03 Les Borges Blanques – Torà
Otra etapa alternando pistas y carreteras tranquilas, con cuatro imponentes castillos medievales en la ruta. Los campos de lino lucen fotogénicos con su amarillo intenso.

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No pude entrar al hotel hasta las cuatro de la tarde. Eso me dio la oportunidad de comerme unas deliciosas verduras en tempura con miel en un restaurante que quedaba al lado. Le siguió un plato de pasta y de postre un flan de chocolate para rematar la faena. Me quedé como un rey, que habría dicho mi abuelo. Adivinad a dónde fui a cenar.
Les Borges Blanques es, en gran parte, su tradición olivarera en torno a una variedad de aceituna en particular: la arbequina. De ahí que cuenten con un parque temático dedicado al aceite. Queda en la carretera que va para Juneda:
El Parque Temático del Aceite, una instalación cultural situada en el corazón de Les Garrigues, cuna del aceite de variedad arbequina, tiene como finalidad favorecer la cultura asociada al aceite de oliva virgen extra de la región. El parque se configura como un abrazo a los cinco sentidos, rodeado de olivos milenarios que se calcula que tienen entre 1.700 y 2.200 años.
En un antiguo convento medieval que vivió una importante actividad agrícola, la exposición museística se articula a través de un viaje sobre la producción del aceite a lo largo de los siglos, desde la época de los griegos hasta las puertas del siglo XXI.
El parque también dispone de una agrotienda donde comprar un gran abanico de productos de la tierra.
Además, en enero de este año celebraron la vigésimo octava edición de la Feria del Aceite de Oliva Virgen Extra Cataluña, que «busca reunir a todos los aceites de oliva virgen extra de esta región, incluyendo Denominaciones de Origen (DO), cooperativas, molinos privados y asociaciones de productores». El caso es que cuenta con un espacio, el antiguo Bar de Vidre, que permanece abierto durante todo 2025 como parte de una agenda anual de promoción del aceite. En mi caso, como devoto que soy del aceite de oliva, me he contentado con catarlo en la cena.
El hotel está en el centro y da a la plaza Uno de octubre. ¿Cómo se llamaba antes? Jeje, Plaza de la Constitución. Comento esto porque el sentimiento catalanista está muy arraigado aquí. Quizá porque la familia de Francesc Macià era de aquí y él se venía a pasar los veranos. En el pueblo hay ahora un centro dedicado a este hombre, el Espai Macià, donde «se muestra, comparte, recupera, preserva y difunde el patrimonio documental, gráfico, audiovisual y sentimental ligado a Francesc Macià».
Por la tarde me bajé hasta el Passeig del Terrall, un parque muy agradable con sus plátanos, su parque infantil, sus bancos, su estanque y un kiosco donde apalancarse un rato a tomar un refresco. Medio pueblo andaba por allí esta tarde domingo disfrutando del buen tiempo mientras aguante, porque esta noche anuncian lluvias abundantes. Para variar.
Me levanto, miro por la ventana. Sí, ha llovido. Paro a desayunar en un bar que veo abierto. Atiende un chico asiático. Una tostada de aceite con jamón y tomate se convierte en medio bocadillo de jamón. Oye, que a lo mejor el chico es nuevo y no le han hecho un on boarding adecuado. Tampoco vamos a ponernos dramáticos. Un señor dice que el pronóstico son lluvias de poca monta. A ver. Desde luego que, agua por los campos, la hay en abundancia. Alegría, alegría.
Salgo hacia Arbeca. ¿De aquí vendrá «arbequina»? Pues sí que sí. Bien que lo puedes leer en la web del ayuntamiento: «Arbeca, cuna de la aceituna arbequina» (por cierto, muy bonita su colección de fotografía antigua). Parece que esta variedad fue introducida por el duque de Medinaceli, Señor de Arbeca, que la trajo de Palestina en el siglo XVIII. Así pues, el pueblo vive pegado a la aceituna.
Tras el considerable tráfico hasta Arbeca, sigo hacia Belianes. Bien que se agradece una tranquila carretera local, en este caso la L-201. Me salen al encuentro los Roques del Barret. O sea, vete imaginando la forma de estas rocas, a modo de sombreros o algo parecido. Y si quieres, añade aire catalán y conviértelas en auténticas barretinas, ese gorro de lana en forma de bolsa que sí o sí necesita ser de color rojo. Vale, que sepas que son areniscas silícicas y arcillas con un amplio abanico de cavidades naturales originadas por la erosión. Un sitio curioso, la verdad. Por cierto, los campos de lino lucen un espectacular amarillo intenso.
Pasado Belianes se llega enseguida a Maldà y ahí no queda otra: hay que acercarse hasta el castillo. Y tira para atrás en el tiempo, que hay que irse hasta 1040 para conocer de su existencia. Ya se sabe, hay que luchar contra los moros. Así que, venga, ya estáis tardando. Me organizáis unas cuadrillas y vais construyendo deprisa, que no estamos para perder el tiempo. Y no andéis racaneando: los muros, que sean de dos metros de grosor. Si no llegáis, lo siento, pero no acepto nada que tenga menos de metro y medio. Ah, y las paredes las quiero de piedra maciza de entre 6 y 10 metros. ¿Os queda claro? Y tened cuidado a quién subcontratáis las cosas, que siempre vais a por lo más barato. Y no es el caso. Bueno, pues de todo aquel empeño ya poco queda, pero es que en diez siglos pasan muchas cosas.
