“¿Quién soy? Una mujer libre”: es austríaca, se escapó de la guerra y, con 82 años, hace vodka en el lago Vintter
Gretel Limberger vive en las cabañas que construyó su marido ruso y recibe turistas de todas partes del mundo
LAGO VINTTER, Chubut.- La ruta 44 al sur de Chubut es de las pocas que muestran la versión más salvaje e inhóspita de una Patagonia que más al norte ha perdido estos atributos, es difícil cruzarse con un vehículo, algunos gauchos la recorren a caballo con la compañía de un perro cuzco. La atraviesan zorros, piches y arroyos de agua cristalina. Es de ripio y no hay huellas de civilización alguna, la cordillera y el cielo producen nubes de formas extrañas y, como un mar escondido de agua dulce, se presenta el Lago Vintter.
“Estamos alejados del mundo, pero es el único lugar donde existe libertad absoluta”, cuenta Gretel Limberger, de 82 años, nacida en Austria. Conocida por intrépidos viajeros de todo el mundo por su don: hacer vodka con una receta de más de un siglo, que le legó su marido ruso, Nikita von Renenkampf. La hace con el agua del lago y algunos secretos. Cuenta uno: “zuvrowka”, también conocido como el pasto de los búfalos y que crece en las praderas polacas y rusas.
“Ellos se pelean por la invención del vodka, lo cierto es que un ruso sin vodka es impensable”, dice Gretel. “Nikita trajo semillas”, confiesa esta mujer de ojos color del cielo. Detrás de su cabaña de madera y chapa, el antiguo puesto Itarrioz, tiene una huerta con esta planta, el misterio revelado que vuelve a su vodka una pócima por la cual las personas se suben a aviones y cruzan la inmensidad del planeta. Nikita Lodge, así se llama su establecimiento.
Historia sorprendente
“Recibo a todos con una copa”, dice Gretel. Su historia es sorprendente. Nació en Austria en 1942, entonces parte del III Reich nazi, su padre fue ingeniero civil y estuvo en el frente. La guerra destruyó y reorganizó Europa. Ella fue enviada en tren por la Cruz Roja durante un mes a un hogar alemán que asistía a niños desnutridos. “Tengo pulmones austríacos, soy de una raza fuerte”, recuerda.
En 1950 su padre decidió venir a Argentina con su familia, trabajó en obras hidroeléctricas y cuando Gretel cumplió 18 años regresó a Austria, pero ella se quedó en Argentina y haciendo dedo conoció a Nikita en Villa La Angostura, se casaron, volvieron a aquel país pero la realidad no era esperanzadora.
“La Guerra Fría hacía imposible la vida, había escasez de alimentos, combustible”, recuerda Gretel. Nikita jamás sacó de su cabeza los caminos patagónicos. “Para vivir tan mal, mejor volvamos a la Argentina”, dijo el ruso en aquel entonces y regresaron al país. Se instalaron en Caballito, Gretel se recibió de maestra, pero Nikita tenía otros planes. “Para él, el paraíso estaba en el lago Vintter”, dice.
En 1982 fijó bitácora hacia allí y en 1986 compraron 3300 hectáreas a orillas del lago. “Las truchas parecían ballenas”, dice Gretel. Un silencioso peregrinaje de pescadores comenzó a ir para compartir este mundo perdido. Nikita se quedaba todo el año y Gretel lo acompañaba en los veranos. En 2017 Nikita falleció y ella tomó la posta. “Soy la habitante más antigua de toda esta soledad”, confiesa Gretel. Jamás dejaron de ofrecer vodka.
“Nikita hizo cabañas”, cuenta Gretel. El lago Vintter es un territorio que el hombre no pudo domesticar. “La Patagonia acá es indomable”, confiesa Gretel. Muy pocos llegan hasta aquí, el camino se vuelve árido, irremediablemente melancólico y desprovisto de señales humanas. Los coirones ruedan cruzando la huella. Los carteles, los que han sobrevivido a la tempestad del olvido, están inclinados por el inclemente viento que llega desde el océano Pacífico.
Caminos que se pierden
“Lago Del Engaño, Lago Guacho”, son las referencias que presentan caminos que se pierden hacia la cordillera. Más allá de esta coronada dentadura nevada, se ven líneas en el cielo: aviones que circulan en las rutas aéreas chilenas. El lago Vintter es inabarcable a simple vista, la cordillera deja un espacio y encajona el frío viento del Pacífico, tiene 135 km2 y es compartido con Chile. En el país andino se llama Palena y desemboca en el Pacífico a través del río Carrenleufú.
