‘El último suspiro’: el final de la vida también es vida
La última película de Costa-Gavras es un canto de amor a la vida y un homenaje a los profesionales sanitarios que se dedican a los cuidados paliativos. La entrada ‘El último suspiro’: el final de la vida también es vida se publicó primero en lamarea.com.

Costa-Gavras tiene 91 años y ha hecho una película sobre la muerte. Dicho así, uno podría imaginar que El último suspiro es una película sombría. Todo lo contrario. El director detrás de obras maestras como Z (1969), La confesión (1970), Estado de sitio (1973) o Desaparecido (1981) no ha perdido su espíritu combativo y propone un precioso alegato a favor de la muerte dulce y bella y una defensa apasionada de los trabajadores sanitarios que se dedican a los cuidados paliativos. ¿Hay melancolía? Sí, como no podía ser de otra manera, pero sobre todo hay amor a la vida, compasión, tacto y un afán por dar a conocer una actividad tan necesaria como escasa, la de los profesionales que se dedican a ayudar a morir de la mejor manera posible.
Cuenta el director franco-griego que es un tema que a su edad, por motivos obvios, le ronda la cabeza desde hace un tiempo. «Mi hermano es médico en Estados Unidos y una vez le dije que, cuando me viera especialmente gagá, tuviera preparada una inyección para mí. “Yo no puedo hacer eso. Yo curo a la gente, no la mato”, me dijo». Narra esta anécdota sonriendo, exhibiendo un humor magnífico y una lucidez asombrosa. La respuesta de su hermano, obviamente, no tuvo el menor efecto en él. Rebelde incansable, siguió interesado en el tema y cayó en sus manos el ensayo que ha inspirado esta película, escrito al alimón por el doctor Claude Grange y por un viejo compañero de batallas políticas, Régis Debray.
Como en el libro, El último suspiro muestra el diálogo entre un filósofo (Denis Podalydès) y un médico dedicado a los cuidados paliativos (Kad Merad). «¿Cómo es el final? ¿Cómo podemos estar preparados? ¿Cómo ocurrirá? Todo eso son inquietudes que yo también tengo. Espero que sea con dignidad y en paz, pero eso no es fácil de prever», explica el cineasta. La manera de rodar esos temas (profundos, incómodos, sensibles) sí que ha sido la mejor posible.
El trabajo de estos profesionales médicos es escuchar, cuidar, acompañar a las personas en sus últimos momentos con una delicadeza, una dedicación (lo que quiere decir tiempo, ese bien tan escaso) y una comprensión por los lógicos miedos y debilidades humanas que los coloca en otro plano. Su consideración, sin embargo, no está a la altura de la importancia de la labor que realizan: según cuenta el director, en Francia hay sólo entre 2.000 y 3.000 plazas hospitalarias dedicadas a los cuidados paliativos. «Debería haber 200.000. La diferencia es enorme», subraya.
Los y las profesionales de la medicina lidian a menudo con la muerte, pero no lo hacen permanentemente, en todo momento. Eso los diferencia de los especialistas en cuidados paliativos, pero Costa-Gavras hace una precisión, un matiz que constituye el núcleo de su discurso. Lo expresa en voz alta el personaje de Denis Podalydès: «El final de la vida también es vida». En torno al amor a la vida construye el viejo maestro una narración que puso en pie al público en el pasado Festival de San Sebastián. Y en torno también, como siempre, a un elenco de intérpretes superdotados.
Siempre tuvo suerte Costa-Gavras con sus actores. Puede decirse que ha cimentado su carrera gracias a la generosidad de algunos de ellos. En su momento, nadie quería rodar Z, la historia del magnicidio de un político pacifista en la Grecia previa al golpe de los coroneles. Fue un actor, Jacques Perrin, el que impulsó aquel título con su pequeña compañía de producción. Y un puñado de estrellas se puso a sus órdenes rebajando al mínimo su caché habitual: Yves Montand, Irene Papas, Jean-Louis Trintignan, Charles Denner…La película, escrita junto a Jorge Semprún, ganó dos Oscar.
El casting de El último suspiro se ha beneficiado también de la implicación de sus actores y actrices. El director no pensaba que Charlotte Rampling fuera a aceptar un papel tan pequeño como el que le ofreció, pero dijo que sí. Se embarcaron igualmente en este proyecto la gran actriz palestina Hiam Abbass, la periodista Élisabeth Quin,el cineasta Xavier Legrand o la grandísima Ángela Molina, que protagoniza uno de los tramos más emotivos de la película.
Costa-Gavras tiene otra manía que le suele salir muy bien: sacar a los actores de sus registros habituales. Lo hizo con el humorista Gad Elmaleh, que puso al frente del reparto de El capital. También, de alguna manera, lo hizo con Jack Lemmon, un monstruo de la comedia que firmó en Desaparecido una interpretación desgarradora y memorable. Aquí confía el papel del médico a uno de los actores cómicos más famosos de Francia, Kad Merad (Bienvenidos al norte), con resultados igualmente sobresalientes.
El cine es emoción y espectáculo, Costa-Gavras no deja de repetirlo. Su destreza para combinar eso con temas de gran calado político, para pulsar a la vez las teclas de lo sensible y de lo intelectual, es lo que lo ha convertido en el mito que hoy es.
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