El macabro ritual de clavos en cráneos que se usaban como trofeos en la Edad de Hierro en España
Mensaje mortal - La práctica variaba según el asentamiento, revelando diferencias culturales y sociales en la Península Ibérica, según un estudio recienteCerebros y huesos rotos: la feroz práctica caníbal de los europeos prehistóricos Clavado en el hueso, el hierro oxidado se fundía con el cráneo, uniendo en muerte lo que en vida fue carne y pensamiento. No había piedad en aquel ritual: la cabeza cortada no solo era un trofeo, era un mensaje. Exhibida en lo alto de un muro o en la puerta de una casa, aquella macabra muestra de poder no dejaba lugar a dudas. En la Edad de Hierro en la Península Ibérica, el miedo se esculpía en hueso y metal. Este escalofriante ritual no era un gesto vacío. La práctica de clavar cabezas se usaba para intimidar a enemigos y, al mismo tiempo, celebrar a los ancestros. Pero no todos los cráneos recibían este destino. Según un estudio publicado en abril de 2025 en el Journal of Archaeological Science: Reports, esta tradición variaba en cada asentamiento, revelando no solo diferencias culturales, sino también pistas sobre la movilidad y las interacciones sociales en el noreste de la Península Ibérica, en lo que hoy es España y Portugal. ¿Quiénes eran los decapitados de la Edad de Hierro? A pesar de la brutalidad de la escena, no era solo un acto de violencia. En los yacimientos catalanes de Ullastret y Puig Castellar, separados por unos 100 kilómetros y abandonados con la llegada de los romanos en el siglo III a.C., los arqueólogos han encontrado siete cráneos masculinos que muestran señales de haber sido clavados. En algunos casos, el clavo aún permanecía incrustado en el hueso. Pero, ¿quiénes eran estos hombres y por qué sus cabezas fueron expuestas de esa forma? La práctica combinaba intimidación y homenaje a los ancestros, con variaciones entre asentamientos que reflejaban diferencias culturales y sociales en la Península Ibérica No todos eran locales. En Puig Castellar, tres de los cuatro individuos eran forasteros, mientras que en Ullastret se halló una mezcla de locales y no locales. Para determinarlo, el equipo utilizó técnicas de bioarqueología y análisis de isótopos de estroncio y oxígeno presentes en el esmalte dental. Esta metodología permitió desvelar detalles sobre la dieta de los individuos y, a partir de ahí, deducir si el alimento consumido provenía de la región o de zonas lejanas, lo que ayudó a ubicar el origen de estos hombres. El lenguaje del miedo: qué cuentan los cráneos con clavos La ubicación de los cráneos también revela diferencias importantes en el significado del ritual. En Puig Castellar, se colocaron en muros visibles, lo que sugiere que eran exhibiciones de poder dirigidas tanto hacia rivales externos como para ejercer control interno. En cambio, en Ullastret, los cráneos locales aparecieron en calles del centro urbano, cerca de las entradas de las casas, lo que apoya la hipótesis de que pertenecían a miembros importantes de la comunidad. Uno de los cráneos de Ullastret, de posible origen extranjero, se encontró en una muralla exterior, indicando que podría haber sido un trofeo de guerra. El arqueólogo Rubén de la Fuente-Seoane, coautor del estudio y miembro de la Universidad Autónoma de Barcelona, explicó que “si fueran trofeos de guerra, no procederían de los yacimientos analizados, mientras que, si fueran individuos venerados, es probable que fueran locales”. Esta observación arroja luz sobre la complejidad social de estas comunidades, sugiriendo que la elección de los individuos para el ritual respondía a criterios más elaborados de lo que se pensaba.

