
Cuenta una leyenda, sobre la que existen distintas versiones, que al rey Federico II le molestaba mucho un molino cerca de su palacio de verano en Postdam, pues le afeaba las vistas y el ruido de las aspas molestaba a sus invitados durante las fiestas que allí se celebraban. Convocó a palacio al molinero e intentó comprarle el molino. Ante la negativa, por parte de este, a venderlo, amenazó con destruir su molino sin pagarle un centavo. Sansoucci –así se apellidaba el molinero– exclamó que ello constituía una gran injusticia, y el rey le retó, señalando hacia la capital, con la frase «para eso hay jueces en Berlín». El rey de esta leyenda, recordada en un libro sobre el control judicial del poder publicada en 2020 por el Profesor Esteve Pardo, probablemente pretendía que los jueces interpretasen la ley de acuerdo con sus intereses, por ser él, a fin de cuentas, el Jefe de Estado. Sin embargo, el molinero acudió a los Tribunales, y, por suerte para él y la justicia, encontró jueces con suficiente carácter para defender su independencia y la ley frente a las veleidades del monarca, parando la demolición del inmueble, y obligando al rey a indemnizar […]