Trump y el desafío para las economías emergentes
La política dejó de ser nacional hace tiempo. Hoy, cada movimiento en Washington, Beijing o Bruselas repercute en los mercados de Buenos Aires, San Pablo o Johannesburgo con una velocidad e intensidad inéditas. Y si algo ha quedado claro desde que Donald Trump volvió a la Casa Blanca es que estamos ingresando en una etapa de disrupción global acelerada. El equilibrio económico que dominó las últimas décadas se fractura, la geopolítica se recalienta, y los inversores comienzan a replegarse.La reacción de los mercados es elocuente: las tasas largas en Estados Unidos no bajan, los precios del petróleo no encuentran el piso, las monedas emergentes pierden tracción, y el capital vuelve a buscar refugio. Pero hay un indicador clave que sintetiza este momento con precisión quirúrgica: el ratio oro/cobre.Gestión Tiembla el Gobierno: Elon Musk traicionó a Donald Trump y así cambia el futuro de Estados Unidos Este ratio -que compara el precio del oro, activo de refugio por excelencia, con el del cobre, metal símbolo de la actividad industrial global- actúa como una especie de "índice del miedo sistémico". Cuando el oro sube respecto al cobre, los mercados no solo anticipan una desaceleración industrial, sino que también revelan una huida hacia la seguridad. Según varios analistas, la dinámica actual del ratio no es un fenómeno técnico sino un grito del mercado: se está descontando una gran desaceleración global, posiblemente el principio de un nuevo ciclo recesivo o, peor, una dislocación del sistema monetario tal como lo conocemos.¿Por qué? Porque el cobre representa el pulso de la producción industrial global -es el metal más demandado por sectores como construcción, infraestructura y electrónica-, mientras que el oro es el refugio histórico cuando se teme por la estabilidad financiera, política o monetaria. Hoy, ese ratio se encuentra en niveles que no veíamos desde momentos críticos como 2008 o la pandemia, y refleja algo más profundo: que la confianza en el crecimiento global se ha roto.Donald TrumpY detrás de ese quiebre late una transformación más grande: la del orden geopolítico mundial. Los antiguos equilibrios de poder -con EE.UU. como garante del comercio, la seguridad y la estabilidad monetaria- están siendo desafiados, generando un sistema más fragmentado, con tensiones constantes entre potencias, desglobalización comercial y una creciente militarización de las relaciones económicas. Las materias primas, lejos de perder relevancia en esta transición, se han convertido en activos geoestratégicos. Energía, alimentos, minerales críticos: todo es parte de un nuevo tablero donde lo que escasea vale más que nunca.La llamada ‘transición energética' no ha desplazado al petróleo ni al gas. Al contrario, su importancia geopolítica se ha acentuado. El mundo demanda más energía, no menos. Y esa energía todavía depende en gran parte de recursos convencionales. La narrativa optimista sobre la descarbonización ha chocado con límites físicos y económicos. Y mientras eso sucede, las inversiones en energía tradicional siguen dominando el flujo de capitales a nivel global.Todo esto configura un nuevo escenario para los países emergentes exportadores de commodities. En principio, podría parecer adverso: sube la volatilidad, se encarecen las tasas, aumenta la incertidumbre. Pero si se miran las oportunidades, también es un momento bisagra. Aquellos países que logren ofrecer estabilidad macroeconómica, reglas claras y visión estratégica pueden capitalizar este ciclo con fuerza. Y es aquí donde entra en juego Brasil y la Argentina, por su peso en los mercados de energía, alimentos y minerales, están entre los países con mayor potencial de aprovechar este giro estructural.Dinero Las inversiones silenciosas de China en México: de qué se trata y cómo impacta en Estados Unidos Pero mientras Brasil navega entre el pragmatismo económico, el déficit fiscal, el alza de las tasas y el ruido político, Argentina avanza con un programa de reformas que apunta a corregir distorsiones de largo plazo.Pese al escepticismo inicial, el programa de reformas del Presidente Javier Milei ha comenzado a reconfigurar la percepción de la Argentina en los mercados internacionales. Según un análisis reciente de The Economist, su apuesta no es menor: intenta "normalizar" una economía marcada por décadas de populismo, inflación y desequilibrios fiscales. Lo hace con una lógica liberal ortodoxa pero pragmática, sabiendo que la velocidad del ajuste es tan importante como su profundidad.El ajuste fiscal, aunque duro, ha sido más rápido y efectivo de lo que se esperaba. La decisión de desmontar el régimen de subsidios, racionalizar el gasto público y liberar precios distorsionados ha generado costos sociales importantes, pero también credibilidad. El ancla fiscal y monetaria comienza a estabilizar las expectativas inflacionarias, el tipo de cambio se mantiene firme y los inversores vuelven a mirar a la Argentina con interés.Predicciones Chau cepo: Elon Musk

La política dejó de ser nacional hace tiempo. Hoy, cada movimiento en Washington, Beijing o Bruselas repercute en los mercados de Buenos Aires, San Pablo o Johannesburgo con una velocidad e intensidad inéditas. Y si algo ha quedado claro desde que Donald Trump volvió a la Casa Blanca es que estamos ingresando en una etapa de disrupción global acelerada. El equilibrio económico que dominó las últimas décadas se fractura, la geopolítica se recalienta, y los inversores comienzan a replegarse.
