El declinante imperio del dólar

Debemos empezar a introducir ya el euro como alternativa al dólar y moneda de reserva mundial, incluso si eso significa ciertos sacrificios al principio. Si Trump nos cierra sus mercados, podemos reforzar nuestras relaciones comerciales con muchos otros países, como India, Latinoamérica, el sureste asiático, y sobre todo China Después de que el sábado 6 entrara en vigor una tasa universal del 10% dictada por el presidente Donald Trump para todas las exportaciones dirigidas a EEUU, hoy se ponen en marcha los que él mismo ha calificado de “aranceles recíprocos”, aplicados a sus socios comerciales, siguiendo un cálculo absolutamente arbitrario. Y sobre una base falsa, porque el déficit comercial de EEUU con otros, por ejemplo con la Unión Europea, no viene de que los productos estadounidenses estén más gravados en Europa que los europeos en EEUU, sino de que sus ciudadanos tienen más interés en comprar productos provenientes de Europa que los europeos en comprar productos estadounidenses. Lo que intenta Trump con su política arancelaria es compensar la falta de competitividad de EEUU, distorsionando así el libre mercado en su favor. Su decisión unilateral ha causado ya un tsunami financiero en todo el mundo, con caídas generalizadas en todos los mercados, y amenaza con provocar una recesión global, o al menos una contracción derivada del bloqueo comercial previsto. La economía estadounidense constituye apenas el 25% de la mundial, según los cálculos más favorables para ella. Ni siquiera lidera el comercio mundial: la primera potencia comercial es China. ¿Por qué puede su presidente imponer unilateralmente aranceles al resto del mundo? Pues solo porque las instituciones multinacionales de gobernanza global no funcionan, incluida la Organización Mundial de Comercio, y, aunque funcionaran, Trump no las respetaría si no le favorecen, antes las abandonaría. No funcionan porque el resto de los países del mundo –el 95% de la población, el 75% de la economía– no son capaces de reaccionar unidos ante lo que es una agresión injustificada que inicia una guerra comercial en la que solo habrá vencidos. Trump demuestra así que su apelación al egoísmo nacional: “America first” iba en serio, aunque esta iniciativa puede resultar negativa para su país. El terremoto económico provocado por este brutal regreso a la guerra comercial –que no se veía desde hace casi un siglo, antes de la segunda guerra mundial– sacude sobre todo a Asia, donde se produce la mayor competencia a la industria electrónica y textil de EEUU, por la deslocalización que han ejercido allí las empresas estadounidenses para aprovechar los bajos salarios. Particular importancia tiene el arancel del 34% impuesto a China, que se suma al 20% ya existente, lo que ha hecho reaccionar a Pekín con tasas de la misma cuantía. La Unión Europea, a la que se impone un 20% –aparte del 25% ya aplicado a la industria automovilística– se debate, como siempre, en interminables discusiones sobre la posible respuesta, mientras las voces más atlantistas, como la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, intentan evitar la ruptura y aplacar a Trump con una negociación que él va a considerar una debilidad de la que aprovecharse. Por no hablar del repugnante servilismo del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, que intenta cínicamente quitar importancia a los aranceles mientras insiste en que los europeos gastemos en defensa el 5% del PIB. No obstante, la onda explosiva afecta también con dureza a EEUU. La bolsa de Nueva York perdió, en tres días, un 12% de su valor, aunque ya ha empezado a recuperarse. En especial han resultado perjudicadas las empresas tecnológicas –que apoyaron la elección de Trump y lo han secundado desde entonces– porque fabrican en Asia o dependen del comercio internacional. El presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, ha dicho que las medidas se traducirán en menor crecimiento y mayor inflación, y se ha negado por ahora a la bajada de tipos de interés que exige Trump. EEUU se enfrenta, al menos a corto o medio plazo, a la más temida de las situaciones económicas: la estanflación, estancamiento económico –que puede desembocar en una recesión– unido a tensiones inflacionarias. En este escenario no hay solución buena: si se suben los tipos de interés para luchar contra la inflación, la recesión se acentúa –y con ella el desempleo–; si se bajan, o se pone en circulación más dinero, la inflación se dispara y normalmente la moneda se devalúa. Esto último es lo parecen querer los gurús económicos de Trump para que, con la ayuda de los aranceles, las importaciones caigan, las exportaciones suban, y la balanza comercial se equilibre, con lo que el enorme déficit que arrastra EEUU disminuiría, o dejaría de aumentar. Pero las exportaciones también pueden bajar, aunque el dólar se devalúe, si los demás responden con aranceles similares, y la industria estadounidense puede carecer de

Abr 9, 2025 - 07:35
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El declinante imperio del dólar

