La cicatriz invisible

La cicatriz invisible no se ve directamente, pero está porque es una cicatriz del alma.

Mar 13, 2025 - 06:33
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La cicatriz invisible
Costumbrismo Digital por Juan Luis Saldaña

Los negocios del cine, la música, la fama y la televisión son una gran picadora de carne. Necesitan material combustible en forma de ser humano para que la locomotora de la atención siga en marcha. Siempre hay gente dispuesta a inmolarse. Hay filas que rodean las manzanas de las ciudades con personas acampadas en las aceras de la vida mientras esperan que su calabaza se convierta en carroza o en vil y poligonera limusina rosa.

La popularidad es un arder en la hoguera, un consumirse, un paso más hacia la ceniza. Hay gente que arde rápido y se convierte en nada, y hay otros que arden lento como la madera dura y densa del olivo y dejan, quizá, una ceniza nutritiva e inspiradora que puede dar -como decía el cantante- amarillo a la Genista. En ese arder, en ese desaparecer de ese escenario que es la mente del público, hay una herida patética y triste, un testamento ológrafo de abuelo cebolleta, una actitud de pesado abrumador a la que podemos llamar la cicatriz invisible.

En todos los periódicos digitales del mundo y en las revistas de los fines de semana, que terminan malviviendo en las peluquerías, aparecen personas con esa cicatriz invisible. A veces, sin querer, reclaman la atención que un día tuvieron y que, no saben cómo, perdieron. Es algo tan humano como inevitable. Cuanto más se hace evidente la cicatriz invisible más triste es. "Yo salí en tal película", "yo hice aquel programa", "a mí -ya se sabe por qué- dejaron de llamarme". Ya nos entendemos.

Historiadores de anteayer. Arqueólogos de bares, discotecas, platós y redacciones. En los tiempos de la viralidad tonta, la cicatriz invisible se ve en cualquier pantalla.

El presente no acaba de llegar. No es un espacio conquistado ni habitable. La cicatriz invisible te condena a proyectarte desde un punto. “Usted era el de”, “¿No salía usted en aquel programa?”, “Mira, ese es el que fue novio de la ex del torero” son frases que rodean a la gente que sufre esta herida. Más patético todavía resulta el triste delirio de algunos periodistas y comunicadores que hablan de sus escarceos en pequeñas radios y televisiones en las que les iba de maravilla, aquellos “cuando estaba en Localia” o “en radio la Comarca del Conejo se trabajaba muy bien”.

Historiadores de anteayer. Arqueólogos de bares, discotecas, platós y redacciones. En los tiempos de la viralidad tonta, la cicatriz invisible se observa en cualquier pantalla. A veces está en la mirada, a veces en la actitud, en el quirófano o en las lamentaciones, en las comparaciones y en los “esto ya no es lo que era”. La cicatriz duele con el frío y te avisa de la tormenta. No queda bien en el espejo y muestra lo peor de ti. La cicatriz invisible pasa factura y busca audiencias dóciles y pacientes que aguanten la matraca una y otra vez. Casi famosos. Cuando fuimos famosos. La cicatriz invisible no se ve directamente, pero está porque es una cicatriz del alma.