Las chicas misteriosas
En esa representación brumosa y onírica de lo femenino que hemos visto y seguimos viendo hasta la saciedad en el arte, hay una violencia sutil, la de ser mirada sin ser escuchadaLas tradiciones elegidas, por Laura Hojman En el cine de mi barrio vuelven a programar 'Las vírgenes suicidas'. Bien, me digo, y a continuación repaso mentalmente mi calendario de trabajo cruzando los dedos para que la fecha no me pille fuera. Quiero tener ratos de vida para poder hacer estas cosas, venir al cine del barrio a revisitar viejas películas que me siguen hablando. Qué sentido tiene todo esto, si no. Pero este tema daría para otra columna. No me iré por las ramas. Vi esta película en su momento, allá por el año 2000 si no recuerdo mal, y como muchas chicas de mi generación quedé fascinada por su estética vaporosa y la belleza magnética de las hermanas Lisbon. La publicidad, los videoclips, la moda, los blogs de la época quedaron contagiados por la atmósfera etérea y misteriosa de las adolescentes de la película. Con los años comencé a intuir lo inquietante, incluso macabro que era esto, y que, efectivamente, no nos habíamos enterado de nada. Estábamos, una vez más, mirándonos desde el lugar de ellos. La última vez que vi la película, lo entendí. Más allá de temas que están presentes de forma más evidente: la adolescencia, la extrañeza, la represión... 'Las vírgenes suicidas' nos habla de cómo nuestra historia, la de las mujeres, o la del universo femenino, se narra a través de los ojos de los hombres. Sofía Coppola lo deja claro desde el principio, las voces en off que cuentan esta historia son las de los chicos vecinos de las Lisbon. Son los recuerdos de ellos, su fascinación, su duelo, su interpretación de la pérdida, los que nos expondrán los hechos mientras ellas siguen siendo un enigma. En 1975, uno de mis directores favoritos, Peter Weir, dirigió una hermosa y extraña película, 'Picnic at Hanging Rock', basada en la novela homónima de Joan Lindsay. La premisa es la desaparición de unas adolescentes alumnas de un internado durante una excursión a la montaña. A partir de entonces los policías, los vecinos, los jóvenes de la localidad, siempre ellos, intentarán descifrar el misterio. Ya en los primeros planos se hace evidente su gran influencia en 'Las vírgenes suicidas', pero más allá de compartir una estética, fotografía o vestuario muy similar, encontramos el mismo tema, la construcción del mito femenino desde la mirada masculina. De nuevo, chicas que desaparecen, chicas rodeadas de misterio, encerradas en un mundo que nadie parece entender del todo. Las vemos desde fuera, las intuimos, las recordamos, pero no las conocemos realmente. Aun cuando las protagonistas son ellas, la voz narrativa de la historia sigue sin pertenecerles. A veces me gustaría sentarme con ellas, con las Lisbon, con las chicas del internado, con las que fuimos nosotras, adolescentes que aprendimos a mirarnos con los ojos de los otros, y preguntarles cómo estaban, qué querían, si estaban tristes o aburridas, qué deseaban. Contarles que ahora, de adultas, estamos aprendiendo a relatarnos En esa representación brumosa y onírica de lo femenino que hemos visto y seguimos viendo hasta la saciedad en el arte, hay una violencia sutil, la de ser mirada sin ser escuchada. La de existir como objeto de deseo, de fascinación, de proyección o de recuerdo, pero no como sujeto con voz propia. El mundo femenino sigue siendo la otredad mientras que la voz, el relato, el lugar desde el que se cuenta, es el de ellos. Y precisamente creo que de forma magistral esto es lo que nos señalan ambas películas. En un momento de 'Las vírgenes suicidas', uno de los chicos dice: “En ese momento supimos que ellas sabían todo sobre nosotros, y que nosotros en cambio no podíamos sacar nada en claro de ellas”. A veces me gustaría sentarme con ellas, con las Lisbon, con las chicas del internado, con las que fuimos nosotras, adolescentes que aprendimos a mirarnos con los ojos de los otros, y preguntarles cómo estaban, qué querían, si estaban tristes o aburridas, qué deseaban. Contarles que ahora, de adultas, estamos aprendiendo a relatarnos. Escribo escuchando la hermosa 'Playground love', canción que compuso la banda Air para la primera película de Sofía Coppola y tampoco yo puedo escapar a la belleza del misterio y de lo imaginado, pero al mismo tiempo me pregunto: ¿Podemos dejar de romantizarlo y abrir las ventanas para que entre la luz? ¿Será ese carácter impenetrable que siempre acompaña al retrato de lo femenino una mera falta de espacio y de escucha para poder contarnos a nosotras mismas? Si como yo, aman el cine de Sofía Coppola, recordarán una imagen recurrente en todas sus películas. Una mujer mira el mundo desde una ventana. Siempre me he encontrado en ella. A veces tengo ganas de abrir esa ventana,

En esa representación brumosa y onírica de lo femenino que hemos visto y seguimos viendo hasta la saciedad en el arte, hay una violencia sutil, la de ser mirada sin ser escuchada
Las tradiciones elegidas, por Laura Hojman
En el cine de mi barrio vuelven a programar 'Las vírgenes suicidas'. Bien, me digo, y a continuación repaso mentalmente mi calendario de trabajo cruzando los dedos para que la fecha no me pille fuera. Quiero tener ratos de vida para poder hacer estas cosas, venir al cine del barrio a revisitar viejas películas que me siguen hablando. Qué sentido tiene todo esto, si no. Pero este tema daría para otra columna. No me iré por las ramas.
