DC Finest. Batman: Año Uno y Dos

Con Batman vuelven los clásicos DC por la puerta grande. Panini nos deleita con este primer DC Finest del que os contamos hasta los detalles más (caballero) oscuros

Abr 9, 2025 - 19:00
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DC Finest. Batman: Año Uno y Dos

Edición original: Batman 401-412, Batman Annual 11, y Detective Comics 568-579 USA
Edición nacional/España: Panini
Guion:Frank Miller, Mike W. Barr, Max Allan Collins, Alan Moore, Barbara Kesel, Joey Cavalieri
Dibujo:David Mazzucchelli, Alan Davis, Todd McFarlane, Norm Breyfogle, Chris Warner, Ross Andru, Dave Cockrum, Terry Beatty, Carmine Infantino, E.R. Cruz, Trevor von Eeden, Klaus Janson, Jim Starlin, Dennis Cowan
Traducción:Santiago García
Formato: 640 páginas. A color. Rústica.
Precio:49.95 €

Las comparaciones son odiosas

«suerte, suerte de aficionado»

Por fin volvemos a las reseñas de clásicos tras este lapsus que al final no lo fue tanto. Panini viene cargada de buenas intenciones respecto al material más añejo (desde DC además parece que también despiertan en ese sentido) y comenzamos abriendo fuego con uno bastante ineludible, pero al menos acompañado de un contexto algo más eclético.

Nos referimos a este DC Finest. Batman: Año Uno y Dos. Vale, es Batman. Vale, no es un clásico previo a los ochenta… pero la calidad es innegable y, como decía, viene con sorpresas. Ya que en realidad este DC Finest abarca los 12 primeros (queremos decir postcrisis) números de las dos cabeceras Batmanianas, junto con el primer anual (publicados entre 1987-1988).

La cabecera de Batman debía de abrir directamente con ese Año Uno planteado por Frank Miller de la misma manera que Superman había abierto con ese origen de John Byrne en The Man of Steel, mientras que la de Detective Comics debía presentar al personaje en la actualidad, pero contextualizado ya dentro de la nueva y única Tierra.

Sin embargo, Miller y David Mazzucchelli se retrasarían unos meses, mientras que a los autores de Detective, también un mes después de lo previsto, se les antojaría seguir con ese origen a través de su propio Año Dos. Por tanto, en Batman tenemos un par de historias “modernas” sin mucho contexto, Año Uno, y el reinicio con nuevo equipo de la cabecera. Mientras que en Detective tenemos historia random, reinicio de cabecera, Año Dos, y una historia “moderna” sin mucho contexto.

Pero todo ese material es más que interesante y merecedor de esta reseña, la cual vamos a intentar hacer de manera cronológica para el personaje, que más o menos sería Año Uno, Año Dos, reinicio Batman y reinicio Detective Comics. Aunque en el tomaco de Finest lo vais a encontrar por estricto orden de publicación. Clarísimo todo ¿no? Vamos pues al lío.

Todo esto son excusas para empezar con la obra magna: Batman, Año Uno, de Miller y Mazzucchelli (Batman #404-407). Una obra que hace patente la frase “las comparaciones son odiosas”, porque del mismo modo que la etapa de Englehart y Rogers devoraba todo aquel primer tomo de La Sombra de Batman, ésta obra brilla como un faro del que es imposible escapar sin hacer sombra.

Era el tercer encargo de Miller para la editorial después del pactado, Ronin, y la obra cumbre, El Regreso del Señor de la Noche. El éxito de ventas y crítica de la segunda habían encumbrado al artista de Maryland y podía hacer lo que le diera la gana. Como volver a Marvel y hacer otra obra maestra. Como volver a DC y traerse al artistazo de esa maravilla que es Born Again con él.

En ese momento, Dennis O’Neil había recién heredado las cabeceras del murciélago y quería hacer algo especial, mandar un mensaje claro diciendo a los seguidores de que las cosas iban a cambiar. Al enterarse que Miller y Mazzucchelli están haciendo una novela gráfica sobre Batman, charla con ellos para rogarles que se serialice en el comic book a modo de origen. Les promete que se publicará en tomo con tapa dura después y todo lo que quieran y más. Aceptaron. O’Neil puso la frase en la publicidad de “este no es el Batman de tu padre”.

