EL primer Papa jesuita y argentino resultó más argentino que jesuita. Su experiencia en el Cono Sur le dejó una impronta de sensibilidad social lejana de la profundidad intelectual de los teólogos de la Compañía, a la que le vinculaba, eso sí, la vocación misionera germinada hace siglos en la América Latina. Bajo los hábitos pontificios habitaba un párroco barrial acostumbrado a la prédica de cercanía y forjado como eclesiástico en un ambiente de hegemonía política populista. Cuando fue elegido renunció a habitar el Palacio Apostólico y se trasladó a la vecina Casa de Santa Marta, cuya austeridad decorativa acompasaba mejor con su estilo de vida. El mismo que quiso imprimir a una Iglesia que se le antojaba demasiado acomodaticia,...
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