La máquina de
Hansi Flick produce goles inesperados con una rotación de jugadores imprevista y continuada. Más que un juego bonito, que lo es, es un juego práctico. De las genialidades irrepetibles del adolescente
Lamine Yamal se pasa al oportunismo goleador del veterano
Lewandowski.
Flick ha aprovechado el heterogéneo grupo humano que encontró y lo ha puesto a trabajar, a soñar y eventualmente a ganar. Le esperan tres grandes títulos pero no ha conseguido ninguno todavía. Se me antoja que es suave en las formas pero duro en las exigencias. Dicen las crónicas que la puntualidad es una de sus obsesiones inamovibles. Los abrazos fugaces a pie de césped con que recibe a los jugadores sustituidos dan un aire de familia a un conjunto que practica un fútbol fresco, ágil y alegre.
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