Vi esta película en su momento, allá por el año 2000 si no recuerdo mal, y como muchas chicas de mi generación quedé fascinada por su estética vaporosa y la belleza magnética de las hermanas Lisbon. La publicidad, los videoclips, la moda, los blogs de la época quedaron contagiados por la atmósfera etérea y misteriosa de las adolescentes de la película. Con los años comencé a intuir lo inquietante, incluso macabro que era esto, y que, efectivamente, no nos habíamos enterado de nada. Estábamos, una vez más, mirándonos desde el lugar de ellos.
La última vez que vi la película, lo entendí. Más allá de temas que están presentes de forma más evidente: la adolescencia, la extrañeza, la represión... 'Las vírgenes suicidas' nos habla de cómo nuestra historia, la de las mujeres, o la del universo femenino, se narra a través de los ojos de los hombres. Sofía Coppola lo deja claro desde el principio, las voces en off que cuentan esta historia son las de los chicos vecinos de las Lisbon. Son los recuerdos de ellos, su fascinación, su duelo, su interpretación de la pérdida, los que nos expondrán los hechos mientras ellas siguen siendo un enigma.
En 1975, uno de mis directores favoritos, Peter Weir, dirigió una hermosa y extraña película, 'Picnic at Hanging Rock', basada en la novela homónima de Joan Lindsay. La premisa es la desaparición de unas adolescentes alumnas de un internado durante una excursión a la montaña. A partir de entonces los policías, los vecinos, los jóvenes de la localidad, siempre ellos, intentarán descifrar el misterio.
Ya en los primeros planos se hace evidente su gran influencia en 'Las vírgenes suicidas', pero más allá de compartir una estética, fotografía o vestuario muy similar, encontramos el mismo tema, la construcción del mito femenino desde la mirada masculina. De nuevo, chicas que desaparecen, chicas rodeadas de misterio, encerradas en un mundo que nadie parece entender del todo. Las vemos desde fuera, las intuimos, las recordamos, pero no las conocemos realmente. Aun cuando las protagonistas son ellas, la voz narrativa de la historia sigue sin pertenecerles.
A veces me gustaría sentarme con ellas, con las Lisbon, con las chicas del internado, con las que fuimos nosotras, adolescentes que aprendimos a mirarnos con los ojos de los otros, y preguntarles cómo estaban, qué querían, si estaban tristes o aburridas, qué deseaban. Contarles que ahora, de adultas, estamos aprendiendo a relatarnos
En esa representación brumosa y onírica de lo femenino que hemos visto y seguimos viendo hasta la saciedad en el arte, hay una violencia sutil, la de ser mirada sin ser escuchada. La de existir como objeto de deseo, de fascinación, de proyección o de recuerdo, pero no como sujeto con voz propia. El mundo femenino sigue siendo la otredad mientras que la voz, el relato, el lugar desde el que se cuenta, es el de ellos. Y precisamente creo que de forma magistral esto es lo que nos señalan ambas películas.
En un momento de 'Las vírgenes suicidas', uno de los chicos dice: “En ese momento supimos que ellas sabían todo sobre nosotros, y que nosotros en cambio no podíamos sacar nada en claro de ellas”.
A veces me gustaría sentarme con ellas, con las Lisbon, con las chicas del internado, con las que fuimos nosotras, adolescentes que aprendimos a mirarnos con los ojos de los otros, y preguntarles cómo estaban, qué querían, si estaban tristes o aburridas, qué deseaban. Contarles que ahora, de adultas, estamos aprendiendo a relatarnos.
Escribo escuchando la hermosa 'Playground love', canción que compuso la banda Air para la primera película de Sofía Coppola y tampoco yo puedo escapar a la belleza del misterio y de lo imaginado, pero al mismo tiempo me pregunto: ¿Podemos dejar de romantizarlo y abrir las ventanas para que entre la luz? ¿Será ese carácter impenetrable que siempre acompaña al retrato de lo femenino una mera falta de espacio y de escucha para poder contarnos a nosotras mismas?
Si como yo, aman el cine de Sofía Coppola, recordarán una imagen recurrente en todas sus películas. Una mujer mira el mundo desde una ventana. Siempre me he encontrado en ella. A veces tengo ganas de abrir esa ventana, de abrir las puertas de los internados de chicas con vestidos blancos, de decir: gritad, gritemos.