Aquellas cabañas que hizo Nikita ahora son un lodge y un camping, a metros del lago. Lo administra un leal cliente que durante años lo visitó y se asoció a la incansable Gretel. “Ella representa la aventura y la pasión por la Patagonia”, cuenta Fernando Cantalupo. “Inspira con su espíritu independiente y su deseo de seguir explorando la vida sin límites”, agrega.
“Debe ser por tomar vodka todos los días y vivir en la Patagonia”, dice sobre su contagiosa manera de vivir y su salud, de hierro. No se queda quieta. Su casa es un antiguo puesto de cuando ni caminos había. Una cocina económica la mantiene caliente, aún en verano por la noche las temperaturas bajan por debajo de los 12 grados. “Hacer el vodka me lleva tiempo”, dice. La hospitalidad, también.
“Saluda a todos y todos quieren conocerla”, dice Cantalupo. Su día comienza al amanecer, alimenta la cocina con leña, pone el agua para el mate y comienzan sus labores. Juntar leña, dar de comer a sus gatos, ir a la huerta. “La felicidad la tenes que construir a diario, y está en los pequeños detalles de la naturaleza”, dice. A diario recorre cinco kilómetros para subir una barda y ver un espectáculo sobrecogedor e íntimo: “Ver si han florecidos las orquídeas amarillas”, cuenta mirando la olla humeante que inspira al aire con aromas europeos.
“Me quedo mirando el lago y la música que más me gusta oír: la del viento”, susurra. La luz cae sobre la cordillera y la belleza transgrede hasta la perfección en tonos dorados sobre la madera y el cobre de algunas de sus ollas. “No sé encender un televisor, ¿para qué necesitaría uno?”, se pregunta. A un costado de la cocina una pequeña ventana presenta la cordillera, la intimidad y el misterio del sotobosque. En esas paredes se ven fotos familiares, de latitudes lejanas y de una Patagonia de atardeceres añejos.
“Fuimos muy felices”, lo dice mostrando un pequeño vaso de cerámica. Con él ofrece el vodka. “Los hacía Nikita”, cuenta.
“Es como entrar a un cuadro patagónico donde la naturaleza se expresa en su máxima expresión”, dice Cantalupo. Esto es lo que vienen a buscar los que cruzan el planeta o todo el país hasta este oculto lago, con olas pesadas y aguas de tonos esmeralda. “Su vodka casero es más que una bebida, es la identidad de esta parte de Argentina”, afirma Cantalupo.
El ritual de la cocina
Cabañas, domos, espacios para carpas y motorhomes, muelle y bajada para lanchas, una proveeduría y un chef que traduce en su menú este territorio virgen. “La cocina la vivimos como un ritual”, dice Gonzalo Almendra, a cargo de los fuegos. “Cada plato es una celebración de los sabores patagónico”, agrega. En este contexto de extrema soledad, pero sumiso de belleza pura, usa productos locales y hace magia delante del lago y las montañas nevadas.
Cordero al asador, ahumados y embutidos y un celebrado guiso de montaña, para las noches frías. Cocciones lentas y pacientes, nada ni nadie apura ni tiene prisas. “Es una experiencia sensorial”, dice Cantalupo. Algunas veces Gretel peca y recuerda recetas de su infancia, y en esa cocina a leña hace gulash y spätzle. Por la noche, el furioso e implacable viento nacido en las fauces del Pacífico limpia el cielo de nubes y las estrellas son guirnaldas que decoran la primitiva soledad de la Vía Láctea.
“Las noches son mágicas”, dice Cantalupo. Entonces la ceremonia ancestral es un acto inevitable y nutricio: “Hacemos un fogón y contamos historias”, cuenta Cantalupo. El entorno, cuando el sol resplandece el lago, invita a explorar esta tierra incógnita. Diferentes senderos conducen al bosque milenario, a pescar truchas arcoíris y fontinalis, o cabalgar por la pradera.
“¿Quién soy?: una mujer libre”, confiesa Gretel. Un panel solar le da la chance de tener algunos leds, una conexión de internet la conecta con un mundo que queda lejos y en otro tiempo. “Siempre tuvo razón Nikita: el lago Vintter es el paraíso”, confiesa.