Ahora tocaría lo de “y el resto es historia”, pero el caso es que os vamos a contar porqué. Empezando porque Miller aplica un escarpelo preciso y ni siquiera reinventa el personaje. “No era necesario empezar con Batman de nuevo, estropear décadas de continuidad porque el personaje no parecía necesitarlo”. De hecho, todo Año Uno se podría introducir en la antigua continuidad del murciélago sin problema (particularmente del «Who He Is and How He Came To Be» de Detective Comics #33), salvo por detalles con Gordon y, por supuesto, Catwoman, pero ya llegaremos a eso.

Seré un murciélago

Lo que si hace es modernizarlo y aplicarle una pátina de realismo brutal, sin restarle un ápice de épica. Esa dualidad sólo pueden alcanzarla los maestros, y especialmente los que tienen las ideas muy claras: “Hay un peligro en rodearlos (a los superhéroes) con detalles mundanos. Idealmente, estamos hablando de leyendas. Batman es una leyenda americana. No estoy interesado en hacer una fantasía voladora, como tampoco lo estoy en hacer una historia de un hombre en mallas el cual sale a combatir el crimen en el mundo real”.

Para ello recurre a dos elementos clave. Por un lado, justifica la necesidad de que ese ricachón dolido se vista de murciélago rodeándolo de una maldad e injusticia que claman su figura. “Batman sólo funciona en un mundo que se encuentra en una forma terrible”. Por otro, aporta el necesario realismo a través de una serie de secundarios absolutamente tridimensionales, incluida la propia ciudad.

Gotham se muestra sucia, atrayente, latente como un animal corrupto. Es una amalgama de ciudades norteamericanas que bebe mucho de la Nueva York de Taxi Driver. Tras una etapa en la que la ciudad había sido un decorado luminoso, en el que la propia Batcueva se localizaba bajo un rascacielos esperanzador, Miller y Mazzucchelli le dan un brochazo de mugre, pobreza, crimen e injusticia. Y para recalcarlo, el relato comienza con el aún teniente Gordon arrepintiéndose de haber llegado en tren a la ciudad, observando así su corazón más deprimente.

James Gordon, él es el gran descubrimiento de Miller. Un personaje que había quedado reducido al secundario recurrente, excusa de tramas en vez de motor de las mismas, se convierte aquí en coprotagonista junto con Bruce Wayne. Tal como expresamos hace poco en un podcast sobre Gotham Central, si no hubiera sido por esta semilla de Año Uno, quizá nunca hubiéramos tenido aquel desarrollo de la comisaría Gothamita.

James se nos muestra temeroso, arrastrando un pasado, con unos valores que le enfrentan a la corrupción que campa a sus anchas. Tiene una mujer que le recuerda un compromiso a modo de salvavidas, tendrá un hijo que lo unirá definitivamente al Caballero Oscuro y hasta tendrá una amante a modo de bocanada y a la vez hundimiento en ese mar de corrupción. Pese a un alcalde de pacotilla, pese a un comisario atosigante, pese a una serie de compañeros mezquinos, violentos y peligrosos.

Y Selina, esa prostituta bondage que escandalizó al fandom más purista. Esa mujer dueña de su destino que se inspira en esa nueva figura del vigilante disfrazado para llevar a cabo su propio sentido de la justicia. O Harvey, mostrado más claramente que nunca en su faceta más quijotesca, como doloroso aviso de su caída. Son tantos los personajes aquí retratados que darán sus frutos a lo largo del nuevo Universo Deceíta que parece imposible que esta saga dure sólo cuatro números.

Cuatro entregas medidas al dedillo. Miller, al ceder los lápices, renuncia a su técnica de moverse entre escenas epatantes (aunque las haya) y se detiene a contarnos una historia cerrada, mucho más hilvanada de lo habitual. Si queréis detalles sobre el argumento podéis recurrir a otras reseñas, pero en resumen es una evolución de 0 a 100. Coger un teniente Gordon en una ciudad que le es hostil y un Bruce Wayne lleno de entrenamiento y conocimiento pero igualmente novato, para llevarlos al comisario que todos conocemos y el superhéroe que adopta el manto del murciélago.

