Así era la ACB en los 80, de la División de Honor a la metamorfosis ligera
Artículo originalmente publicado en el especial Así fueron los 80s de Gigantes, número 1508 ¿Imaginan el empate como resultado final de un partido? Con algo tan anticuado como eso, nuestro baloncesto español arrancó la década de los 80 con deseos de cambiar, de disfrutar y sufrir a la par. Diez años bastaron para subirse a […] La entrada Así era la ACB en los 80, de la División de Honor a la metamorfosis ligera aparece en Gigantes del Basket.

Artículo originalmente publicado en el especial Así fueron los 80s de Gigantes, número 1508
¿Imaginan el empate como resultado final de un partido? Con algo tan anticuado como eso, nuestro baloncesto español arrancó la década de los 80 con deseos de cambiar, de disfrutar y sufrir a la par. Diez años bastaron para subirse a un ascensor de popularidad que, por momentos, dio vértigo.
Nunca en nuestro país vimos una irrupción tan repentina y con tal estruendo como el baloncesto en los 80. Aglutinar y encandilar a millones de personas delante de la tele, abarrotar pabellones, forrar las carpetas de fotografías y seguir siendo, más de 30 años después, la década preferida entre los aficionados que abrazaron aquel sueño. Y todo ello, alrededor de la fascinación por una Liga y por la Selección, pues el influjo NBA llegó más tarde para unirse y acrecentar la marea ya creada. Todo esto tuvo una historia. Y toca contarla.
El conformismo hecho añicos: el nacimiento de la ACB
Que el Real Madrid se proclamase nuevamente campeón de Europa en 1980 le daba una dimensión de equipo imbatible (9 de las 10 ligas en los 70). Que la década se iniciara con el segundo título de liga del Barcelona en sus vitrinas y con el subcampeonato liguero de Estudiantes, relegando a los blancos al tercer puesto, pareció alterar el status quo, pero no tuvo continuidad. Los madridistas concretaron los dos fichajes más impactantes del verano, Fernando Martín y Mirza Delibasic, volviendo a ganar la liga en 1982 ante unos azulgranas, que ya les miraban de tú a tú en una enconada rivalidad. Corbalán, Iturriaga, Llorente, Martín, Romay y Rullán. Solozábal, Creus, Epi, Sibilio, Ansa y De La Cruz. Entre ambos acaparaban el mercado y aglutinaban el 80 % del Equipo Nacional.
Para la mayoría de presidentes y directivos de la llamada entonces División de Honor, la competición olía rancia. Una liga de 14 equipos, un único extranjero, un calendario a ida y vuelta a imagen y semejanza del fútbol y una Copa del Rey disputada a continuación, a doble partido hasta la final, era un escenario ya usado durante demasiado tiempo. Para el inicio de la campaña 82/83, escasas alegrías: Essie Hollis y Nate Davis ya no estaban entre nosotros, el emergente Cotonificio de Aíto García Reneses había quedado diezmado con la marcha de Quim Costa al Barça y la competición acabó siendo insípida, resumida en los duelos entre los dos grandes, porque exceptuando sus derrotas en rivalidad directa nadie les hizo perder ningún otro encuentro. Era el marco en el que nos movíamos.
Algunos de aquellos presidentes, hastiados de rascarse sus bolsillos para la subsistencia de sus clubes en algo regulado bajo los designios de la Federación Española, convocan reuniones casi clandestinas con el fin de convertir la competición en una asociación, con la capacidad de auto gestión de sus propios intereses. Unos estatutos creados en 1977, liderados por el siempre recordado Josean Gasca, se desempolvaron de un olvidado cajón en la FEB cinco años después, cuando ya este arrebato asociativo va tomando un cuerpo que ni el Real Madrid, ni el Barcelona ni la propia FEB pueden detener. Y fueron presentados por el abogado de esta Asociación de Clubes de Baloncesto (ACB), Jordi Bertomeu, en busca de su legalidad y consideración. Una liga de carros tirados por caballos de repente se planta en la modernidad del siglo XXI. Imaginen que ni la Delegación Nacional de Deportes (actual CSD) ni el mismísimo Ministerio del Interior dan respuesta a esta petición, porque no existe ninguna legislación en el país que dé cabida a una asociación deportiva como la que se plantea. Llevado a tribunales de justicia, tras mil trabas y batallas, se dio legalmente por autorizada. Procedente de una más que convencida unión de presidentes por un fin común, sus nombres pueden ser poco conocidos, pero el ímpetu de Antonio Novoa, Juan Fernández, José Luis Rubio, Bufalá o Toño Rivas entre otros, junto al de Eduardo Portela y el joven abogado Bertomeu -más el apoyo posterior de Mariano Jaquotot y Salvador Alemany, representantes de blancos y azulgranas-, consolidaron un atrevimiento que hoy es histórico.
