Se hace bosque al leer

Con esta misma cita empieza Pablo Gallo Ojos llenos de árboles, su último libro publicado en La Felguera. Y es casi una premonición del paseo que nos aguarda entre sus páginas, plagado de belleza —la propia edición del libro, por ejemplo, es una joya—, pero también de misterio, de la oscuridad de todo aquello que... Leer más La entrada Se hace bosque al leer aparece primero en Zenda.

May 17, 2025 - 08:56
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Se hace bosque al leer

Hablando de literatura, si pienso en árboles y bosques, lo primero que me viene a la cabeza no es un sendero apacible ni una merienda campestre. Más bien pienso en los bosques tenebrosos de los cuentos de hadas. Y en unos árboles-ataúd que encierran muertos a quienes se les tapa la boca con cemento para que no se les escape ni un soplo de alma —«…porque, ¿sabes?… (…) con el último aliento, sin que nadie se dé cuenta, el alma sale. Y nadie sabe adónde va»—. Así son los árboles que forman el bosque del pueblo que imaginó Mercè Rodoreda en La mort i la primavera, donde el deseo se castiga con argollas de hierro. Los mismos que conservan dentro a hombres con «hambre en los ojos y cemento en la boca», tal y como Neus Penalva los describe en el título de su lectura-ensayo sobre la novela de Rodoreda —Fam als ulls, ciment a la boca, Edicions 34—. Estos árboles nos conectan con las sombras y lo terrible, pese a su belleza, pues como dice Carl Gustav Jung: «Ningún árbol crece hasta el cielo sin que sus raíces alcancen el infierno».

Con esta misma cita empieza Pablo Gallo Ojos llenos de árboles, su último libro publicado en La Felguera. Y es casi una premonición del paseo que nos aguarda entre sus páginas, plagado de belleza —la propia edición del libro, por ejemplo, es una joya—, pero también de misterio, de la oscuridad de todo aquello que nos resulta enigmático, inasequible, como la naturaleza del bosque. Incluso hay cierta contradicción en el propio título, un oxímoron encantado: no son los árboles los que están llenos de ojos —como en algunos pasajes del folklore o de la paranoia—, sino que son nuestros ojos los que se llenan de árboles. Y al acabar el libro, uno se da cuenta de que no podía haber sido de otra manera. Porque lo que Pablo Gallo nos propone es justamente eso: una mirada, un paseo, una memoria arbórea que se deja llenar por la espesura, por lo verde, por lo que crece y se entrelaza, como cada una de sus historias, leyendas, anécdotas y reflexiones. A veces sin orden aparente, pero siempre con una lógica profunda y vital, siguiendo el camino de los pensamientos del autor, para perdernos en sus páginas como lo haríamos en un bosque de cuento.

"El paseo que propone Ojos llenos de árboles es múltiple. Atraviesa historias, leyendas, performances, episodios históricos, reflexiones ecológicas"

Gallo no se limita a escribir. Para contarnos una y decenas de historias, también dibuja, fotografía, selecciona imágenes. Este es un libro que se bifurca y puede leerse como una colección de textos o como una galería de ilustraciones —como un «gabinete de curiosidades arbóreas», nos dicen en la sinopsis, ¡qué maravilla!—. Y así es. Casi como en esos antiguos manuales de botánica, esas enciclopedias artesanales que eran tanto conocimiento como arte. En esta doble lectura radica parte de su riqueza: no se trata solo de leer, sino también de mirar, de habitar los textos como se habita un claro entre los árboles. Ojos llenos de árboles es, en ese sentido, un libro-objeto, un artefacto visual y sensorial, que nos invita a detenernos y disfrutar de cada anécdota, porque quizá, durante el trayecto, importa menos el destino que el asombro.

