The White Lotus: el regreso de la serie que explora el mundo del lujo y el bienestar bajo la implacable sátira de Mike White

Con grandes actuaciones, la nueva temporada es un retrato impiadoso de las ilusiones de nuestro presente, de la mercantilización de la espiritualidad y del creciente vacío que define los vínculos afectivos

Mar 6, 2025 - 00:34
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The White Lotus: el regreso de la serie que explora el mundo del lujo y el bienestar bajo la implacable sátira de Mike White

En solo tres temporadas, la creación de Mike White mantiene intacto su carácter corrosivo. Una exégesis directa a la elite del poder y el dinero en los Estados Unidos podría ser un buen tagline para quienes quieren asomarse a ese mundillo desde afuera y ver cómo sus entrañas se consumen en magníficos desastres naturales y crisis sociales autoinfligidas. Pero White hace algo más: las filiales de su hotel exclusivo situadas en distintas locaciones paradisíacas -Hawái, Taormina, y ahora Tailandia-, reciben cada nueva temporada a un grupo de turistas millonarios que anhelan un refugio del mundo, una escapatoria a sus “obligaciones”, un tiempo de relax o disfrute, para verse confrontados con sus miedos y ansiedades, para estrellarse con un entorno que creían ajeno y que resulta pegajoso y cercano, y para ver la más estridente y divertida colisión con la realidad que ocultaban sus máscaras ante la atenta mirada de los espectadores. Esos somos nosotros, a los que la serie incluye como voyeurs del caos más desesperado, aquel en el que los privilegiados ven escurrirse sus seguridades sin remedio, con la carcajada perfecta para cada explosión.

Como suele ocurrir en todas las series contemporáneas, un hecho inesperado y un salto temporal instalan la intriga y el misterio. Una sesión de meditación en las puertas de un templo budista es interrumpida por lejanos disparos y un ataque sorpresivo. Maestra y alumno se escabullen para evitar el desastre y un rezo angustiado pide a la imagen del buda una respuesta que nunca llega. Paraíso y silencio. “Una semana antes…”, y así comienza la tercera temporada de la serie de antología The White Lotus, con nuevo elenco y nuevos escenarios. Un barco llega a un espléndido hotel destinado al descanso y la meditación, con una agenda nutrida de terapias antiestrés y sesiones de masajes, cercano al corazón de la cultura budista y alejado del centro urbano de Bangkok. En ese paraíso del bienestar no hay wifi, cada grupo turístico tiene su guía de salud y bienestar, y corre el champagne tanto como abunda la ropa blanca y los sombreros de ala ancha. El descanso los espera, aunque aguarde alguna que otra sorpresa.

Distintas líneas narrativas

Como en las temporadas anteriores, son tres los grupos que arriban y tres las líneas narrativas que se van a ir enredando a lo largo del relato. El primero está integrado por la familia Ratliff: Timothy (Jason Isaacs) es un empresario exitoso, incapaz de dejar unos minutos el celular, preocupado por una investigación sobre fraude impositivo que será eje de una publicación inminente de un prestigioso diario en los Estados Unidos; Victoria (Parker Posey), una señora sureña orgullosa del garbo de su familia, envuelta en los presagios de sus sueños y en los efectos de los somníferos en el desayuno; y sus tres hijos, el mayor Saxon (Patrick Schwarzenegger), un crypto bro afecto a los batidos de proteínas y a una soberbia pegajosa, la joven Piper (Sarah Catherine Hook), ocupada en su tesis sobre budismo y promotora de incursionar en la espiritualidad tailandesa, y el todavía adolescente Lochlan (Sam Nivola), tímido y concentrado en una sexualidad abierta a nuevos estímulos.Una escena de la temporada 3 de The White Lotus

En el mismo barco, y con algún que otro altercado de por medio, llegan la extraña pareja que forman Rick Hatchett (Walton Goggins) y la joven Chelsea (Aimee Lou Wood). Él, ya maduro y desmejorado, absorto en los cigarrillos y las cervezas, parece perseguir algún secreto del pasado de Sritala Hollinger (Patravadi Mejudhon), una de las dueñas del hotel y antigua beldad de la canción tailandesa. Ella, con su acento de Manchester y su entusiasmo agotador, no tarda en hacer migas con una escort de la región, compañía de un hombre calvo y adinerado, como parece moneda corriente en las afueras de Bangkok. El panorama de los recién llegados lo completan tres amigas que hace tiempo no se ven y han decidido pasar juntas unas vacaciones y ponerse al día con chismes, envidias y rencores pendientes. Son Jaclyn (Michelle Monaghan), una estrella de la televisión, recién casada con un hombre más joven; Kate (Leslie Bibb), ama de casa de Austin, votante de Trump, dedicada a la vida texana y a sus vaivenes sociales; y Laurie (Carrie Coon), abogada exitosa que lidia con un divorcio controvertido y una hija rebelde. Copas, sonrisas y una fachada de complacencia que parece desmoronarse a medida que el calor derrite bondades y pudores.

