Bienvenidos al Eurovisión de Satán: "Aquí, además de ver a bandas emergentes, sabes que te lo vas a pasar de puta madre"
Dicen los arpistas canosos, las lenguas secas con viejo aroma a hachís, que sólo hay dos caminos hasta el Sacro Palacio del Rock. Bajando por una carretera...

Dicen los arpistas canosos, las lenguas secas con viejo aroma a hachís, que sólo hay dos caminos hasta el Sacro Palacio del Rock. Bajando por una carretera al infierno o subiendo por una escalera al cielo. Ha sido así desde que AC/DC asfaltó la senda hacia la guarida del Maligno. Y Led Zeppelin encofró los peldaños hasta el viejo chamizo de Lucifer. Pero quizás exista un caminito apócrifo. Un túnel donde se saborea el gusto de una música bulliciosa resonando con fuerza entre sus paredes, y que desemboca en The RockLab Madrid, en Coslada.
En este pequeño santuario está prohibida la entrada a melodías reggaetoneras y mamarrachadas indies, que hoy parecen la única experiencia disponible en el mundo. Es un remoto oasis, donde las plegarias son gañidos y las odas a la velocidad metálica un dogma. Viva la política del riff como lanzallamas y la arquitectura brutalista de las voces. Sumidos en este fascismo emocional que encumbra la moñería y una defensa corporativa de la pulcritud, The RockLab y sus parroquianos están fuera de lugar. Precisamente por lo cual, el bueno de Satán los sigue empujando hasta su cálido regazo. Debido a ello, se reunieron el viernes y sábado de la semana pasada en esta su lejana iglesia, para elegir a las bandas afortunadas que se reunieran con él en la mejor versión telúrica del averno: el festival Wacken Open Air, de Alemania.
El paraíso del metal tiene bandas absolutamente infernales. Y una de ellas será española en esta nueva entrega. El Wacken, para los no-iniciados, encarna para el hard-rock y las mil ramificaciones del heavy metal, lo mismo que el Tomorrowland para los electrónicos malabaristas de los platos. Un destino que es, per se, una declaración de éxito para cualquier banda que ocupe uno de los escenarios. Poco importa su humildad. Esta conexión entre España y el edén siderúrgico tiene lugar desde 2009, y este año The RockLab ha sido el villorrio elegido para decidir, mediante la gresca, a golpe de guitarra y gutural entre 10 bandas, quién representará al potencial patrio en tierras teutonas.
Es un género en el que, aunque a la gente le sorprenda, damos mucha calidad a la escena internacional
¡No se alarmen los anti-centristas! He dicho que The RockLab Madrid se convirtió en una liza musical, no que fuera la única. Desde la organización son conscientes de las dificultades que pueden enfrentar las bandas si tienen que chupar carretera y manta desde puntos muy fronterizos de nuestra geografía. Por eso, el Eurovisión de Satán español tiene primero cuatro eventos en las zonas norte, este, centro y sur del país, donde 2 grupos son elegidos por cada coordenada. Luego, los afortunados culminan con un enfrentamiento entre los 8 supervivientes —el 17 de mayo en la Sala Ball Vallès de Terrasa— donde se decide quién aspira a dominar las tablas del Wacken Open Air y participar en un concurso internacional que, de ganar, no sólo permitiría a los elegidos golpear las aldabas del cielo metalero, sino que les daría muchas facilidades económicas, instrumentales y de proyección.
Emma, risueña promotora española que pulula por The RockLab la noche de autos, lleva desde que comenzó la iniciativa en la trinchera. “Somos más de 40 promotores y nos buscamos la vida como podemos. No siempre es fácil, ni se dan todas las facilidades. Pero es algo que se hace por amor al arte. Por el amor a la música”. Esta veterana impulsora del proyecto cuenta que, aunque desde la organización del festival esto es un poco ancha es castilla, rollo; que los perros roan sus huesos como puedan, ella no pierde las ganas. Sabe que España tiene mucho que dar en este contexto. “De las 10 veces que hemos ido al Wacken, 6 hemos sido top 3 y 2 ganadores, con Crisix en 2009 y In Minute en 2014. Es un género en el que, aunque a la gente le sorprenda, damos mucha calidad a la escena internacional”. Un pedigrí palmariamente visible, ya sólo en las 5 bandas que pelean la noche del pasado sábado 29 en The RockLab.
