Anatomía de un conseguidor

Si en España se muriese el perro, se acabaría la sarna de la corrupción, pero muchos siguen ladrando.

Mar 27, 2025 - 07:40
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Anatomía de un conseguidor

Aldama, por desgracia, no es único en su especie y es que España es tierra de conseguidores. Los hay de acné tardío y risa tierna como el pisaverde del pequeño Nicolás. Los hay perdonavidas de gesto autocomplaciente como Correa, que mataría por un traje a medida en una sastrería de lujo del Barrio de Salamanca de Madrid. Los hay de costumbres disipadas y lengua de bocachancla como el amigo mediador del Tito Berni. Y los hay chulos lechuguinos de parroquia zamorana como Aldama. Todos ellos tienen algo en común: más allá de que a los cuatro les han pillado con el carrito cargado de helados, todos y cada uno de ellos sabían que podían conseguir ventajas ilegales porque había políticos y funcionarios sobornables. Si en España un día muriese el perro, se acabaría la sarna de la corrupción, pero son jauría los que, hoy en día, con el silencio cómplice de muchos, siguen ladrando.

El conseguidor es un observador nato, un depredador genuino. Contempla su presa y tasa el precio de la corruptibilidad. Hay corrompibles por un almuerzo en un restaurante a cien euros el cubierto sin postre, los hay que requieren carne viva a campo abierto para entrar con la garrocha en cualquier suite de un hotel, los hay que allanan voluntades políticas a cambio de la colocación de un hijo o de una amante en una empresa, y los hay corrompibles de arancel y con porcentaje del 3%, IVA incluido. La corrupción es igualitaria, tanto es así, que Aldama es el clásico personaje ambidiestro y sin escrúpulos que terciaría en cualquier negocio ilícito, con independencia de a qué partido perteneciese el pertinaz corrompible. Cierto es, no obstante, que la araña acaba tejiendo su tela en torno a organizaciones en las que el facilitador halla mayor comodidad, pero no ideológica, sino delictiva.

Lo que ya me parece insoportable es ese hedor a prepotencia de un futuro convicto a punto de entrar en la trena, un aroma de chulo perdonavidas que atufa. Sin duda es la falta de vergüenza y de pudor la que lleva a que sujetos de esta calaña se paseen, como si nada, por los palcos de clubes de fútbol o concedan entrevistas como si fueran el último concursante expulsado de Supervivientes. Si tuviesen un mínimo de vergüenza, se quedarían en su casa, con contrición o sin ella, pero lejos del mundanal ruido, a expensas de su juicio. Son delincuentes enamorados de sí mismos, altaneros, que miran por encima del hombro a una sociedad que los convierte en personajes secundarios de una tragedia continua. En la cárcel, exprimirán su días de dolor y de gloria, pero mientras tanto disfrutan de sus últimos días a la fresca de un marzo infinito.