¿De qué decadencia hablamos?

Es un diagnóstico pesimista que tiene muchos adeptos incondicionales: Europa está en decadencia.

Mar 30, 2025 - 12:03
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¿De qué decadencia hablamos?

Es un diagnóstico pesimista que tiene muchos adeptos incondicionales: Europa está en decadencia. Pero cada vez que lo escucho me entra la sospecha de que tanta unanimidad se debe a un malentendido y de que quienes coinciden en ese diagnóstico lo hacen por diferentes y hasta opuestos motivos. No es lo mismo ver signos de declive en el desdén que profesan los populismos hacia nuestras libertades que ver esos mismos signos en el hecho de que todavía esas libertades siguen vigentes.

El primer lamento viene del lado democrático y es el del ciudadano que experimenta una legítima prevención ante el intervencionismo normativista del Estado o ante ciertos dogmatismos ideológicos desde los que se nos dice cómo debemos vivir o qué debemos pensar. Puede que su miedo sea exagerado, pero tiene su procedencia en una estima de los sistemas democráticos que hacen del continente europeo una de las zonas más habitables del planeta. El segundo lamento proviene de una concepción autoritaria, cuando no totalitaria, de la política y la sociedad.

Sí. Conviene recordar a quienes no se les cae la palabra "decadencia" de la boca, que los nazis, como los comunistas de la primera mitad del siglo XX, coincidieron en juzgar como decadentes las democracias burguesas occidentales, la relajación de costumbres, la propia economía capitalista, el pluralismo político y sus canales de expresión a través de los diferentes partidos y del sufragio universal. En el caso del comunismo, se condenaba también la propiedad privada y toda lo que constituía el reducto sagrado de la vida del individuo. En el caso del nazismo, la diversidad étnica y el mestizaje en el que se vería una contaminación de las esencias raciales. En todo ese amplio abanico de valores se detectaban inequívocas e indeseables señales de decadencia.

Es ese pasado reciente del perverso uso del término el que nos obliga a ponernos en guardia contra dicha palabreja. Europa no es decadente porque admita una inmigración multicolor que la enriquece. Lo es cuando no se ve con legitimidad ética para planificar esa absorción demográfica según sus recursos y capacidades, o cuando no sabe exigir al inmigrante teocrático el respeto básico a los derechos humanos y constitucionales, o sea a esas leyes por las cuales se le acoge humanitariamente. Europa no es decadente porque asuma el pluralismo como uno de sus grandes principios.

Lo es cuando este se convierte en coladero de doctrinas que postulan la propia abolición de ese principio en nombre de la fe o del pensamiento únicos. Europa no es decadente porque postule y asuma la integración social de grupos que tradicionalmente han sufrido la injusticia de la marginación o de la persecución. Es decadente cuando no se defiende de los excesos del wokismo y la corrección política; de la cultura de la cancelación o del ecologismo deshumanizado y de todas las imposturas o extravagancias populistas; cuando muestra tolerancia, en fin, con la intolerancia misma.

¿De qué decadencia hablamos cuando hablamos de decadencia? ¿De la que hablaba Spengler haciendo alarde de un paracientifismo estrafalario o de la que hablaba J. D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Munich en nombre de unos supuestos valores compartidos que su jefe dinamita? ¿Y si la decadencia que nos reprochan algunos fuera una virtud que debemos regar como una hermosa y rara planta?