Una ruta por los acantilados más espectaculares de Europa
No aptos para miedosos ni para quienes sufren de vértigo, pero sí para aventureros y amantes de los paisajes llenos de intensidad y dramatismo.

Desde las costas más salvajes del Atlántico hasta los confines del norte de Europa, los acantilados han sido siempre lugares que despiertan respeto y fascinación. En algunos, las olas golpean con fuerza las paredes de roca dibujando paisajes que parecen cincelados por gigantes; en otros, la naturaleza ha moldeado caprichosas formas o ha dejado vistas que roban el aliento.
Esta ruta recorre algunos de los más espectaculares del continente. Aquí, la naturaleza no necesita filtros: siete acantilados, siete paisajes inolvidables.
Vixía Herbeira (Galicia, España)
Son los acantilados más altos de la Europa continental y, sin embargo, no siempre aparecen en las listas de imprescindibles. Situados en la costa norte de Galicia, cerca de San Andrés de Teixido, los acantilados de Vixía Herbeira se elevan imponentes hasta los 612 metros sobre el Atlántico, formando un paisaje donde el verde intenso de la tierra se funde con el azul profundo del mar.
El punto más espectacular es el Mirador de la Garita de Herbeira, una antigua atalaya de vigilancia desde la que la panorámica es simplemente sobrecogedora. En días despejados, la vista alcanza kilómetros de costa recortada, pero cuando la niebla o el viento atlántico hacen de las suyas, el paisaje se vuelve aún más misterioso y fascinante.
Zumaia y la Ruta del Flysch (País Vasco, España)
Pocos paisajes en Europa muestran de forma tan clara la huella del paso del tiempo como los acantilados de Zumaia. Situados en pleno Geoparque de la Costa Vasca, entre Zumaia, Deba y Mutriku, estos acantilados forman el famoso flysch, una sucesión de estratos rocosos que caen al mar como las páginas abiertas de un libro o arañazos de un gran gigante. ¡Imaginación al poder!
Las capas de piedra, moldeadas durante millones de años, han creado unas formaciones tan espectaculares como fotogénicas, que se pueden disfrutar tanto desde lo alto, siguiendo la ruta de senderismo que bordea los acantilados, como desde la playa o incluso en barco.
Pen-Hir (Bretaña, Francia)
Seguimos rumbo al norte hasta llegar a uno de los puntos más impresionantes del país vecino. En la costa salvaje de la Península de Crozon, en la Bretaña francesa, los acantilados de Pen-Hir forman uno de los paisajes más dramáticos del Atlántico europeo. Altas paredes de granito caen a plomo sobre el mar, formando un laberinto de puntas rocosas conocidas como Les Tas de Pois, pequeñas islas que salpican el horizonte y que parecen rematar esta escena tan poderosa. En Pen-Hir el viento y las olas están tan asegurados como la cara de asombro de todo el que llega hasta allí.
Dover (Inglaterra)
Dejamos la Europa continental, pero no los altos acantilados sobre el bravo Atlántico. En el sureste de Inglaterra destacan los de Dover, esos que han inspirado canciones, poemas y novelas y que son, desde hace siglos, uno de los paisajes más icónicos de la costa británica. Además, son muy reconocibles y diferentes a todos los de la lista, ya que sus paredes son blancas y lucen impolutas cuando aparece el sol.
Aunque su altura no es tan vertiginosa como otros de la lista, su espectacularidad reside en el contraste: el blanco brillante de las rocas frente al verde de los campos y el azul del mar. Los mejores puntos para disfrutar de las vistas están cerca del South Foreland Lighthouse o en la zona de Langdon Cliffs, desde donde se puede apreciar toda la majestuosidad de estas paredes de tiza. Y si el cielo está despejado, se divisan sin problema las costas de Francia al otro lado del canal.
Slieve League (Irlanda)
En el noroeste de Irlanda, en el remoto condado de Donegal, los acantilados de Slieve League (o Sliabh Liag en gaélico) se elevan imponentes sobre el Atlántico superando los 600 metros de altura. Son menos conocidos que los Cliffs of Moher, pero para muchos viajeros guardan aún más encanto precisamente por su carácter salvaje y su escasa afluencia de visitantes.
El camino hasta la cima es ya una aventura, con una carretera serpenteante y senderos que bordean el precipicio sin apenas barandillas ni infraestructuras turísticas. Desde lo alto, las vistas son sobrecogedoras: mar abierto, montañas que caen a pico y, con un poco de suerte, la silueta de las islas Sligo y Mayo al fondo. Si está nublado o cubierto de niebla (algo frecuente) no hay nada que lamentar porque el paisaje también es muy especial, ya que adquiere una atmósfera que parece sacada directamente de una leyenda celta.
Mizen Head (Irlanda)
Quedarse con solo un acantilado de Irlanda es injusto y muy complicado. Por eso, mejor seguir la ruta viajando al extremo suroeste de Irlanda, donde el Atlántico golpea con fuerza las costas de County Cork y destacan los acantilados de Mizen Head, un lugar donde la naturaleza y la mano del hombre han sabido convivir creando un paisaje espectacular. No son los más altos del país, pero sí de los más pintorescos gracias a su combinación de acantilados abruptos, formaciones rocosas y el icónico faro de Mizen Head.
La zona es también uno de los mejores puntos de Irlanda para la observación de aves marinas y, con algo de suerte, de ballenas y delfines. En definitiva, un acantilado diferente, donde el protagonismo no solo lo tiene la naturaleza, sino también ese faro que lleva más de un siglo iluminando uno de los tramos más temidos y bellos del litoral irlandés.
Hornelen (Noruega)
La costa oeste de Noruega, donde las montañas caen abruptamente al océano, se levanta Hornelen, el que muchos consideran el acantilado marino más alto de Europa y un buen punto y final a esta ruta. Con sus 860 metros de altura, es un coloso natural que, pese a su impresionante tamaño, sigue siendo relativamente desconocido fuera de los circuitos más montañeros y aventureros. Tal vez porque sea mucho más exigente y es que la ruta supone un esfuerzo considerable. Pero la caminata merece la pena: desde arriba, la vista es sencillamente abrumadora.
Fiordos, islas y aguas profundas se extienden hasta perderse en el horizonte, creando un paisaje donde reina el silencio y la inmensidad. Por la zona se cuenta que las brujas celebraban aquí sus aquelarres, aprovechando la altura y la niebla para reunirse en secreto. ¿Se le puede pedir algo más a esta excursión?