Al inicio, sin embargo, Gallo declara su intención: «(…) me propongo encontrar mi arboleda sagrada. Un templo verde al que pueda acudir cuando quiera alejarme del mundo moderno». Pero el libro no es un asentamiento, sino una caminata, un vagar. Como él mismo nos dice unas páginas después: «Tan solo debo abrir bien los párpados y, con los ojos llenos de árboles, seguir caminando, sobre esta alfombra de hojas secas que se extiende a lo largo y ancho del bosque, hasta encontrar el lugar propicio donde fundar mi templo». A través de la lectura, nos percatamos de que ese destino no es tanto un lugar físico como uno mítico y simbólico, formado por las decenas de historias que nos surgen a cada paso-página. Una combinación curiosa de locus amoenus —la dimensión mágica y poética de la naturaleza— y locus horridus —su parte más desatada y misteriosa—, donde lo luminoso, por tanto, convive con lo inquietante. Y, mientras avanzamos, ante esta mezcla de poesía y exploración, es imposible no pensar en Antonio Machado cuando decía que «se hace camino al andar», porque aquí también se «hace» bosque al leer.

El paseo que propone Ojos llenos de árboles es múltiple. Atraviesa historias, leyendas, performances, episodios históricos, reflexiones ecológicas. La estructura del libro se ordena en torno a pequeñas piezas, como entradas de un cuaderno de campo. Hay un espíritu coleccionista que une lo aparentemente disperso. De hecho, el texto funciona como los superorganismos que Gallo cita al inicio refiriéndose a los bosques: «una comunidad que trasciende los organismos que la componen». Y en esta lectura, no importa tanto la línea recta como la conexión inesperada. Cada capítulo es una semilla que germina en otra dirección. Y el resultado es un interesantísimo ecosistema narrativo.

"La intertextualidad es otra de sus raíces profundas. Este libro nos lleva a otros libros, a otros cuadros, a otras películas"

Son muchas las historias de este libro que me llevo a mi particular «templo» de la inspiración. Los árboles-espía, para camuflarse y «alcanzar la invisibilidad», utilizados en la Primera Guerra Mundial como un complemento más de camuflaje. La esvástica vegetal de sesenta metros cuadrados, formada por un centenar de árboles —alerces— y descubierta en un bosque alemán, décadas después del fin de la Segunda Guerra Mundial. El dolor de los árboles, su vertiente sagrada y las frases de los leñadores vascos reclamando su perdón: «Te derribaremos y nos perdonarás». La crueldad grabada en la silueta de los árboles usados como horcas: «árboles centenarios, corpulentos, de ramas extensas y vigorosas, los que soportan bien el peso de un cuerpo humano» —y la denuncia y la tristeza de la voz de Billie Holliday cantando «Strange fruit»—. Y, cómo no, esas niñas perdidas que, a veces, «encuentran  el camino de  vuelta a casa. Aunque entonces ya no son niñas, pues han atravesado el bosque que les conduce hacia la edad adulta». Episodios históricos, místicos y fantásticos. Porque este no es un libro de botánica, sino una tentativa de comprender —o al menos de acompañar— el alma del bosque. Con una obra que es también de los lectores, quienes acompañamos al autor y nos detenemos en un tronco, una copa, una sombra… para olvidar hacia dónde nos dirigíamos. Hay, en Ojos llenos de árboles, una vocación de abrir caminos, de sugerir rutas de lectura y pensamiento. Se lee como se camina: con desvíos, con paradas, con retornos. La intertextualidad es otra de sus raíces profundas. Este libro nos lleva a otros libros, a otros cuadros, a otras películas. Las que nos señala Gallo y las que forman parte de nuestra memoria lectora. En mi caso, no he podido evitar pensar en algunos cuentos de la antología Gótico botánico coordinada por Patricia Esteban Erlés y reseñada aquí en Zenda. O, cómo no, en la Rodoreda de Viatges i flors y La mort i la primavera.

Así, al llegar al final del libro, una descubre que este cuaderno de campo —quizá eso es, finalmente, Ojos llenos de árboles— no debería tener una conclusión cerrada. Y, sin embargo, todo encaja. Hay una coherencia natural, una circularidad no programada como la que deberían tener los relatos cortos. Pese a permitir la aparente improvisación, el desvío y la sorpresa, en el último capítulo, Gallo nos sorprende con una serie de coincidencias y anécdotas que lo enlazan todo y unen de forma brillante las ramificaciones temáticas y sus historias, de la misma forma que las raíces de un árbol «suelen extenderse bajo tierra más del doble de la amplitud de su copa, pueden entrelazarse con las de otros árboles…». Y, en este caso, formar ese lugar imaginario donde podemos escuchar su susurro.

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Autor: Pablo Gallo. Título: Ojos llenos de árboles. Editorial: La Felguera. Venta: Todos tus libros.

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