El declinante imperio del dólar

Debemos empezar a introducir ya el euro como alternativa al dólar y moneda de reserva mundial, incluso si eso significa ciertos sacrificios al principio. Si Trump nos cierra sus mercados, podemos reforzar nuestras relaciones comerciales con muchos otros países, como India, Latinoamérica, el sureste asiático, y sobre todo China

Después de que el sábado 6 entrara en vigor una tasa universal del 10% dictada por el presidente Donald Trump para todas las exportaciones dirigidas a EEUU, hoy se ponen en marcha los que él mismo ha calificado de “aranceles recíprocos”, aplicados a sus socios comerciales, siguiendo un cálculo absolutamente arbitrario. Y sobre una base falsa, porque el déficit comercial de EEUU con otros, por ejemplo con la Unión Europea, no viene de que los productos estadounidenses estén más gravados en Europa que los europeos en EEUU, sino de que sus ciudadanos tienen más interés en comprar productos provenientes de Europa que los europeos en comprar productos estadounidenses. Lo que intenta Trump con su política arancelaria es compensar la falta de competitividad de EEUU, distorsionando así el libre mercado en su favor. Su decisión unilateral ha causado ya un tsunami financiero en todo el mundo, con caídas generalizadas en todos los mercados, y amenaza con provocar una recesión global, o al menos una contracción derivada del bloqueo comercial previsto.

La economía estadounidense constituye apenas el 25% de la mundial, según los cálculos más favorables para ella. Ni siquiera lidera el comercio mundial: la primera potencia comercial es China. ¿Por qué puede su presidente imponer unilateralmente aranceles al resto del mundo? Pues solo porque las instituciones multinacionales de gobernanza global no funcionan, incluida la Organización Mundial de Comercio, y, aunque funcionaran, Trump no las respetaría si no le favorecen, antes las abandonaría. No funcionan porque el resto de los países del mundo –el 95% de la población, el 75% de la economía– no son capaces de reaccionar unidos ante lo que es una agresión injustificada que inicia una guerra comercial en la que solo habrá vencidos. Trump demuestra así que su apelación al egoísmo nacional: “America first” iba en serio, aunque esta iniciativa puede resultar negativa para su país.

El terremoto económico provocado por este brutal regreso a la guerra comercial –que no se veía desde hace casi un siglo, antes de la segunda guerra mundial– sacude sobre todo a Asia, donde se produce la mayor competencia a la industria electrónica y textil de EEUU, por la deslocalización que han ejercido allí las empresas estadounidenses para aprovechar los bajos salarios. Particular importancia tiene el arancel del 34% impuesto a China, que se suma al 20% ya existente, lo que ha hecho reaccionar a Pekín con tasas de la misma cuantía.

La Unión Europea, a la que se impone un 20% –aparte del 25% ya aplicado a la industria automovilística– se debate, como siempre, en interminables discusiones sobre la posible respuesta, mientras las voces más atlantistas, como la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, intentan evitar la ruptura y aplacar a Trump con una negociación que él va a considerar una debilidad de la que aprovecharse. Por no hablar del repugnante servilismo del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, que intenta cínicamente quitar importancia a los aranceles mientras insiste en que los europeos gastemos en defensa el 5% del PIB.

No obstante, la onda explosiva afecta también con dureza a EEUU. La bolsa de Nueva York perdió, en tres días, un 12% de su valor, aunque ya ha empezado a recuperarse. En especial han resultado perjudicadas las empresas tecnológicas –que apoyaron la elección de Trump y lo han secundado desde entonces– porque fabrican en Asia o dependen del comercio internacional. El presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, ha dicho que las medidas se traducirán en menor crecimiento y mayor inflación, y se ha negado por ahora a la bajada de tipos de interés que exige Trump. EEUU se enfrenta, al menos a corto o medio plazo, a la más temida de las situaciones económicas: la estanflación, estancamiento económico –que puede desembocar en una recesión– unido a tensiones inflacionarias. En este escenario no hay solución buena: si se suben los tipos de interés para luchar contra la inflación, la recesión se acentúa –y con ella el desempleo–; si se bajan, o se pone en circulación más dinero, la inflación se dispara y normalmente la moneda se devalúa.