La reacción de los mercados es elocuente: las tasas largas en Estados Unidos no bajan, los precios del petróleo no encuentran el piso, las monedas emergentes pierden tracción, y el capital vuelve a buscar refugio. Pero hay un indicador clave que sintetiza este momento con precisión quirúrgica: el ratio oro/cobre.
Este ratio -que compara el precio del oro, activo de refugio por excelencia, con el del cobre, metal símbolo de la actividad industrial global- actúa como una especie de "índice del miedo sistémico". Cuando el oro sube respecto al cobre, los mercados no solo anticipan una desaceleración industrial, sino que también revelan una huida hacia la seguridad. Según varios analistas, la dinámica actual del ratio no es un fenómeno técnico sino un grito del mercado: se está descontando una gran desaceleración global, posiblemente el principio de un nuevo ciclo recesivo o, peor, una dislocación del sistema monetario tal como lo conocemos.
¿Por qué? Porque el cobre representa el pulso de la producción industrial global -es el metal más demandado por sectores como construcción, infraestructura y electrónica-, mientras que el oro es el refugio histórico cuando se teme por la estabilidad financiera, política o monetaria. Hoy, ese ratio se encuentra en niveles que no veíamos desde momentos críticos como 2008 o la pandemia, y refleja algo más profundo: que la confianza en el crecimiento global se ha roto. Donald Trump
Y detrás de ese quiebre late una transformación más grande: la del orden geopolítico mundial. Los antiguos equilibrios de poder -con EE.UU. como garante del comercio, la seguridad y la estabilidad monetaria- están siendo desafiados, generando un sistema más fragmentado, con tensiones constantes entre potencias, desglobalización comercial y una creciente militarización de las relaciones económicas. Las materias primas, lejos de perder relevancia en esta transición, se han convertido en activos geoestratégicos. Energía, alimentos, minerales críticos: todo es parte de un nuevo tablero donde lo que escasea vale más que nunca.
La llamada ‘transición energética' no ha desplazado al petróleo ni al gas. Al contrario, su importancia geopolítica se ha acentuado. El mundo demanda más energía, no menos. Y esa energía todavía depende en gran parte de recursos convencionales. La narrativa optimista sobre la descarbonización ha chocado con límites físicos y económicos. Y mientras eso sucede, las inversiones en energía tradicional siguen dominando el flujo de capitales a nivel global.
Todo esto configura un nuevo escenario para los países emergentes exportadores de commodities. En principio, podría parecer adverso: sube la volatilidad, se encarecen las tasas, aumenta la incertidumbre. Pero si se miran las oportunidades, también es un momento bisagra. Aquellos países que logren ofrecer estabilidad macroeconómica, reglas claras y visión estratégica pueden capitalizar este ciclo con fuerza. Y es aquí donde entra en juego Brasil y la Argentina, por su peso en los mercados de energía, alimentos y minerales, están entre los países con mayor potencial de aprovechar este giro estructural.
Pero mientras Brasil navega entre el pragmatismo económico, el déficit fiscal, el alza de las tasas y el ruido político, Argentina avanza con un programa de reformas que apunta a corregir distorsiones de largo plazo.
Pese al escepticismo inicial, el programa de reformas del Presidente Javier Milei ha comenzado a reconfigurar la percepción de la Argentina en los mercados internacionales. Según un análisis reciente de The Economist, su apuesta no es menor: intenta "normalizar" una economía marcada por décadas de populismo, inflación y desequilibrios fiscales. Lo hace con una lógica liberal ortodoxa pero pragmática, sabiendo que la velocidad del ajuste es tan importante como su profundidad.
El ajuste fiscal, aunque duro, ha sido más rápido y efectivo de lo que se esperaba. La decisión de desmontar el régimen de subsidios, racionalizar el gasto público y liberar precios distorsionados ha generado costos sociales importantes, pero también credibilidad. El ancla fiscal y monetaria comienza a estabilizar las expectativas inflacionarias, el tipo de cambio se mantiene firme y los inversores vuelven a mirar a la Argentina con interés.
Pero el verdadero cambio no es solo económico. Es político. Milei está logrando lo que parecía imposible: instalar en el debate público argentino una narrativa de estabilidad, competencia y apertura como motor del desarrollo. Eso es revolucionario en un país acostumbrado a convivir con crisis cíclicas. Y si la estabilización se consolida, la Argentina podría transformarse en un destino estratégico para la inversión en energía, minería, agroindustria y servicios basados en conocimiento, todos sectores alineados con las tendencias del nuevo orden global.
En síntesis, el mundo vive una reconfiguración radical, con nuevas amenazas, pero también con oportunidades extraordinarias para quienes se adapten. El ratio oro/cobre ya anticipa el deterioro del viejo orden, pero también la valorización de activos tangibles y estratégicos. Mientras las potencias se atrincheran y los mercados se reordenan, países emergentes como Argentina o Brasil -si perseveran en el camino de las reformas- pueden transformarse en beneficiarios netos de este nuevo ciclo.
El capital no busca ideología, busca estabilidad, rentabilidad, acceso y futuro. Argentina, por primera vez en años, comienza a enviar señales en esa dirección. Si logra consolidarlas, puede transformar la crisis global en una oportunidad histórica.