Nos podríamos detener en mil detalles de calidad y conversaciones grabadas en el olimpo de las viñetas. Como cuando Gordon recoge el cigarro de Essen en sus labios, cuando Bruce interpreta su papel de ricachón delate de éste, esa entrada en la casa del alcalde rodeado de mafiosos, salvar a una anciana, a un gato (por cierto, que el bombardeo policial a una casa de vagabundos está basado en un triste hecho real)… sentarse en un sillón a punto de morir y descubrir que el Caballero Oscuro siempre estuvo allí. Pero aún nos queda David Mazzucchelli.

El artista de Providence es la otra cara de este clásico. Es un despliegue de técnicas narrativas barrocas disfrazadas en una simplicidad de trazo. Es un retrato de la suciedad de la calle enfundada en la belleza del estilo destilado. Son los rostros de los protagonistas ensayados una y otra vez hasta hacerlos reconocibles, entrañables, expresivos en cada línea que simula un gesto. Es la brutalidad escénica de Miller transformada en un tapiz suave como la tiza.

Si antes intentaba estimular nuestro recuerdo de aquel guion cortante, más fácil resulta para el aficionado rememorar los pasajes visuales. Batman apagando el suflé de la riqueza, Bruce disfrazado paseando por el callejón del crimen, Gordon sonriendo ante las exageraciones de Flass, la nube de murciélagos cayendo sobre la multitud, un superhéroe escondido bajo la mesa de un fiscal, un murciélago entrando por la ventana, Essen llorando, los tejados de Gotham…

Baste decir que llegaría una carta de un tal Alex Toth felicitando de manera entusiasta el trabajo de Mazzucchelli (publicada en Batman #411). El colorista Richmond Lewis es por supuesto también responsable de que todas estas imágenes hayan quedado grabadas en nuestra retina. Como inevitable nombrar la imaginería del magnífico rotulista Todd Klein, que recurrió a una rotulación propia para cada uno de los dos protagonistas. Culpable de hacernos entrecerrar los ojos para seguir toda la diatriba de Bruce en una caligrafía demasiado propia.

Todo esto, como decía al principio, es demasiado grande para ser comparado con nada más en el tomo. Es una obra de relojería entomológica, construida con la delicadeza de un orfebre… donde Barr entra como un elefante en una cacharrería. Él lo que parece pensar es que están en un momento excelente para romper moldes y hacer cosas nuevas. Que el lector post-Crisis (contemos con que se habían cargado a Flash, borrado a Supergirl…) estaba listo para sorpresas de cualquier tipo. Pues él y su fiel escudero Davis se las iban a dar.

Como veremos, tampoco es que le temblara el pulso antes, en el reinicio de la cabecera de Detective que exploraremos en un momento. De hecho, este Año Dos estaría inteligentemente introducido y fueron dejando algunas pistas para ello. Pero siguiendo el orden cronológico, eso lo veremos más adelante. Vayamos pues a la segunda parte del título de este DC Finest, Batman, Año Dos de Mike W. Barr, Alan Davis y Todd McFarlane (Detective Comics #575-578).

El arranque es bastante disfrutable y se despliegan una serie de muy buenas ideas. Algunas tan cautivadoras como un vigilante asesino previo a Batman, el Segador, con la lucha moral que supone enfrentar a nuestro héroe contra éste. ¡Y metatextual! Pues este enemigo es un claro sosias del Castigador, por la máscara, los métodos y hasta el origen que son innegablemente parecidos. Pero al final del número se desmadra en un torrente de locuras que ya no parará hasta el propio final.

Nos referimos a la sorprendente decisión de Bruce de que la única manera de derrotar a este enemigo es empuñando la pistola del asesino de sus padres (aunque cierto es que haberla tenido escondida justificaría que nunca se encontrara al culpable). Si la cosa se detuviera ahí todavía estaríamos relativamente a salvo, pero al siguiente episodio resuelve que necesita además aliarse contra el crimen, aunque eso suponga… ¡emparejarse con el asesino de sus padres!

Tampoco es que Barr se entretenga en diatribas morales. De hecho, en algunos pasajes parece más una buddie movie entre Joe Chill y Batman que un thriller. La falta de sentido dominará la historia (incluyendo el compromiso de matrimonio entre Bruce y la hija del enemigo) hasta el anticlimático final con el suicidio del Segador al ver que Batman también es un asesino… sin que lo haya sido.