No hace falta buscar pruebas más allá de la performance de las agrupaciones. Con nombres dignos de una logia vikinga anglificada: Deimocracy, Driade, Rise, Scars of Oblivion y Suru, los integrantes de todas las bandas se retuercen, embisten y contonean en un movimiento pendular de cabeza que elimina la gravedad de sus largos felpudos heavies. No hay nada más alejado de la pasividad que este remolino de púas con movimientos masturbatorios contra las cuerdas. Yendo al ejemplo, la cantante de Driade se desgañita, dispuesta a pelarse la faringe como si tuviera rebajas en Strepsils. Los chavales de Rise atinan cada nota igual que si las guitarras llevaran IA incorporada, mientras a su cantante adopta la lunática cara de Bobby Liebling. Deimocracy hace lo suyo despachando la energía de un estibador soldando a martillo y la bajista de Suru pide guerra a pie de coliseo, donde el público está varias veces cerca de dejarla aplastada como un sello. A Coslada se ha venido a morir. Si la música amansa a las fieras, esta la convierte en lo que son.
El público, en cambio, está más dividido. Más allá de la homogénea dictadura del negro y el cuero, hay quien simula el balanceo de un zombi ketamínico. Un apalanque -eso sí disfrutón- sin nada que ver con las luxaciones de cuello que otros van a tener que tratarse en el fisio. Si no se revientan la crisma, es porque Dios… digo, ¡Satán! así no lo quiere. Lo cierto es que hay espacio para vivir el aquelarre musical como se guste. Algo de lo que Alex, patrón del local con un look a lo James Hetfield, de Metallica, se vanagloria. “Lo que he intentado crear en RockLab es un espacio que no sea sólo un lugar para conciertos, sino un sitio con alma. He tenido suerte de contar con el apoyo de mucha gente que ama la música tanto como yo. Nunca se ha tratado de convertirlo en un negocio, sino en un proyecto personal, algo que viva por y para la música. La gente que viene, lo sabe, lo siente, y eso es lo que hace que este lugar tenga algo especial. El día que esto se convierta en solo un negocio, perderá su esencia”, concluye previa a la ingesta, e invitación, de un chupito de Jack Daniels.
Lo que he intentado crear en RockLab es un espacio que no sea sólo un lugar para conciertos, sino un sitio con alma
Alex, como muchos de los aquí presentes, declara que la devoción por el metal tiene un origen primigenio en vida. Nace pronto y germina fuerte: “Un primo mío tenía un amigo heavy, con el pelo largo y todo el rollo, y claro, a los 8 años, eso me parecía impresionante. Me regaló una cinta de un grupo llamado Hot Angels, que al final era una broma. ¡Resulta que era un casete de Mötley Crüe! Eso fue lo que realmente me enganchó al metal”. Preguntado por la batalla de las bandas, el maestro de esta ceremonia confiesa que es el primer año que se celebra aquí, pero que ojalá no sea el último. “La batalla de bandas es un evento que lleva varios años en marcha, pero este me plantearon la opción de hacerlo aquí, en RockLab y, claro, no dudé en aceptar. Llevamos dos días que casi se llena. Y mira que no estamos en pleno centro de Madrid. Pero eso no ha impedido que el evento tenga un gran ambiente”.
¡He aquí un quid que a ratos se despista! ‘Un gran ambiente’, dice Alex. Pero con ello no se refiere únicamente a la energía despachada o al piojoso calor de los hombros curtidos a empujones. Cualquiera que conozca, nada más sea una noche, a los parroquianos del heavy metal, sabrá que el buen rollo está garantizado. “Mira, yo no he tenido que contratar seguridad aquí en mi vida”, dice Alex. “Este de enfrente, en cambio, tiene hasta seis seguratas”, afirma señalando a una discoteca colindante dedicada a la música urbana y el reggaetón.
