Sin límites, o cómo de 'cool' es cargarse a las universidades

No hay universidad, en su sentido auténtico y no simplemente colegial, sin libertad académica. Lo que está en juego no es el acceso a unos fondos de investigación. Lo que está en juego es una forma de convivencia insoslayable entre acceso sin discriminación al conocimiento y la libertad de pensamiento e investigación que son la base de la democracia La sensación de vértigo que atraviesa el mundo desde la toma de posesión de Trump en su nuevo mandato no tiene precedentes. Y lo que caracteriza ese periodo es que quién dirige las operaciones parece desconocer la existencia de límites. En su primer mandato, probó lo que era ser presidente de Estados Unidos siendo todo lo convencional e institucional que puede ser alguien como Trump. Pero ahora, una vez ha conseguido lo que nadie hizo antes, ser reelegido no de manera sucesiva, sino cuatro años después, quiere demostrar que aprendió la lección, y que ahora va a hacer lo que le dé la gana, cargándose a todos aquellos que quieran condicionar su voluntad. Negociar desde posiciones de fuerza vale, pero tratar de impedir, ni por esas. El 1 de abril, al acabar una cena en la Casa Blanca, Trump espetó: “¿Qué pasaría si el gobierno simplemente dejara de pagar los casi 9 mil millones prometidos a la Universidad de Harvard?”. De hecho, una amenaza de ese tipo había ya obligado a la Universidad de Columbia a llegar a un acuerdo. ¿Por qué no hacer lo mismo con la universidad más antigua y prestigiosa del país? Añadiendo, según comentaba la crónica del New York Times basándose en un testigo de la conversación, “¿y si no les pagamos? ¿No sería cool?” Las razones para tal ofensiva son aparentemente las ya divulgadas: acabar con la ideología progresista, antirracista y de apoyo a las teorías DEI (acrónimo de diversidad, equidad e inclusión) en los campus más prestigiosos del país, acallar las protestas que el apoyo al genocidio en Gaza provoca y, más en general, romper con la hegemonía de las ideas “liberales” (en el sentido del término “liberal” en Estados Unidos, asimilable al que aquí daríamos al concepto de progresista o de izquierdas) en las mejores universidades. En el caso de Columbia, la universidad de alguna manera capituló, estableciendo políticas de seguridad interna mucho más estrictas, con amenazas de expulsión a quiénes no se atuvieran a los nuevos parámetros, y rompiendo con los protocolos de libertad de cátedra en los departamentos universitarios que se ocupan de temas vinculados a Asia, Próximo Oriente y África. La hipótesis es que todas acabarían haciendo lo mismo. Parece indudable que la apuesta de Trump puede parecer temeraria para cualquier analista. No es cualquier cosa enfrentarse radicalmente a la Universidad de Harvard para que renuncie definitivamente a ser universidad. Es decir, un lugar en el que lo que define la institución es pensar en libertad, preguntarse lo que nadie cuestiona, probar lo que parece imposible o poco razonable, discutir lo que todos consideran indiscutible. Algo que existe desde hace casi 1000 años y cuya longevidad solo se explica porque un espacio de ese tipo sigue siendo insustituible. Trump quiere demostrar y demostrarse que puede con todo y con todos. Y nada mejor que hacerlo con China, con Europa y con Harvard al mismo tiempo. Si lo logra con esos gigantes, aunque solo sea en parte, con los demás será un paseo.    Una vez más vemos como el programa radical que aplica Trump sigue una lógica para nada circunstancial o errática. El ataque a las universidades en general ya se manifestó hace meses en los fastos que acompañaron la toma de posesión del nuevo presidente. En Hungría, el presidente Orbán lleva varios años erosionando la autonomía de las universidades públicas, castigando sus finanzas, eliminando su autonomía al pasar a ser controladas por fundaciones privadas bajo la influencia de los designios gubernamentales. Lo que ha obligado a que la Unión Europea excluya a las universidades húngaras de los fondos de investigación comunitarios, al no cumplirse los parámetros de libertad académica. El gobierno húngaro ha respondido creando fondos alternativos a los que pueden acudir quiénes acepten los condicionantes ideológicos propios del régimen de Orbán. En otros países como Austria, Lituania, Polonia e Italia se han ido produciendo erosiones significativas de la libertad académica como ha constatado recientemente el Parlamento Europeo.  En España tenemos indicios claros de que la perspectiva de la internacional autoritaria y antidemocrática tiene aquí expresiones significativas. Al margen de las declaraciones de los dirigentes de VOX sobre las universidades a las que acusa de ser “la punta de lanza del totalitarismo que viene” al haber “declarado la guerra al sentido común la verdad, el lenguaje y a la biología”, la complicidad con que se juega a erosionar a las universidades públicas se manifiesta en Madrid y en otras comunidades gobernadas por el PP y

Abr 22, 2025 - 07:46
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Sin límites, o cómo de 'cool' es cargarse a las universidades

Sin límites, o cómo de 'cool' es cargarse a las universidades

No hay universidad, en su sentido auténtico y no simplemente colegial, sin libertad académica. Lo que está en juego no es el acceso a unos fondos de investigación. Lo que está en juego es una forma de convivencia insoslayable entre acceso sin discriminación al conocimiento y la libertad de pensamiento e investigación que son la base de la democracia

La sensación de vértigo que atraviesa el mundo desde la toma de posesión de Trump en su nuevo mandato no tiene precedentes. Y lo que caracteriza ese periodo es que quién dirige las operaciones parece desconocer la existencia de límites. En su primer mandato, probó lo que era ser presidente de Estados Unidos siendo todo lo convencional e institucional que puede ser alguien como Trump. Pero ahora, una vez ha conseguido lo que nadie hizo antes, ser reelegido no de manera sucesiva, sino cuatro años después, quiere demostrar que aprendió la lección, y que ahora va a hacer lo que le dé la gana, cargándose a todos aquellos que quieran condicionar su voluntad. Negociar desde posiciones de fuerza vale, pero tratar de impedir, ni por esas.