Fue tanto el desmadre que muchas de estas historias no se han considerado canon oficial del Hombre Murciélago durante mucho tiempo. Barr no las tiene todas consigo en ese aspecto, pues su maravillosa Batman, El Hijo del Demonio también quedó en las tinieblas de la discontinuidad hasta que Morrison (con permiso de Waid) la rescató como válida. Pero vamos, que él se permitió hacer su propia continuación de este Año Dos (en la que el hijo de Joe Chill se convertía en el segundo Segador) y sus ideas inspirarían en bastantes aspectos la, por otro lado infinitamente mejor, Máscara del Fantasma.

Otro cantar son los artistas que le acompañaron, empezando por un Davis como siempre incomparable. Merece la pena detenerse, pero ya lo haremos en detalle cuando comentemos el inicio de la etapa de ambos en Detective. El primer episodio de este Año Dos brilla, empezando por esa polémica portada de Batman portando una pistola, que ya señala a lo que encontraremos en el interior. Desgraciadamente el artista era tentado de nuevo por la maravillosa competencia abandonando la saga nada más empezar.

En este caso DC, al contrario que con otros muchos creadores que volaron de Marvel a su seno, no supo tratar al artista. Davis ha criticado las exigentes fechas de entrega y en general el trato, que la hacía sentir como el último mono. Un cambio sin permiso de la pistola en esa famosa portada fue el detonante. Aunque suponemos que la oferta de Claremont de trabajar en un grupo mutante británico que incluía su querido Capitán Britania también ayudaron.

A-capa-rador

Como substituto, aquel chaval que lo estaba petando con sus composiciones de página en Infinity Inc. Hay que admitir que McFarlane, pese a empezar algo titubeante, en seguida se apropia del personaje. Lo que cuesta es darse cuenta de su evolución por “culpa” del entintado de Alfredo Alcalá, por otro lado soberbio como siempre. Pero es cierto que no sienta bien al estilo del artista, como demuestra cuando se entinta a sí mismo en el último episodio de la saga.

Las capas quilométricas, los rasgos caricaturescos y esos tantos tics propios, que pronto lo convertirían en mega-estrella con cierto arácnido personaje de Marvel, sientan curiosamente bien al Caballero Oscuro. Un breve atisbo que, sin embargo, se vería truncado de nuevo, para dar paso en la cabecera a otro artista que pronto comentaremos.

Porque ahora, siguiendo con nuestro orden cronológico para Batman, saltamos al reinicio editorial en la cabecera Batman (de hecho, se subtitula en portada “The New Adventures”) con nuevo equipo creativo, encabezado por Max Allan Collins (Batman #408-412). O’Neil de nuevo sacaría pecho al contratar a un escritor de prestigio ajeno a las viñetas, que prometía traer el éxito de nuevo al personaje. Pero la sombra de Año Uno y el baile de dibujantes no le harían ningún bien.

Empezando por un Chris Warner bastante justito, que ni con el delicado entintado de Mike DeCarlo sube enteros… si acaso gana rigidez. A continuación, el viejuno Ross Andru, aunque potenciado por las tintas del “corrector” Dick Giordano. Y finalmente se asienta algo más, pero con un ya pasado de moda Dave Cockrum, que sólo llega a cumplidor y para colmo también sufre baile de entintadores entre, de nuevo, Mike DeCarlo y un Don Heck en piloto automático que termina de destrozarlo.

Tampoco es para decir con el descaro de Collins que “si hubiera tenido a Mazzucchelli hablarían de mi etapa tanto como la de Miller”, pero desde luego no ayudó. Porque es cierto que el guionista aporta muy buenas y frescas ideas a la cabecera. La principal y la que lo sitúa el tercero en este listado por orden temporal, es reinventar la llegada del segundo Robin a la colección, Jason Todd.

Para los despistados, este personaje fue inventado pre-crisis (en Tierra 1) por Gerry Conway y Don Newton en Batman #357 (1983), el comienzo de una intrincada saga que acabaría en el Detective Comics #526. Aunque su primera aparición como Robin no llegaría hasta el muy posterior Batman #368 por Doug Moench y Newton. Pese a todo este curro editorial, el origen del muchacho no podría ser más calcado del Robin original, Dick Grayson, pues resulta ser el hijo de unos acróbatas cirquenses que terminan asesinados por un criminal, Killer Crock en este caso (también en su primera historia).