Esto último es lo parecen querer los gurús económicos de Trump para que, con la ayuda de los aranceles, las importaciones caigan, las exportaciones suban, y la balanza comercial se equilibre, con lo que el enorme déficit que arrastra EEUU disminuiría, o dejaría de aumentar. Pero las exportaciones también pueden bajar, aunque el dólar se devalúe, si los demás responden con aranceles similares, y la industria estadounidense puede carecer de componentes esenciales que en buena parte deben ser importados, como las tierras raras que proceden de China. Además, hay fundadas sospechas de que la mejora de las cuentas públicas, y el ahorro que se derive de la reducción de la administración ejecutada por Elon Musk, se aprovecharían para facilitar una bajada del impuesto a la renta, en línea con las tesis neoliberales, lo que dejaría el balance casi donde está. Para Trump, EEUU tendría que afrontar ahora una transición dura, una “medicina”, que al final rendiría sus frutos, pero la conjunción de más inflación y menos crecimiento, con la supresión de programas sociales, va a recaer sobre las capas más débiles de la población, aumentando las desigualdades sociales, e incluso sobre las clases medias, causando una importante desafección política. Recordemos que la inflación fue lo que hizo caer la popularidad del presidente  Biden a mínimos.

Por eso es muy posible que la reacción más eficaz provenga del interior de EEUU. Hasta ahora, Trump goza del respaldo absoluto y acrítico del Partido Republicano, que tiene mayoría en ambas cámaras legislativas, pero este apoyo puede debilitarse. En menos de 20 meses tendrán lugar las elecciones de medio mandato en las que se renueva un tercio del Senado y toda la Cámara de Representantes. Los congresistas saben que su reelección depende más del estado de ánimo de sus votantes que de las consignas de partido, incluso de la imagen del líder, y que si se presentan en un momento de dificultades económicas pueden perder su escaño. Muchas de las mayores fortunas del país, incluido Musk, su principal asesor hasta ahora, le han pedido al presidente que rectifique, al menos respecto a Europa. Un gran número de familias estadounidenses han visto reducirse drásticamente sus ahorros en la bolsa en tres días, y el último fin de semana ya hubo manifestaciones masivas contra la política de Trump, a pesar de que los efectos aún no se notan en toda su intensidad. 

La segunda derivada es la influencia que este movimiento, claramente aislacionista y hostil hacia el resto del mundo, va a tener sobre el mantenimiento del dólar como moneda de referencia mundial, que es la piedra angular en la que se mantiene aún el poder de EEUU. Si Trump se permite prohibir o levantar la autorización a una compañía española –Repsol– para operar en un tercer país –Venezuela– aunque no tiene ninguna autoridad o soberanía sobre ninguno de los dos, es porque Repsol, radicada en un país cuya moneda es el euro, paga a Venezuela, cuya moneda es el bolívar, en dólares de EEUU.  Cuando un sueco va a Vietnam, paga el hotel en dólares. Cuando Rusia compra cobre a Chile, lo paga en dólares. Y los bancos estadounidenses tienen un control –directo o indirecto– sobre esas transacciones.

La deuda pública federal de EEUU supera los 36 billones (europeos) de dólares, más de 100.000 dólares per cápita (en España no llega a 35.000), y aumenta imparablemente con enormes déficits públicos anuales, el de 2024 fue de 1,9 billones, un 7% del PIB. Solo en este año se produce el vencimiento de nueve billones. Estos desajustes, que son financiados por el resto del mundo con la compra de deuda – en buena parte en manos chinas - y las reservas nacionales en moneda estadounidense, solo son posibles por la fortaleza del dólar como referencia y medio de pago global. No importa que se devalúe, en ocasiones –como ahora– puede convenirle a la economía estadounidense. Lo esencial para EEUU es que siga siendo la moneda de reserva mundial, y todo el mundo la quiera, para poder colocar su deuda.

Cuando Trump dice que la UE se creó “contra” EEUU, no se refiere solo a que la unidad europea le resta influencia política y poder económico sobre los países europeos, mucho más vulnerables individualmente, sino sobre todo a la creación del euro, que podría ser una alternativa al dólar, aunque por ahora más potencial que real. No obstante, la UE nunca ha intentado promover su moneda como alternativa al dólar, tal vez porque sabe que eso sería considerado un acto inamistoso por Washington, tan hostil como una agresión armada. La UE, la tercera economía del mundo, con una moneda fuerte como el euro, sigue pagando el petróleo que compra en dólares. Esta prudencia no es ajena a la dependencia defensiva de la UE respecto a EEUU, que implica también -inevitablemente - una dependencia política, y por ende económica. Así alimentamos el poder y la fuerza del cíclope que quiere devorarnos.