Dan fe de las calurosas premisas del dueño de The RockLab, una pareja de colegas que, salvo por juventud y belleza, podrían ser Isi y Disi. Apoyados en la entrada del RockLab, andan dando palique al resto de aficionados presentes como si algo los hermanara por encima de la raza. Es el metal… “Joder, es que esa es una pregunta muy amplia”, asegura Alberto preguntado por qué le apasiona de este género. “Todo, en general. La música, el rollo, la energía que tiene. Es un estilo, un sentimiento”. Javier, por otro lado, su amigo aledaño, aclara: “Es algo auténtico. No es solo un género musical, es algo que te atrapa”. Respecto a qué supone para este joven madrileño la autenticidad, su respuesta es inmediata: “Pues ser auténtico es no hacer algo porque lo vendas o sea comercial, sino porque lo sientes. Los músicos de metal no están vendiendo un producto, están predicando lo que creen”.
Ser auténtico es no hacer algo por vender o ser comercial, sino porque lo sientes. Los músicos de metal no están vendiendo un producto, están predicando lo que creen
Predicar y creer. Dos verbos a los que hacen gloria ambos aficionados a la música, que han venido desde el sur de Madrid hasta el RockLab de Coslada sólo para disfrutar de la lucha de bandas. “En otros géneros a veces puedes encontrar artistas que hacen música sólo para vender, pero en el metal la gente lo vive. Por eso están aquí todos estos grupos”, concluye Javier. “Y nosotros hemos venido porque además de ver a bandas emergentes, sabes que te lo vas a pasar de puta madre. Eso es algo que la gente no entiende. El metal tiene fama de ser rudo, pero la verdad es que hay una comunidad súper respetuosa. En cuanto te metes, te das cuenta de lo acogedora que es”, remata Alberto.
No hace falta tener el olfato de un basset hound para identificar donde se reúnen estos amigables adoradores de Satán. Hay un outfit concreto, visible, casi protocolario para los amantes del heavy metal. Según Alberto: “Se trata de que lo que vistes refleja lo que eres por dentro. La estética de los metaleros es parte de su identidad, no es solo por moda”. Una afirmación que Javier recoge con un apunte. “Depende del subgénero. Por ejemplo, los chicos del metalcore o del nu metal suelen llevar ropa más cómoda, como chándales, que se asemejan a la moda rapera. Pero los que somos del metal tradicional, como el thrash, el speed, o el heavy, llevamos más cuero, botas, y ese tipo de cosas. Ah, claro. Y el chaleco con parches. Eso es casi universal”, termina el joven, antes de que él y su compinche entren a disfrutar de la siguiente banda.
Silvia, mujer de mediana edad con pelambrera multicolor que zumba de un lado al otro del RockLab, se declara abiertamente punk. Pero eso, afirma, no le impide sentir el: “hermanamiento y la pasión musical que despacha esta gente”. Le gusta acudir a la batalla de las bandas desde hace más de un lustro porque, según ella: “Lo que me encanta es que puedes escuchar en una noche hasta 5 bandas, con estilos totalmente diferentes y que cada 20 minutos hay una cosa que te sorprende. Ese es el punto de la Metal Battle”. Porque “en la variedad está la diversión”, que decía Un pingüino en mi ascensor, y a Silvia le sigue sorprendiendo la variedad que existe dentro del heavy metal. “Es que no te acabas las patitas que hay. Yo soy una señora ya mayor, y no dejan de salir cosas nuevas cada día. Es un estilo de música absolutamente vivo. Que no decae. No muere”, concluye.
Lo que, en cambio, sí llega a su fin pasada la medianoche es la Wacken Metal Battle del RockLab. La tensión se masca. Finalmente, Emma, la promotora, declara vencedores a Voids Legion y Prom Kinks. Ambas bandas tocaron la velada anterior del viernes 28 pero, a pesar de las inesquivables muecas de decepción, nadie anda con impulsos por atacar ninguna yugular. Ni de montar un 18 de julio ante la decisión. Es más, todas las bandas, sin importar quien, aseguran sentir alegría por los ganadores. “Y eso que me he venido desde Logroño, durmiendo dos horas en un puto coche”, declara con cierta irritación Ignacio, cantante de Deimocracy, que riega la decepción con un chupito de J&B. “Pero es lo que hay, ojalá el año que viene nos toque a nosotros. Las bandas que han ganado se lo merecía”, finiquita el frontman, antes de ir a la mesa con los de su grupo, y un buen número de personas que se les ha acoplado. Porque, ganes o pierdas, es un hecho, el Eurovisión de Satán del RockLab es un centro de hermanamiento. Una cita ineludible para todo sibarita del metal.