Acertadamente decíamos, Collins le da un origen mucho más original. Primero al eliminar a Grayson de la ecuación con una excusa formal muy interesante. En la enésima persecución del Joker, este dispara al dúo dinámico hiriendo de gravedad a Robin. Tras atrapar al criminal y llevar al chico al hospital, Bruce se da cuenta de que no tiene sentido arriesgar la vida de un muchacho y reniega de la figura de Robin.

Una vez tiene a Batman recorriendo las calles en solitario de nuevo, aparece este Jason Todd, al que conoce tras descubrir quien le ha robado ¡Las ruedas del Batmovil! Inocencia aparte, el asunto es divertido y presenta un personaje más elaborado, que nace de ese conflicto entre la vida en la calle y la heroicidad. Aunque el que llevaría esto al extremo sería un autor posterior, Jim Starlin, Collins aprovecha bien esa rebeldía para darle trasfondo al personaje. Otra cosa es la ofensa que sufre el primer Robin, al que se le quita el puesto con una excusa que no parece importar para su substituto (esto también lo arreglaría Starlin con el tiempo en un episodio memorable).

Siguiendo con el lavado de cara, Batman también es modernizado. Entre otros aspectos, su relación con Vicky Vale es reactivada y se producen unos toma y daca bastante interesantes. Pese a todo, las tramas tampoco son para tirar cohetes, empezando por todo el asunto de Ma Gunn, una entrañable cuidadora de almas descarriadas que resulta ser la maestra de su escuela del crimen. El siguiente arco sobre Dos Caras si que sirve para desarrollar el personaje de Jason, aunque la actuación del villano es más propia de la Edad de Plata. Lo del último episodio del mimo… quedémonos con esa portadaca de Kevin Nowlan.

Ahora si que podríamos pasar a ambos comienzos de cabeceras, que de hecho anuncian en portada ser crossover de Legends, plena actualidad del momento. El Batman #401 es una tonteriíta de Barbara Kesel (por entonces Randall) y un experimental Trevor von Eeden, en la que destaca especialmente la portada de Byrne. Mientras que el Detective Comics #568 es otra aventura ligera de Joey Cavalieri y Klaus Janson, de la cual lo mejor es de nuevo la portada, del propio Janson.

Comienza después Collins por primera vez en la cabecera correspondiente (Batman #402-403) con una breve historia autoconclusiva en dos partes. Quizá sabía ya que su debut sería cortado por Año Uno o le encargaron de prueba estos dos números antes del verdadero comienzo que acabamos de ver. De nuevo buenas ideas, en este caso qué pasaría si un imitador de Batman, pero no tan defensor de la vida como el verdadero, se dedicara a impartir justicia en Gotham.

La historia está muy bien relatada y tiene muchos indicios que aprovecharían otros guionistas en el futuro, como Morrison. Se nota que el escritor aún no domina el medio, pero desde luego viene bien fresco, justo como se solicitaba. Además, le acompañan dos grandes a los dibujos, nada menos que Starlin y Dennis Cowan, ambos entregando unos trabajos por encima de la media. En el caso del primero, una de las pocas oportunidades en las que lo hemos visto dibujar al Murciélago.

Y ahora sí, por fin, le toca el turno al debut de la nueva temporada de Detective Comics por Mike W. Barr y Alan Davis (DC #569-574). Un comienzo maravilloso, edadplatense pero narrado de forma adictivamente moderna y dibujado como los ángeles. Una etapa que más de un redactor de Zona ha confesado como definitoria para su imagen de Batman. Por calidad e importancia, la segunda razón de peso para hacerse con este tomo, aunque siga alumbrando como un foco ineludible el dichoso Año Uno.

Bien es cierto que es de una ligereza pasmosa, Barr no lo niega y se divierte con ello, lo abraza sin reservas. Sus Batman y Robin se toman sus aventuras con humor, despego y soltura. Se enfrentan al peligro sin dudarlo y casi sin pensarlo, dando un toque naif que puede incluso sacar del relato, pero que si te sabes dejar llevar es un disfrute más de la experiencia que proponen.