El éxito de la liga desborda las previsiones
¿Por qué el Equipo Nacional, casi único sustento de la popularidad del baloncesto, se oponía a las reformas que la ACB implantaría de forma inmediata? Porque pensaban que la incorporación del segundo extranjero por equipo iba en perjuicio de sus intereses. Esta medida, junto a un nuevo formato de 16 equipos en liza y el cambio en el sistema de competición tanto en liga como en Copa, con Playoff para dirimir el campeón, fueron las revolucionarias modificaciones que calaron en el aficionado en el Año I de la ACB en la temporada 83/84, el año del cambio.
Todo ello necesitaba de un aval. En diciembre de 1983, con la televisión presente, que ya duplicaba el número 14 retransmisiones que los contratos anteriores estipulaban, el CAI Zaragoza con una estrella como pocas veces se había visto, Kevin Magee, se proclama campeón de la Copa del Rey. El cambio evidencia que otros pueden ganar títulos. El abanico se abre y se justifica el afán de los clubes por demandar mejores americanos a los agentes, porque significa éxito. A nuestros iconos de Selección se unen David Russell, Mike Phillips, Wayne Robinson, Marcellous Starks, Brian Jackson, los mencionados Davis y Hollis… El aficionado se entusiasma ante tal catálogo de nuevos ídolos. Una liga de creciente seguimiento que, sin embargo, acabó en los mamporros de la final entre Mike Davis, López Iturriaga y Fernando Martín y la no presentación de los azulgranas en el partido decisivo. Y lo que resultó una chapuza para el viejo aficionado, acarreó la fascinación de un ejército de nuevos adeptos. El baloncesto les resulta emocionante, trepidante y muy divertido.
Con la plata de Los Ángeles llegó la locura
El verano de 1984 fue un sueño. La plata olímpica identificó a todo un país con aquellos héroes que, poco después, aterrizaban en sus clubes. El anhelo por verles adquiere tintes de locura colectiva. Lo cuentan carruseles radiofónicos y aquella bendita revista Nuevo Basket, precursora de publicación deportiva de enorme calidad en España. Aíto aúpa al Joventut a la finalísima de Copa y Liga, dejando al Barça en la cuneta antes de emigrar a sus dominios. Los ídolos crecen en número: John Pinone, Claude Riley, George Singleton, Steve Trumbo… Y la bola de nieve se agranda. Resúmenes y partidos televisados, redactores jefes mandando a ‘plumillas futboleros’ a cubrir baloncesto porque es tendencia. Nace GIGANTES, y tras su estela unas cuantas publicaciones más. El baloncesto vende. Wallace Bryant, Brad Branson o Kenny Simpson. Larry Spriggs, Reggie Johnson, Eddie Phillips y los Smith, los americanos son la salsa y la exaltación de un espectáculo que deja pabellones pequeños y obliga a profesionalizar a los equipos a marchas forzadas, junto a la cocción de la generación más numerosa de jugadores de categorías inferiores en nuestro país.
Tal era la fiebre que la segunda categoría, la 1ª B, se suma a la reestructuración por llevar el baloncesto a todos los rincones de España, con 28 equipos y también dos americanos por club. Hay demanda, dinero y ganas, aunque falten estructuras profesionales. Y tal fue su éxito que la ACB, mitad por crecer, mitad por no dejarse pisar ante la popularidad de esta 1ª B, “absorbió” a sus ocho mejores representantes, ampliando su liga a 24 equipos en 1988.
Grandes en Europa, pero…
Nuestros representantes comienzan a jugar finales europeas, lo que significa que el sendero es el correcto. Vibramos viendo ganar Recopas y Copas Korac, como también lloramos la amargura de ver al F.C. Barcelona perder una gran ocasión de ser rey de Europa ante el Banco di Roma y Larry Wright o el Real Madrid topándose con la irrupción de la Cibona y Drazen Petrovic, un jugador que significó un paso más en todo lo que habíamos conocido hasta entonces. Y todo ello, bajo el prisma de mitomanía hacia nuestros rivales Sabonis, Gallis, Divac, Djordjevic y lo que vino en la Jugoplastika de Toni Kukoc.
Acabamos la década con la inercia del éxito, aplacando los sinsabores de la Selección con los fichajes de verdaderos mitos como Petrovic en el Real Madrid y Arvydas Sabonis en Valladolid. El triple de Solozábal o el arbitraje de Neyro pueblan charlas de colas en la panadería, mientras la imagen de tanta grandeza queda expuesta en la estampa de una pugna por la posición entre Fernando Martín y Audie Norris. Es un broche perfecto, sin querer avanzar en tragedias en una carretera.
Para entonces la ACB había incrementado ya sus ingresos en un 1500 % respecto a aquella campaña 82/83 en la que se decidió que el cuento debía cambiar, que lo que nos esperaba en los 80… Lo que nos esperaba en los 80 no se lo imaginaban ni ellos.
Foto: Miguel A. Forniés y Archivo Gigantes
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