Por qué vemos vídeos de los juicios

Nos estamos acostumbrando a ver fragmentos de juicios en vídeo como quien ve un TikTok.

Mar 6, 2025 - 08:42
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Por qué vemos vídeos de los juicios
Costumbrismo Digital por Juan Luis Saldaña

Nos estamos acostumbrando a ver fragmentos de juicios en vídeo como quien ve un TikTok. Los procesos judiciales han pasado de ser un asunto casi hermético a convertirse en el famoso “contenido” que rivaliza con bailes, tutoriales y demás morralla en las redes. Hay razones para que los juicios se vean más: la transparencia judicial como idea de fondo junto a la audacia de los medios que conocen la fascinación humana por el morbo. Existe también un factor más estratégico: Algunos acusados prefieren filtrar partes del juicio, como estrategia para lograr un juicio paralelo o, al menos, influir en la opinión pública.

Ha nacido un nuevo entretenimiento social: juzgar al juez. Hemos visto cómo, en algunos casos, la audiencia se ha volcado contra la figura que debería mantenerse por encima del ruido. Se analiza su tono, sus gestos, sus decisiones y se le señala como parte del problema. Se le investiga y se le disecciona como si fuera un personaje más de la trama. El juez deja de ser un árbitro imparcial y se convierte en un actor con papel protagonista. Y eso es peligroso, porque la justicia debería basarse en hechos y en leyes, no en el grado de simpatía que despierte quien la imparte.

Lo técnico se olvida, lo emocional manda. Y cuando la emoción manda, el resultado se suele alejar de lo justo.

Otro problema es el evidente desconocimiento técnico. Los juicios siguen normas y procedimientos que la mayoría de la gente no domina, pero nos da lo mismo. Un testimonio que parece contradictorio puede tener una explicación legal, pero en el debate público se desacredita de un plumazo. La política también juega su papel: muchos casos tienen implicaciones ideológicas y eso hace que las personas juzguen más desde sus propias convicciones que desde el derecho. Lo técnico se olvida, lo emocional manda. Y cuando la emoción manda, el resultado se suele alejar de lo justo.

Esta retransmisión de los procesos judiciales supone una nueva vuelta de tuerca a la famosa "pena de banquillo". El acusado no solo se enfrenta a un tribunal, sino a una audiencia global que opina en directo. Pero no solo sufre él. Los testigos, que antes comparecían ante un reducido grupo de personas, ahora pueden ver sus intervenciones diseccionadas en Twitter, convertidas en clips de TikTok, ridiculizadas o elevadas a la categoría de símbolo. La presión es enorme. Testificar ya es difícil, pero hacerlo sabiendo que cada palabra puede volverse en tu contra en redes sociales es otro nivel de exposición. El ejemplo del testimonio del seleccionador nacional, Luis de la Fuente, en el caso Rubiales es claro.

La justicia necesita ser transparente, pero no es el Gran Hermano. No es lo mismo abrir una ventana que derribar la pared. La idea de filtrar los juicios responde a un principio legítimo, aunque hay juicios que nunca se filtran. Si no entendemos los límites, corremos el riesgo de que la justicia deje de ser justicia y se convierta en un espectáculo donde lo que importa no es la verdad, sino el guion que más audiencia genere. Y no es el momento de estropear todavía más el sistema.