Davis es la otra pata de este carrusel de acción y aventura. Sus figuras son gráciles y perfectas, musculadas cual bailarines, con los rasgos de estrellas de cine imposibles. Los personajes parecen moverse de puntillas y con soltura entre las balas, las peligrosas alturas y los golpes mortales. Hasta el viejo comisario Gordon reluce de simpatía sin saber las duras pruebas que le esperan en esta nueva continuidad. Y la narración parece cogerte de la mano y conducirte por esa casa de los espejos sin perderte un solo reflejo hasta la salida.

¿Por qué nos cautiva esta inocencia tan descarada? Porque pese a ese deleite en las formas ahí encontramos a Batman en su estado puro. Tenemos al detective, al acróbata, al experto luchador, al falso millonario, al duro ejecutivo, al amante imposible. A Gordon, a Robin, a Alfred, a Leslie, a Catwoman, al Joker, al Espantapájaros, al Sombrerero y sus compinches a juego. A la Gotham de los artilugios gigantes, del Arkham de puertas giratorias, de la Mansión Wayne del sándwich de pepinillos y la Batcueva repleta de trofeos mágicos.

Por tener, tiene hasta la celebración del 50 aniversario de Detective Comics (DC #572) que coincidía con el centenario de Un Estudio en Escarlata, la primera historia de Sherlock Holmes. Para los fastos, este divertido número cuenta una historia en capítulos en la que Slam Bradley y el Hombre Elástico acompañan a los mejores detectives del mundo en capítulos dibujados por Davis, Terry Beatty, Carmine Infantino y E.R. Cruz, el cual dibujó la primera historia de DC sobre Holmes (el original hasta contó con un poster dibujado por el clasicazo Dick Sprang). Cierto que contine muchísimas licencias, incluida una muerte achacable a Batman de manera nada accidental, pero es un disfrute de principio a fin.

Y para terminar la saga encontramos un episodio de origen, para enmarcar, en el que se sientan las bases de la niñez y crecimiento de Bruce para las nuevas generaciones (por mucho que los maestrillos de la continuidad las tiraran por el retrete). En él se siembran muchas semillas de las que recogerá el Año Dos que hemos descrito. Con él también se puede decir que se cierra una etapa gozosa con unos colores y sensaciones que no se recuperarían hasta finales de los 90, cuando por fin comenzaría a caer el manto de Grim & Gritty con el que la industria había tratado de mantenerse equivocadamente a flote.

Being Norm Breyfogle

Para cerrar este tomo (y reseña inacabable) nos quedan dos curiosidades. Por un lado, el último número de Barr (DC #579) del tomo, en el que se estrenaba Norm Breyfogle. Es un episodio entretenido, cómo no, en el que se recupera un personaje que me cautiva, el Doctor Crimen. Pero lo que realmente me vuelve loco es Breyfogle, con sus poses diseñadas con escuadra y cartabón y ese dominio de la página y el contar historias sabiendo cuando enfatizar cada momento. Una joya.

Como la que cierra nuestro periplo, el anual 11 de Batman. Primero nos ofrece una de las pocas historias desapercibidas de Alan Moore pese a su inherente calidad. No se le ha dado suficiente bombo quizás por su brevedad y falta de relevancia en el universo del personaje, pero la tridimensionalidad de la que dota a Clayface III es abrumadora. Y el dibujo es de un glorioso George Freeman, autor underground que se paseó brevemente por DC para dejarnos maravillas como esta. Después está ese homenaje al Pingüino de Collins, también dibujado por Breyfogle, que sabe competir con la primera historia a su altura tanto en guion, aunque más ligero pero igualmente redondo, como calidad artística.

Visto lo visto, este volumen es una magnífica bienvenida a la arqueología que Lidia Castillo nos promete realizar con el baúl de los recuerdos de DC. Acompañada gracias a ella y a su equipo de una estupenda y gruesa edición en tapa blanda con solapas, con portadas, portadillas, magnífico artículo introductorio de Santiago García y promesas de lo que está por venir. Aquí estaremos para contároslo.

Lo mejor

• ¡Vuelven los clásicos DC!

• Año Uno

Lo peor

• El resto del tomo, por comparación con Año Uno