La taberna catalana donde comer verdadera gastronomía local y no puedes reservar
Fonda de Pirenaicas recupera el espíritu de las casas de comidas de toda la vida con una cocina catalana sin artificios15 fondas de carretera a las que merece la pena desviarse para comer como un camionero En una ciudad donde proliferan los locales de diseño, las cartas conceptuales y los menús degustación imposibles, encontrar una fonda de las de antes, con cocina catalana auténtica y sin más pretensión que hacer las cosas bien, es casi una rareza. Pero en el barrio de Gràcia ha reabierto una que no solo respeta esa tradición, sino que le añade matices contemporáneos que mejoran la experiencia sin disfrazarla. Hablamos de la Fonda de Pirenaicas, la hermana pequeña —pero no menos ambiciosa— de Mantequerías Pirenaicas. Sin reservas y sin menú del día, pero con alma de fonda Ubicada en el antiguo local de la Taverna la Llesca, mítica por sus carnes a la brasa, la Fonda de Pirenaicas ha optado por mantener esa estética de taberna de barrio sin ceder al artificio. Ni mantel blanco, ni carta con diez líneas por plato. Aquí no se puede reservar y no hay menú cerrado: la carta se consulta en una pizarra y cambia según temporada. En cocina manda Alberto Soriano, que fue durante años el alma discreta de Mantequerías. Su propuesta recoge lo mejor del recetario catalán y lo actualiza con inteligencia, sin caer en la trampa del trampantojo ni en el efectismo fácil. Platillos que homenajean a la cocina de la abuela… y la mejoran Uno puede venir a la Fonda solo a por las tapas, como la croqueta de pato estilo Pekín o una ensaladilla rusa que vuelve a reivindicar su lugar en la gastronomía popular. Pero lo realmente interesante son los platillos: fideos a la cazuela con lagarto ibérico, macarrones gratinados con pecorino, o un arroz cremoso de calabaza y parmesano con guanciale tostado que, más allá de lo aparente, encierra un equilibrio perfecto entre lo tradicional y lo nuevo. Todo sabe a cocina de casa, pero afinada, afinada. No hay barroquismo, pero sí técnica. Y como los platos son generosos, el formato invita a compartir, lo que refuerza ese ambiente de fonda donde se viene a estar a gusto. Ni influencer-friendly ni para salir en TikTok Una de las virtudes más notables del local es que se mantiene fuera del radar de lo tendencioso. No es el sitio donde vas a sacarte una foto con una lámpara gigante ni donde los camareros te cuentan la historia emocional detrás de cada ingrediente. Es, simplemente, una buena fonda. De esas que parecen escasear cada vez más en una ciudad donde la cocina catalana a veces se arrincona en favor de modas pasajeras. En esta misma línea podríamos mencionar otro caso singular: Can Ros, en la Barceloneta, que también apuesta por el producto y la tradición sin necesidad de envoltorios. O La Pubilla, junto al Mercat de la Llibertat, que lleva años dignificando el esmorzar de forquilla sin haber perdido nunca el norte. Una taberna sin trampas, y eso se agradece La Fonda de Pirenaicas no busca revolucionar nada. Lo que pretende, y consigue, es algo más difícil: hacer cocina catalana con fundamento, cariño y honestidad. En tiempos de espectáculo gastronómico, eso es ya bastante subversivo. ¿El único inconveniente? Que no se puede reservar. Pero eso también forma parte del juego: uno llega, espera si hace falta, y se sienta sabiendo que lo que viene después —desde una copa de vino hasta el guiso del día— merece la pena.

Fonda de Pirenaicas recupera el espíritu de las casas de comidas de toda la vida con una cocina catalana sin artificios
15 fondas de carretera a las que merece la pena desviarse para comer como un camionero
En una ciudad donde proliferan los locales de diseño, las cartas conceptuales y los menús degustación imposibles, encontrar una fonda de las de antes, con cocina catalana auténtica y sin más pretensión que hacer las cosas bien, es casi una rareza.
Pero en el barrio de Gràcia ha reabierto una que no solo respeta esa tradición, sino que le añade matices contemporáneos que mejoran la experiencia sin disfrazarla. Hablamos de la Fonda de Pirenaicas, la hermana pequeña —pero no menos ambiciosa— de Mantequerías Pirenaicas.
Sin reservas y sin menú del día, pero con alma de fonda
Ubicada en el antiguo local de la Taverna la Llesca, mítica por sus carnes a la brasa, la Fonda de Pirenaicas ha optado por mantener esa estética de taberna de barrio sin ceder al artificio.
Ni mantel blanco, ni carta con diez líneas por plato. Aquí no se puede reservar y no hay menú cerrado: la carta se consulta en una pizarra y cambia según temporada.
En cocina manda Alberto Soriano, que fue durante años el alma discreta de Mantequerías. Su propuesta recoge lo mejor del recetario catalán y lo actualiza con inteligencia, sin caer en la trampa del trampantojo ni en el efectismo fácil.
Platillos que homenajean a la cocina de la abuela… y la mejoran
Uno puede venir a la Fonda solo a por las tapas, como la croqueta de pato estilo Pekín o una ensaladilla rusa que vuelve a reivindicar su lugar en la gastronomía popular.
Pero lo realmente interesante son los platillos: fideos a la cazuela con lagarto ibérico, macarrones gratinados con pecorino, o un arroz cremoso de calabaza y parmesano con guanciale tostado que, más allá de lo aparente, encierra un equilibrio perfecto entre lo tradicional y lo nuevo.
Todo sabe a cocina de casa, pero afinada, afinada. No hay barroquismo, pero sí técnica. Y como los platos son generosos, el formato invita a compartir, lo que refuerza ese ambiente de fonda donde se viene a estar a gusto.
Ni influencer-friendly ni para salir en TikTok
Una de las virtudes más notables del local es que se mantiene fuera del radar de lo tendencioso. No es el sitio donde vas a sacarte una foto con una lámpara gigante ni donde los camareros te cuentan la historia emocional detrás de cada ingrediente.
Es, simplemente, una buena fonda. De esas que parecen escasear cada vez más en una ciudad donde la cocina catalana a veces se arrincona en favor de modas pasajeras.
En esta misma línea podríamos mencionar otro caso singular: Can Ros, en la Barceloneta, que también apuesta por el producto y la tradición sin necesidad de envoltorios. O La Pubilla, junto al Mercat de la Llibertat, que lleva años dignificando el esmorzar de forquilla sin haber perdido nunca el norte.
Una taberna sin trampas, y eso se agradece
La Fonda de Pirenaicas no busca revolucionar nada. Lo que pretende, y consigue, es algo más difícil: hacer cocina catalana con fundamento, cariño y honestidad. En tiempos de espectáculo gastronómico, eso es ya bastante subversivo.
¿El único inconveniente? Que no se puede reservar. Pero eso también forma parte del juego: uno llega, espera si hace falta, y se sienta sabiendo que lo que viene después —desde una copa de vino hasta el guiso del día— merece la pena.