Tres años con Feijóo
Si Feijóo no fuera gallego, que lo es en grado sumo, quizá contestaría con claridad a esta pregunta: «¿Alguna vez, de verdad, aspiró a ser presidente del Partido Popular nacional?» Se lo planteé personalmente hace algunos años cuando acababa de ganar sus segundas o terceras elecciones en Galicia. Recuerdo la respuesta: «No creo que me … Continuar leyendo "Tres años con Feijóo"

Si Feijóo no fuera gallego, que lo es en grado sumo, quizá contestaría con claridad a esta pregunta: «¿Alguna vez, de verdad, aspiró a ser presidente del Partido Popular nacional?» Se lo planteé personalmente hace algunos años cuando acababa de ganar sus segundas o terceras elecciones en Galicia. Recuerdo la respuesta: «No creo que me vea nunca en esa tesitura». Realmente tenía razón: por entonces Rajoy estaba a punto de la mayoría absoluta, era respetado en su partido y sus combates políticos con Zapatero se asemejaban a los de un chavalito con Ilia Topuria, el boxeador, o cosa así, que ahora tiene a media España embobada. Quiero decir que entonces no había por qué.
Pero un día Rajoy, harto de la política, tan pírrica para él, se hartó y dejó, aparte del bolso de Soraya en el escaño de la vicepresidenta, una orfandad en el PP que se resolvió mal y que abrió más heridas de las que ya eran evidentes. Muchos prohombres del país, de todos los gremios, viajaron a Santiago de Compostela para intentar que Feijóo tomara la Autopista A-6 y llegara hasta la capital de España. Por carambolas inusitadas, quedó al mando de la finca conservadora Casado, un muchacho bienintencionado que desde el principio empezó a hacer política de colegio mayor, o sea, ‘me junto con los amigos y paso de los rivales, cuando no les meto en un lío’. Así le fue la cosa. Un desastre. Antes del cónclave de Sevilla las expectativas de voto del PP no alcanzaban el 22%, por eso, esta vez sí, se desató un clamor general en pro del presidente gallego y este, no lo pudo pensar mucho, abordó el coche y se vino con cinco o seis de los suyos a Madrid.
Ganó, era lo indispensable, la Presidencia en la capital de Andalucía, llegó a Génova que entonces figuraba en Idealista como edificio a vender, y allí se encontró con una organización a la sazón dominada -esto es lo cierto- por un forajido de apellido Villarejo que tenía a media organización aprehendida por donde mas dolor había. Feijóo emprendió una limpieza estilo madre superiora recién nombrada, es decir, como lo hubieran hecho artificialmente sus predecesores y sin que se notara mucho que estaba removiendo los cimientos del partido hasta, esa es también la verdad, no dejar títere con cabeza.
Enfrente estaba Sánchez que le recibió como lo hacen los socialistas: con una navaja albaceteña entre los dientes y a la espera de que Feijóo le pidiera audiencia, de tiburón a chanquete, como lo hacen los pasantes al jefe del cualquier despacho de abogados. Pero Feijóo no cayó en la trampa, y con su estilo peculiar de directivo empresarial prudente, empezó a zurrarle la badana al rival que, sospechosamente sorprendido, comenzó a descalificarle porque, fíjense, no protagonizaba la condición de jefe de la oposición que él pretendía.
Feijóo se llevó por delante a Sánchez en todas las elecciones del país, salvo Cataluña y País Vasco, pero éste no se dio por enterado, tampoco lo hizo cuando se lo cepilló clamorosamente en el mayo autonómico y municipal en el que el PP venció por abrumadora mayoría. A Sánchez le trajeron por una higa los dos penosos incidentes porque a él, lo ha demostrado, le tienen sin cuidado las urnas, sus resultados Tanto así como el Parlamento o la Justicia. De manera que en las elecciones generales el aspirante venció al presidente pero éste acudió al mercado de sobras y de medio pelo, se alió con la peor escoria, y ahí sigue el individuo proclamando, sin ponerse rojo de embustes, que él fue el ganador de las elecciones.
A los tres años del aterrizaje en Madrid, Feijóo no encuentra movimiento alguno de hostilidad en la dirección de su partido y sí una arrebato de brutal confrontación en todo el PSOE y básicamente, claro, en Sánchez y sus aledaños. Lo mejor que se puede decir al cumplirse este trienio es que tiene literalmente de los nervios a Sánchez, éste busca por doquier alguna grieta en la arquitectura política del gallego pero no termina de encontrarla. Sus dos últimos hallazgos: el ataque a la presunción de inocencia y la memez de las universidades privadas se han vuelto contra sus promotores, a Feijóo no sólo no le han hecho daño alguno los pérfidos ingenios sino que le han servido para ridiculizar la endeble situación del Gobierno social-leninista de Sánchez,
Lo peor, y Feijóo lo sabe, es que no le queda otro remedio que aguardar hasta el 27. A veces parece que está sentado a las puertas de Génova solo para ver pasar el cadáver de su enemigo pero éste no termina de palmar. A un sujeto sin fundamentos es muy difícil derribarle, queda la esperanza de que, como Capone, pueda caer por alguna fechoría lateral vulgo las golferías pseudouniversitarias de su señora. Pero tampoco esto es seguro.
Las lenguas ociosas y perturbadoras del hemisferio madrileño ya van susurrando dos cosas: la primera que, antes de abandonar el poder por esa causa, Sánchez dejará caer a su Begoña Gómez, la segunda, que ¡ojo! no está claro que Sánchez acepte resignadamente esta vez una nueva hecatombe en las urnas. A él y a sus adlátares, enchufados de pacotilla, cada vez les gusta más -y lo reconocen en privado- la capacidad de resistencia, ahora se llama de forma cursi resiliencia, de Maduro que, ya se sabe, se ha metido un morrazo monumental en las urnas pero sigue erguido en el Palacio de Miraflores de Caracas.
Con los bueyes de una oposición aún a medio construir pero ya estructurada tiene que lidiar Feijóo al que el gentío le exige urgentemente más leña; curioso, se trata de un personal que incita a los políticos de la oposición y a los periodistas a atizarle sin piedad, ni respiro a Sánchez y a todo lo que él representa, pero que permanece quieto en una pasividad lacerante. Feijóo lo sabe y lo lamenta y, tres años después, encima se ha encontrado con un revoltijo geostratégico universal que le deja poco lugar para la acción propia. Por eso el dictamen es que el hombre lo tiene complicado de aquella manera, pero que está consolidado como un líder que merece ser votado. Y ser presidente. No se le conoce directamente una acción mala pero, frente a un delincuente constitucional como Sánchez, esto no es bastante. Feijóo se gasta en mil debates pero la sociedad no le sigue. Le ovaciona pero no le acompaña. Está hibernada. Es un asco.