te come. Con patatas y, en su caso, seguro, con un tarro de ketchup. 450 millones de bípedos habitamos en los confines de la Unión Europea, de Portugal a Finlandia o Rumanía. En un alarde de optimismo, sumemos los casi 70 millones del Reino Unido: 520 millones. En Estados Unidos viven 335 millones de ciudadanos. A puñetazos, les ganamos. Eso, para empezar. Porque Europa es mucha Europa. Desunida, deslavazada, uno tira para acá y el otro para allá, pero quizá, sólo quizá, la amenaza de la fiera sirva para que muchos, si no todos, busquen un paraguas común para taparse ante el chaparrón que nos llega. Cierto, ¿qué podemos esperar, verbigracia, de Víktor Orban y otros ejemplares semejantes, que no le echamos del club cuando podíamos haberlo hecho, usted es un zángano que no cumple nuestras normas y ahora les tenemos como caballo de Troya? Pero aun así somos muchos los que estamos dispuestos a no dejarnos avasallar por este ciego loco que ha entrado en el metro con una pistola que dispara a todos los azimuts.
Hablamos de Ucrania y hay genios que nos advierten del peligroso expansionismo de Vladimir Putin. Claro que es verdad, y que el dirigente ruso, su ficha policial es tan abultada como la de Jack el Destripador, es un mafioso irredento. Pero no erremos el tiro, por favor. Hoy por hoy, el enemigo a batir, el objetivo principal de nuestros afanes no debe ser el sátrapa del Kremlin, que también, sino el presidente de los Estados Unidos, esa potencia gigantesca que un día fue nuestra aliada, y que durante décadas y décadas recibía en su seno, tan contenta, a emigrantes de todo el mundo. Italianos, irlandeses, alemanes, polacos, chinos, puertorriqueños, indios. Como lo demuestran el propio Trump, familia alemana, o el orate Musk, surafricana, Bezos, danesa, por no hablar de Mark Zuckerberg, con antepasados procedentes de Alemania, Austria y Polonia. Y ya me contarán de dónde creen que procede Sundar Prichai, el mandamás de Google. Pero en 2025 ese amigo ya no es tal y sí, echemos un ojo a Putin y lo que quiera hacer con Ucrania, pero evitemos que Trump meta sus sucias manos en aquel desastre, frontera con estados europeos, tan sólo ojos para esas tierras raras que despiertan las ansias de la cuadrilla de depredadores supermillonarios que le rodean.
Es difícil, la verdad, entender qué está pasando en Estados Unidos. Nos supera una realidad tragicómica que se mueve en un mundo distópico donde nuestra mísera conciencia no alcanza. Estupefactos, estamos estupefactos. Y nos cuesta arrancar. Es el fondo, pero son las formas. El espectáculo de Elon Musk en el Despacho Oval, mientras su niño jugueteaba con su gorra -recordemos que el magnate bautizó a esa tierna criatura con el nombre de XÆA-12- contando que va a echar a la calle a decenas de miles de funcionarios, un tipo que no es nada del Gobierno ni nadie le ha votado para cargo alguno junto a un Trump asintiendo con cara de bobo al espectáculo circense es superior a la inteligencia media europea. Es cruel, es grotesco. Realismo mágico llamaban a lo que escribía García Márquez.
Entre medias, las elecciones del domingo en Alemania son cruciales para vislumbrar por dónde van a ir los tiros en Europa, y si el llamado cordón sanitario hará que gobiernen juntos los conservadores de Friedrich Merz y los socialdemócratas de Olaf Scholz, junto con los verdes de Robert Habeck, o si se rompe ese acuerdo entre demócratas y Merz echa mano de la ultraderechista Alice Weidel, que apenas oculta su alma fascista con el tramposo nombre de Alternativa para Alemania. Esa decisión, o eso creemos mucho, será el ejemplo definitivo para el resto de los países europeos. A la ultraderecha, ni agua. Ya diremos algo de España, ya.