El 1 de abril, al acabar una cena en la Casa Blanca, Trump espetó: “¿Qué pasaría si el gobierno simplemente dejara de pagar los casi 9 mil millones prometidos a la Universidad de Harvard?”. De hecho, una amenaza de ese tipo había ya obligado a la Universidad de Columbia a llegar a un acuerdo. ¿Por qué no hacer lo mismo con la universidad más antigua y prestigiosa del país? Añadiendo, según comentaba la crónica del New York Times basándose en un testigo de la conversación, “¿y si no les pagamos? ¿No sería cool?”

Las razones para tal ofensiva son aparentemente las ya divulgadas: acabar con la ideología progresista, antirracista y de apoyo a las teorías DEI (acrónimo de diversidad, equidad e inclusión) en los campus más prestigiosos del país, acallar las protestas que el apoyo al genocidio en Gaza provoca y, más en general, romper con la hegemonía de las ideas “liberales” (en el sentido del término “liberal” en Estados Unidos, asimilable al que aquí daríamos al concepto de progresista o de izquierdas) en las mejores universidades. En el caso de Columbia, la universidad de alguna manera capituló, estableciendo políticas de seguridad interna mucho más estrictas, con amenazas de expulsión a quiénes no se atuvieran a los nuevos parámetros, y rompiendo con los protocolos de libertad de cátedra en los departamentos universitarios que se ocupan de temas vinculados a Asia, Próximo Oriente y África. La hipótesis es que todas acabarían haciendo lo mismo.

Parece indudable que la apuesta de Trump puede parecer temeraria para cualquier analista. No es cualquier cosa enfrentarse radicalmente a la Universidad de Harvard para que renuncie definitivamente a ser universidad. Es decir, un lugar en el que lo que define la institución es pensar en libertad, preguntarse lo que nadie cuestiona, probar lo que parece imposible o poco razonable, discutir lo que todos consideran indiscutible. Algo que existe desde hace casi 1000 años y cuya longevidad solo se explica porque un espacio de ese tipo sigue siendo insustituible. Trump quiere demostrar y demostrarse que puede con todo y con todos. Y nada mejor que hacerlo con China, con Europa y con Harvard al mismo tiempo. Si lo logra con esos gigantes, aunque solo sea en parte, con los demás será un paseo.   

Una vez más vemos como el programa radical que aplica Trump sigue una lógica para nada circunstancial o errática. El ataque a las universidades en general ya se manifestó hace meses en los fastos que acompañaron la toma de posesión del nuevo presidente. En Hungría, el presidente Orbán lleva varios años erosionando la autonomía de las universidades públicas, castigando sus finanzas, eliminando su autonomía al pasar a ser controladas por fundaciones privadas bajo la influencia de los designios gubernamentales. Lo que ha obligado a que la Unión Europea excluya a las universidades húngaras de los fondos de investigación comunitarios, al no cumplirse los parámetros de libertad académica. El gobierno húngaro ha respondido creando fondos alternativos a los que pueden acudir quiénes acepten los condicionantes ideológicos propios del régimen de Orbán. En otros países como Austria, Lituania, Polonia e Italia se han ido produciendo erosiones significativas de la libertad académica como ha constatado recientemente el Parlamento Europeo

En España tenemos indicios claros de que la perspectiva de la internacional autoritaria y antidemocrática tiene aquí expresiones significativas. Al margen de las declaraciones de los dirigentes de VOX sobre las universidades a las que acusa de ser “la punta de lanza del totalitarismo que viene” al haber “declarado la guerra al sentido común la verdad, el lenguaje y a la biología”, la complicidad con que se juega a erosionar a las universidades públicas se manifiesta en Madrid y en otras comunidades gobernadas por el PP y sus aliados de Vox. En Cataluña ha habido una declaración rotunda de la Asociación Catalana de Universidades Públicas (ACUP) en la que, después de afirmarse en la necesidad de defender la igualdad de género, la diversidad y la inclusión, se dice: “Las Universidades somos espacios para la reflexión crítica y el rigor científico, esenciales para combatir la desinformación y la polarización. Mediante la autonomía académica, preservamos la libertad de pensamiento y el pluralismo, elementos imprescindibles para una verdadera democracia europea del conocimiento”.

Quisiera pensar que, con el ataque a la Universidad de Harvard y a lo que en general expresan las universidades en todo el mundo, Donald Trump y los suyos han pinchado en hueso. Me lo hace pensar la misma reacción de la mencionada universidad que entiende que de agacharse y asumir lo que les cae encima dejarían de ser lo que son. No hay universidad, en su sentido auténtico y no simplemente colegial, sin libertad académica. Lo que está en juego no es el acceso a unos fondos de investigación. Lo que está en juego es una forma de convivencia insoslayable entre acceso sin discriminación al conocimiento y la libertad de pensamiento e investigación que son la base de la democracia.  

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