Pero no se vayan todavía, que aún más castillos. Continúo en paralelo a la L-201 y al río Corb. En el valle se ven muchos viñedos.
Paso por los pueblos de El Vilet, Rocafort de Vallbona –sí, ahí cerca, hacia el sur queda Vallbona de les Monges, que forma parte de la ruta del Císter por la que pedaleé hace un par de años–, Ciutadilla y Guimerá. Poco antes de llegar a este pueblo me salen al paso las ruinas del Monasterio de Santa María de Vallsanta, un antiguo cenobio femenino Cisterciense.
Entro en Guimerà y me meto entre pecho y espalda unas buenas rampas para llegar hasta lo que queda de su castillo. Este es uno de esos pueblos medievales por el que deleitarse a través de sus callejuelas. Del castillo queda, como elemento más significativo, su torre del homenaje, de unos veinte metros de altura. No obstante, es posible recorrer toda la planta de la antigua fortaleza que permanece a su alrededor.
En Guimerá tomo dirección norte. Para no perder las buenas costumbres y porque no hay dos sin trés, me acerco hasta el castillo de Verdú, que comparte con los de Maldá y Guimerá un origen que se remonta al siglo XI. Vaya furor en aquella época para ganar terreno en la reconquista y defenderlo luego. En su momento se convirtió en la residencia de los abades del monasterio de Poblet, que se alojaban en el municipio. En fechas no muy lejanas se ha reconstruido en parte para remediar su deterioro. Sin embargo, el pueblo también estaba en el mapa por un museo, tristemente desaparecido. Se trataba del Museo de Juguetes y Autómatas, que cerró sus puertas a finales de 2012.
Continuo hacia Tárrega, que es ya un pueblo de cierto tamaño y actúa como nodo de comunicaciones, ya que aquí se cruzan la autopista A2 y la carretera C14 que conduce, al norte, hacia Andorra. Y luego de Tárrega queda Cervera, el pueblo que Marc Márquez y su hermano Alex han puesto en el mapa a base de victorias en sus carreras de motociclismo. Pedaleo el tramo entre los dos pueblos por una pista muy tranquila que va paralela al río Ondara y que, al principio ofrece unas bonitas vistas del castillo de Cervera allá en lo alto.
Al llegar a Vergós abandono la compañía del río Ondara. Cruzo por debajo de la A2, porque que nos espera nuestro cuarto señor castillo del día, esta vez como parte de un pequeño pueblo medieval, Montfalcó Murallat.
Montfalcó Murallat es una villa de origen medieval, en el municipio de Les Oluges, en la comarca de la Segarra (Lleida), situada en lo alto de una colina que controla el valle del río Sió. Constituye el mejor ejemplo de villa medieval cerrada que hay en Cataluña, ya que se conserva en muy buen estado. Sus orígenes se remontan a los tiempos de la Reconquista, en el siglo XI, y el conjunto arquitectónico ha sido declarado bien cultural de interés nacional.
Al interior de la muralla se accede por el Portal Villa Closa, que es la única puerta de entrada al recinto. Así se va a dar a la única plaza. En ella se puede observar la cisterna que, todavía hoy, almacena el agua de la población. Desde allí se puede ir, bien a la iglesia o bien recorrer el interior de la muralla. Las casas porticadas nos acompañan en toda la visita. El pueblo, cómo no, cuenta con su leyenda. Parece que quienes les asediaban por largo tiempo desde fuera de las murallas les tiraron un pan con el ánimo de desmoralizarlos. Algo así como para que se dieran cuenta de lo que podían obtener con su rendición. Pues bien, los lugareños les devolvieron el envío: lanzaron un pez. Nada de pan, allí dentro podían comer hasta peces. ¿Por qué? Pues porque disponían de una mina que iba de Les Oluges a Montfalcó, por la cual entraban alimentos cada día.
En fin, como has podido comprobar, hoy ha sido día de castillos medievales. Me ha recordado al recorrido por las Aldeias Históricas de Portugal. Si te gustan este tipo de lugares y quieres recorrerlos en bici, que sepas que, por ejemplo, tienen diseñado una ruta por los castillos del Sió:
La Ruta de los Castillos del Sió discurre básicamente por una zona llana surcada por el río Sió. Es un itinerario en BTT de dificultad baja, con un recorrido de casi 42 km. El punto de partida y llegada es Cervera. A lo largo del trayecto encontrará grandes joyas arquitectónicas que merecen una parada, como el Castillo de Pallargues o la iglesia de Sant Esteve de Pelagalls.
Solo queda ya la última parte de la etapa de hoy. El camino cruza la C-25 y avanza entremezclando carreteras de cuarto orden y pistas en buen estado en general. Se llega a Portell y desde este pueblo toca disfrutar de unos ocho últimos kilómetros en terreno descendente hasta terminar en Torà. Entro, por tanto, en otra comarca, la del Solsonès.
Kilómetros totales hasta esta etapa: 241,6.
Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 2.568.