Se apagaron las velas de los pasos y de los penitentes, se silenciaron cornetas, tambores y otros instrumentos de las bandas de música, cesó el bullicio en las puertas de las iglesias de las hermandades, se desmontaron los palcos y en el aire ya no flota el olor a incienso y a humo de los cirios. Las emociones que se viven, unas externas otras y muchas internas, al ver pasar a las imágenes veneradas, tampoco se van a volver a experimentar. La Semana Santa cerró su ciclo con la austeridad y la contundencia con la que se atranca las puertas de una iglesia cuando entra el último penitente. Un hasta el próximo año. Una espera que se vivirá con ansiedad,...
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