La pregunta que se hace ahora todo el mundo es si Trump va a dar marcha atrás. Desde luego hay precedentes, como las idas y venidas de los aranceles a Canadá y México, a cambio de otras cesiones, aunque fueran temporales. Y sabemos que su forma de actuar es empezar siempre por una presión brutal para debilitar las opciones o la confianza de su contraparte en la negociación posterior. Él mismo ha dicho abiertamente que los aranceles le dan un gran poder de negociación, y cuando declaró a unos periodistas, en el avión presidencial, que “si les hubiéramos pedido a estos países que nos hicieran un favor, habrían dicho que no. Ahora harán cualquier cosa por nosotros”, desveló su verdadera estrategia. Pretende que los afectados le ofrezcan algo “fenomenal”, que solo puede ser una mayor ventaja comercial restringiendo sus exportaciones, o desgravando las importaciones de productos estadounidenses hasta el nivel que él considere conveniente. Es decir, que se sometan a su diktat y le den lo que desea, si quieren que sea generoso con ellos.

Por el contrario, si los afectados se resisten y pretenden responder con la misma moneda, amenaza con represalias aún más duras, como haría cualquier gánster o matón de barrio, aunque es más que dudoso que pueda llegar hasta el final. A la respuesta china de replicar con aranceles similares responde que aumentará los suyos en un 50% más. Probablemente es una amenaza hueca porque el bloqueo total del comercio sería letal para EEUU. Trump no puede ganar esta guerra contra el mundo entero, y lo sabe, su verdadero objetivo es frenar el declive económico de su país. Puede hacer daño a China o a Europa, pero también se lo hace a EEUU, y si ese daño es demasiado grave o prolongado, se enfrentará –como decíamos– a una fuerte oposición interna popular, y en particular en el seno del Partido Republicano, que le obligará a renunciar a sacar ventaja de una posición dominante que ya no lo es tanto.

La UE no puede someterse a su chantaje. No hemos sido aún capaces de crear nuestra propia estructura de defensa para poder ejercer el papel de actor global que nos corresponde por nuestro peso económico y político, y en ese aspecto aún dependemos – desgraciadamente– de EEUU. Esto nos debe concienciar una vez más sobre la necesidad de alcanzar cuanto antes una autonomía estratégica que nos libere de cualquier relación clientelar con un socio tan poco fiable, y que, además, apoya o promueve crímenes de guerra como los que estamos viendo en Gaza. Pero al menos la política comercial sí es común. Y tiene fuerza. Un 16% de la economía mundial, 27 países, 450 millones de consumidores, y un nivel científico y tecnológico algo retrasado respecto a los dos grandes, pero capaz de alcanzarlos, si se invierte suficiente, en poco tiempo. Debemos empezar a introducir ya el euro como alternativa al dólar y moneda de reserva mundial, incluso si eso significa ciertos sacrificios al principio. Si Trump nos cierra sus mercados, podemos reforzar nuestras relaciones comerciales con muchos otros países, como India, Latinoamérica, el sureste asiático, y sobre todo China.

Precisamente por eso, EEUU también tiene mucho que perder en Europa, considerando que su mayor rival es China, y que sin el apoyo europeo tiene muchas probabilidades de perder esa pugna. Cuando Washington pidió a los países europeos que rechazaran las redes chinas 5G - más baratas y avanzadas – porque podrían usarlas para aprovechar políticamente la información que obtuvieran (como si ellos no lo hicieran), muchos gobiernos accedieron. Ahora, si la presión comercial de EEUU no disminuye, tal vez las relaciones tecnológicas y comerciales China-UE se fortalezcan en favor de ambas partes ¿Es eso lo que quiere Trump?

No podemos dejarnos avasallar por la megalomanía de un solo individuo, secundado por otros de similar calaña. Hay que responder ya con medidas del mismo peso económico, bien sea imponiendo aranceles similares, bien gravando a las tecnológicas estadounidenses, o a sus redes sociales, o bien restringiendo el acceso de sus empresas a los concursos públicos europeos. Tenemos muchos medios. Negociar siempre está bien, incluso con quien no lo merece, pero poniendo sobre la mesa instrumentos suficientes para demostrar que no haremos “cualquier cosa por ellos”, sino solo lo que justamente corresponda. Y, por otra parte, hay que evitar que la negociación de la UE termine por favorecer solo a los Estados miembros más industrializados, como parecen indicar las primeras propuestas, el sector agrícola merece al menos la misma atención e interés a la hora de llegar a un acuerdo.

La UE debe intentar salir de esta crisis más unida, más fuerte e independiente. Hay que actuar con firmeza y determinación Cuando se es objeto de una acción hostil, como la que ha puesto en marcha la administración estadounidense, la prudencia puede ser malentendida como debilidad y hacer más difíciles las cosas. Debemos exigir a los dirigentes europeos que hagan saber a Trump que no desean una confrontación, pero que tienen medios suficientes para defenderse y los van a emplear ampliamente para proteger a los europeos de decisiones injustas y erróneas, que seguramente van a perjudicar mucho a EEUU, pero que no podrán hacerlo con la UE mientras nos mantengamos unidos frente a sus deleznables coacciones.

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