Lo que vuelve a traer esta tercera incursión de White en el formato upstairs-downstairs de los resorts vacacionales son las intrigas entre ese grupito selecto que parece vivir en su burbuja de manjares y masajes, y el personal que habita en el lugar, integrado esta vez por los guías del bienestar, los guardias de seguridad, el gerente con aspiraciones de artista, y la misteriosa Sritala, dividida entre el hotel y la ciudad, donde parece esperarla su marido enfermo. Las tensiones se escalonan y delinean un escenario premonitorio: primero un robo en la joyería del hotel, luego la persistente amenaza de la periferia, con sonidos de animales que parecen insinuar un desequilibrio inminente y la presencia de Belinda (Natasha Rotwell), personaje que marca la continuidad entre las temporadas y que junto con su entrenamiento en terapias locales y asesoramiento espiritual, también asomará como termómetro de una tensión sexual que atraviesa a locales y visitantes.Jaclyn (Michelle Monaghan), Kate (Leslie Bibb) y Laurie (Carrie Coon) son tres amigas que se suman a la temporada 3 de The White Lotus

El interrogante que recorre esta tercera temporada, más allá del que mueve la intriga sembrada con el disparo del comienzo (¿De dónde provienen los disparos? ¿Son maleantes? ¿Terroristas? ¿Algún empleado cansado del maltrato y la explotación?) es el que yace detrás de la promesa del bienestar y la paz interior al elevado precio de un resort de lujo. La pregunta parece trasladarse a la esfinge del buda en la primera escena. ¿Qué expresa esa vacía mirada de piedra y silencio? La presencia de la naturaleza en su dimensión amenazante es uno de los mejores ejes que trabaja Mike White, quien además de autor de los filosos diálogos, cargados de creciente envidia y subterráneo desprecio entre los recién llegados, es el director de todos los episodios, dispuesto a concentrar en la exuberancia visual del paisaje una carga siniestra que se va haciendo medular. Los contornos de la imagen se pueblan de sombras, los sonidos reverberan con cierta agónica anticipación, el sol se ensombrece en cada noche, cuando corre el champagne y los secretos salen a la luz.

El peso del budismo como elemento novedoso de esta temporada permite expandir la exploración de ese anhelo de encontrar salud, armonía y bienestar por una buena suma de dinero. Hasta ahora los resorts de las temporadas anteriores eran espacios paradisíacos que se convertían en trampas para los desprevenidos turistas: un escenario de enfrentamiento con aquel mundo que pretendían dejar atrás y, al mismo tiempo, una sátira impiadosa de la vacuidad de esa búsqueda, que siempre apuntaba a la superficie y nunca a la profundidad. Ahora esa lógica se hace evidente en tanto el disparador es el anhelo no solo de contacto con la naturaleza y alejamiento del mundo conocido, sino el acceso a una sabiduría esquiva, concentrada en aquel lugar remoto y justamente en el despojo de lo material. El personaje de Piper es el eslabón de conexión, aquel que ha arrastrado a su familia a Tailandia con el propósito de conocer y estudiar la religión budista. Pero lo que ocasiona esa convivencia forzada es la crisis de sus propias convicciones, y la revelación del absurdo de esas pretensiones. “¿Por qué no estudia su propia religión?”, se pregunta su madre mientras intenta dormir pese a los sueños y el Lorazepan.The White Lotus (Max).

Las amigas de la infancia que buscan allí la verdad de su vínculo no encuentran conversación posible que no sea el chisme y el secreto a espaldas de las otras. Son los quirúrgicos planos de White los que develan su soledad existencial, aquella que exudan sus perfectas fachadas, los llantos a escondidas, los vidrios que intervienen cualquier conexión. Y lo mismo ocurre con el sinuoso comportamiento de Rick, ataviado con un pesar que será el tic-tac definitivo para la explosión final. Son los pequeños detalles los que entretejen la mirada de White, aquellos que destilan un precario equilibrio entre quererlo todo y destruirlo en el intento. Más allá del espíritu antológico que atraviesa a la serie –cuyo eje es el camino inevitable hacia el pandemónium-, persiste un pulso karmático que une sus temporadas, volviendo a traer a Belinda al centro de la escena, y descubriendo al misterioso Greg (ahora devenido Gary e interpretado por Jon Gries) entre la “fauna” del lugar. Aquel personaje, asociado a la muerte de Tanya (la genial Jennifer Coolidge, un emblema de la serie en sus primeras dos temporadas), resurge para cerrar el círculo de su destino. ¿Será también para pagar sus culpas?

Con grandes actuaciones (el esperado regreso de Parker Posey, la inesperada performance de Christian Friedel, el actor de La zona de interés, acá como un ansioso gerente de hotel, la siempre impecable Carrie Coon y la revelación de Aime Lou Wood, que había sorprendido en Sex Education), una puesta efectiva y cuidada por parte de la dirección de Mike White y el ingenio satírico de sus diálogos, The White Lotus muestra su mejor forma, un retrato impiadoso de las ilusiones de nuestro presente, de la mercantilización de la espiritualidad y del creciente vacío que define a los vínculos afectivos. Un disparo certero que atraviesa toda forma de previsión y seguridad.