Educar desde la piel: cuerpo, cuidado y comunidad en la práctica docente
Dionisio Navarro: “Aprender no es solo una cuestión de ideas. Es también una experiencia corporal y emocional"

En tiempos de prisas, hablar de educación desde el cuerpo, la fragilidad y la escucha suena casi subversivo. Dionisio, docente con años de experiencia, reflexiona en su proyecto de habilidades blandas a través de Montserrat de la Llave y Nicole Peters sobre cómo lo sensorial, lo emocional y lo colectivo sostienen hoy una pedagogía más humana y transformadora.
Cuando Montserrat habla de “trabajar desde la piel”, no lo hace en sentido figurado. Lo dice en serio. Y Dionisio lo recoge con la misma literalidad cargada de intención: “El cuerpo siempre expresa lo que a veces el lenguaje verbal trata de ocultar”. En su práctica educativa, cuerpo y pensamiento no se oponen, sino que se entrelazan. No es una metáfora poética, sino una forma radical de estar con otros.
“Aprender no es solo una cuestión de ideas. Es también una experiencia corporal y emocional. Lo que uno comprende de verdad, lo ha sentido antes en el cuerpo”, explica. Desde esa convicción, su rol como docente y mediador se convierte en un ejercicio constante de presencia: escuchar no solo lo que se dice, sino cómo se dice; observar gestos, posturas, silencios; permitir que la piel también tenga voz.
Trabajar desde la piel es, en cierto modo, devolverle al aula —y al grupo— su dimensión más humana. “Estar presente con todo el ser”, como él dice, es una ética y una práctica.
Fragilidad: una fuerza colectiva
Otro de los temas centrales que atraviesan la conversación con Dionisio es el de la fragilidad. Tanto Nicole como Montserrat defienden la vulnerabilidad como parte del estar con otros, como un valor político. Y Dionisio no solo coincide: va más allá.
“La fragilidad, para mí, no es una debilidad. Es un punto de partida”, afirma con claridad. En los grupos que acompaña, la fragilidad compartida no solo no debilita el vínculo, sino que lo fortalece. “Cuando se legitima la vulnerabilidad, cuando se deja de esconder, aparece una confianza nueva. Ahí es donde el grupo se cohesiona de verdad.”
No es una idea ingenua. Para que eso ocurra, hay que crear condiciones. Y eso implica un trabajo consciente: generar espacios seguros, sostener la escucha, invitar a decir lo que duele sin miedo al juicio. “No se trata de exponer al otro, sino de acompañar lo que aparece con respeto".
El enfado como brújula
La entrevista avanza y llega un punto clave: la rabia. Para Nicole, es una emoción política. Montserrat la nombra también como forma de cuidado. ¿Qué piensa Dionisio?
“Yo prefiero llamarla enfado”, aclara de entrada. “La rabia suena desbordada. El enfado, en cambio, es algo que se puede reconocer y canalizar.” No niega su potencia, pero pone el foco en cómo se gestiona: “Es una señal, una brújula que indica que algo no va bien. Pero si no la escuchas, se enquista o se desborda".
En su práctica, el enfado no se reprime. Se nombra, se analiza, se transforma. Dionisio acompaña a los grupos a tomar contacto con ese malestar y convertirlo en energía creativa. “Es un proceso: primero lo reconoces, luego lo entiendes, y después lo pones al servicio de algo nuevo".
Ese “algo nuevo” es, muchas veces, una forma distinta de resolver conflictos, de decir lo que antes se callaba, de construir colectivamente desde el disenso.
“El lenguaje no solo transmite información. También construye realidades.” Esta frase de Dionisio podría ser una síntesis de su forma de entender la comunicación en contextos educativos. Para él, cómo se dicen las cosas es tan importante como lo que se dice.
Montse y Nicole hablan de nombrar desde lo sensible. Dionisio lo encarna: “Decir con cuidado, con precisión, permite reconocer emociones y evitar malos entendidos. Una palabra bien elegida puede cambiar el clima del grupo.”
Por eso, invita siempre a reflexionar sobre el lenguaje. A preguntarse si estamos usando etiquetas que limitan, si estamos escuchando de verdad o solo esperando nuestro turno para hablar. En un mundo que premia la velocidad, él defiende la pausa, la palabra lenta, la que nace del cuerpo y del encuentro.
La diferencia como motor creativo
Uno de los aspectos que más resalta en su mirada es la acogida de la diferencia. En vez de verla como problema o tensión, Dionisio la celebra como condición de posibilidad: “La diversidad de pensamiento, de experiencia, de sensibilidad… es lo que enriquece cualquier grupo".
No lo dice por corrección política, sino por experiencia. Sabe que cuando hay espacio para todas las voces, la creatividad florece. Que los liderazgos compartidos y rotativos permiten que emerjan otras formas de estar, de pensar, de construir. “No se trata de diluir las diferencias, sino de hacerlas dialogar".
El liderazgo, en este sentido, se vuelve no hegemónico, como propone Montserrat. No hay un solo camino, ni una sola forma de saber. “Lo colectivo se fortalece cuando se problematiza la uniformidad".
¿Y qué pasa cuando el entorno no acompaña? ¿Cuando las instituciones aceleran, exigen, tensan?
Dionisio responde con una palabra clave: presencia consciente. “Cuando el contexto aprieta, hay que estar más presente que nunca. Con uno mismo, con el grupo, con el sentido de lo que hacemos".
El cuidado, dice, no es solo una emoción. Es una práctica concreta. Implica poner límites, marcar tiempos, crear condiciones para qué lo humano no se diluya en la productividad. “No todo se puede cuidar. Pero sí se puede elegir qué cuidar y cómo hacerlo".
Y eso, aclara, también requiere cuidarse a uno mismo. “No puedes cuidar a otros si no te cuidas tú. La coherencia empieza por dentro".
Deseo, motivos y retirada ética
Otro de los hilos potentes que aparece en la conversación es el del deseo. Nicole y Montserrat advierten que las instituciones pueden apagarlo. Dionisio asiente: “Hay entornos que te desconectan de tus motivos. Lo he vivido".
Pero frente a esa amenaza, él activa una resistencia sutil pero firme: la memoria del sentido. “Cada tanto, necesito parar y recordar por qué hago esto. Qué me mueve. Qué me sostiene".
También habla de rodearse de personas que suman, que no te apagan, que te recuerdan tu valor. “Eso es sostenerse en comunidad”, dice. “No tener que cargar solo con todo. Saber que hay otros que también están ahí, que también sostienen".
Y cuando el entorno se vuelve irreconciliable con los propios valores, aparece la posibilidad de la retirada ética. “No es una huida. Es un acto de cuidado. Quedarse puede ser más destructivo que irse".
Los silencios también enseñan
La última reflexión de Dionisio es sobre lo no dicho. Sobre esos silencios que, lejos de ser vacíos, están cargados de sentido. “En un grupo, el silencio puede decir muchas cosas: miedo, desacuerdo, dolor.”
Por eso, no los fuerza, pero tampoco los ignora. Los atiende, los nombra, los acompaña. “A veces, lo más importante no es lo que se dice, sino lo que no se puede decir todavía. Y ahí es donde más necesitamos estar presentes".
Quizás por eso su práctica resuena tanto en un mundo que necesita nuevas formas de estar, de aprender, de sostener. “Educar —dice— es un acto de cuidado. Y eso empieza por saber estar con otros. Con todo lo que somos: cuerpo, pensamiento, emoción y deseo".