Mensaje mortal - La práctica variaba según el asentamiento, revelando diferencias culturales y sociales en la Península Ibérica, según un estudio reciente
Cerebros y huesos rotos: la feroz práctica caníbal de los europeos prehistóricos
Clavado en el hueso, el hierro oxidado se fundía con el cráneo, uniendo en muerte lo que en vida fue carne y pensamiento. No había piedad en aquel ritual: la cabeza cortada no solo era un trofeo, era un mensaje. Exhibida en lo alto de un muro o en la puerta de una casa, aquella macabra muestra de poder no dejaba lugar a dudas. En la Edad de Hierro en la Península Ibérica, el miedo se esculpía en hueso y metal.
Este escalofriante ritual no era un gesto vacío. La práctica de clavar cabezas se usaba para intimidar a enemigos y, al mismo tiempo, celebrar a los ancestros. Pero no todos los cráneos recibían este destino. Según un estudio publicado en abril de 2025 en el Journal of Archaeological Science: Reports, esta tradición variaba en cada asentamiento, revelando no solo diferencias culturales, sino también pistas sobre la movilidad y las interacciones sociales en el noreste de la Península Ibérica, en lo que hoy es España y Portugal.
¿Quiénes eran los decapitados de la Edad de Hierro?
A pesar de la brutalidad de la escena, no era solo un acto de violencia. En los yacimientos catalanes de Ullastret y Puig Castellar, separados por unos 100 kilómetros y abandonados con la llegada de los romanos en el siglo III a.C., los arqueólogos han encontrado siete cráneos masculinos que muestran señales de haber sido clavados. En algunos casos, el clavo aún permanecía incrustado en el hueso. Pero, ¿quiénes eran estos hombres y por qué sus cabezas fueron expuestas de esa forma?
No todos eran locales. En Puig Castellar, tres de los cuatro individuos eran forasteros, mientras que en Ullastret se halló una mezcla de locales y no locales. Para determinarlo, el equipo utilizó técnicas de bioarqueología y análisis de isótopos de estroncio y oxígeno presentes en el esmalte dental.
Esta metodología permitió desvelar detalles sobre la dieta de los individuos y, a partir de ahí, deducir si el alimento consumido provenía de la región o de zonas lejanas, lo que ayudó a ubicar el origen de estos hombres.
El lenguaje del miedo: qué cuentan los cráneos con clavos
La ubicación de los cráneos también revela diferencias importantes en el significado del ritual. En Puig Castellar, se colocaron en muros visibles, lo que sugiere que eran exhibiciones de poder dirigidas tanto hacia rivales externos como para ejercer control interno. En cambio, en Ullastret, los cráneos locales aparecieron en calles del centro urbano, cerca de las entradas de las casas, lo que apoya la hipótesis de que pertenecían a miembros importantes de la comunidad. Uno de los cráneos de Ullastret, de posible origen extranjero, se encontró en una muralla exterior, indicando que podría haber sido un trofeo de guerra.
El arqueólogo Rubén de la Fuente-Seoane, coautor del estudio y miembro de la Universidad Autónoma de Barcelona, explicó que “si fueran trofeos de guerra, no procederían de los yacimientos analizados, mientras que, si fueran individuos venerados, es probable que fueran locales”. Esta observación arroja luz sobre la complejidad social de estas comunidades, sugiriendo que la elección de los individuos para el ritual respondía a criterios más elaborados de lo que se pensaba.
Además, los patrones de movilidad revelan algo aún más interesante: diferencias en la organización territorial y en la gestión de recursos naturales. El estudio de las muestras de vegetación cercanas a los yacimientos mostró prácticas distintas de explotación del entorno, lo que refleja una sociedad dinámica. “Esta diferenciación refleja una sociedad compleja con importantes interacciones locales y externas”, afirmó de la Fuente-Seoane.
Lejos de ser una simple práctica de barbarie, el ritual de los clavos en cráneos ofrecía una forma de comunicación tan potente como inquietante. No solo marcaba la pertenencia o la exclusión, también tejía historias de conquista, poder y memoria. La cabeza clavada no era solo un final: era un símbolo de lo que debía recordarse y de lo que nunca debía repetirse.