Y como elefante en cacharrería, la extravagancia y la desfachatez del vicepresidente norteamericano J.D. Vance, que sin el menor pudor intenta influir en esas elecciones alemanas con su escandaloso apoyo al partido neonazi. Viene Vance a Europa y nos dice que no respetamos la libertad de expresión, ellos, que viven bajo la mentira y el bulo constante, y nos endilga, además, un canto al sufragio universal. Qué bárbaro, qué desvergonzado, él que es el segundo al mando de un tipo que quiso asaltar el Congreso por no respetar, precisamente, los resultados de las elecciones. ¿De qué respeto habla? ¿De qué valores presumen estos suevos, vándalos y alanos?
Vance tiene su modelo de sociedad, no se vayan a creer. “Mis puntos de vista sobre las políticas públicas y cuál debería ser el mejor estado se alinean en gran medida con la enseñanza social católica”. ¿Qué les parece? Todo lo que dice y hace su Gobierno, ¿tendría el respaldo del papa Francisco? Ya sabemos que no, por supuesto, porque así lo ha expuesto el jefe de la Iglesia católica. Enfermo y anciano, como todos saben. Y atención, dice el Ojo, tan suspicaz por vetusto, que pronto habrá que elegir a otro Papa, y la Iglesia, siempre tan susceptible a los vientos de los poderosos, quizá desee cambiar el rumbo del patriarcado y elevar al trono de san Pedro a un ejemplar semejante a aquel Karol Wojtila que tanto ayudó a Ronald Reagan y Margaret Thatcher, los tres jinetes del Apocalipsis de los años ochenta del siglo pasado, aquella cuadrilla que arrasó con la justicia social y protagonizó, de qué modo, la primera revuelta neoliberal que hoy, Trump redivivo, nos flagela las espaldas.
España, decíamos más arriba. Por aquí pocas cosas, que bastante tenemos con enchironar al fiscal general, echar del trabajo al hermano del presidente del Gobierno y acechar, como buitres, a su esposa. A eso se dedica el Partido Popular, encelado en la ciénaga de la miseria humana. ¡Ah!, y en amparar a Carlos Mazón, un mentiroso compulsivo que incluso se atreve a manipular, como un vulgar timador, los partes oficiales. Pero también le sacude Trump, claro que le sacude. Y tendrá que dejar de ponerse de perfil cuando haya que defender, ya lo decíamos la semana pasada, pero el peligro parece convertirse en realidad, a los empresarios españoles, del campo o la ciudad. ¿Feijóo quiere Europa o desea boicotearla como la extrema derecha, su potencial aliado? ¿Aranceles, sí o no? Pero, sobre todo, ¿qué piensa hacer sobre ese cordón sanitario del que antes hablábamos? Si la derecha europea elige esa vía, ¿dará Feijóo la patada al patriota Abascal o seguirá atado a esa excrecencia del sistema llamada Vox? Misterios. Por cierto, alguien, tan europeísta y hablador en otras cuestiones como Felipe González, ¿tiene alguna opinión sobre la extrema derecha y la actitud a tomar ante ella por los partidos democráticos? ¿Y de la entente PP-Vox? Sólo por curiosidad…
¿Quieren, necesitan, un punto de optimismo? El Ojo no les defrauda. De Bertolt Brecht: “Las revoluciones se producen en los callejones sin salida”. Ya, ya sé que es mucho hablar de revoluciones, pero cambien el término grandilocuente por unas sencillas reacciones enérgicas. Bastaría con ello, que en esta columna nos conformamos con poco.
Adenda. A ver, hubo un tiempo en el que el Gobierno nos prometió medidas urgentes y eficacísimas, anunciaban henchidos de orgullo justiciero, para acabar con las fake news, los bulos, vamos, de la prensa canallesca y los digitales infames. Entre otras cosas, conoceríamos a sus dueños y podríamos inspeccionar sus cuentas.
¿Qué se hizo el rey don Joan? / Los infantes d'Aragón / ¿qué se hizieron? /¿Qué fue de tanto galán, / qué de tanta invinción / como truxeron? / ¿Fueron sino devaneos, / qué fueron sino verduras / de las eras, / las justas e los torneos, / paramentos, bordaduras / e çimeras? (Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre).