Javier Lambán: "Me voy a dedicar en cuerpo y alma a tratar de recuperar la socialdemocracia clásica"
En una extensa entrevista con elDiario.es, el expresidente aragonés critica la deriva actual del PSOE tanto en Aragón como a nivel nacional y muestra su preocupación por lo que considera un "deterioro de las instituciones y la convivencia"Ladrero confirma su candidatura al PSOE de Zaragoza y se compromete a liderar un “relevo generacional” en el partido Tres meses después de dejar la política, elDiario.es entrevista al expresidente aragonés y antiguo líder de los socialistas en la comunidad, muy crítico con la deriva de su partido tanto a nivel nacional como autonómico. Partidario de grandes pactos de Estado, el dirigente ejeano, de 67 años, prioriza un acuerdo entre el PP y el PSOE que entre los socialistas y los partidos a su izquierda, con los que cree que la socialdemocracia clásica tiene “pocos puntos en común”. ¿Cómo se encuentra? Bien: con tratamientos, pero sobrellevándolo. Su actividad pública la mantiene. Voy a foros, hago entrevistas como esta y acabo de terminar mi libro sobre la reforma agraria que verá la luz este año. Cuatro décadas como representante en instituciones locales, autonómicas y estatales. ¿Ha hecho ya balance personal de su paso por la política? Publiqué hace un año unas memorias en las que hice balance, y acerté publicándolas, porque no ha dejado de haber intentos desde entonces de erradicar lo que ha sido la historia reciente del PSOE en Aragón y de lo que ha significado mi acción política en este partido al que tanto quiero. “Nunca se me dio bien defender aquello en lo que no creo. No tengo ese don”, dice en su libro. ¿Sigue siendo fiel a las mismas creencias que cuando empezó en política? El mundo evoluciona, las personas también. En el ámbito político es frecuente que haya momentos juveniles radicales y que poco a poco se vaya produciendo una moderación de planteamientos. Yo milité en las filas del anarcosindicalismo y después he pasado toda mi vida defendiendo y creyendo firmemente en los principios de la socialdemocracia. Esos “momentos radicales” inherentes a la juventud parece que ahora viran a la extrema derecha. ¿Le preocupa? Que irrumpan los extremismos me preocupa mucho, de cualquier naturaleza. Y desde luego me preocupa que irrumpa una extrema derecha añorante del franquismo, cuando a estas alturas al franquismo lo deberíamos intentar olvidar todos. Absolutamente todos (enfatiza). ¿No solo la extrema derecha está interesada en ello? La historia la tienen que hacer los historiadores. Y desde el ámbito público hay que empezar a valorar más lo que significó el 78, la Transición y Ley de Amnistía, y mirar hacia adelante. Y se lo dice alguien que a los 19 años ya escribía artículos en la prensa reivindicando la memoria histórica y la recuperación de los cuerpos de los asesinados en el 36 por ser de izquierdas, con lo que no soy dudoso al respecto. Pero esa especie de intento por parte de unos y otros de resucitar la Guerra Civil en el terreno simbólico me parece un error de una magnitud colosal. ¿Valoró dar un paso atrás como presidente autonómico cuando en 2020, en plena pandemia, le diagnosticaron cáncer? En absoluto. Tengo bastante acendrado el sentido del deber, la responsabilidad que uno contrae cuando promete su cargo, y tuve claro que si había un momento en el que había que estar al pie del cañón era cuando la sociedad aragonesa estaba pasando por el peor momento en décadas. Compatibilicé el cáncer casi todos los días con el ejercicio del cargo de presidente de la comunidad; he ido a las Cortes de Aragón a debatir con la bombona de la quimio metida en el bolsillo, he salido de un tratamiento del hospital y he ido directo al Pignatelli [sede del Gobierno de Aragón] para retomar la agenda. No lo digo como una proclamación de heroicidad, sino porque creo que es lo que hay que hacer; es lo que hace un autónomo en este país. Si los ciudadanos lo hacen, un responsable político no debe estar sino a la altura de las circunstancias. Santos Juliá dijo de su admirado Azaña que no fue un intelectual que hace política, sino un intelectual que fue político. ¿Le gustaría que le recordaran así? A mí me gustaría que me recordaran como un tipo que fue útil a su pueblo, a su comunidad autónoma y a su país, y que aplicó todos sus saberes y facultades a que esa utilidad se tradujera en hechos y que nos acercara al objetivo fundamental que debe regir la vida de un político, que es –y cito a Azaña– un sentimiento de justicia universal. El PSOE aragonés completará con la federación de Zaragoza su renovación con Pilar Alegría al frente. Y lo hace hasta el momento con mucha más calma interna de lo que se preveía. ¿Qué balance hace de este proceso? Celebro que no haya habido conflictos enconados como pudo haber en otro tiempo, pero c

En una extensa entrevista con elDiario.es, el expresidente aragonés critica la deriva actual del PSOE tanto en Aragón como a nivel nacional y muestra su preocupación por lo que considera un "deterioro de las instituciones y la convivencia"
Ladrero confirma su candidatura al PSOE de Zaragoza y se compromete a liderar un “relevo generacional” en el partido
Tres meses después de dejar la política, elDiario.es entrevista al expresidente aragonés y antiguo líder de los socialistas en la comunidad, muy crítico con la deriva de su partido tanto a nivel nacional como autonómico.
Partidario de grandes pactos de Estado, el dirigente ejeano, de 67 años, prioriza un acuerdo entre el PP y el PSOE que entre los socialistas y los partidos a su izquierda, con los que cree que la socialdemocracia clásica tiene “pocos puntos en común”.
¿Cómo se encuentra?
Bien: con tratamientos, pero sobrellevándolo.
Su actividad pública la mantiene.
Voy a foros, hago entrevistas como esta y acabo de terminar mi libro sobre la reforma agraria que verá la luz este año.
Cuatro décadas como representante en instituciones locales, autonómicas y estatales. ¿Ha hecho ya balance personal de su paso por la política?
Publiqué hace un año unas memorias en las que hice balance, y acerté publicándolas, porque no ha dejado de haber intentos desde entonces de erradicar lo que ha sido la historia reciente del PSOE en Aragón y de lo que ha significado mi acción política en este partido al que tanto quiero.
“Nunca se me dio bien defender aquello en lo que no creo. No tengo ese don”, dice en su libro. ¿Sigue siendo fiel a las mismas creencias que cuando empezó en política?
El mundo evoluciona, las personas también. En el ámbito político es frecuente que haya momentos juveniles radicales y que poco a poco se vaya produciendo una moderación de planteamientos. Yo milité en las filas del anarcosindicalismo y después he pasado toda mi vida defendiendo y creyendo firmemente en los principios de la socialdemocracia.
Esos “momentos radicales” inherentes a la juventud parece que ahora viran a la extrema derecha. ¿Le preocupa?
Que irrumpan los extremismos me preocupa mucho, de cualquier naturaleza. Y desde luego me preocupa que irrumpa una extrema derecha añorante del franquismo, cuando a estas alturas al franquismo lo deberíamos intentar olvidar todos. Absolutamente todos (enfatiza).
¿No solo la extrema derecha está interesada en ello?
La historia la tienen que hacer los historiadores. Y desde el ámbito público hay que empezar a valorar más lo que significó el 78, la Transición y Ley de Amnistía, y mirar hacia adelante. Y se lo dice alguien que a los 19 años ya escribía artículos en la prensa reivindicando la memoria histórica y la recuperación de los cuerpos de los asesinados en el 36 por ser de izquierdas, con lo que no soy dudoso al respecto. Pero esa especie de intento por parte de unos y otros de resucitar la Guerra Civil en el terreno simbólico me parece un error de una magnitud colosal.
¿Valoró dar un paso atrás como presidente autonómico cuando en 2020, en plena pandemia, le diagnosticaron cáncer?
En absoluto. Tengo bastante acendrado el sentido del deber, la responsabilidad que uno contrae cuando promete su cargo, y tuve claro que si había un momento en el que había que estar al pie del cañón era cuando la sociedad aragonesa estaba pasando por el peor momento en décadas. Compatibilicé el cáncer casi todos los días con el ejercicio del cargo de presidente de la comunidad; he ido a las Cortes de Aragón a debatir con la bombona de la quimio metida en el bolsillo, he salido de un tratamiento del hospital y he ido directo al Pignatelli [sede del Gobierno de Aragón] para retomar la agenda. No lo digo como una proclamación de heroicidad, sino porque creo que es lo que hay que hacer; es lo que hace un autónomo en este país. Si los ciudadanos lo hacen, un responsable político no debe estar sino a la altura de las circunstancias.
Santos Juliá dijo de su admirado Azaña que no fue un intelectual que hace política, sino un intelectual que fue político. ¿Le gustaría que le recordaran así?
A mí me gustaría que me recordaran como un tipo que fue útil a su pueblo, a su comunidad autónoma y a su país, y que aplicó todos sus saberes y facultades a que esa utilidad se tradujera en hechos y que nos acercara al objetivo fundamental que debe regir la vida de un político, que es –y cito a Azaña– un sentimiento de justicia universal.
El PSOE aragonés completará con la federación de Zaragoza su renovación con Pilar Alegría al frente. Y lo hace hasta el momento con mucha más calma interna de lo que se preveía. ¿Qué balance hace de este proceso?
Celebro que no haya habido conflictos enconados como pudo haber en otro tiempo, pero como es público y notorio discrepo radicalmente de la dirección que ha tomado el partido. Me he pasado el último año diciendo a todo el que me ha querido escuchar que el PSOE Aragón, una vez que di un paso atrás, podía adoptar dos caminos: seguir actuando con voz propia o ser la voz de la Moncloa. Considero que ha sido un error haber tomado esta segunda opción, y creo que electoralmente no tendrá ningún tipo de recompensa. Una fuerza política que solo se dedica a ser el altavoz de las políticas del Gobierno de España es una fuerza política que renuncia a más de la mitad de las funciones que le corresponden, y seguramente a la mitad más importante.
Usted es mentor de Teresa Ladrero. ¿Le consultó sobre su decisión de optar a la secretaría provincial de Zaragoza?
Hacía mucho tiempo que ella me había comentado esa posibilidad. Y celebro que dé ese paso. Yo la incorporé para la política, la promocioné para alcaldesa y para diputada provincial; es decir, es una mujer en la que siempre he visto mucha valía.
Escribió en X que lo celebraba en “lo personal”. ¿Eso excluye lo político?
Trato de ser preciso en las cosas que digo: desde el Congreso Federal de Sevilla me desentendí de todo lo que tuviera que ver con el Partido Socialista.
Y ¿qué sucedió en el Congreso de Sevilla para que diera ese paso?
La participación de las delegaciones de Zaragoza y Teruel no estuvo a la altura de las circunstancias, lo digo sinceramente.
¿Ese punto y aparte tuvo que ver precisamente con la designación de Teresa Ladrero por parte de Ferraz para el Comité Regional del partido, de la que al final dio marcha atrás?
Yo creo que las delegaciones de Zaragoza y Teruel fueron con buena voluntad, sin prever las trampas que les pondrían por el camino, de las que yo por cierto había advertido, y al final cayeron en ellas de una manera bastante ingenua.
¿Qué trampas anticipó?
En el Congreso de Sevilla, la segunda parte contratante [se refiere al sector de Pilar Alegría] adoptó una estrategia de dividir lo que hasta entonces era una posición compartida de Zaragoza y de Teruel, mayoritaria en el partido. Mediante una serie de gestos hábiles se consiguió quebrar esa fortaleza: volvimos de Sevilla en una posición de progresivo resquebrajamiento.
Más tarde, en el congreso regional del PSOE de Aragón, usted eludió acudir para el tradicional balance de gestión. ¿Fue una decisión enteramente suya?
La decisión de no ir fue mía, pero digamos que no desagradó a la otra parte. Lo que ocurrió es que se había planteado un formato de debate de la gestión, que siempre ha ocupado la mañana entera del primer día del congreso, en el que este pasaba a ser un elemento accidental, porque a lo que se le daba importancia era a la intervención de los que venían de Madrid. A mí eso me pareció una perversión de lo que es el funcionamiento normal de un partido; yo creía que –como siempre– el secretario general saliente tenía que explicar su gestión sin tasa de tiempo, dar voz a todo el mundo, contestar, replicar, etc. Es decir, un debate sobre estos cuatro años, y se me dijo que no iba a ser así. Entendí que a lo que se me invitaba era una mascarada, y yo a mascaradas, a estas alturas de mi vida, ya no me presto.
En la victoria de Alegría se dio por hecho que uno de los cambios de bando más relevantes, por simbólico, fue el de la portavoz en Zaragoza, Lola Ranera, a quien precisamente había mantenido usted en el puesto pese a las voces en contra. ¿Cómo valora el paso que dio?
No voy a entrar en valoraciones personales. En este tipo de procesos se suele producir con frecuencia un corrimiento masivo de lealtades que me parece normal. Hay algunas más dolorosas que otras, pero para mí es agua pasada y por tanto no me voy a cebar en eso.
¿Es cierto que Ranera le informó de su cambio de bando ese mismo día mediante un mensaje de WhatsApp?
(Se lo piensa) Digamos que eso para mí es como el lugar de la Mancha donde empieza el Quijote, de cuyo nombre no quiero acordarme.
¿Hay alguien más por el que se haya sentido especialmente traicionado o que le duela especialmente?
Ya le digo que veo normal ese corrimiento de lealtades. Hay gente que necesita estar cerca del poder porque, por ambición personal o por necesidad, precisa de la asistencia del partido para su propia supervivencia, y eso desde el punto de vista humano lo puedo entender. Es verdad que hubo tiempos mejores. Hubo tiempos, y yo los he vivido en el PSOE, en que los delegados de los congresos y los militantes en general olvidaban su provecho particular a la hora de expresar ideas y las defendían con pasión y sin reticencias; primero porque tenían la vocación de hacerlo y segundo porque el partido era permeable; el partido entendía que, haciéndolo compatible con la disciplina que requiere una organización política, la libertad de expresión era consustancial con la propia democracia.
No fui al Congreso Regional del PSOE aragonés porque a lo que se me invitaba era una mascarada, y yo a mascaradas, a estas alturas de mi vida, ya no me presto
Y desde su punto de vista eso ya no sucede.
Decía Azaña que la libertad no hace felices a los hombres, los hace simplemente hombres. Yo animo a los hombres y mujeres a que sean libres, que expresen su opinión, que no sientan miedo ni se dejen intimidar. Si aceptamos que la libertad nos hace hombres, tendremos que aceptar también que a quienes renuncian a su libertad –y hay demasiadas renuncias y eso me duele mucho– habría que calificarlos no de hombres sino de homúnculos o algo por el estilo.
Cuando anunció en redes su adiós a la política institucional, no hubo mensajes de despedida públicos desde el entonces sector crítico del PSOE aragonés. ¿Echó en falta ese adiós? ¿Lo hicieron por privado?
Hay gente a la que agradeceré siempre su afecto y lealtad, que han sido mutuos. Cito a personas como Mayte Pérez, Vicente Guillén o Carlos Pérez Anadón. Ha habido quien lo ha hecho por privado y dentro del partido hay gente que lógicamente ha celebrado por todo lo alto que yo me marchara. Llevaban muchos años esperándolo. Ya lo intentaron incluso en un congreso en 2017 con la complicidad de Ferraz. Sobre todo, hay algo que me ha complacido mucho: la solidaridad, reconocimiento y ánimo para seguir opinando y diciendo cosas que he encontrado en la sociedad en general. Con eso me doy por bien pagado.
Ese episodio de 2017 al que se ha referido, cuando Ferraz patrocinó a Carmen Dueso como candidata alternativa para liderar el PSOE aragonés siendo usted presidente, ¿fue un antes y un después para usted con Pedro Sánchez?
Santos Cerdán vino a Zaragoza a pedirme que no me presentara a la reelección. Le respondí que iba a ejercer mi derecho y entonces se urdió una candidatura contra mí. Fue irresponsable porque significaba poner en cuestión una presidencia autonómica. Pero desde un punto de vista personal me dolió más la actitud de Huesca: que alguien de la dirección provincial que había sido aliado mío desde la noche misma de las primarias que perdió Susana Díaz al día siguiente pasara a ofrecerse a Ferraz para entregarle en una bandeja mi cabeza.
¿Cuál cree que ha podido ser su mayor error en este proceso, si ha habido?
He sido siempre un tipo bastante confiado. Creo que me he equivocado en la elección de muchas de las personas a las que di mucha confianza, a la vez que acerté en otras. Quizás debí haber sido más ágil en algunos cambios en mi gobierno, aunque en general estoy muy contento de la gente de la que me he rodeado.
Usted interpretó la derrota electoral de mayo de 2023 en clave nacional. ¿Ha pensado en algún momento qué habría sucedido si llega a anticipar las elecciones en Aragón? Su entorno se lo llegó a proponer.
Hay quien me reprocha que no convocara elecciones autonómicas un año antes porque las tenía ganadas. Lo que ocurre es que me parecía una frivolidad que un presidente que se ufanaba de tener un gobierno estable, con unidad, con las inversiones que estaban llegando, convocara elecciones anticipadas. Opté por no hacerlo: para algunos fue un error. Desde el punto de vista personal quizás lo fue; desde el punto de vista del interés general y del interés de los aragoneses, tengo claro que no.
¿Cómo ve el Gobierno de Jorge Azcón en Aragón?
Creo que Azcón está aprovechando el viento de cola de nuestras acciones, sobre todo lo que tiene que ver con las inversiones. En cuanto a los servicios públicos –y al fin y al cabo una comunidad autónoma es fundamentalmente gestión de servicios públicos–, creo que al Gobierno del PP se le está viendo una desidia y su declarada preferencia por los servicios prestados desde el ámbito privado. Es manifiestamente mejorable la gestión en sanidad, en educación o en servicios sociales, y eso es algo consustancial con lo que ha sido la derecha siempre en nuestro país.
Las encuestas, en todo caso, no les van mal.
Les van viento en popa, porque como he dicho en este momento hay factores que juegan declaradamente a su favor. Y, desde luego, lo proveniente del Gobierno de Madrid, todo lo que tiene que ver con Cataluña y también sus propios mérito, no voy a ser cicatero, hacen que el panorama que tiene ante sí sea francamente diáfano. Azcón ganó con el eslogan ‘Lambán igual que Sánchez’, y hacer ahora ese eslogan sin Lambán en la ecuación es bastante más sencillo.
Azcón hace bandera de la judicialización de las medidas que toma el Gobierno central. La última, el reparto de menores migrantes.
El nuestro fue un Gobierno que recurrió al Tribunal Constitucional cuando entendió que los derechos de Aragón se veían vulnerados. Pero tratando siempre de que esa respuesta fuera proporcionada, de no convertirla en algo sistemático como hace Azcón. Comparto que recurra el concierto catalán o la cesión de las competencias de inmigración a Cataluña, pero en particular el del reparto de migrantes me parece que apunta más a un interés electoral que al sentido común y la responsabilidad. Es matar moscas a cañonazos. La cuestión de la inmigración es poliédrica, nadie está siendo capaz de plantear una alternativa seria. Si no somos cautos y hacemos un gran pacto de Estado entre el PP y el PSOE, puede llegar un momento en que nos estalle y haga jirones en todo lo que significan las políticas públicas de este país: empleo, convivencia o educación.
Cuando usted gobernaba llegó a un pacto con otras siete comunidades autónomas para el modelo de financiación. Azcón, hasta el momento, ha llevado a cabo actos bilaterales con Rueda (Galicia) y Moreno (Andalucía). ¿Son modelos distintos?
Creo que la reedición del pacto de Santiago sería muy oportuna. No tiene sentido seguir con los encuentros bilaterales, sino volver a poner en pie esa alianza de ocho comunidades y exhibirla ante Gobierno de España como una fuerza territorial y demográfica a tener en cuenta antes de plantear dislates como el concierto catalán. Sobre todo, si estas ocho comunidades autónomas llegan a hacerle ver al Gobierno de España que, de producirse modificaciones unilaterales en el sistema de financiación o tratos de privilegio hacia Cataluña o el País Vasco, serían ocho comunidades en pie de guerra. Ya vale de que en este país toda la política se produzca en el triángulo Madrid-Vitoria-Barcelona.
Una de las primeras iniciativas de Azcón, casi la única legislativa, fue derogar la ley autonómica de Memoria Democrática.
Fue un error absoluto. El PP tiene pendiente arreglar sus cuentas con la historia, reconocer que existió un régimen, que fue la Segunda República, en la que hubo gobiernos conservadores, con políticas respetables. Todos debemos aceptar que hubo excesos en ambas retaguardias, tanto la franquista como la republicana, aunque el Gobierno republicano trató de atajarlos mientras que la parte franquista se lo planteó como algo sistemático. Todos los muertos de la Guerra Civil tienen derecho al mismo entierro digno, eso pasa por seguir exhumando los cadáveres, y la Ley de Memoria Democrática que nosotros hicimos no quería ir mucho más allá. Aparte de una cesión a sus socios entonces de Vox, me pareció una torpeza derogarla. Supone dar un paso atrás en la convivencia y el asentamiento de la democracia que no nos podemos permitir como españoles. Por eso yo digo que, cuando se llegue el centenario de la Guerra Civil, estas conductas –por decirlo de algún modo– guerracivilistas que promueven algunas izquierdas y derechas deberíamos erradicarlas para siempre, enterrarlas en un baúl cerrado con siete llaves.
Tal y como están las cosas, casi dan ganas de que el aniversario no llegue.
Si fuese hoy, me temo que sería más celebrado con el espíritu del 36 que del 78. Lo cual querría decir que hemos dado pasos atrás de gigante en términos de convivencia y de democracia. Por eso, en 2036 pido que, si la política es incapaz de hacerlo, la sociedad civil le exija que lo haga; que no echemos por tierra esa proeza política que pudimos hacer entre todos en el 78, sino que la recuperemos su espíritu. Es la mejor forma de afrontar el futuro.
Hace un mes se inauguró la rehabilitación del Monasterio de Sijena, donde se ha instalado una primera exposición con los bienes retornados. En ese acto, Azcón reivindicó que ahí estaban para “reclamar justicia, no para hablar de política”. Mientras, el alcalde de Villanueva de Sijena mostró su esperanza por que la inauguración de la muestra abriera “una puerta a la confraternización” entre aragoneses y catalanes. ¿Con qué mensaje se queda?
Para los catalanes, lo de los bienes de Sijena ha sido ‘casus belli’. Yo me he oído decir que robé los bienes. Desde luego, hoy por hoy pensar que los bienes de Sijena pueden generar una fraternidad entre Aragón y Cataluña es como mínimo ingenuo y voluntarista. Lo que hay que hacer es reclamar justicia, que el Supremo nos dé la razón en la cuestión de las pinturas murales de la Sala Capitular, traerlas aquí. Son un botín de guerra, se las llevó un funcionario de Cataluña de manera ilegal arrancándolas en el verano del 36. Más allá de las consideraciones éticas que se puedan plantear, es un acto de justicia. A partir de ahí, ojalá algún día los bienes de Sijena y el arte en particular pueda ser un elemento que nos una y no que nos divida.
Ha abogado por un adelanto electoral en España. ¿Ve preferible esa opción a los problemas de gobernabilidad que pueda generar?
Es que en estos momentos no hay gobernabilidad.
¿Cree a Feijóo y a Tellado capaces de entenderse con Pedro Sánchez?
Y ¿es Pedro Sánchez capaz de entenderse con Feijóo? En este momento, creo que se ha establecido una dinámica en este país en la que se excluye la búsqueda de soluciones compartidas. Es verdad que el PSOE demostró en su día una gran generosidad cuando, a un coste interno muy alto, se abstuvo para que fuera presidente Rajoy, y que Casado no correspondió para evitar un Gobierno de Pablo Iglesias.
Entre la izquierda a la izquierda del PSOE y un PSOE socialdemócrata clásico, que es lo que yo reivindico, hay pocos puntos en común, salvo la igualdad o la preferencia por unos servicios públicos
Si le dan a elegir entre un pacto del PSOE con el PP o que, ante una hipotética unión a la izquierda de los socialistas, se abra la posibilidad de un gobierno progresista, ¿con qué opción se queda?
Entre la izquierda a la izquierda del PSOE y un PSOE socialdemócrata clásico, que es lo que yo reivindico, hay pocos puntos en común, salvo la igualdad o la preferencia por unos servicios públicos. En materia internacional, en defensa, política territorial o económica, en lo que son las políticas troncales, que definen la posición de un Estado, con estas fuerzas ha habido siempre bastante disonancia. Los socialistas clásicos, como Felipe González, Olof Palme o Willy Brandt, jamás quisieron gobernar con el Partido Comunista.
Ha proclamado que se considera en minoría en el partido y, al mismo tiempo, que el PSOE ha dejado de ser socialdemócrata. ¿Qué o quién ha cambiado más? ¿Lamban, Sánchez o la socialdemocracia?
Ha cambiado el PSOE.
El PSOE de Pedro Sánchez.
Yo en lo sustancial pienso lo mismo; esta entrevista la podría haber hecho hace 15 años y hubiera dicho lo mismo. Entonces formaba parte de la mayoría del partido y hoy me encuentro en la más exigua de las minorías.
¿La pregunta es qué sucede a Javier Lambán con Pedro Sánchez o debería formularse al revés?
A mí no me sucede nada. Yo he tenido una buena relación con él y vengo discrepando con él desde finales de 2015 o principios de 2016, cuando Pedro Sánchez se mostró en disposición de pactar con cualquier fuerza política con tal de llegar al gobierno. Estoy profundamente en desacuerdo con esa forma de entender la política; creo que el poder no se puede conseguir a cualquier precio. Hubo un Comité Federal el 31 de diciembre de 2015 en el que se decidió que no se pactaría con independentista ni con Vox, y con Podemos de aquellas maneras. Desde entonces, en el PSOE no ha vuelto a haber ninguna clase de debate sobre pactos. Ningún Congreso posterior ha definido cuál es el perímetro de las fuerzas políticas con las que podemos pactar y cuál es, en definitiva, la visión de España que tiene el PSOE. Y lo mismo con algo que también sucedió en 2015, la pérdida de las mayorías absolutas con la llegada de Podemos y Ciudadanos: fue un cambio total de paradigma y en el PSOE no se ha hecho aún una reflexión profunda.
¿La socialdemocracia sigue viva?
La socialdemocracia entendida desde el punto de vista clásico sigue siendo imprescindible para la convivencia. La Unión Europea se sigue basando en grandes acuerdos entre lo que era antes la democracia cristiana con los socialdemócratas clásicos, que comparten la libertad de mercado, la democracia liberal y el estado del bienestar. Esas son las señas de identidad de Europa y eso es lo que defiende la socialdemocracia clásica. Yo en este momento me veo como jubilado teórico, como jubilado oficial, pero como un trabajador activo. Me voy a dedicar en cuerpo y alma en lo que me queda de vida a trabajar por Aragón y por que España recupere el espíritu de la transición y recupere el valor de la Constitución. Me voy a dedicar en cuerpo y alma a recuperar la socialdemocracia clásica.
Ha repetido en numerosas ocasiones que es “antiindependentista a fuer de catalanófilo”. Pero públicamente ha cargado contra Junts, Esquerra y también contra el PSC, que suponen la gran mayoría de los 135 diputados del Parlament. En ese contexto, ¿hacia qué parte de Cataluña siente filias?
Yo siempre he defendido al PSC como el partido más próximo al PSOE, que no es el PSOE porque es autónomo –siendo que el PSC pinta mucho en el PSOE y el PSOE no pinta casi nada en el PSC, una asimetría que no deja de ser una anomalía política–. En Cataluña debería reverdecer todo aquello que se defendió en una de las jornadas más felices para la política catalana en los últimos años, como fue la manifestación de Sociedad Civil Catalana a los pocos días del golpe de estado del ‘procés’, con Mario Vargas Llosa y Josep Borrell. Ahí se puso de manifiesto que hay una Cataluña totalmente distinta a la independentista, que no deja de ser catalanista pero alineada con la Constitución. Cuando Cataluña ha estado en esa posición, ha liderado económica y culturalmente España; cuando se ha ido a los extremos, ha perdido empresas y puestos en el PIB. El independentismo y el nacionalismo a Cataluña le sientan falta, y me atengo a la praxis.
¿No ve mejor la situación con Illa?
Con Illa ha bajado el ruido, aunque no sé muy bien hacia dónde va Cataluña con él. Es un Gobierno en ‘stand-by’ a la espera de ver qué decide Esquerra cuando se haga mayor o qué sucede con el concierto.
¿Qué centra sus mayores preocupaciones hoy por hoy?
En este momento, España vive sometida a una especie de mutación de los dos pilares sobre los que ha sustentado la convivencia y sus mejores 40 años de historia en términos de prosperidad. Uno es el deterioro de la Constitución, derivado fundamentalmente de tratar de gobernar España con los enemigos de España y de la Constitución, lo cual está deteriorando las instituciones y la convivencia y encamina al país a una solución confederal, cuando deberíamos dirigirnos a una federal. Y eso debemos evitarlo con grandes pactos entre el PP y el PSOE.
¿La otra?
La Unión Europea. Después de todo lo ocurrido, Europa debe reinventarse y convertirse en un actor político mundial, en pie de igualdad con Estados Unidos y China, y eso requiere, entre otras cosas, rearmarse. Por eso, no podemos participar en el proyecto europeo con un socio como Sumar, que está en contra de la OTAN y el rearme. Y eso requiere también un gran pacto con el PP.
Y ¿qué propone?
Frente a estas dos mutaciones, España debe reaccionar como sociedad civil. Nos jugamos literalmente en futuro en términos de convivencia y libertad. Y queda poco tiempo que perder. La deriva actual nos hace a muchos ser bastante pesimistas.
¿Cómo ha vivido el apagón? ¿Le recordó en parte –con toda las diferencias – a la crisis de la pandemia?
Tiene un parecido en el sentido que uno pensaba que este tipo de fenómenos pertenecían la pasado. Yo sabía que la luz iba a volver pasadas después de no demasiadas horas, pero pensaba en casa en lo que podría suceder si la electricidad no volvía hasta la madrugada del día siguiente y no oculto que llegaba a darme miedo.
Tras las reuniones del Centro de Coordinación de Aragón, Azcón ha puesto el mayor énfasis en criticar la labor del Gobierno central. ¿Hemos aprendido en eso?
Yo no le echo nada en cara al Gobierno central. Ya hace años, por lo que vamos leyendo estos días, que en tiempos de Rajoy nació la preocupación por actualizar los protocolos del sistema energético, con las renovables y las nucleares, y después de lo sucedido habrá que recuperar ese debate. No hay que buscar culpables, sino soluciones para que no vuelva a ocurrir. Hay que replantearse el asunto de las nucleares.
Durante su etapa en el Gobierno de Aragón promovió una incipiente llegada de centros de datos a Aragón. Ahora, como sucedió con las renovables, hay voces que piden poner coto a los excesos. ¿En qué posición se encuentra usted?
Quizás es el momento de reflexionar sobre qué hacemos en última instancia con la energía que generamos para sacarle el máximo provecho posible y pensar en cómo obtener verdadero rendimiento en términos de empleo y de riqueza para la comunidad de los centros de datos que se están instalando, que generan mucho consumo de agua, mucho consumo de electricidad, y que en términos de empleo generan bastante poco. Yo ya me planteé al final de mi mandato que debíamos hacer esta reflexión; insisto, no es algo nuevo, lo pensaba yo entonces. No podemos volver a caer en el colonialismo del siglo XX.
Decía en una entrevista su mentor político Mariano Berges que ahora se teoriza menos, y que “la política, al menos la de izquierdas, sin pensamiento y teoría no tiene nada que hacer”. ¿Coincide con él?
Absolutamente.